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CARTAS Á l'N OBRERO
OBRAS COMPLETAS
D/ CONCEPCIÓN ARENAL
LA CUESTIÓN SOCIAL
CARTAS A UN OBRERO
EDICIÓN HECHA EXPRESAMENTE PARA REPARTIRLA
GRATIS, POR VÍA DE PROPAGANDA, Y CON
EXPRESA PROHIBICIÓN DE QUE NINGÚN EJEMPLAR
SE PONGA Á LA VENTA
BILBAO:
I.Mi'. V E\c. i)K r.A EurroKiAL Vizcaína
Henao, 8
/^^ B A /Tí
J^
Las Cautas A un obrero estaban olvidadas
en la colección de 1.a Voz de i.a Caridad; las
Cartas A un señor, inéditas , y asi continua-
rían , si V. no se empeñara en sacarlas á luz.
Como yo se el puro amor al bien que le impulsa
á esta publicación , y como creo que si hubiese
muchos SEÑORES como V. habria pocas cuestio-
nes con los OBREROS , k dcdico este libro , por un
sentimiento de justicia, y como una prueba de
amistad.
Qoncepciórj J^ renal.
áij.óii, 4 di Sfiiiiio ?i lS8o.
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in 2010 with funding from
University of Toronto
http://www.archive.org/details/cartasunobrerolaOOat;en
SrA. D." CONCKI'CIÓN AkIÍNAI..
Mi distinguida é ihistre ainiíía : contento y satisfe-
cho me consideraba con la autorización que de usted
linhía alcanzado para dar á la estampa este precioso
lihro, \- i^rande era mi honor al poder asociar de este
modo mi buen deseo á la publicación de una obra,
cuya lectura juzgo hoy de gran conveniencia y opor-
tunidad para todas las clases sociales.
Tcm'a vencidas las dificultades que siempre se pre-
sentan en estas empresas, dificultades nnicho mayo-
res para quien como yo ni es impresor ni nunca ha
editado obra alguna ; y cuanch^, ya se estaban com-
pf;niendo las primeras páginas, recibo su afectuosa
carta de 4 del corriente, y con ella una de las más
gratas satisfacciones de mi vida.
La amistad que me ha dispensado usted, ha sido
siempre tan sincera, que sólo así se explica la innu-
recida dedicatoria que me manda y los términos un
que la expresa. Nada más que en ese sentido puedo
y debo aceptarla.
I/O poco que he escrito y lo no nuicho (jue he reali-
zado para elevar el nivel de las clases oI)reras por mu -
dio del ahorro, del trabajo y de la asociación, y par;i
inclinar el áninuí de las clases acomodadas á cooperar
generosamente, como conveniencia y como deber, á
esa obra de paz, de progreso }• armonía en el mundo
social, todo, repito, si algo vale, es debido en primer
término á los saludables c nsejos de usted y á sus
elocuentes escritos.
Dudo que haya nadie ([ue leyéndoles y meditando
solire sus profundos crmceplfis, deje de sentirse ir¡-
— á —
diñado á imitar el ejemplo de usted }• á practicar
algo de lo mncho bucuo que aconseja en favor de la
humanidad.
Por eso me decidí de la manera espontánea y des-
interesada que usted sabe, á dar á luz la colección
epistolar sobre La cuestión social, creyendo firme-
u.ente que su lectura producirá en estos momentos
un saludable influjo en los ánimos serenos y desapa-
sionados, y confiando en que el público verá con gusto
esta obra, aplaudiendo las grandes verdades en que
abunda, y la claridad, valentía, itnparcialidad é in-
dependencia con que son expresadas.
Esa ha sido la única aspiración de usted al escribir-
la y la mía al darla á luz. A1;rigo fundadas esperan-
zas de que la opinión general hará justicia y corres-
ponderá á nuestros honrados propósitos.
Concluyo estos renglones reiterando á usted el tes-
timonio de mi más profunda gratitud y de mi sincera
amistad.
B. vS. P.
Tomás Pérez González.
Avila, 8 de Julio de 1880.
a/¿N9 sJ^ iA>s9 e^\9 ey*ss eAs e/j^s e-gss e^^ z/^s e^/¡^s e^l^ a/j[v9 e./'^ e,^ a/^
e^ e^TvS a-íp^* »-^ c^i^s eí?s*
ADVERTENCIA
Allá, por el año de 1871, cuando el pueblo,
porque estaba armado, se creía fuerte; cuando
fermentando en su seno pasiones y errores,
tenía predisposición á abusar de la fuerza, y
abusaba de ella alguna vez; cuando daba oídos
á palabras engañosas que señalaban como re-
medio de sus males lo mismo que debía agra-
varlos; cuando, en fin, la cuestión social se
trataba por muchos que no lo comprendían ó
que la extraviaban de propósito, dirigiéndose
á masas ignorantes, apasionadas y poco dis-
puestas á escuchar á los que pretendían llevar-
las por buen camino, nos pusimos al lado de
estos últimos, pviblicando en La Voz de la
Caridad las Cartas á un obrero. En ellas
tratamos la cuestión social dirigiéndonos sola-
mente á los pobres, diciéndoles algunas cosas
que debían saber é ignoraban, y procurando
desvanecer errores y calmar pasiones entonces
muy excitadas. Se concluyó la publicación de
las Cartas á un obrero, y poco después con-
cluvó también el ilusorio poder de las masas,
á quienes se quitó el cetro de caña; las mul-
titudes volvieron á guardar silencio, y no se
OBRAS DE DONA CONCEPCIÓN ARENAl,
oyeron más voces que las de mando. Entonces
quise elevar la mía, aunque débil; quise consi-
derar otra fase de la cuestión social; quise de-
cir lo que entendía ser la verdad á los ricos,
como se la había dicho á los pobres, y escribí
las Cartas á un seíÑ'OR. Como las del obre-
ro, debían, á mi parecer, publicarse en La
Voz de la Caridad; mas no opinaron lo mismo
mis compañeros de redacción, los cuales expu-
sieron varios y graves inconvenientes que re-
sultarían de que vieran la luz en aquella Re-
vista ( I ) . Por razones que no es del caso ma-
nifestar, creí que debía conformarme con el
parecer de la maj^oría, 3^ guardé el manus-
crito: de esto hace unos cinco años. Si tenía
alguna oportunidad en aquella fecha, la con-
serva por desgracia, é imprimiéndose en forma
de libro, no podrá atraer ningún anatema so-
bre la humilde i)ublicación á que estaba des-
tinado.
Las Cartas á un obrero y las Cartas
Á UN SEÑOR constituyen dos partes, no dos
asuntos; es una misma cuestión considerado
por diferentes fases, 3^ por eso ha ])arecido, no
sólo conveniente, sino necesario, formar con
todas una sola obra. Hay en ella imparciali-
dad de intención, que tal vez no se vea siem-
pre realizada: ¿quién se puede lisonjear de no
inclinarse nunca de un lado ó de otro, de man-
tener constantemente la balanza en fiel, de que
(1) Debo exceptuar á iii¡ inolvidable milico el señor don
José Olózaga, que opinaba como yo.
CARTAS A UX OURERO t t
la mano que la sostiene no tiemble á compás
de los latidos del corazón agitado por el es-
pectáculo de tantas iniquidades y de tantos do-
lores ?
Hecha esta advertencia, se comprenderán al-
gunas frases (jue sin ella serían ininteligibles:
pudiéramos haberlas variado, revisando más
cuidadosamente la obra, con lo cual quedaría
menos imperfecta; pero esto exigiría un tiem-
po que hoy no podemos dedicarle, y además,
en todo lo esencial, pensamos lo mismo que
decíamos al obrero hace nueve años, y al señor
hace cinco.
Concepción Arenal.
Madrid, 28 de ^larzo de 1880.
'S'sS'OfS''3''fi3'i'esf &
■Avs c/\V9 eA-¿i uxÍlVs e/M e^Txs e/\v3 e/^s e/\v9 e-í^s e,*v9 e/^s S/T^s aAva e^^S^ a/'í^a
T^9 .,'(>'. J|^ s^TVs e.|j aAs JiJ^í s^ eAs ¡Jís ^¡^ ".Aa e*» e^^» eAs «^»
CARTA PRIMERA
Peligros de recurrir á la fuerza. lío se r suelven por
raedio de ella las cuestiones, y menos las econó-
micas.
Apreciablc Juan: Te he oído afirmar como
verdades tantos y tan graves errores económi-
cos, que no puedo ni creo que debo resistir al
deseo de rectificarlos. Para que tú me oyeses
sin prevención, f¡uisiera que te persuadieras
de que te hablo con amor, de que me duelen
tus dolores, y de que no soy de los que se
apresuran á calificar tus males de inevitables,
por evitarse el trabajo de buscarles remedio.
A este propósito voy á repetirte lo que te dije
en otra ocasión ( i ) , porque tengo fundados
motivos para creer que no lo has oído.
«Te engañan, pobre pueblo; te extravían, te
pierden. Derraman sobre ti la adulación, el
error y la mentira, y cada gota de esta lluvia
infernal hace brotar una mala pasión, ó corroe
un sano principio. Cuando, impulsado por el
(1) A /os vencedores y á los venciilos, opüsculo publicad')
después de la insurrección republicana el año de 1869.
14 OBRAS Dli DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
huracán de tus iras, te lanzas sin brújula á
un mar tempestuoso que desconoces, en lugar
de las armonías que te ofrecían, oyes la vo/
del trueno, y á la luz del rayo ves los escollos
y los abismos en que se han trocado aquellas
deliciosas mansiones que te ofrecían y vislum-
brabas en sueños.
))Han acostumbrado tus oídos á palabras fala-
ces, y acaso no escuches las verdades que voy
á decirte, porque te parezcan amargas; pero,
créeme: cuando la verdad parece amarga, es
(|ue el alma está enferma, como lo está, el
cuerpo si le repugnan los alimentos que del)en
nutrirle. Yo no he calumniado á los que abo-
rreces; no he lisonjeado tus pasiones; no he
aplaudido tus extravíos; pero te amo y te com-
padezco siempre, y si no te he dado ostento-
samente la mano en la plaza pública, la he
colocado sobre la frente de tus hijos, que la
inclinaban humillados en la prisión, ó la deja-
ban caer en la dura almohada del hospital. Mi
amistad no ha brotado de tu poder, sino de
tus dolores; soy tu amiga de ayer, de hoy, de
mañana, de siempre; mi corazón está contigo
para aplaudirte cuando obras bien, para cen-
surarte cuando obras mal, para sufrir cuando
sufres, para llorar cuando lloras, para aver-
gonzarme cuando faltas... Aunque mis pala-
bras te parezcan duras, espero que dirás en
tu corazón: — Esa es la voz de un amigo».
Si esto dices, dirás verdad, y escucharás sin
prevención, que es todo lo que necesito.
Esta mi primera carta va encaminada á di-
CARTAS Á üX OBRERO i =;
suadirte de recurrir á la violencia, y á prol^ar-
te cuánto te equivocas creyendo que iniedes
promover trastornos y tomar parte en lebelio-
nes, sin perjuicio tuyo, porque no iicnes nada
que perder.
Si alguna vez te enseñan historia, Juan, his-
toria verdadera, y no la desfigurada para que
se encajone en un sistema ó le sirva de apo-
yo, entonces verás que la violencia no ha des-
truido una sola idea fecunda, ni planteado nin-
guna irrealizable. Y esto sin saber historia
puedes comprenderlo, porque ya se te alcanza
([ue la violencia no puede hacer milagros, v
sería uno que la fuerza aniquilase una verdad
ó diera vida á un error. Está por escribir un
libro muy útil, que se llamará cuando se es-
criba: La debilidad de la fuerza.
ha fuerza que se sostiene, es porque está
sostenida por la opinión, porque es como su
representante armado. Si contra ella quiere
luchar, cae; si la fuerza apoya injusticias, es
porque en la opinión hay errores: rectificarlos
es desarmarla.
Tú dices: ¿por qué no he de emplear la fuer-
za para hacer valer mi derecho? Prueba que
lo es; que aparezca claro, y triunfará sin recu-
rrir á las armas, que no han salvado nunca
ninguno; y si esta prueba no haces, y si este
convencimiento no generalizas, con razón ó
sin ella, serás víctima de la violencia á que
apelas. La fuerza contra el derecho recono-
cido, reconocido, ¿lo entiendes? se llama vio-
lencia, séalo ó no, y se detesta, y se comba-
1 6 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARE\AI<
te y se derriba. La violencia, si viene de
arriba, no puede durar mucho; si viene de
abajo, acaba antes, porque tiene menos arte,
menos miramiento, menos hipocresía; prescin-
do de toda apariencia, y rompiendo todo freno,
se desboca y se estrella: la tiranía de las masas
es terrible como una tempestad, y como una
tempestad pasa.
Hablando de la libertad política, te decía:
«¡Las armas! ¿Cuándo nos convenceremos
de que detrás de una masa de hombres arma-
dos hay siempre un error, un crimen ó una
debilidad? ¿Cuándo nos convenceremos de que
la opinión es la verdadera guardadora de los
derechos, y que los ejércitos la obedecen como
el brazo á la voluntad? ¿Cuándo enseñaremos
al pueblo que las cadenas se rompen con
ideas y no á bayonetazos; que ese fusil con el
que imagina defender su derecho se cambia
fácilmente en auxiliar de su cólera, y que
desde el instante en que se convierte en ins-
trumento de la pasión, allana los caminos
del despotismo ? )> ( i ) .
Y si esto es verdad en las cuestiones políti-
cas, ¿qué no será en las económicas, cuyas
leyes inflexibles no se dejan modificar ni un
momento por ninguna especie de coacción?
Pero no anticipemos; hoy sólo me he pro-
puesto exhortarte á que encomiendes tu dere-
cho á tu razón, y no á tus manos, y á que
no incurras en el error de que los trastornos
( I ) A los venccüorcs y á ¡os vencidos.
CARTAS A UN OBRKRO 17
no te perjudican porque no tienes que perder.
Veamos si no.
Eres jornalero. No tienes propiedad alguna.
Si no hay contribución de consumos, no pagas
contribución. Puedes incendiar, destruir cami-
nos, telégrafos y puentes, sin que te pare per-
jucio. Si se imponen más tributos, otro lo sa-
tisfará; si se dejan de cubrir las obligaciones
del Estado, poco te importa; no cobras un real
del presupuesto. Puedes hacer daño, mucho
daño á los otros, sin que te resulte ningún
mal. i Error grave, blasfemia impía de la igno-
rancia ! Nadie hace mal ni bien sin que le to-
que una parte; así lo ha dispuesto la admirable
providencia de Dios.
Para reparar los caminos, los puentes, los
telégrafos destruidos, hay que aumentar los
impuestos ó dejar desatendidas otras obliga-
ciones.
En la luoha han muerto muchos combatien-
tes; en vez de disminuir el ejército, hay que
aumentarle; los que tronaban contra los sol-
dados y contra las quintas, quieren quintas
y soldados, porque han cobrado miedo al
robo, al incendio, al asesinato, á la destruc-
ción llevada á cabo por las masas, á lo que
se llama, en fin, el reinado de la demagogia.
De resultas de todo, esto, tu hijo, que debía
quedarse en casa ayudándote, va á ser soldado.
La destrucción de los caminos dificulta los
transportes, los hace imposibles por algún
tiempo; los artículos suben; tienes que pa-
garlos más caros.
iS 0»1US DK DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
Cuando no hay seguridad completa ni en
los caminos ni en las ciudades, muchos capi-
tales se retiran; los que continúan en las espe-
culaciones mercantiles é industriales sacan ma-
yor rédito, por el mayor riesgo y la menor con-
currencia. Esto se traduce en carestía para ti.
El que tiene tierras, el que fabrica el pan,
el que vende la carne, el que teje el lienzo,
el que hace los zapatos, se ven abrumados
por las contribuciones, aumentadas para re-
parar tantos daños y mantener tantos solda-
dos, y te venden más caros, por esta razón,
el pan, la carne y los zajmtos.
Los ricos huyen de un país en que no hay
seguridad, ni paz, ni sosiego; van á gastar
al extranjero sus reutas; los capitales emigran
ó se esconden; no se hacen obras, y no tienes
trabajo.
Imploras la caridad piiblica; pero por la
misma razón que hay poco trabajo, hay poca
limosna; y ¡ quién sabe si la caridad no se
resfría para ti, diciendo que tu desgracia es
obra tuya, y mirándola como un justo cas-
tigo !
Enfermas, y tienes que ir al hospital. La
pobreza y el desorden del Estado se reflejan
allí de una manera bien triste; no hay ni lo
más indispensable, y sufres horriblemente, y
tal vez sucumbes de tu enfermedad, que era
curable, ó de una fiebre hospitalaria, conse-
cuencia de la acumulación y el abandono, de
la falta de caridad y de recursos.
Cuando las contribuciones son despropor-
CARTAS A UN OBRERO 1 9
clonadas, ¿á quién abruman principalmente?
— ^A los pobres.
Cuando el hospital carece de recursos,
¿quiénes sufren en él, además de la enferme-
dad, las consecuencias de la penuria? — Los
pobres.
Cuando no prospera la agricultura, ni la
industria, ni el comercio, ¿quiénes emigran á
remotos y mortíferos climas, de donde no
\uelven? — Los pobres.
Cuando no se paga á los maestros y no en-
señan, ¿sobre quién recae de una manera más
fatal las consecuencias de la ignorancia? — So-
lare los pobres.
Cuando se enciende la guerra, ¿qué sangre
corre principalmete en ella? — La sangre de los
pobres.
Y todavía dirás, Juan, y creerás á los que
te digan que no estás interesado en el orden
porque no tienes que perder., ¿Qué entendéis
por perder, ó qué entendéis por orden?
Si el tiempo que se ha empleado en decla-
maciones huecas, absurdas ó fuera de tu al-
cance, se hubiera invertido en enseñarte ver-
dades sencillas, sabrías que cuando destru-
yes cualquier valor, tu propia riqueza destru-
yes; que cuando te esfuerzas por perder á los
otros, trabajas para quedar perdido; que cuan-
do enciendes una hoguera para arrojar en
ella los títulos de propiedad, has de apagarla
¡ desventurado ! con tus lágrimas y con tu
sangre.
A poco tiempo que lo refie.xiones, la verdad
OÜRAS DE DONA CONCUPCION ARENAL
será para ti evidente. El pobre tiene lo preci-
so, lo puramente preciso para no sufrir ham-
bre y frío; al menor trastorno que le quita
im día de jornal, que rebaja el precio de
su trabajo ó aumenta el de los objetos que
consume, carece de lo más indispensable y
su pobreza se convierte en miseria. El rico
pierde cien reales ó cien duros cuando él
pierde un solo real; pero la falta de este real
significa para el pobre carencia de pan, y la
falta de los cien duros significa para el rico
la privación de alguna cosa superfina. Todos
navegan per el mar de los acontecimientos;
pero el fuerte oleaje que en el bajel del rico
produce sólo un gran balanceo, sumerge tu
barquilla. Para que puedas mejorarla, Juan,
de modo que sea más cómoda y segura, ne-
cesitas calma, mucha calma; ¿cómo has podi-
do creer que está en tu mano el levantar tem-
pestades ?
CARTA SEGUNDA
Toda cuestión social grave es en parte religiosa.— Ne-
cesidad de la resig'nación.— Distiución de la pobre-
za y de la miseria.— Manera eqtiivocada de juzgrar
de la felicidad por la riqueza.
Mi apreciable Juan: ün capitán de la anti-
güedad, á quien se amenazaba con la fuerza
cuando exponía la razón, dijo: — Pega, pero
escucha. — A ti se te puede decir: Escucha, y
no pegarás, y añadir: ni te pegarán.
vSupongo que estamos en el buen terreno,
en el de la discusión; supongo también que
entras en ella lealmente, con el deseo de
que triunfe la verdad y el propósito de no
negarla si la llegas á ver clara.
Una duda me asalta y aflige. ¿Serás de los
que no tienen ninguna creencia religiosa? Si
es así, nos entenderemos con más dificultad.
Tú dirás: ¿Qué tiene que ver la religión con
la economía ijolítica, con la organización eco-
nómica? ¿Sabes el Catecismo? Es posible que
no le hayas aprendido, que le hayas olvidado,
que rae respondas á la pregunta con una son-
risa de desdén. Allí se dice ouE Dios es
OBRAS BE DONA CONCEPCIÓN ARliNAI,
PRINCIPIO Y FIN UE T<)DAS LAS COSAS, y la
prueba de esta verdad se halla en todas ellas,
si á fondo se estudian. Un gran blasfemo,
en un momento en que su genio se habría
paso al través de su soberbia y de su espíritu
de paradoja, como un rayo del sol á través
I de una nube preñada de tempestades, un
gran blasfemo ha dicho que toda cuestión
entrañaba en el fondo una cuestión religiosa.
Así es la verdad. Donde quiera que va el hom-
bre lleva consigo la cuestión religiosa, que en-
vuelve y rodea su alma como el aire envuelve
su cuerpo, sépalo ó no.
Eu cualquiera cuestión social grave, hay
dolor. Si no le hubiera, no habría discusión;
nunca les preguntamos á los placeres de dón-
de vienen; el origen y la causa de las penas
es lo que investigamos, á fin de ponerles re-
medio. ¿Cuál es la causa de que ventiles la
cuestión de la falta de trabajo, ó de que esté
mal retribuido? Ei que la carencia de recur-
sos te impone privaciones, te mortifica, te ha-
ce sufrir. ¿Por qué? ¿Para qué? No lo sabes.
Dolor y misterio; es decir, cuestión religiosa
en el fondo de la cuestión económica. Si nada
crees, el misterio se convierte en absurdo, el
dolor en iniquidad, y en vez de la calma dig-
na del hombre resignado, tendrás las tempes-
tades de la desesperación ó el envilecimiento
del que se somete cediendo sólo á la fuerza.
vSi no tienes ninguna creencia; si no ves en el
dolor una prueba, un castigo ó un medio de
perfección; si, cuando no hay cosa creada sin
CARTAS A UN OBRERO
objeto, supones que el dolor no tiene ningvmo,
ó sólo el de mortificarte, no puedes tener la
serenidad que se necesita para combatirle.
Todo cuanto te rodea, tu ser físico, moral é
intelectual, está lleno de misterios y de dolo-
res. Si nada crees, ninguna virtud tiene obje-
to, ningún problema solución; la lógica te
lleva á ser un malvado, á no tener más ley
que tu egoísmo ni más freno que la fuerza
bruta. Tú no eres un malvado, no obstante;
eres, por el contrario, un hombre bueno. El
Dios que tal vez niegas te ha dado la concien-
cia, el amor al bien, la aversión al mal, y
este divino presente no puede ser aniquilado
por tu voluntad torcida.
Como me he propuesto escribirte sobre eco-
nomía social, y no sobre creencias religiosas,
no hubiera querido tocar esta cuestión grave,
que no debe tratarse por incidencia; pero don-
de quiera que vayamos, la religión nos sale
al paso, y si no tienes respeto para el mis-
terio y resignación para el dolor, nos enten-
deremos, como te he dicho, con mucha más
dificultad.
Al hablarte de resignación, no creas que te
aconsejo únicamente que sufras por Dios tus
dolores sin procurarles remedio eficaz, no.
La resignación no es fatalismo ni quietis-
mo; la resignación es paciencia, que econo-
miza fuerza; calma, que deja ver los medios
de remediar el mal ó aminorarle; dignidad,
que se somete por convencimiento.
En la resignación puede y debe haber acti-
24 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAI<
vidad, perseverancia, firmeza para buscar
remedio ó consuelo á los dolores; puede y debe
haber todo lo que le falta á la desesperación
que se ciega, cuyos movimientos son convul-
siones que producen la apatía después de la
violencia. Una mujer ha comparado el dolor
á un vestido con espinas en el forro. Si los
movimientos del que le ciñe son suaves, pue-
de llevarle sin gran daño, y aun írselo qui-
tante poco á poco; si son violentos, se clava,
se ensangrienta, sufre de un modo cruel. No
se puede decir nada más exacto.
¿Has visto alguna vez enfermos que se re-
signan y enfermos desesperados? Habrás po-
dido notar la especie de alejamiento y de ho-
rror que causa el que se desespera, y cuánto
interés, lástima y respeto inspira el que se re-
signa. Para el que nada cree, la desespera-
ción es lógica siempre que hay dolor. ¿Cómo
es aquella repugnante al que la ve, sea cre-
yente ó no, y la resignación es simpática?
Esto debe darte que pensar.
La resignación es una necesidad para los in-
dividuos y para los pueblos; quiero decirte
cómo la entiendo yo. Es, á mi parecer, la con-
formidad con la voluntad de Dios, si, como
deseo, eres creyente; con la fuerza de las co-
sas, si no crees; es en los males la conformi-
dad que excluye la violencia y deja sereni-
dad y fuerza para buscarles remedio ó con-
suelo.
Al Uegar aquí, tal vez te figures que hablo
de tus males de memoria. Aunque me sea
CARIAS Á UN OBRERO 25
muy desagradable hablarte un momento de
mí, puedo asegurarte con verdad, para que
no me recuses por incompetente, que sé por
experiencia lo que te digo; que sé lo difícil
que es la resignación en algunos casos, y lo
necesaria que es en todos.
No basta, Juan, que desarmes tu brazo del
hierro homicida; es necesario también desar-
mar el ánimo de los sentimientos que le agi-
tan y que le ofuscan, para que tranquilo y
con calma puedas ver la verdad y compren-
der la justicia. Una de las cosas que contri-
buirían á calmarte, sería la apreciación exac-
ta de la pobreza y de la riqueza, considerada
,^sta como elemento de felicidad.
Voy á decir una cosa que tal vez te pa-
recca muy extraña. La pobreza no es cosa
que se debe temer, ni que se puede evitar.
Lo temible, lo que ha de evitarse y comba-
tirse á toda costa, es la miseria. Aquí es nece-
sario definir.
Pobreza es aquella situación en que el hom-
bre ha menester trabajar para proveer las ne-
cesidades fisiológicas de su cuerpo, y en que
puede cultivar las facultades esenciales de su
alma.
Miseria es aquella situación en que el hom-
bre no tiene lo necesario fisiológico para su
cuerpo, ni puede cultivar las facultades esen-
ciales de su alma.
LfO necesario fisiológico es alimento, vesti-
do y habitación, tales que no perjudiquen á
la salud.
26 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
I /AS facultades esenciales del alma son las
que forman el hombre moral, las que le ele-
van á Dios, y le dan idea de deber, de dere-
cho, de virtud, de bondad y de justicia.
Todos los hombres no han de ser sabios,
pero todos han de saber lo necesario para
cumplir con su deber y hacer valer su Dere-
cho: esto es lo esencial. La dignidad del hom-
bre no está en saber cálculo diferencial, dere-
cho romano, patología ó estrategia; no está en
pintar el Pasmo de Sicilia ó dar el do de pecho.
Los hombres científicos y los artistas, que
saben y hacen todas estas cosas, pueden ser
unos miserables si faltan á sus deberes, si son
malos padres, malos hijos, malos esposos, ma-
los amigos, malos ciudadanos; si, viciosos,
egoístas ó criminales, prostituyen vilmente su
inspiración ó su ciencia.
Por el contrario, el obrero cuya ciencia se
limita á cavar la tierra, puede ser digno, muy
digno, si cumple con su deber, si sabe hacer
valer su derecho. La ciencia y el arte son
cosas bellas, sublimes, provechosas, pero no
esenciales, indispensables; la moral, esto es
lo que no se puede excusar.
El hombre moral es verdaderamente el
hombre, y el hombre moral se halla, puede
hallarse en el pobre, á quien es dado recibir
la instrucción necesaria para comprender la
justicia y practicar la virtud.
La pobreza, que no perjudica á la salud del
cuerpo ni á la del alma, que deja al hombre
robusto, honrado y digno, no es una desgra-
CARTAS Á LN OBRERO 27
cia. El mal, lo terrible, lo que debemos com-
batir es la miseria.
Esto, que es evidente para el que reflexio-
na, se confirma con la observación de lo que
en el mundo pasa. Todos tenemos, Juan, una
marcada tendencia á tomar como base de fe-
licidad la misma que sirve para imponer la
contribución; esto es, la renta. ¿El vecino
tiene doce mil duros anuales? Es dichoso.
¿Doce mil reales? La vida para él es llevade-
ra. ¿Mil? Es desgraciado. Comprendo la difi-
cultad de que se juzgue de otro modo.
Ese hombre está desnudo, descalzo, ham-
briento; es un mal evidente, y el que pasa le
compadece: aquel otro tiene odio, amor, am-
bición, codicia, remordim.iento, envidia; su
alma se agita en una terrible lucha; su cora-
zón está desgarrado, destila hiél... Si va á
pié, la multitud no repara en él; si va en co-
che, le envidia. ¿Cómo ha de creer el opu-
lento que la felicidad existe bajo un humilde
techo, ni sospechar el pobre que la desdicha
mora en un palacio? Y no obstante así sucede
muchas veces.
De que la riqueza no es la felicidad, ni la
pobreza la desgracia, se ven pruebas por todas
partes. Observa, Juan, cualquiera diversión
en que haya ricos y pobres, y verás que la
alegría está en razón inversa del precio de las
localidades; que los que han pagado poco se
divierten, y los que se aburren y se hastían
están siempre entre los que ocupan los asien-
tos más caros. En los paseos puedes hacer la
28 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
misma observación: el aire de tristeza suele
aumentar con el precio del traje, y casi nun-
ca se ven alegres más que los pobres y los
niños.
Dirás tal vez que la alegría no es la felici-
dad; ciertamente, pero la felicidad es una es-
cepción; entra en el orden social por una de
esas cantidades que los matemáticos dicen que
pueden despreciarse sin que resulte error apre-
ciable. El bienestar, el contentamiento, la ale-
gría ó la resignación, esto es lo que conviene
y lo que es posible estudiar, porque la felici-
dad, las pocas veces que existe, es una cosa
tan íntima, tan concentrada, que no se reve-
la por señales exteriores, y aun es posible que
aparezca triste, melancólica, y muy fácil de
confundir con el dolor.
Pero si no es posible estudiar la felicidad,
lo es el estudiar la desgracia en su último gra-
do, en su expresión más terrible, cuando Uega
hasta el punto de hacer odiosa la vida. Un
suicida supone muchos desesperados; un des-
esperado muchos desgraciados; de modo que
se puede afirmar que en aquella clase en que
es más frecuente el suicidio, es más acerba
la desgracia. — Ahora bien; la estadística dice
que la clase mejor acomodada y menos nume-
rosa, da el mayor número de los suicidas;
es decir, que por cada pobre desesperado hasta
el último extremo, se desesperan ciento, dos-
cientos ó mil ricos: no es fácil establecer la
proporción exacta.
Esto debe hacerte sospechar, Juan, que hay
CARTAS A UN OBRERO 29
en la pobreza y en la riqueza males y bienes
en que no habías pensado, y que la fortuna,
como una madre imprudente, sacrifica mu-
chas veces á los hijos que mima. Necesitaría
escribir un libro para darte alguna idea de
por qué los ricos suelen ser más desgraciados
que los pobres; pero como en vez de libro
tengo que reducirme á los párrafos de una
carta que no debe ser demasiado larga, te in-
dicaré brevemente algunas ideas.
El problema del bienestar del pobre es
muy sencillo: se reduce á cubrir sus verdade-
ras necesidades. El del rico es complicadí-
simo: porque sus necesidades no están mar-
cadas por la naturaleza, ni limitadas por ella.
La vida es un combate: en el pobre, contra
los obstáculos materiales; en el rico, contra
los que halla su corazón, su inteligencia, su
imaginación. Los deseos del pobre, efecto
por lo general de necesidades fisiológicas, son
menos numerosos, más razonables, más fáci-
les de satisfacer, y tienen una esfera de ac-
ción más limitada. Los deseos del rico le vie-
nen de su razón que se extravía, de su cora-
zón que se apasiona, de su amor propio que
delira: parece que á veces, lanzados por el
cráter de un volcán, recorre el infinito y des-
cienden á la tierra convertidos en llanto. Esto,
Juan, es capital. Cuando el pobre no tiene
hambre ni frío, está contento. ¡ Qué de condi-
ciones, y qué difíciles de conseguir para con-
tentar al rico !
En el bienestar del pobre no suele entrar
OBRAS DK DONA CONCUPCION ARENAL
por nada el amor propio; en el del rico suele
entrar por mucho. El pobre no come, ni
viste, ni se pasea, ni se divierte, ni se morti-
fica por vanidad; rara vez sin ella hace el
rico ninguna de estas cosas. Esto es capital
también. El bienestar confiado al amor pro-
pio, es como el sueño confiado al opio: hay
que ir aumentando la dosis de veneno, y muy
pronto hay que elegir, entre la vigilia llena
de dolores ó el sueño de la muerte.
Era necesario que entrásemos aquí en lar-
gas explicaciones, pero falta espacio: sirva de
comentario el hecho que vuelvo á recordarte,
de que los suicidas pertenecen, en su mayo-
ría, á la clase bien acomodada. Los ricos su-
fren y se matan por desgracias de que tú,
Juan, no tienes ni la idea. No los envidies,
créeme; el dolor y el placer están distribuidos,
si no en la forma, en la esencia, con más
igualdad y más justicia de lo que has imagi-
nado.
¡ Y la miseria ! ¡ Ah ! Es horrible, muy ho-
rrible, amigo mío. Combatámosla sin tregua,
sin descanso; mas para combatirla con todas
nuestras fuerzas, es preciso no distraerlas lu-
chando con males imaginarios.
eyjj\3 eí^s s/^Vs evAvs e-flVs 'í.-j^va e Avs aAVs svfVii e-'A^ fc/^ e-'Avs e/^ e-J^ ^-rr* s^w^
^r "T ^f" ^1^ ^r ^-^"^ ^5' "-i' "v 4* "-^^ '•!-' t' 4^ 4* ''r
CARTA TERCERA
Niug'uua ciiestióu social puede ser puramente mate-
rial: aun rediicida á la de subsistencias , tiene ele-
jnentos intelectuales y morales.
Aprcciable Juan: Ho}^ vamos á tratar de
lili error de los más lamentables y de los
más extendidos. Escuelas que difieren en to-
do lo demás, están de acuerdo en este punto;
á saber: Que ¡a falta de trabajo, la insuficien-
cia de salario, la miseria, el pauperismo,, la
cuestión social, en fin, se resuelve con la cien-
cia económica y con la ciencia política, sin
necesitar para nada la religión ni la moral.
Tú estás muy dispuesto á creerlo así; los
gobiernos y los legisladores deben darte las
cosas arregladas conforme á tu deseo, y sin
meterse, porque ¿qué les importa? en si vas
á la iglesia ó á la taberna. ¿Qué tiene que
ver tu conducta privada con la prosperidad
pública, ni qué relación hay entre el trato
que das á tu mujer y la organización del tra-
bajo, la tiranía del capital, etc., etc? Cosas
son éstas que no están relacionadas entre
OBRAS DE DONA CONCEPCIÓN ARENAI.
SÍ; tú lo ves muy claro, y además lo con-
firman, como te he dicho, no sólo las es-
cuelas que pretenden realizar tus sueños, sino
otras que procuran hacerte ver las cosas como
son, y traerte al terreno de la realidad. ¿Cómo
hacerte variar de opinión cuando se apoya en
tu deseo, en tu voluntad, en lo que crees
tu interés, en el parecer de tus amigos auto-
rizados, y aun de muchos de tus adversa-
rios? Voy á intentarlo, no obstante, porque
nunca desespero de tu buen sentido; además,
las verdades que tengo que decirte son sen-
cillas.
La religión y la moral entran por mucho,
por muchísimo, en la resolución de los pro-
blemas sociales. No te hablaré más de reli-
gión por temor de que no me escuches; hable-
mos de moral nada más; bastará para que
comprendas que la cuestión no puede tener
soluciones puramente materiales. Si se tratara
de un rebaño, convengo en que podría de-
cirse: Tantos carneros hay, no llegamos á
obtener tal cantidad de hierba ó de pienso,
toca á tanto por cabeza; es lo suficiente para
que no se mueran de hambre en el invierno,
y engorden en el verano: el problema está re-
suelto.
Así puede hacerse, Juan, cuando se trata
de las bestias, pero no cuando se trata del
hombre, que, siendo una criatura religiosa,
moral é inteligente, los ijroblemas que á él
se refieren no tienen elementos puramente
materiales, sino que han de ser un compuesto
CARTAS Á UN OBRERO 33
de moral, de inteligencia, de sentimientos y
de materia como él lo es; esto parece de sen-
tido común: el bienestar de cada criatura ha
de estar en armonía con su manera de exis-
tir. Ni los peces pueden volar, ni las aves
respirar debajo del agua, ni el hombre ser di-
choso á la manera de un castor, un elefante
ó un asno.
Tu dirás: Yo no quiero goces intelectuales,
ni satisfacciones del corazón: mis aspiracio-
nes se limitan á comer y vestir bien, y á te-
ner buena habitación y buena cama.
En primer lugar, Juan, estás equivocado:
por mucho que te rebajes, por mucho que
te calumnies y por muy degradado que te
creas, no puedes ser dichoso como un caba-
llo de regalo, teniendo pienso abundante,
buena manta 3' termómetro en la cuadra; pero
supongamos que tus necesidades fuesen pu-
ramente materiales: para satisfacerlas, algo
has menester que no es material, y hasta el
bienestar de tu cuerpo depende de la eleva-
ción de tu espíritu; vas á verlo.
Para que tú puedas comer mucho son nece-
sarias tres cosas:
i."^ Que haya mucho que comer.
2.^ Que se distribuya de modo que te toque
bastante.
3.^ Que comas con cierta moderación, por-
que si no, padecerás indigestiones, el estóma-
go se estragará, y estarás desganado.
O de otra manera: tu bienestar depende de
que la sociedad produzca mucho, sea rica;
<>1;RAS Dli UOXA CONCKl'CH/'N AKI'NAI,
(l'vj que la riqueza se distribuya bien, v de
(lue al consumirla se haga en razón, y sin
entregarse á viciosos excesos. Vamos por ¡ ar-
tes, 3^ veamos si prescindiendo de la moi ali-
dad, del sentimiento, de la abnegación, de
la parte más elevada del hombre, puede 11.-
garse á la prosperidad material.
Antes de que la sociedad en que vives sc.i
rica, es necesario que exista, y su existencia
se debe á la abnegación, al sacrificio, al va-
lor, á alguna co.sa (lue no es material. En un
tienqx) más ó menos remoto, tus ascendientes
fueron atacados por pueblos feroces, ({ue qui-
siei'on arrojarlos de la tierra. Defendieron sus
hogares, sus mujeres, sus hijos, los restos de
sus padres y los templos de sus dioses: los
defendieron con valor, con entusiasmo, con
fe; gran número sucumbieron en la pelea, y
á su abnegación debes que tu raza no des-
apareciese como otras muchas. Si en vez de
pertenecer á un pueblo que ha rechazado la
conquista, desciendes de un pueblo conquis-
tador, también debes tu existencia á alguna
elevada cualidad del alma. Los conquistado-
res que no traen una grande idea servida por
nobles sentimientos, vencen, destruyen, y pa-
san como una nube asoladora, sin fundar na-
ciones que vivan en la posteridad. Sea que
vengas de los que resistieron ó de los que
vencieron la resistencia, para establecer el
pueblo á que perteneces hubo necesidad de
desplegar grandes cualidades de espíritu: la
existencia de todo pueblo es testimonio de
CARTAS' Á i;\ OUKKRO 35
que sus fundadores eran algo más que ani-
males omnívoros. Así, pues, condición para
el establecimiento de un pueblo: energía, es-
fuerzo, elevación de ánimo, alguna idea ele-
vada y algún fuerte sentimiento para soste-
nerla.
^Icrced al esfuerzo de sus primeros hijos,
la sociedad existe; para que prospere, para
que sea rica, se necesita que trabaje mucho
y que trabaje bien; es decir, que posea ins-
trumentos perfeccionados para que multipli-
quen sus fuerzas. Si todos viven al día, si cada
cual consume todo lo que produce ó se pro-
]"»orciona, si nadie quiere trabajar más que
para sí y para cubrir las necesidades del mo-
mento, la sociedad es salvaje, estacionaria,
y los que á ella pertenecen, miserables todos;
pasan las generaciones de hombres como las
de castores ó monos, sin que los últimos aven-
tajen nada á los primeros, sin que haya pro-
greso. Algunos hombres empiezan á hacer
economías, es decir, á gastar algo menos de
lo que tienen, y reservar el ahorro, sea para
descansar en su vejez, sea para dejárselo á
sus hijos. El que está en posesión de esta
reserva, no tiene la necesidad perentoria de
trabajar todos los días para no morirse de
hambre; puede descansar, y cuando descan-
sa, piensa. De su inteligencia puesta en acti-
vidad, brotan ideas que combina, y nacen las
invenciones, las ciencias y las artes. Su pen-
samiento sería estéril si nc' hallara en la co-
munidad .más que individuos que consumen
36 OBRAS DE DOÑA CONCKPCIÓN ARENAL
todo lo que producen; pero hay algunos que
han realizado economías, y las aventuran en
ensayar el invento. Se ensaya; se ve que
produce ventajas; se ha hallado un instru-
mento de producción más ventajoso; la so-
ciedad ha realizado un progreso. Para el pro-
greso, para la riqueza, para que haya mucho
que comer, es pues, necesaria la combinación
del pensamiento del hombre con las econo-
mías que le dan los medios de realizarlo, es
necesario mantener hombres que se empleen
en hacer los ensayos, en construir el nuevo
aparato y allegar las primeras materias que
ha de modificar, ó en trabajar la tierra. En
un país en que no se hace más que escabarla
con un palo, se inventa, por ejemplo, el ara-
do. La invención es altamente beneficiosa;
mas para realizarla se necesita que haya al-
gunas economías con que puedan mantener-
se los hombres que han de extraer el hierro
de la mina, cortar la madera, elaborar uno
y otro, etc. Si todos los individuos de la
comunidad tienen que ir todos los días en
busca del diario sustento, imposible será que
el arado se fabrique. Estas economías, que
permiten dedicarse á un trabajo más repro-
ductivo, pero que tarda en dar resultado, es
lo que se llama capital, instrumento indis-
pensable de prosperidad y progreso.
El capital es el resultado de un aliorro, y
el ahorro, fíjate bien en esto, es un sacrificio:
es decir, un acto de moralidad. El que aho-
rra, no gasta inmediatamente todo lo que pro-
CARTAS A UN OBRERO 37
duce; el que se priva de un goce del momen-
to por amor á sus hijos, por proporcionarse
una vejez descansada, por realizar el pensa-
miento de algún hombre de genio, por hacer
bien á la humanidad, según el móvil que le
impulse, su acción será más ó menos meri-
toria, pero siempre habrá moralidad en su
proceder, siempre será el hombre moral que
se contiene, que se impone privaciones, que
triunfa, en fin, del hombre físico y del ins-
tinto bruto, el cual pide siempre la satisfac-
ción del momento, sin cuidarse de nada más.
El capital es, pues, hijo del ahorro; el aho-
rro, del sacrificio; el sacrificio, de la morali-
dad. El hombre grosero y corrompido no eco-
nomiza; una sociedad compuesta de esta clase
de hombres, no puede prosperar, y si por
acaso no sucumbe, vivirá miserablemente.
Y si el ahorro, esa condición material del
progreso, no puede realizarse sin moralidad,
¿qué será el otro elemento más elevado, la
inteligencia? En él no hay sólo moralidad,
sino abnegación, heroísmo. Aquí, Juan, me
parece que veo alzarse las sombras de tantos
miles de mártires del pensamiento, que pre-
guntan indignados cómo ha podido ponerse en
duda el sublime sentimiento que los impul-
saba cuando, olvidados de sí mismos, sólo
pensaban en la ciencia y en la humanidad.
Cualquiera de esas invenciones cuyas venta-
jas utilizas sin apercibirte de ello, como res-
piras el aire sin notarlo, es el resultado, no
sólo del ahorro, sino de la meditación, de la
015RAS DE DOX.\ CONCEPCKíN ARENAL
generosidad, del trabajo de un hombre que
se priva de mil goces para consagrarse á una
idea, y empleó su vida en intentar la reali-
zación de un pensamiento. No digo en esa
máquina que penetra veloz por las entrañas
de la tierra, y en esc aparato maravilloso,
que con la velocidad del pensamiento lleva
la palabra al otro emisferio, sino en la cerilla
que descuidadamente enciendes para tu ciga-
rro, están acumuladas la inteligencia y la ab-
negación de muchas generaciones. Donde
quiera que disfrutes una comodidad y halles
un bien, puedes decir: Aquí ha habido abne-
gación. La sociedad, ni aun en el orden ma-
terial, que de él sólo tratamos aquí, ni aun
en el orden material, digo, puede prosperar
sin abnegación, sin sacrificio, sin moralidad.
Supongamos lo imposible, Juan: que una
sociedad absolutamente desmoralizada, pros-
pera, es rica: ¿cómo distribuirá las riquezas?
Ya comprendes que no será equitativamente.
Los más fuertes llevarán la mayor parte, y
ninguna voz generosa se alzará en favor de
los débiles. Nota bien que los defensores de
los débiles, de los oprimidos, es raro que
salgan de sus filas. Los grandes campeones
del pueblo no pertenecen á él; son personas
de la clase elevada ó de la clase media, que
habiendo adquirido instrucción, emplean su
saber en favor de los c|ue sufren las conse-
cuencias de la ignorancia. Si pudieran estas
cartas ser un curso de historia, ejia te diría
que para distribuir bien la riqueza, más que
CARTAS A UN OBRERO ^g
para nada, necesitan las sociedades el ele-
mento moral, generosidad, sentimiento, ins-
piraciones nobles y elevadas, que dictan le-
yes justas é instituciones benéficas. Con el
cálculo, que cuando va solo es siempre mi-
serable y errado, con el cálculo egoísta de
todos, la riqueza no puede distribuirse bien,
porque la sociedad no puede reducirse á un
divisor, un dividendo y un cuociente.
vSupongamos otra vez lo imposible: que sin
que la moral entre para nada, la sociedad es
]iróspera, y que sus grandes riquezas están
bien distribuidas. Tú, Juan, sin un trabajo
excesivo, tienes un salario suficiente con que
cubrir tus necesidades y aun disfrutar ciertos
goces. Pero careces de moralidad, y egoísta
y depravado, quieres sólo satisfacer tus ape-
titos. Vives malamente con mujeres perdi-
das que arruinan tu bolsillo y tu salud. Si
te casas, tratas mal á tu esposa, abandonas la
educación de tus hijos, que hasta carecen de
pan, porque la mayor parte de tu jornal se
gasta en la taberna y los desórdenes. Tu sa-
lud se arruina; tu vejez se anticipa; caes irre-
misiblemente en la miseria, de que no te sa-
cará una familia que ha heredado tus vicios y
es un plantel de prostitutas, de vagos y de
criminales. El jornal subido, sin moralidad,
no sirve más que para aumentar la medida de
los excesos. Si no sabes contenerte, si no sa-
bes vencerte, si no economizas para cuando
estés eníermo, si no educas á tus hijos de
modo que te honren y te sostengan cuando
40 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
seas viejo, si no tienes moralidad, en fin,
nada adelantas con tener crecido salario.
Yo creo que el problema, hasta donde es
posible que se resuelva, puede resolverse por
la ciencia, pero por la ciencia completa y no
truncada; por la ciencia que parte del hombre
como es, un ser moral y material, y cuyo
bienestar no puede quedar nunca reducido á
un mecanismo, ni realizarse sin el concurso
de su voluntad y de su esfuerzo.
La necesidad de ser breve me obliga á con-
cluir repitiéndote que, aun mirando la cues-
tión bajo el punto de vista más bajo y grose-
ro, aun con virtiéndola en cuestión de subs-
sistencias solamente, no puede resolverse sin
que en su resolución entre por mucho el ele-
mento moral. Ni habrá mucho que comer si
no hay moralidad; ni, caso que la hubiese,
se distribuirá equitativamente la comida; ni
aunque se distribuyera bien, la consumirías
de modo que no te produjera indigestiones,
deteriorara tu salud, te arruinara á ti y á los
tuyos, y os dejara á todos miserables.
S 2 fove) ü feve) 5 fevá s feve) » &>-<á ? &i'á » fevá j « á j fe'© ¡&v)¡&^ » (s'-á o &íe) ,;, feve) ,5 fe'® » &
í,'^ a-*3 e^\V3 a/^9 <¿y'^ aVAVa eV^^va e^9 e^Ks eAs a,^ eAü eVAVa ayfr-a e^ £/^
e^j e.Tj e-'Rs eAs e-ÍRs a7lts g4V9 e^^^ e)^3 ej^ e^í^ sjfj aAs zjii ejj^s eJRs
CARTA CUARTA
ImBl pobreza, ley de la himianidad.
Apreciable Juan: Como las cuestiones so-
ciales puede decirse que son redondas; como
sus elementos están entrelazados, siendo á
la vez efecto del que está antes, y causa del
que viene después, resulta que muchas veces
no se sabe por dónde empezar; que para com-
prender la evidencia de lo que se dice, hace
falta el conocimiento de lo que no se ha po-
dido decir todavía, y que hasta el fin no se
ve claro lo que se ha explicado al principio.
Ten esto presente para no juzgarme en defi-
nitiva hasta que haya concluido, y para no
suponer que una afirmación carece de prue-
bas porque no las he dado.
Te he dicho que la pobreza no es cosa que
se debe temer ni que se puede evitar. He pro-
curado, aunque brevemente, demostrarte lo
primero, y estoy segura que si observas, re-
flexionas y meditas, hallarás por todas partes
pruebas de que los ricos no son más felices
que los pobres; que la pobreza no es un mal;
42 OBRAS DK DONA CONCEPCIÓN ARElíAt,
que el mal está en la miseria. Pero de lo
segundo, de que la pobreza no se puede evi-
tar, no hemos hablado todavía, y es cuestión
que necesitamos tratar antes de pasar más
adelante, porque una de tus desdichadas ilu-
siones, Juan, es la de que todos podemos ser
ricos, y lo seríamos si se distribuyera bien
la riqueza.
Ya comprendes la dificultad de saber con
exactitud lo que posee una nación, y por con-
siguiente, lo que á cada ciudadano correspon-
dería si por igual se distribuyese. En España,
los trabajos estadísticos cuentan poca antigüe-
dad, y por esta y por otras causas, muy imper-
fectos; no te citaré, pues, á España. En Francia
la estadística merece más crédito; y aunque
sus trabajos deben ser siempre acogidos con
cierta reserva, pueden consultarse con utilidad.
En Francia se han hecho varios cálculos sobre
la riqueza total del país, unos más altos, otros
niÁs bajos. Por el que puede considerarse
como un término medio, y ha sido aceptado
por muchas personas competentes, resulta que
el producto líquido, la renta de la Francia,
asciende á una suma que, distribuida con toda
igualdad, vendrían á tocar unos DOCE REA-
lyES DIARIOS á cada familia compuesta de
cuatro individuos: esto en un país de los más
favorecidos por la naturaleza, y de los más prós-
peros y adelantados. En España, más pobre,
no puede tocar á tanto. Pero supongamos (no
te olvides de que no es más que una suposi-
ción), supongamos que entre nosotros también,
CARTAS A t"X OBRERO 4_^
distribuida con igualdad la renta, cada fami-
lia de cuatro personas tiene tres pesetas diarias.
Esta condición de distribuir con igualdad
para que toque á tanto, es imposible de lle-
nar: y esto por causas de diversa índole, que
están en la naturaleza de las cosas; es decir,
que son leyes eternas. Pongamos algún ejem-
plo.
Si han de tener los mismos doce reales dia-
rios el peón que mueve la tierra para ex-
traerla de un túnel, el picapedrero que labra
la piedra de un puente, y el ingeniero que
dirige ambas obras, aunque se prescindiera
I que no se puede) de la injusticia y el
absurdo, con ese corto salario el ingeniero
no podría adquirir los libros y los instrumen-
tos, sin los cuales es imposible la obra. Lo
propio sucede al que está al frente de la ex-
plotación de una mina, al que construye,
monta y dirige una poderosa maquinaria, y
al piloto que conduce su nave al través de
los mares, y que se estrellaría indudablemen-
te, ó no llegaría nunca al puerto, si sólo pu-
diera disponer de tres pesetas cada día. Pero
con semejante salario, distribuido con infle-
xible igualdad, ni ingeniero ni piloto son po-
sibles, porque, por regla general, que puede
contar muy pocas excepciones, sus padres han
tenido que emplear un capital para mantener
al joven fuera de su casa, ó aun en ella, pa-
garle maestros, libros, instrumentos, etc. To-
do hombre instruido, cualquiera que sea la
carrera que siga, supone un capital empleado
44 ou;s\< :a; dona conciípcion arenal
en su instrucción, capital mayor ó menor,
pero que excede siempre de las economías
que puede hacer una familia de cuatro perso-
nas cuyo haber es de doce reales diarios.
Si no hubiera ingenieros y pilotos, y quí-
micos y arquitectos, etc., sería imposible toda
construcción, toda fabricación, toda industria
y todo comercio; la sociedad sería entonces
muy pobre; y no doce, pero ni cuatro ni dos
reales correspondería á cada familia. Así, la
retribución desigual es un elemento material
indispensable de progreso y de riqueza. Esta
condición necesaria es justa cuando no pasa
de ciertos límites, porque si eres oficial de al-
bañil y trabajas bien en tu oficio, no te pa-
recerá razonable que te paguen lo mismo que
al simple peón, ni aun que al peón de mano.
Tú trabajas no sólo con las tuyas, sino con tu
inteligencia; has necesitado un apredizaje más
largo; tu responsabilidad es mayor; necesitas
más instrumentos: razones todas por las cua-
les es justo que se te pague más. SI en lugar
de dar un salto del ingeniero al que cava la
tierra, subes poco á poco la escala gradual
de operarios, á medida que trabajan más y
mejor, la diferencia de retribución que te pa-
recería un exceso, te parecerá una cosa equi-
tativa.
No es esto solo: el que se dedica á trabajos
mentales tiene necesidades, verdaderas y más
caras que las del que trabaja solamente con
las manos ó haciendo intervenir muy poco la
inteligencia. El pintor, el músico, el letra-
C.\RXAS A UN OERKKO
do, el hombre de ciencia, en fin, que i)asa
el día con el cuerpo inmóvil y en gran ten-
*sión el espíritu, es imposible que duerma en
la dura cama del cavador, ni coma el alimen-
to grosero que sazona el buen apetito del que,
ajeno á meditaciones profundas, se entrega
á un trabajo corporal; ni que sea tan fuerte
como el bracero para sufrir la intemperie, ne-
cesitando, por consiguiente, más precauciones
contra los rigores del frío y del calor, etc. Si
del descanso, del alimento y del vestido pasa-
mos á las distracciones, que son también una
A'erdadera necesidad del ánimo, son más ca-
ras á medida que el nivel intelectual sube
más. El cuadro que encanta al bracero, la
música que le deleita, son una verdadera
mortificación para el hombre de una educa-
ción superior.
Resulta, pues, que con los doce reales por
familia, aun suponiendo que á tanto le quepa
distribuyendo con igualdad la renta social, no
puede haber los ahorros necesarios para cul-
tivar las inteligencias que necesita una civi-
lización bastante adelantada, hasta producir
esa riqueza, que bajaría más y más si la dis-
tribución por igual se hiciese, hasta quedar
reducida la sociedad al estado salvaje; es de-
cir, á la miseria de todos.
Pero semejante distribución, aunque no
fuera incompatible con la civilización, aunque
no fuera imposible, económicamente hablando
lo sería, dada la naturaleza del hombre, sus
vicios, sus veleidades y aberraciones, que le
46 ÜIÍKAS DE DOÑA CONCKPClüN ARKNAL
llevan á pagar más al que le divierte y tal
vez le extravía, qne á quien le enseña y pre-
tende corregirle. Y esto lo hacen todas las
clases; lo mismo el gran señor que paga lar-
gamente las piruetas de una bailarina, que
tú que contribuyes á que un torero gane más
en una semana, que en un año un hombre
de ciencia. Pero no anticipemos consideracio-
nes que estarán mejor cuando tratemos de la
igualdad, y limitémonos á convencernos de
que la pobreza no es cosa que se puede evitar.
Aunque la repartición de la renta social
se hiciera por partes iguales, con tres pese-
tas diarias ninguna familia es rica; y para
no caer inmediatamente en la miseria, nece-
sita que la madre sea económica, que el pa-
dre no vaya á la taberna y que los hijos no
quieran Uevar lujo, ni asistan con frecuen-
cia á espectáculos y diversiones. Mas como
hemos visto que esta repartición igual para
todos, aun no mirando la cuestión más que
bajo el punto de vista económico, es imposi-
ble, teniendo unas familias más, otras mucho
más de doce reales diarios, resulta que un
gran número deben tener menos, y que la
ley de la humanidad, aun en las mejores con-
diciones y para los que pueden y quieren
trabajar, es la pobreza.
Hay quien te dice: La producción es inde-
finida, puede serlo. Mira las cosas de cerca,
Juan; mira lo que pasa en tu casa y en la ve-
cindad, y verás si el hombre no tiene más
dificultad para producir que para consumir.
CARTAS A I N OHRÜKO 47
y si la población no crece con los medios de
subsistencia, de modo que, aunciue la renta
sea más, es también mayor el número de
aquellos entre quienes ha de distribuirse. Gra-
cias á Dios, el nivel del bienestar sube, y
esto quiere de'nr, ó que la distribución es
mejor, ó, que ^a producción ha crecido más
que la pol)lación, y de todos modos hay pro-
greso. Pero este progreso no es tanto que des-
truya la ley de pobreza, por la cual la huma-
nidad necesita trabajo y templanza para cii-
brir sus necesidades y para no caer en la mi-
seria. Por mucho que el nuuido avance, la
ley quedará la misma. Si los medios crecen,
las necesidades crecerán en i:)roporción, y siem-
pre el hombre habrá de trabajar para pro-
porcionarse lo que juzgue neeesario, y ten-
drá que contenerse i)ara que no llegue á fal-
tarle por haber gastado en lo superfino. La
observación de una familia deja en el ánimo
este convencimiento, y el estudio más ele-
vado de la naturaleza humana le confirma,
porque el hombre, sin trabajar y sin conte-
nerse, se deprava y se extenúa, y he aquí
la ley de pobreza y templanza, escrita, no
por los economistas en sus libros, sino por el
Criador en la organización de sus criaturas.
No soy aficionada á citas, pero voy á hacer-
te una, Juan, porque es notable; atiende.
((Así el Criador, sometiéndonos á la necesi-
dad de eomer para vivir, lejos de prometer-
nos la abundancia, como lo pretenden los epi-
cúreos, ha querido conducirnos paso á paso
48 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
á la vida ascética y espiritual; nos enseña
la sobriedad y el orden, y hace que los ame-
mos. Nuestro destino no es el goce, diga lo
que quiera Arístipo. No hemos recibido de
la naturaleza, ni por medio de la industria
ni del arte podríamos todos proporcionarnos
medios de gozar, en la plenitud del sentido
que da á esta palabra la filosofía sensualista,
que hace de la voluptuosidad nuestro fin y
soberano bien. No tenemos otra vocación que
cultivar nuestro corazón y nuestra inteligen-
cia; y para ayudarnos á ello y obligarnos en
caso necesario, nos ha dado la Providencia
la ley de pobreza. Bienaventurados los pobres
de espíritu. Y he aquí también por qué, según
los antiguos, la templanza es la primera de
las cuatro virtudes cardinales; por qué en
el siglo de Augusto, los filósofos y poetas de
la nueva era, Horacio, Virgilio, Séneca, ce-
lebraban la medianía y predicaban el despre-
cio del lujo; por qué Jesucristo, con un estilo
aun más conmovedor, nos enseña á pedir á
Dios por toda fortuna el pan de cada día.
Te dos habían comprendido que la pobreza es
el i>rincipio del orden social y nuestra única
felicidad aquí abajo
» Donde quiera se llegara á esta conclusión,
de la que sería de desear que nos penetráse-
mos todos: que la condición del hombre so
bre la tierra es el trabajo y la pobreza; su vo-
cación, la ciencia y la justicia la primera de
CARTAS A UN orr:;i;o 49
sus virtud(;s, la templanza. Vivir con poco,
trabajando mucho y aprendiendo siempre: tal
es la regla...»
Probablemente, Juan, te figurarás que esto
lo ha dicho algún santo de los primitivos
tiempos de la Iglesia, algún cenobita ó misio-
nero cristiano. Nada de eso; las palabras que
te he copiado son de un hombre descreído, de
un socialista, de un enemigo de la propiedad,
de un apóstol de esa especie de panteísmo so-
cial que quiere que el ser colectivo absorba al
individuo; de Proudhon, en fin, inteligencia
superior, especie de caverna inmensa y encan-
tada, donde á la vez se engendraban mons-
truos y había ecos para las voces divinas.
Aquel elevado talento, puesto tantas veces
al servicio del error y del sofisma, se emanci-
paba otras, y rompía lanzas por la verdad.
Cuando vemos las tiendas de lujo, y las
casas suntuosas, y los trenes brillantes, á ti
y á mí y á otros nos ha ocurrido alguna vez
esta idea: si se distribuyese bien tanta ri-
queza, no habría pobres. Es una equivoca-
ción, de que salimos por una sencilla opera-
ción de aritmética; es decir, dividiendo la
renta de los ricos por el número de los po-
bres. Y no es esto decir que sea indiferente
el modo de distribuir la riqueza; no, y mil
veces no. Sobre esto hay bastante que decir
y mucho que hacer; pero la mejor distribu-
ción debe tener por objeto extinguir la mise-
ria, no la pobreza, que es de ley económica
y moral, que no es una desgracia, y que du-
5o OBRAS DIÍ DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
rara tanto como el mundo. Insisto sobre este
punto, porque importa mucho que veas cla-
ro, Juan. Importa mucho que cuando te pre-
diquen la rebelión, ofreciéndote un cambio
de fortuna, recuerdes que en un país de los
más favorecidos por la naturaleza y de los
más adelantados en civilización, distribuyen-
do la renta por igual, no tocaría más que á
razón de tres pesetas por cada familia de cua-
tro personas; que con la distribución por igual
es imposible la civilización, el progreso, y
esa riqueza misma cuya repartición por igual
se pide. La ley de la humanidad es el traba-
jo, la pobreza, la templanza; lo demás son
sueños, de (pie se despierta de una manera
muy triste, mm' horrible á veces.
Lo imposible no se lleva á cabo aunque lo
pretendan millones de brazos armados, impul-
sados por millones de espíritus esforzados y
generosos; hay una fuerza superior, que se
llama la fuerza de las cosas, y no es otra que
la ley económica y la ley moral, tan inelu-
dibles como las leyes físicas. Esta fuerza te
saldrá al paso siempre que pretendas que
sea la regla la riqueza, que no puede ser
más que una excepción, no digna de ser en-
vidiada, por cierto, porque si el árbol se ha
de juzgar por sus friitos, suelen ser bien amar-
gos los que ella produce.
sMs e^ ¿AVs 6^^.=: eiVi aAs ¿As eA^ ofo zJ^ eJ^ eAs ¿4ii ¿físs ¿ílvá eAa
egj e^>j «As t/^V» e/^i «X» eA-j «As a/Ks «ÍFj a/Jj eA* JR» eMs Jtt e,J»
CARTA QUINTA
Que la llag-a que conviene curar es el pauperismo, el
cual no es cosa m.isva ni calamidad creciente.
Apreciable Juan: Persuadirte que no debes
recurrir á la violencia, porque á nadie perju-
dica tanto como á ti; desarmar, no solamen-
te tu brazo de hierro homicida, sino tu ánimo
del odio 5^ la pasión, que no deja ver con cla-
ridad las cosas; comprender que la pobreza,
ni se debe temer, porque no es un mal, ni se
puede evitar, porque es de ley económica, 3^
dar á la moral la importancia que tiene en la
prosperidad de los pueblos, porque es cierto
lo que alguno ha dicho, que la virtud es un
capital; estos puntos, tratados aunque breve-
mente en mis anteriores cartas, forman una
especie de introducción que juzgo necesaria
al asunto que nos ocupa, y en el que pode-
mos hoy entrar de lleno preguntándonos: ¿Qué
llaga social debemos curar?
Nuestra respuesta está dada de antemano:
el grave mal que hemos de combatir es la
miseria física y moral; la miseria, que, cuan-
do es permanente y generalizada en una clase
52 OBRAS ni; dona concepción arknai.
numerosa de un pueblo culto, se llama PAU-
PERISRIO.
Dícese que el pauperismo es un fenómeno
de nuestra civilización, que antes había po-
bres, pero que no había pauperismo. Importa
mucho saber si es cierto, porque, á ser ver-
dad, sería la más desconsoladora.
En los pueblos primitivos, que viven de
la caza y de la pesca, todos los individuos son
miserables; el pauperismo es la condición so-
cial: el pobre inglés socorrido por su parro-
quia, que recibe entre otras cosas té y azú-
icar, sería allí un potentado, y una gran for-
tuna la cama de un hospital, que es hoy la
mayor desdicha. Si en los pueblos salvajes la
miseria es" permanente y general, ¿cómo se
dice que no se conoce en ellos el pauperismo?
La sociedad da un paso más; se hace pas-
tora, y agricultora después. En vez de inmo-
lar en la guerra á todos los prisioneros, re-
serva algunos, ó muchos; los hace esclavos y
los dedica á guardar los rebaños, á cultivar la
tierra, etc.; á todas las labores penosas. Se
ha dicho y repetido no ha mucho por im hom-
bre de superior talento, que la esjclavitud es
preferible al proletariado. Si fuera posible de-
sear que hubiera un solo esclavo en el mun-
do, habríamos deseado que arrastrase la cade-
na quien tal afirma, y no tardaría en retrac-
tarse solemnemente. Entre los esclavos, como
entre las bestias de carga, no hay pauperismo,
hay inmolación; sucumbe el niño por falta
de cuidados, la mujer y el hombre enferman
CARTAS A UX OBKKRO 53
y envejecen antes de tiempo por exceso de
fatiga, y se abandona de derecho al anciano
en una isla para que perezca allí, ó de hecho
se le deja morir cuando ya no sirve para nada.
Hay progreso. El esclavo se convierte en
siervo; disfruta una especie de libertad, que
puede compararse con la del pájaro en su
jaula: tiene algunos movimientos libres en
la tierra de que no puede separarse, y que
cultiva para su señor, el cual le impone las
condiciones más duras y más humillantes. La
sociedad feudal se ha pintado por algunos con
los más halagüeños colores. Para asunto de
novelas, era bella, y un innegable progre-
so, com.parada con la que la precedía; pero el
que desapasionadamente busca la verdad en
la historia, ve rapiñas, violencias y miserias,
y ve el pueblo siervo, poco menos desdichado
que el pueblo esclavo.
Esos señores que en su castillo eran la
providencia de sus vasallos, son sueños de
poetas: la realidad es que expoliaban y eran
opresores, y esto se ve claro en las amonesta-
ciones de los Papas y Con^cilios, cuya repeti-
ción revela la ineficacia; en las leyes, tanto
civiles como criminales, diferentes según se
aplicaban á los ricos y los pobres, y tan in-
justas y crueles para éstos; y en la miseria,
que no se tomaba en cuenta por el desdén
que inspiraban los que la padecían, pero
que se revelaba en proporíciones horrendas,
cuando algún desastre venía á ponerla de
manifiesto.
54 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN AREN.M,
La brevedad con que me he propuesto es-
cribirte, Juan, no me permite citarte aquí
textos de leyes, resoluciones de Concilios y
de Papas, ni relatos de historiadores; voy, no
obstante, á copiarte lo que dice uno descri-
biendo los horrores del hambre en esos siglos
en que dicen que no había pauperismo.
((El género humano parecía amenazado de
una próxima destru.cción; los elementos fu-
riosos, instrumentos de la venganza divina,
castigaron la insolencia de los mortales. Los
grandes, como los pobres, estaban pálidos de
hambre; la rapiña no era ya posible en la pe-
nuria universal. Pero entonces se vieron otros
horrores. Los hombres devoraban la carne de
los hombres: ya no había seguridad para los
viajeros; los desdichados que huían del ham-
bre eran devorados por los que los hospeda-
ban; hasta se desenterraban los cadáveres. No
tardó en ser como una costumbre recibida ali-
mentarse con carne humana, que se vendía
en el mercado.» Glaber, de cuya crónica tomo
esto, refiere que él asistió á la ejecución de
un hombre que había degollado cuarenta y
OCHO personas para comérselas.
Esto nos parece hoy imposible, y estamos
dispuestos á calificarlo de invención; pero si
cuidadosamente estudiamos la penuria y la du-
reza de los tiempos feudales, un hambre de
tres años, que es la que describe Glaber, de-
bería dar lugar á los horrores que refiere, y
que prueban el estado miserable de una so-
ciedad que á tales extremos se ve reducida.
CARTAS A T'N OiíKJÍKt) 5¿
¿No habría pauperismo en pueblos donde eran
.íírandc la miseria, grande la opresión, des-
igualmente distribuida la riqueza, y donde la
propiedad constituía un privilegio á que en
vano aspiraba el que al nacer no había sido
favorecido por la fortuna, por más que fuera
inteligente y trabajador? El gran número de
hospitales, hospicios y demás fundaciones be-
néficas debidas al espíritu cristiano, prueban
la falta que hacían; 3^ la despoblación de los
países en que había esclavos y siervos, prueba
que allí la miseria era general, y que había
pauperismo. Lo que no había era derecho ni
aliento para quejarse; lo que no había eran
entrañas en la sociedad para conmoverse con
los quejidos. Nadie tomaba en cuenta la mi-
seria del esclavo, del siervo; en ella moría;
su silencio era uno de los derechos del señor,
y todo grito se sofocaba en la sangre del que
lo había dado.
En medio de la obscuridad en que queda
la suerte de los miserables en los pasados
siglos, hay algunas ráfagas de luz en la his-
toria, al través de las cuales pueden vislum-
brarse sus dolores. Las insurrecciones arma-
das y repetidas de muchos miles de mendigos;
la frecuencia con que las asambleas se ocu-
paban en la mendicidad; las leyes para extir-
parla, crueles hasta el punto de imprimir al
mendigo vagabundo las penas de palos, ex-
posición, mutilación, y hasta el último supli-
cio: estos hechos generalizados, ¿no prueban
claramente la existencia del pauperismo?
c¡6 OBRAS DK DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
Cuando el legislador se arma de tal modo y
se ocupa con tal frecuencia de un mal, ¿no
es prueba evidente de que está generalizado
y es profundo?
Ahora, sean mil veces gracias dadas á Dios
y á los hombres buenos, ahora los pobres se
quejan, y sus a5^es hallan eco en los corazo-
nes de las personas bien acomodadas; ahora,
los que por su posición social están lejos de
la miseria, se acercan á ella por los senti-
mientos de su corazón, cuentan sus víctimas,
lloran sus dolores, investigan sus causas, bus-
can para ellas remedios, y levantan muy alto
la voz, ya dolorida, ya indignada, para pro-
nunciar un terrible memento. Se han escrito
miles de libros en estos últimos tiempos gi-
miendo sobre la miseria, poniéndola de ma-
nifiesto, procurando combatirla, y las mismas
instituciones creadas para aliviarla tienen que
contar sus víctimas. El mal se hace notar
más, no porque es mayor, sino porque hay
quien le investiga y quien le denuncia. Donde
no existen médicos, ni medicinas, ni asisten-
cia de ningún género, no se sabe de los en-
fermos hasta que son cadáveres. No recuerdo
qué autor ha dicho que nadie sospechaba el
gran número de sordo-mudos que había en
Francia hasta que se han abierto colegios para
recogerlos y educarlos. ¿Se dirá que esta en-
fermedad es moderna, porque hasta ahora los
enfermos sucumbían sin que nadie los contase?
Algo semejante sucede con todos los desvalidos.
Lo que hoy se considera como el estado
CAUTAS Á UN OliKEKO 57
más lastimoso: carecer de camisa, de calzado
y de cama, era la situación ordinaria de los
pobres en esos siglos en que se dice que no
había pauperismo. Ahora mismo, cuando en
Madrid, por ejemplo, alguna persona carita-
tiva acoge bajo su protección á una familia
necesitada, le causa gran pena saber que no
tiene sábanas, y uno de sus primeros cuida-
dos es proporcionárselas. No tiene sábanas en
la cama, es como decir: Se halla en el último
grado de miseria. Mientras así se juzga en
la capital, hay en ciertas provincias muchas,
muchísimas aldeas y lugares, cuyos vecinos
en su mayor parte no tienen sábanas, donde
no se las dan á sus servidores las familias re-
gularmente acomodadas, y donde, para enca-
recer las ventajas de servir en una casa, se
dice que da sábanas á los criados. Si se hace
una estadística, aparecerá entre los miserables
que forman en las filas del pauperismo, el
que en la capital recibe de la caridad sábanas,
y no el que duerme sin ellas en la aldea.
Hete hecho, y otros muchos análogos que
pudiera citarte, te hará comprender que la
miseria puede existir y existe sin que nadie
la compadezca ni hable de ella, ni la note,
y que el abatimiento y la resignación del que
la sufre, combinados con la indiferencia del
que podía consolarla, dan por resultado el si-
lencio de la historia. Alguna vez los misera-
bles, aconsejados por la desesperación, se le-
vantan, luchan y sucumben; hay guerra, pero
no hay cuestión social, porque ni derecho se
58 OBRAS DE DONA CONCKPCIÓN ARENAL
concede á los rebeldes, ni compasión inspi-
ran los vencidos, ni se ve allí más que un caso
de fuerza que con la fuerza se vence. Para que
las miserias de la multitud sean una cuestión,
es preciso que las compadezcan y las sientan
los que no son miserables, los que han culti-
vado su inteligencia, y la llevan como una
santa ofrenda al templo del dolor, y se arman
con ella para combatir por la justicia. Creo
que te lo he dicho ya, y es posible que te
lo vuelva á decir, porque poco importa la mo-
notonía de la repetición, y mucho que no ol-
vides que de las filas de los señores han sali-
do los defensores de los pobres, los que en
estudiar los medios de aliviarlos han gastado
su vida, ó la han sacrificado en el patíbulo
y en el campo de batalla.
A medida que ha ido habiendo manos ben-
ditas que se presten á curarlas, se han ido
revelando las llagas sociales; y como esos ni-
ños que se han lastimado y no lloran hasta
que ven á su madre, el pueblo no ha empe-
zado á quejarse hasta que la sociedad ha teni-
do entrañas para compadecerle. Hay un dere-
cho del que nadie te habla, que no está con-
signado en nigún código, el derecho á la com-
pasión; derecho que, sin proclamarle, invoca
el que padece, y que sin reconocerle sanciona
el que consuela; derecho bendito y santo, sin
el cual es probable que nunca se hubiera re-
conocido la justicia de los débiles.
Al sostener que el pauperismo es un fe-
nómeno de nuestra civilización, se citan nú-
CARTAS \ UN OBRERO 59
meros, y es, por desgracia, grande el de los
que sufren en la miseria; pero aunque en ab-
soluto excediera al de otros tiempos, que no
lo creo, siempre sería menor, proporción guar-
dada con el de habitantes, aumentado éste
en términos de que una ciudad cuenta hoy
más que había antiguamente en todo un reino.
Y no sólo se aumentan con la población los
miserables, sino que se agrupan generalmen-
te en las grandes poblaciones, donde su des-
dicha puede ser más notada.
La mortalidad decrece en términos de que
liay pueblos como Londres, donde en poco
tiempo ha disminuido una mitad: ¿y se quie-
re sostener que la miseria aumenta? Es como
afirmar que cuatro y cuatro son seis.
Un título de gloria para la civilización se
convierte en un capítulo de cargo. Las filas
de la miseria están en su mayor parte forma-
das por ancianos, enfermos, achacosos, niños
abandonados; por los débiles, por los que no
pueden trabajar, ó cuyo trabajo es insuficien-
te. En ios pueblos salvajes ó bárbaros nada de
esto existe; los débiles sucumben infaliblemen-
te: no hay para ellos miseria, hay exterminio.
Resulta, pues, para mí muy claro, y qui-
siera que para tí lo fuese también:
i.° Que el pauperismo no es un fenómeno de la
civilización, sino una desdicha de la humanidad.
2." Que la civilización le disminuye en vez
de aumentarle, circunscribiéndole más ó me-
nos, pero circunscribiéndole siempre á una
parte de la sociedad, cuando en el estado sal-
6o OBKAS DE DOÑA CONCKPCIÓN ARKNAI,
va je se enseñorea de todo, y en el estado de
barbarie muy poco menos.
2,." Que en la historia no aparece á prime-
ra vista con toda claridad y con la exten-
sión que realmente ha tenido, porque sus víc-
timas sufrían y morían en el silencio, abati-
das ó resignadas, y vistas con indiferencia por
los que debían auxiliarlas; además no se lla-
maba miseria lo que hoy se califica de tal.
4.° Que habiéndose humanizado el hombre,
sintiendo más los que sufren y los que pue-
den consolar, el miserable se queja bastante
alto para que se le oiga; el compasivo repi-
te el ¡ ay ! doliente, que halla -miles de ecos;
este dolor, ignorado ayer, se publica ho}'-, se
estudia, se compadece, y hasta se explota,
convirtiéndole los fanáticos y los ambiciosos
en arma de partido contra los Gobiernos que
quieren derribar. Desde que el pueblo ha em-
pezado á llamarse soberano, como todos los
soberanos, tiene sus aduladores.
S-"" Que habiendo tenido la población un
extraordinario incremento, los pobres se han
multiplicado también, y agrupándose en los
grandes centros, se hacen más visibles.
¿Concluiremos de todo esto que las cosas
están muy bien como están; que no hay mo-
tivo sino para congratularnos, y que nada
resta que hacer? No, no, mil veces no. El pau-
perismo, la miseria física y moral, existe en
grandes, en horribles proporciones. Que todo
el que tiene entrañas la sienta; que todo el
que tiene inteligencia piense en los medios de
CARTAS \ UX OURIÍRO 6 1
atenuarla; que todo el que tenga lágrimas
la llore. Te digo con verdad, Juan, que las
mías corren al escribir estas líneas, y obscu-
recen la luz de mis ojos, pero no la de mi
entendimiento, hasta el punto de confundir
las cosas, de modo que vea el pauperismo
creciente, á medida que crece la prosperidad
de las naciones. Esto podrá ser cierto, si aca-
so, en un momento de la historia, en un país
dado y por circunstancias especiales, pero de
ningún modo es un hecho general, ni menos
una ley económica.
porque las desdichas de la humanidad son
grandes, pero no nos desesperemos creyendo
que son cada vez mayores, porque entonces,
¿quién tendrá ánimo para trabajar en comba-
tirlas? Bajo la mano de Dios, é inspirado por
í)l, mejora el hombre su suerte sobre la tie-
rra; pero las pasiones y los errores oponen
de continuo obstáculos á su marcha, y por
eso es el progreso tan lento.
Aflijámonos, sí, aflijámonos profundamente,
■ Bajo la mano de Dios, te digo, y tú repli-
carás tal vez: ¡ siempre Dios ! vSiempre, amigo
mío. No es mucho que una mujer le invoque,
le implore y le sienta, cuando una de las in-
teligencias más poderosas, y uno de los espí-
ritus más rebeldes, Proudhon, decía: (¡Estu-
diando en el silencio de mi corazón, y lejos
de toda consideración humana, el misterio de las
revoluciones sociales, Dios, el gran desconoci-
do, h'a venido á ser para mí una hipótesis, quiero
decir, un instrumento necesario de dialéctica.))
'y^Vp e^J^s c'/Va e-tvvS ^^s a^As e^A'5 sx^^v^ c2y¿^^ a/A^s e.fl,Vs t/AVs a/j^a a/¿vs e/^-s e^^5
'A^ a4v9 e^ e*í> c^^ a*s c/lVs a'i>.9 e^^s e^j aXs tfj eVfi oAU e^tj •jA-s
CARTA SEXTA
Causas de la miseria.— Palta de trabajo.
Apreciable Juan: En mi carta anterior he
procurado demostrarte que el pauperismo es
una desdicha de la humanidad, no un fenó-
meno de la civilización, lo cual, por el con-
trario, le aminora. Importa persuadirse de es-
ta verdad consoladora, para no desesperar de
la humanidad y tener fuerzas y emplearlas
en buscar algún remedio, algún consuelo si-
quiera á sus agudos dolores. Sus males son
grandes, muy grandes, pero lo han sido más:
trabajemos sin descanso y con fe en dismi-
nuirlos cada día. Si imitáramos, como podía-
mos y debíamos, al que pasó haciendo bien:
si tan lejos de locas esperanzas como de la
desesperación culpable y cobarde, cerrando los
oídos á la voz del egoísmo, pusiéramos en ac-
tividad las nobles facultades que de Dios he-
mos recibido, cada cual en la medida de sus
fuerzas, toda generación, al extinguirse, po-
dría decir á la que la sigue: Te dejo ¡a humani-
dad un poco mejor y un poco menos desdi-
chada que la he recibido,
64 OBRAS DE PONA CONCEPCIÓN ARENAL
Para conocer el pauperismo, sin lo cual os
imposible hallar para él remedio ni paliativo
alguno, lo primero es estudiarle, analizarle,
ver de qué elementos se compone y cómo
existe. Comprendo que semejante estudio tie-
ne, entre otros desagrados, el de aparecer co-
mo una cosa trivial y que todo el mundo sabe;
pero está lejos de ser indigno de una inteli-
gencia, aunque sea elevada, profundizar esas
cosas que saben todos, agruparlas, y sacar
de ellas consecuencias que la pasión y la
soberbia han obscurecido. ¡ Cuántas veces el
genio necesita tocar á la tierra para fortalecer-
se y recibir las inspiraciones del sentido co-
mún, que sirven de freno á sus delirios !
En cuanto á mí, Juan, lejos de disgustarme
el que no halles novedad en las cosas que
te voy á decir, me complace altamente que
sepas unas, que caigas en la cuenta de que
sabías otras, sólo que no te habías parado á
reflexionar sobre ellas, y que puedas com-
probarlas todas, sin más que recurrir á tu
memoria, ó hacer una visita á los cuartos de
la casa de vecindad donde habitas.
El pauperismo es miseria; la miseria se com-
pone de miserables, que lo son: i.°, por falta
de trabajo; 2.", por no poder trabajar; 3. .
por no querer trabajar; 4.°, por imperfección
del trabajo; 5.", por mal empleo de la remunera-
ción; 6.", por insuficiencia de la remuneración.
La falta de trabajo puede ser permanente
ó temporal, y lo propio sucede con la imposi-
bilidad de trabajar.
CARTAS Á UN OBRERO 65
El negarse al trabajo puede provenir de
crimen, de vicio ó de vanidad.
La imperfección del trabajador puede ser
efecto de mala voluntad, de falta de instruc-
ción ó de natural ineptitud.
El mal empleo del fruto del trabajo puede
ser por conducta viciosa ó por falta de cir-
cunspección.
La insuficiencia de la remuneración puede
ser efecto de las muchas obligaciones, ó de
la carestía de las cosas necesarias á la vida, ó
de lo crecido de los impuestos.
Te haré un pequeño cuadro, para que de
un golpe de vista puedas hacerte cargo de las
causas que producen la miseria.
C Por 110 haber que hacer.
Falta de trabajo ' Por falta de cnpitnl.
{ Por emplearse ei capital
en especulaciones que
no dan trabajo.
í Por enfermedad.
Imposibilidad de tra-) Por vejez.
bajar | Por niñez.
[ Por atenciones imprescin-
dibles.
C Por crimen.
Negarse á trabajar — ' Por vicio.
[ Por vanidad.
, r . . I , i ( Pf'T mala voluntad.
Imperfección del tra- p,.^ ignorancia,
'rajador ^ p^r falta de aptitud.
C Por crimen.
Mal empleo del salario' Por vicio.
{ Por ligereza.
( Porque es corta.
Insuficiencia de la re-j Por carestía.
muneración | Por m. chas obligaciones.
[ Por lo crecido de los im-
puestos.
66 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
Todas las personas miserables verás que han
caído cu la miseria por alguna de las causas
arriba señaladas ó por la combinación de va-
rias. Empecemos nuestro estudio por
LA FAI/IW DR TR A 13 AJO
Las olas embravecidas del mar inmenso, que
destrozan y tragan los navios poderosos, obra
la más admirable del genio del hombre, es-
tán constituidas del mismo modo, obedecen
á la misma ley, que esas casi imperceptibles
que levantan en el agua de tu jofaina si la agi-
tas. Del propio modo, las leyes económicas
de los mercados de Londres y Nueva- York
son idénticas á las que rigen el puesto de
verdura del portal de tu casa. Importa mu-
cho que comprendas bien esto, Juan, por-
que si estuvieras persuadido de la identidad de
ciertos fenómenos económicos, y de que lo
que es absurdo en tu casa ó en tu vecin-
dad, lo es igualmente en todas las casas, en
todos los palacios, en el nmndo todo, tu
buen sentido habría puesto en su lugar ciertas
teorías que no te han engañado sino por el dis-
fraz de la fraseología científica, y por la su-
posición de que los fenómenos en grande
escala, que no puedes observar, no son esencial-
mente idénticos á los que ves todos los días.
Las cosas pasan en el mundo lo mismo que
en tu barrio, por lo que toca al asunto que
nos ocupa, y alrededor tU3''o y muy cerca
CARTAS Á UN OBRERO 67
tienes pruebas de si es verdad ó mentira la
regla ó ley que te dan por universal.
Suponiendo que no olvidarás esto, vamos
á ver qué se necesita en tu casa, en tu pueblo,
en el mundo todo, para que ha5^a trabajo;
pero antes es menester que nos fijemos bien
en lo que es trabajo. A mi parecer, puede
definirse así:
Un esfuerzo inteligente y sostenido
QUE PRODUCE UN RESULTADO ÚTIL. Esta defi-
nición te hará comprender el absurdo, muy
generalizado, de llamar trabajadores solamente
á los que trabajan con las manos.
En primer lugar, con las manos solamente
nadie trabaja, porque en el trabajo más mecá-
nico entra siempre cierta cantidad de inteli-
gencia, así como en el más elevado hay siem-
pre algo material.
Trabajan igualmente el que hace una teja
y el que hace una ley; el que cepilla una ta-
bla y el que corrige un verso; el que amasa ti
mortero y el que combina los sonidos para
producir una melodía; el que lleva una ca-
milla y el que estudia los medios de aliviar ó
curar al enfermo; el que construye un muro
para encauzar la corriente de un río, y el
que medita sobre el modo de contener el des-
bordamiento de las pasiones humanas. Estos
trabajos, que hasta ^ aquí no has tenido por
tales, y que ahora mismo te parecen muy có-
modos, son á veces los más penosos, y puedes
cerciorarte de ello por lo mucho que gastan
la vida del trabajador, envejecido antes de
68 OBRAS UE VI ■\\ I. ;).\C¡;i'CIÓN ARENAL
tiempo sobre sus libros. Sabes del albañil que
se cae de lUi andamio y muere de resultas del
golpe ó qr.n'a inútil, é ignoras que el estudio
hace tanjl ién sus víctimas, y que en las Es-
cuelas de Caminos y de Minas, por ejemplo,
enfeniKín ó sucumben muchos jóvenes que no
tienen bastante robustez para resistir tantas
fat ■ -;as mentales. No soy sospechosa de indife-
tí.iicia nara con los inválidos del trabajo ma-
rgal: tienen mis simpatías y mis lágrimas
cuando no puedo darles otra cosa, pero iif)
he de negárselas al que cae abrumado por el
trabajo de la inteligencia.
Investiguemos ahora qué se necesita para
tener trabajo, y veremos (¡nc son indispen-
sables estas condiciones.
i.^ Que haya medios de adquirir el instrii-
mento del trabajo y de pagar al trabaja-
dor, ó que el los tenga, si trabaja por su
cuenta.
2.^ Que estos medios puedan y quieran de-
dicarse á este objeto.
3.'' Que haya quien quiera y pueda coniprar
el producto del trabajo.
Supongamos que eres oficial de zapatero.
Para que tengas trabajo es necesario que el
maestro tenga dinero para acopiar material
V üagarte la hechura del calzado, que tarda
n.. '■ ó menos en venderse.
Ks preciso que el maestro crea que vende-
rá la obra en buenas condiciones, porque si
teme que se la roben ó que le deje poca ga-
nancia, aunque tenga capital, se lo guardará
CARTAS A UX OBRKRO 6n
Ó lo dedicará á otra especulación en que espe-
re hallar más seguridad ó más interés.
Es preciso también que haya quien quiera
ponerse zapatos y tenga dinero para pagarlos.
Todas estas condiciones son necesarias igual-
mente, si en lugar de ser oficial trabajas por
tu cuenta.
Ya ves, Juan, que sin material, sin herra-
mienta, sin alimento y sin que haya quien
compre los zapatos, no es posible que tú los
hagas, ni que nadie te mande hacerlos.
Lo mismo sucederá si en vez de zapatos
haces blusas, sillas, panes, sortijas, violines,
memoriales ó comedias: para todo se necesitan
medios de trabajar, comer mientras se traba-
ja y venta de los productos obtenidos.
Otra vez me figuro que al leer esto piensas:
— ¿A qué vendrá decir y repetir verdades tan
sencillas y que todo el mundo sabe? — Viene,
Juan, á que se olvidan ó no se aplican estas
verdades, porque de otro modo no era posible
que te hablasen de derecho al trabajo, ni que
tú creyeses que semejante derecho puede exis-
tir en el sentido de que haya alguno que ten-
ga el deber legal de darte ocupación.
Supongamos que se declara solemnemente
ese derecho, y que tú pides zapatos que hacer,
ó quieres venderlos si los haces por tu cuenta.
¿Y si no hay quien te dé obra? El Estado te
la dará, dicen, en virtud del derecho que re-
clamas. Y si no hay quien quiera ó pueda
comprar los zapatos, ¿qué hará el Estado de
ellos? lyos irá almacenando, y tú trabajarás,
70 OBRAS DE DOXA CONCEPCIÓN ARENAL
no para producir un efecto útil, sino para acu-
mular un producto que de nada sirve, y tu tra-
bajo dejará de serlo para convertirse en ocu-
pación. Tú dirás: zapatos siempre se necesi-
tan. Es cierto, pero no siempre se necesitan
ó pueden pagarse en la cantidad en que pue-
den hacerse.
Si sólo los de tu oficio tuvieran derecho al
trabajo, tal vez sería posible que, haciendo un
sacrificio grande el Estado, aunque no tuvie-
ra despacho, te diera obra y regalara ó tirara
lo que no puediera vender, pero todos los tra-
bajadores, es decir, casi todos los hombres,
tienen el mismo derecho que tú, y piden ocu-
pación en su oficio, su arte ó su ciencia.
En tu casa hay ochenta vecinos: no quie-
ren gastar zapatos, ó no pueden pagarlos, ó
tienen quien se los haga mejores ó más ba-
ratos que tú. En virtud de tu derecho, es pre-
ciso imponerles una contribución para pagar
tus jornales, quieran ó no quieran, hágales
ó no falta tu obra: esto es cómodo para ti.
Pero en la misma vecindad hay un sastre, un
carpintero, un albañil, un cerrajero, un mé-
dico, un abogado, un pintor, una modista,
un músico, un arquitecto, un comerciante,
un ingeniero, etc., etc., hasta ochenta, en fin,
que tienen derecho al trabajo como tú. Es
necesario que pagues la parte de contribu-
ción que te corresponda para satisfacer el sa-
lario de todas estas personas, si es que no
hay quien necesita ó puede pagar sus servi-
cios. ¿Y qué quedará de tu salario después
CARTAS Á UN OKRURÓ ^í
que se saque lo preciso para contribuir al
pago de tantos otros? No alcanzaría, Juan,
puedes estar seguro de ello; porque el dere-
cho al trabajo supone el deber de dar que
trabajar, deber que sólo el Estado puede lle-
nar. Figúrate cómo el Estado ha de hacerse
industrial de toda clase de industrias, y co-
merciante, y vigilar todo lo que se hace y
cómo se hace, y retribuir á cada uno según
su buena ó mala labor, y llevar á todas par-
tes la actividad é inteligencia indispensables
para que los productos se obtengan en bue-
nas condiciones económicas, es decir, para
que no cuesten más de lo que valen.
Entra luego la apreciación de lo que á cada
uno ha de satisfacerse por su obra, según es
mucha ó poca, buena ó mala; cosa fácil de
hacer á un particular é imposible al Estado;
lo que ha de darse á los que no tienen tra-
bajo, porque no se han de crear pleitos para
dar que hacer á los abogados, y herir á las
gentes ó inocularles algún virus para que los
cirujanos no carezcan de ocupación; y entra,
en fin, la parte jjroporcional que á cada tra-
bajador corresponde, porque si á todos se da
lo mismo, nadie querrá hacer lo que ofrece
mayores dificultades, y la sociedad se volve-
ría al estado salvaje.
Para intentar esto, sería preciso que el Es-
tado poseyese todos los instrumentos de tra-
bajo, las tierras que se habrán de cultivar,
las minas que habrán de explotarse, las fá-
bricas de todas las industrias, los barcos des-
72 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
tinados al comercio, los capitales, etc.; en
fin, sería preciso despojar á todo el mundo,
destruir la propiedad.
Si fuera posible, que no lo es, tamaño ab-
surdo, el resultado inmediato de este comu-
nismo sería la ruina del empresario inepto y
puesto en condiciones en que es imposible
prosperar, ó, lo que es lo mismo, del Esta-
do; y esta ruina sería espantosa, porque la
sociedad se hallaría sin recursos, sin capital,
como en los tiempos primitivos, y con una
población llena de necesidades que en ellos
no se conocían, é infinitamente más numero-
sa. Un ensayo se hizo en Francia el año 184S
con los talleres nacionales: acudieron á ellos
los operarios en virtud del derecho al tra-
bajo; se trabajó mal, caro y poco, relativa-
mente; faltó salida para los productos; des-
pués de haber aglomerado los obreros, se ce-
rraron los .talleres; vinieron el hambre, la
desesperación, y aquellas jornadas en que no
hubo tanta vergüenza, pero en que corrió
tanta sangre como en los combates que ha
sostenido la L- inmune. Los grandes apóstoles
del derecho al trabajo procuraron sustraerse
á la responsabilidad de este desastre; ningu-
no quiso confesar que había tenido parte en
los talleres nacionales, y cayeroü á miles las
víctimas de ese pobre pueblo, á quien se en-
gaña con tan poca reflexión ó con tan poca
conciencia. ¿Y qué razones alegaban los sos-
tenedores del derecho al trabajo para conde-
nar el ensayo de París? Todas venían á redu-
CARTAS A UN OBRERO 73
cirse á la falta de oportunidad, como si pu-
diera haberla nunca para realizar lo imposible.
No puede ser lógico el que parte de un
eiror, que de consecuencia en consecuencia
va creciendo hasta saturar las inteligencias
que, á Dios gracias, no tienen una capacidad
indefinida para él, ó hasta estrellarse contra
los hechos, contra el imposible material. El
derecho al trabajo debe ser idéntico para to-
do trabajador; lo mismo para el que hace
caballos de cartón que para el que forma ta-
blas de logaritmos. Pero crear pleitos para
dar que hacer á los abogados que no los tie-
nen; inventar enfermos para que los médicos
tengan á quien curar; remunerar al poeta
cuyos versos nadie quiere oír, parecería un
al-.surdo imposible, y, no obstante, no C3 ni
más ni menos que pagar al sillero para que
haga sillas donde ninguno quiere sentarse.
Cuando veo á un hombre con cara de hon-
rado, coa aspecto digno, con señales de cos-
tarle grande esfaerzo decir: ((Señora, un po-
bre jornalero que no tiene trabajo», te ase-
guro, Juan, que aquella voz me causa un do-
lor profundo; pero he sufrido más, porque la
desdicha es maj^or, al penetrar en una pobre
vivienda, sin fuego ni estera en invierno, y
he visto en ella un obrero de la inteligencia
sin trabajo; á un hombre de grandes conoci-
mientos, de elevadas ideas, que quiere traba-
jar y no halla dónde, y con los suyos sufre la
privación de lo más necesario, y no puede
pedir limosna porque su dignidad se lo impide.
74 OBRAS DE DONA CONCEPCIÓN ARENAÍ.
¿Crees tú que no es también desgarrador es-
te espectáculo ? ¿ Crees tú que si hubiera derecho
al trabajo, debería limitarse á los que trabajan
con las manos, y que Cervantes, Camoens y Pa-
pin no hubieran podido invocarle en su miseria?
Yo sé que es terrible querer trabajar y no
hallar donde: también lo es una enfermedad
dolorosa, y el perder los objetos de nuestro
cariño, y el dejarlos morir, y el ver que se
extravían, y el hallar indiferencia en pago de
amor... La vida está llena de males terribles
é inevitables; negándose á la evidencia de esta
verdad, se corre tras ilusiones, sembrando al
paso dolorosas y á veces sangrientas realidades.
Cuando naturalmente no hay trabajo, es-
pontánea y lógicamente no resulta como una
consecuencia, y nadie tiene la posibilidad ni
I)uede tener el deber de darlo. La ley econó-
mica es inflexible y despide al obrero. ¿Di-
remos con Malthus al hombre, que está real-
mente de más sobre la tierra; que en el gran
banquete de la naturaleza no se ha puesto cu-
bierto para él; que la naturaleza le manda
que se -vaya, y no tardará en poner por sí
misma la orden en ejecución?... ¡No! ¡No!
¡ No ! Si la ley económica es inflexible, queda
la ley religiosa, la ley moral, la ley de amor;
y cuando el jornalero no halla un especula-
dor que le ocupe, puede y debe hallar un
hermano que le consuele y le ampare.
Esta carta se va haciendo muy larga, Juan;
dejaremos para otra el investigar las causas
de la falta de trabajo.
eJka eAVs a/ÁVü eAa eAs eAVs a/Ki. «í/A^"» -iAb a/iVs a/^Vg a/^Vs eyAVg eVAVa eV^Vi ey*síi
Mkj eXvi «As Jia ^ nJ^j) í-|j 5y|j íts s-iU «^J.? e4Vs e*3 eMs e^^ eXj
CARTA SÉPTIMA
Continuación de la anterior.
Apreciable Juan: Hemos visto que cuando
naturalmente hay trabajo es un hecho, y
cuando no le hay, no puede ser un derecho,
porque nadie tiene derecho á lo imposible.
Tú me dirás tal vez: Yo he visto promover
obras piiblicas para dar trabajo. Es cierto, y
la objeción merece que nos detengamos un
momento en ella.
Hay casos de escasez, de epidemia, de pe-
nuria, en que el hambre amenaza hacer mu-
chas víctimas, ó en que peligra el orden pú-
blico. Entonces se promueve una obra para
que los miserables no se mueran en la mi-
seria ó maten desesperados. Si la obra es útil,
y el Estado ó la corporación que la promue-
ven tienen fondos ó pueden proporcionárse-
los con un interés moderado, el trabajo está
la necesidad no ha hecho más que vencer el
en condiciones económicas, es beneficioso, y
descuido, la inercia, ó, como tantas veces su-
cede, inspirar un pensamiento que sin ella
no hubiera ocurrido.
76 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
Si la obra no es útil, ó no lo es tanto que
pueda compensar los sacrificios pecuniarios
indispensables para llevarla á cabo; si tal vez
los fondos que se emplean se han tomado
á un subido interés, que saldrá del presu-
puesto del Estado, entonces se da limosna,
se evita un motín ó una rebelión; es cuestión
de beneficencia ó de orden público; las me-
didas que se adopten deberán juzgarse bajo
este punto de vista, y no son ya de la com-
petencia de la economía política.
Aunque sea muy de paso, he de hacerte
notar la mucha prudencia que se necesita
para que el Estado ó las corporaciones den
limosna en forma de trabajo sin graves per-
juicios, que vienen á recaer principalmente
en aquellos mismos que la reciben. Ejemplo:
El Ayuntamiento de Madrid se cree en la
necesidad de dar trabajo á miles de hombres,
y no tiene preparada ninguna obra beneficio-
sa en que pueda ocupar tantos brazos. No
S2 hace casi nada, y el trabajador adquiere
hábitos de holganza. Corre la voz de que se
gana un jornal por dar perezosamente algu-
nos pasos y mover de vez en cuando un
azadón, ó llevar una espuerta entre cigarro y
cigarro; no es para desperdiciar la ganga, y
acuden á ella aun los que no se hallan nece-
sitados. El número va creciendo, se empieza
por disminuir el jornal; aun así hay impo-
sibilidad de pagarlo; se toman precauciones;
la fuerza armada interviene, y se empieza á
despedir á los trabajadores. Para sostenerlos
CARTAS A UN OBRERO 77
hubo que tomar dinero á un rédito muy alto,
que han de pagar los contribuyentes, y como
el pobre lo es, resulta perjudicado con la me-
dida aparentemente beneficiosa:
i.° Porque ha adquirido hábitos de hol-
ganza, que á él perjudican más que á nadie.
2." Porque han venido á hacerle compe-
tencia personas que no se la hubieran hecho
en condiciones normales.
3." Porque ese dinero con que se le paga
devenga un rédito enorme, de que satisfará
i;na gran parte en esta ó en la otra forma,
pero que pesará sobre él, porque el Ayunta-
miento, en último resultado, no tiene más
recursos que los que saca de los contribu-
yentes.
La l'mosna en forma de trabajo pueden
dalla ios particulares con buen éxito, pero
dada por el Estado y por las corporaciones,
tiene grandes inconvenientes. No se puede
condenar en absoluto, porque hay casos en
que la cuestión de humanidad y orden pú-
blico lo domina todo; pero conviene que com-
prendas que has de pagar al cabo tú mismo,
y con réditos, ese jornal que á tu parecer se
te regala.
Hagámonos cargo ahora de las principa-
les causas de la falta de trabajo, y de este
estudio resultará la inutilidad, más, el per-
juicio de recurrir á medidas violentas, que
le disminuyen en vez de aumentarle.
Una de las causas de la falta de trabajo
puede ser el excesivo número de trabajado-
78 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN AREN.\L
res, ya con relación al capital disponible, ya
respecto á la obra que ha de ejecutarse y que
tiene un límite. Ahora, por ejemplo, las ca-
rreras de medicina 5" leyes se hacen en dos
ó tres años (i), salen millares de abogados
y médicos, y com-o ni los pleitos ni los eij-
fermos aumentan, resulta que es material-
mente imposible que tengan ocupación; aquí,
la falta de trabajo es falta de qué hacer, y
el remedio, que de esto se convenzan los que
á ellas se dedican: algún otro más pronto y
eficaz podría indicarse, pero esta indicación
nos sacaría de nuestro asimto.
La acumulación que hay en algunas ca-
rreras, por la facilidad de concluirlas ó por
las ventajas que ofrecen, puede suceder en
todas y en todos los oficios por exceso de po-
blación. Aunque no sea yo de los que toman
ios cálculos de Malthus como un artículo de
fe, y crea que el exceso de población es
:in monstruo siempre pronto á devorar la
prosperidad pública, no puede negarse que
en momentos y países dados, crece más que
la posibilidad de darle trabajo, por mucho
que prosperen la industria y el comercio y
abunden los capitales. ¿Qué hacer? ¿Trasla-
dar el sobrante de población á otros países
en que falte, como ha hecho Inglaterra? Es
como establecer bombas á la orilla del mar,
con la pretensión de que baje su nivel. Cuan-
do el exceso de población llega á ser un gran
(1) Esto se escribía en Agesto de 1871.
CARTAS A UN OBRERO 79
mal, no se ve para él otro remedio que la
continencia, la moralidad, la dignidad, la ra-
zón del hombre, en fin, y su conciencia, que
no le permiten formar una nueva familia
hasta que tiene medios de sostenerla. Esta
es una de tantas veces en que la economía
política necesita recurrir á la moral para re-
solver sus problemas.
Un hombre de primer orden, JNíontcsquieu,
ha dicho que los mendigos no se apuraban
por tener hijos en gran número, porque los
dedicaban á su propio oficio. En esta clase
desdichada, el mal alcanza sus mayores pro-
porciones, que van disminuyendo á medida
que el hombre se moraliza y que el ser racio-
nal se sobrepone al bruto. Levantar el nivel
de la instrucción y de la moralidad del pue-
blo, es hacer cuanto hacerse puede para que
la población no exceda á los medios de sub-
sistencia. Ese recurso, dirás tal vez, es muy
lento, dado que sea eficaz: así es, por una des-
gracia inevitable; inevitable te digo, Juan, por-
que no hay remedios breves para males largos.
La falta de trabajo puede provenir también,
y es en general el caso en nuestra España,
no de que no haya que hacer, ni de que sobre
población, sino de que falte capital, ya por-
que escasea, ya porque se dedica á especula-
ciones que no proporcionan trabajo, ó á gastos
que alimentan el trabajo de otros países.
En España faltan en general caminos, cana-
les y puertos; faltan industrias; faltan edifi-
cios api'opiados para provisiones, hospitales y
8o OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
asilos benéficos; faltan casas para pobres; falta
que explotar nuestro rico suelo, que con tra-
bajo inteligente produciría mucho más y mu-
cho mejor. Cuando se habla de hacer algo de
todo esto, suele responderse: no hay dinero,
no hay capitales.
Mucho tiene de verdad la respuesta: en un
país en que se pierde tanto tiempo, no f-iede
haber mucho dinero, ni grandes ahorros don-
de hay desorden en la administración públi-
ca y despilfarro en los gastos particulares.
Para estar en lo cierto, hay qiie partir del
hecho de que España, con un suelo rico, es
im país pobre, comparado con Inglaterra,
Francia, Bélgica, etc., etc. Pero ".lemas de
que escasean los capitales, se da á muchos una
dirección que no prop jrciona trabajo. El Es-
tado está siempre fa?.o de recursos y de cré-
dito, y toma prestado á un interés crecidísi-
mo, de modo que la especulación más lucra-
tiva es darle dinero á rédito. ¿Cómo han de
ir los capitales á levantar fábricas, á fecundar
nuestro suelo, si prestados al Gobierno, ga-
nan no «e sabe cuántos por ciento, sin inteli-
gencia ni trabajo? La deuda pública aumenta,
y con ella los que viven del agio, que se re-
duce á comprar barato y vender caro, sin ha-
ber añadido nada al valor verdadero, al valor
útil de la cosa comprada.
Los propietarios, por despilfarro en sus gas-
tos, descuido, completo abandono ó falta de
inteligencia en la administración de sus bie-
nes, se ven en la necesidad de tomar dinero
CARTAS Á UN OBRERO 8 1
sobre ellos y dan un subido interés, que es
todavía mucho mayor para los que no pueden
ofrecer en hipoteca ini inmueble. El atractivo
de una gran ganancia sin necesidad de em-
plear trabajo ni inteligencia, lleva los capita-
les, como ves, á prestar al Estado y á los par-
ticulares sumas que no emplean en gastos re-
productivos, generalmente, sino en superflui-
dades ó en vicios.
Para el Estado, para los particulares, para
todo el mundo, el préstamo, cuando no se
dedica á una especulación beneficiosa, á me-
jorar fincas, á gastos reproductivos, en fin,
el préstamo, cuando se consume, cuando se
come, es la ruina del que toma prestado: tal
es el caso de miles de personas pobres y
ricas, grandes y pequeñas, en nuestra patria,
y una de las causas más poderosas de empo-
brecimiento y de que no haya trabajo. Todos
los países, se dirá, tienen deuda y papel y
gentes que lo compran y viven de su renta.
Es cierto; pero en los pueblos prósperos es
menor la deuda pública relativamente á la ri-
queza; es mayor el crédito; se paga en conse-
cuencia un interés más reducido, y los capita-
les no se agolpan á la Bolsa, á la usura, al
agio, en tan grande escala, dejando languide-
cer la agricultura, la industria y el comercio,
donde hallan mayores beneficios.
Hemos hablado de usura, de ese cáncer que
nos esta corroyendo, y conviene definirla. En-
tiendo por usura un interés excesivo del capi-
tal, que no guarda proporción con el trabajo
82 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
y la inteligencia que emplea el que lo cobra,
ni con el riesgo que corre, ni con el rédito que
se saca de los capitales empleados en empresas
beneficiosas. vSi la definición es exacta, ¡ qué
de usureros en nuestra patria ! Aquí, Juan, líi
economía política vuelve á encontrarse con la
moral: si sus leyes se respetasen más, no ha-
bría tantos despilfarradores viciosos que paga-
sen réditos usurarios, ni para cobrarlos habría
tantos hombres sin conciencia.
Pero es necesario ser justos y comprender
las dificultades que entre nosotros ofrecen las
empresas verdaderamente beneficiosas para el
país y que proporcionan trabajo. Hay que lu-
char con las preocupaciones de la comarca;
con la mala voluntad de los que se creen per-
judicados; con la poca inteligencia de los ope-
rarios; con sus hábitos de holganza; con la
falta ó carestía de instrumentos ó ingredien-
tes auxiliares que pagan fuertes derechos; con
el mal estado de las comunicaciones; con la
poca seguridad que ha}'^ para las propiedades
y para las personas; con lo abrumador de los
impuestos, y de algún tiempo á esta parte con
la hostilidad de los operarios, que puede que-
dar latente, traducirse en huelga ó ir más allá.
Ahora dime tú, dígame cualquiera persona
de razón y sinceridad, si con tantos obstácu-
los para realizar un beneficio por una parte,
y tantas facilidades por otra, no es natural
que la balanza se incline al lado del egoísmo,
y que los capitales corran á la ganancia fácil,
y más cuando todos lo hacen. Los males muy
CARTAS Á UN OBRERO 83
generalizados son más de deplorar, pero son
menos imputables á los individuos, porque re-
velan una especie de complicidad en las cosas,
que, si no los justifica, disminuye no obstante
la culpa de cada uno en esa especie de torbe-
llino en que van envueltos todos. Las cosas
malas, malas son siempre; pero la maldad de
los que las llevan á cabo varía mucho con las
circunstancias: condenamos la mala acción,
pero antes de aborrecer ó despreciar al hombre
que de ella es responsable, preguntémonos:
En su lugar, ¿hubiera sido yo mejor? Si no
exigiéramos de los otros más bien que el que
somos capaces de hacer, se evitarían muchos
odios y muchos rencores que, haciendo daño
al que los inspira, hacen todavía más al que
los siente.
Yo te aseguro que me inspira una especie de
gratitud y de admiración cualquiera persona
que plantea una industria, mejora un cultivo,
construye una fábrica ó un barco, y alejándose
de las ganancias fáciles para él, estériles ó per-
judiciales para la sociedad, va á buscarlas en-
tre luchas y dificultades sin cuento, y da tra-
bajo al obrero y beneficios á su país. Mucho ha-
cen por él los que no desertan de un campo don-
de se lucha en condiciones tan desventajosas.
Hay otras causas que explican la falta de
trabajo; tales son:
La ignorancia de los que podrían darlo y
no mejoran su propiedad ó no plantean una
industria por no saber las ventajas que puede
reportarles,
84 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAl,
Ciertos hábitos de avaricia sórdida, que ha-
lla su mayor complacencia en contemplar el
tesoro guardado.
La desconfianza.
La falta de aquel espíritu de asociación que
da por resultado un gran capital con los pe-
queños ahorros de numerosos asociados.
El descrédito en que las asociaciones han
caído.
La falta de probidad, que justifica el re-
traimiento de los que ven un estafador en
casi todo el que les propone una especulación.
Las preocupaciones, que aunque van des-
apareciendo, influyen todavía para que cierta
clase de personas rehusen dedicarse á empre-
sas que proporcionarían trabajo.
Ya ves, Juan, si estos obstáculos, y otros
análogos que omito, pueden hacerse desapa-
recer á tiros ó dando decretos, y haciendo le-
yes ú organizando huelgas, y si, arraigados
como están, es obra de un día ni de un año
el arrancarlos. Para, esto se necesita que va-
ríen las condiciones económicas del país; que
la seguridad y la moralidad crezcan, y tam-
bién que varíen los hábitos y las ideas. ¿De-
duciremos de aquí que no debe intentarse nada
para salir del triste estado en que nos halla-
mos? No, ciertamente. Hay que trabajar mu-
cho, luchar incesantemente, pero sin desalen-
tarse si el triunfo no es inmediato y completo,
porque no pueden vencerse en poco tiempo
obstáculos que han necesitado mucho para
acumularse.
CARTAS Á UN OBRERO 85
Tú habrás oído hablar de orgayiización del
trabajo; es la piedra filosofal de los alquimis-
tas sociales. Cómo se ha de organizar en el
sentido que ellos lo intentan, es decir, de mo-
do que ponga fin á la miseria y á la injus-
ticia, ninguno lo ha dicho, porque no se pue-
de llamar organización á los sueños socialis-
tas ni á los delirios de Fourrier.
Cuando no hay trabajo, nadie puede tener
derecho á él, como te he dicho; cuando le
hay, es un hecho; y en cuanto á su organiza-
ción, á esa fórmula superior que ninguno ha
dado, puede afirmarse que ninguno la dará.
La organización del trabajo, como la del Mu-
nicipio, del Estado, de la escuela, del taller y
del ejército, puede acercarse á la jjerfección,
pero no puede ser perfecta, porque no lo son
los hombres que en ella intervienen.
Yo he sido joven también; ^''o he sido so-
berbia, y me he rebelado contra la necesidad
del dolor, y he seguido á los que buscaban
fórmulas superiores de organización social,
y aun las he buscado por mi cuenta. Yo he
protestado alto, muy alto, en mi corazón y
en mi conciencia, contra todo lo existente,
y he querido una renovación completa, abso-
luta. Los innovadores más atrevidos no me
parecían imprudentes, ni los soñadores más
delirantes, insensatos. ¡ Juzgaba tan cuerdo
y razonable á todo el que me decía: Los hom-
bies van á dejar de ser desdichados ! L,a. pa-
sión del bien me arrastraba; pero al estrellar-
s'í contra la realidad, sentía el golpe; y reci-
86 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
bí tantos, que se templó mi alma, y tuve bas-
tante fuerza para no cerrar los ojos á la luz
que los hería dolorosamente: entonces vi una
cosa muy sencilla; vi que toda institución hu-
mana ha de ser imperfecta como el hombre,
y que toda imperfección ha de producir do-
lor. Acepté, pues, el dolor como una cosa
inevitable; comprendí que disminuirle es nues-
tra obra, y perfeccionarnos nuestro único me-
dio; que toda mejora social tiene que ser
lenta, como el perfeccionamiento del hombre,
y que esas fórmulas superiores para curar en
un día, en una hora, las llagas sociales, eran
delirios de la soberbia y sueños del buen de-
seo. Los que adquirimos este convencimien-
to debemos resignarnos á representar un mo-
desto papel, y á que nos traten' muy de alto
abajo los apóstoles de las reformas radicales
é instantáneas. Tú podrás notar que, si nos
conceden buena voluntad, nos miran con des-
deñosa compasión, como á pobres gentes sin
elevación en las ideas ni energía en el carác-
ter, esclavos de la rutina é incapaces de ele-
\'arse á altas concepciones científicas. En
cuanto á mí, nada importa; estoy resignada
hace tiempo á ser una operarla humilde de
la obra social; pero á ti es fácil que te fascine
esa altivez y que midas la ciencia por el or-
gullo, y más cuando las promesas que te ha-
cen halagan tu deseo.
Debemos distinguir, no obstante, entre el
derecha al trabajo y la organización del tra-
bajo. El primero es un imposible; la segunda
Cautas á un obrero á^
lo es íaíiibiéii, si se cree hallar con ella un
remedio á todo género de miserias é injusti-
cias sociales, que tienen su origen en la im-
perfección del sistema económico actual; pero
en cierto sentido es un hecho. Desde que se
ha empezado á trabajar, ha empezado á or-
ganizarse el trabajo, y esta organización se
perfecciona á medida que se ilustra y se mo-
raliza la sociedad. Del trabajo del esclavo, del
siervo ó de los gremios, al trabajo libre, hay
un inmenso progreso; pero de esto no hemos
de hablar por incidencia, sino largamente y
otro día.
<¿J^ e-^va e-l^ aAs ^^ eAS &J^ U^ UKa &J^ e/j^Va eAs e/jlj^ e-^ e.-Cs oJjks
t^M e,'K3 c4<s eXs e^'jVs eAsi í-'lVs ei?3 eAs í^íSs e-'f-s e^va eAa e^M ejts eJt^
CARTA OCTAVA
El capital y el trabajo.
Apreciable Juan: En las anteriores cartas
hemos hablado con frecuencia de capital; ya
sabemos lo que es, pero convendrá que nos
detengamos un poco más á analizarlo, máxi-
me cuando hoy todo el mundo habla de él,
y es un recurso oratorio, un arma ó una ban-
dera de combate declarar la guerra al capital;
especie de absurdo que causará algún día
grande asombro.
El capital no es precisamente dinero. Se
tiene un capital en géneros de lana ó algo-
dón, en frutos coloniales, en trigo, vino ó
aceite.
Capital es un valor de que no necesita in-
m.ediatamente su dueño, y que puede conver-
tirse en instrumento de trabajo.
Ya hemos visto que sin capital, sin la fa-
cultad de hacer algún anticipo, y sin instru-
m.entos de trabajo, son imposibles la civili-
zación, la prosperidad, y hasta la existencia
de las sociedades.
90 OBKAS Dli DONA CONCEPCIÓN AKENAI<
Sin capital no se siembra el trigo, ni se
planta la vid, ni se fonuan los rebaños, ni
se fabrica una vara de lienzo, ni una caja
de fósforos, ni se trae una arroba de azúcar,
ni una libra de tabaco; sin capital no hay
más que ignorancia, barbarie, miseria moral
y física, vicio y crimen, porque ya no cree
nadie en las virtudes y altas dotes de los pue-
blos salvajes.
En los países civilizados hay pocas perso-
nas que no tengan algo de capital. Tu herra-
mienta y el dinero con que te mantienes toda
la semana hasta que cobras el sábado, es un
capital.
El botijo y la cesta donde lleva los vasos
la aguadora, es un capital; y las naranjas de
la naranjera, y la verdura del que la vende,
los fósforos y el papel de hilo del fosforero,
las madejitas de algodón y de hilo 3^ los rá-
banos, son un capital también.
Sin poder hacer algún anticipo, ni agua
puede venderse por las calles
Pero contra estos pequeños capitales nadie
truena: no son ellos los causantes de la mise-
ria pública. Ahora te pregunto yo, Juan, es
decir, pregunto á los que procuran extraviar-
te; ¿Desde cuándo empieza la malicia del ca-
pital? ¿Desde qué cantidad es pertiu'bador,
opresor, tirano, como algunnos lo llaman?
Menester sería fijarla, porque, poco ó mucho,
casi todos los hombres son capitalistas, y con-
vendría saber los que no están comprendidos
en el anatema.
CARTAS A UN OBKIÍRO 9 1
Como te decía en una carta anterior, á una
ley misma obedecen el oleaje de una aljofai-
na y el del Océano; no es diferente la del
mercado ele Londres á la del puesto de ver-
dura donde compras patatas. El capital del
aguador, lo mismo que el del banquero, quie-
re sacar el mayor rédito posible; procura ex-
cluir la competencia y ensanchar el merca-
do, etc., etc.
Si voy á una tienda de objetos de lujo, veo
que me piden por una cosa la mitad, un ter-
cio, una cuarta parte más del precio en que
me la dan, del precio corriente; es decir, ha-
blando claro, que procuran engañarme. Aquel
gran capitalista es un mal hombre. Llamo al
naranjero, me pide también una mitad, lui
tercio, una cuarta parte más de lo que ha de
llevar; me dice que son excelentes, aunque
sean malas, sus naranjas; si puede, me las en-
caja podridas; en fin, procura engañarme en
el precio y en la calidad. Aquel pequeño ca-
pitalista es un mal hombre. Todo el que ven-
de una cosa procura sacar de ella la mayor
cantidad posible; todo el que la compra trata
de dar lo menos que puede; es la ley econó-
mica que obedecen todos, pobres y ricos.
Te haré observar, no obstante, que los pe-
queños capitales sacan un rédito infinitamente
m^ayor que los grandes, y tanto, que te pare-
cería monstruoso si bien lo notases. El na-
ranjero, el verdulero, el que vende fósforos,
sacan un ciento por ciento de su capital cada
semana; esto no te irrita, y reservas tu có-
92 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
lera para el fabricante, que saca un seis ó un
diez por ciento, ó para el agricultor, que saca
un tres. El precio de la mayor parte de las
cosas que compras está recargado por el ré-
dito exorbitante que de su capital sacan los
pequeños capitalistas, que no obstante haUan
gracia ante los enemigos del capital, cuya cul-
pa, si la tuviese, estaría en razón inversa de
su importancia.
Un gran capitalista hace una casa y procura
dar pocos jornales; es decir, comprar el traba-
jo lo más barato posible: un pequeño capita-
lista, el albañil, procura que suba su jornal y
trabajar poco y no bien; es decir, vender caro
y malo.
El capitalista de un duro y de un millón
hacen lo mismo; sus acciones que pueden di-
ferir en resultado económico, tiene el mismo
valor moral, y ellos no son peores ni mejores
uno que otro.
¿Deduciremos de aquí que el hombre es un
perverso monstruo, todo fraude y egoísmo?
No seguramente: de aquí se deduce que la fra-
ternidad tiene su lugar, que no es el mercado;
que la compra y la venta, aun con la mejor
fe, están regidas por el interés, y regatea con
el vendedor hasta el último maravedí el mis-
mo que es capaz de darle en seguida su san-
gre para salvarle de un peligro; que la Provi-
dencia, más sabia que los hombres, ha puesto
el cálculo como ley en los negocios mercanti-
les y en todas las especulaciones, sin lo cual
serían imposibles. No es esto decir, nada me-
CARTAS A UN OBRERO 93
nos que eso, que en ellas se ha de prescindir
de la justicia y de la moral, sino que la gene-
rosidad y la abnegación, indispensables en la
vida social, van con otro orden de ideas y
tienen otro campo en que ejercitarse. Importa
mucho no confundir estas cosas; ya porque es
perjudicial toda inútil tentativa de Uevar al
mercado lo que no puede estar en él, ya por-
que se calumnia á la humanidad, pervirtiéndo-
la en igual proporción, si se le niegan sus vir-
tudes, sin más motivo que el que no las prac-
tica allí donde son impracticables .
El capital es un gran bien, una necesidad.
Se abusa de él como del poder, de la ciencia,
del valor, de la fuerza, del nacimiento, de la
l)e]lcza, de cuanto hay. Toda ventaja puede
convertirse en una iniquidad, si el que la po-
see no tiene razón ni conciencia, y los peque-
ños capitales son los que exigen un rédito
mayor.
Sobre otra circiuistancia llamo muy parti-
cularmente tu atención, que se fija en los ca-
pitalistas que se enriquecen y no en los que se
han empobrecido. Si estudiaras la historia de
muchas industrias que hoy prosperan, tal vez
la mayor parte, verías que los primeros, acaso
los segundos y terceros especuladores que las
plantearon se han arruinado, y los que vienen
después compran por casi nada edificios, apa-
ratos, etcétera, y reciben de balde la experien-
cia que costó su fortuna al que les ha precedi-
do. Esto no es un caso eventual; hay una gran
masa de capitales que constantemente se pier-
94 OBKAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
den en especulaciones que salen mal, y que no
son otra cosa que ensayos hechos á costa de
los capitalistas y en favor de la sociedad, y de
ti, que formas parte de ella.
La explotación de minas, por ejemplo, es se-
guro que no da lo que cuesta, sobre todo la
de metales preciosos. Cualquiera que sea el
móvil que impulse á llevar allí los capitales,
es el hecho que se pierde en gran parte para
su dueño, y que el beneficio que logra la so-
ciedad es á costa de la pérdida de muchos de
sus individuos.
Tú dirás tal vez: ¿cómo puede ser útil para
la sociedad lo que es desventajoso para el in-
dividuo? Nos detendremos un momento para
comprenderlo bien.
En España es indudablemente útil que se in-
troduzcan ciertas industrias de que carece, y
para las que no tiene ninguna desventaja na-
tural. Sea la fabricación de cristales; y la pon-
go, por ejemplo, porque me consta que una fá-
brica que está hoj' dando grandes ganancias,
arruinó á sus primeros dueños. Trátase como
te digo de la fabricación de cristal; hay que
traer todos los operarios del extranjero, y las
materias primeras en su ma5^or parte; hay que
buscar corresponsales, y hacer variar al comer-
cio del camino que tiene hábito de frecuentar
yendo á surtirse á otra parte; no se pueden
vender inmediatamente los productos, como
sería necesario; hay que hacer edificios cos-
tosos, etc, etc. No basta el capital; resultan
errados los cálculos, y el especulador se
CARTAS A UN OBKKRO 95
arruina. Le sucede otro, á quien acontece lo
mismo; liasta que el tercero, con los edificios
y útiles que compra más baratos con todos
ó una parte de los operarios que halla ins-
truidos ya, sin tener que apelar al medio one-
rosísimo de recurrir para todo al extranjero,
con corresponsales y medios de dar salida á
los productos, con el capital que se ha visto
ser indispensable para el buen resultado de
la empresa, con la experiencia, en fin, com-
prada á costa de la ruina de los otros dos, el
tercer especulador plantea una industria be-
neficiosa para sí y para el país.
Con la explotación de una mina sucede al-
go parecido. vSi nada se saca de ella, el capi-
talista y la sociedad, todos pierden; más
puede sacarse un mineral de mucha utilidad,
pero en cuya explotación se hayan arruinado
una ó más personas, ó que aunque no se
arruinen, no saquen rédito á su capital, ó lo
saquen muy pequeño.
Esto es todavía más palpable en las grandes
obras públicas. Se sabe que los caminos de
hierro no han sido una buena especulación en
ninguna parte; que en muchos han perdido los
individuos los capitales en ellos empleados.
Tú que recorres alegremente la vía en un tren
de recreo, tal vez entre copla y copla eches
una parrafada contra el capital, contra ese fe-
roz tirano causa de todos tus males, y no sos-
pechas que te ha hecho gratis, ó poniendo di-
nero encima, la obra tan útil y cómoda para ti
y para la sociedad entera.
96 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
¿Has oído hablar de la apertura del istmo
da Suez? Es una empresa gigantesca que po-
ne en comunicación el Asia con la Europa, y
regenerará aquella inmensa parte del mundo,
llevando á su cabeza la luz de la ciencia, y á
si corazón el espíritu del Evangelio. ¿Cómo
S'2 lleva á cabo esta obra? Dícese que sacrifi-
cando una parte del capital: parece que el
sacrificio es la ley de todas las grandes cosas.
Y cuenta con que en esas empresas en que
se pierde el capital en todo ó en parte, el tra-
bajo y sobre todo el trabajo manual, no pierde
nada : haya ó no haya ventajas, cóbrese un in-
terés ó no se cobre, los jornales del obrero se
Ijagan religiosamente. Se dirá que no es posi-
ble otra cosa porque el obrero no tiene ahorros
para hacer anticipos, y no podría trabajar si
no se le diera cada semana con qué comer: así
es la verdad, pero no es menos cierto que el
trabajo del bracero nada pierde en las empre-
sas que arruinan al capital, que, fruto las más
veces de grandes privaciones y de una laborio-
sidad inteligente, desaparece para su dueño
ce-, gran ventaja del común. Si se hiciera una
estadística exacta, te asombrarías de los mi-
llones que cada año pasan de manos de sus
dueños á la sociedad que los recibe, ya en for-
ma de obras públicas que no son ventajosas
para particulares que las emprenden, ya en
tentativas industriales ó mercantiles, ruinosas
^oy, y que un día serán de grande utilidad.
Estos millones suponen centenares ó miles de
personas que pierden parte, tal vez toda su
CARTAS A UN OBRERO 97
fortuna. Ha sido mal adquirida, pensarás tal
vez. Este es otro error en que estás, Juan. Hay
foi tunas, demasiadas por desgracia, que son, en
efecto, mal adquiridas, pero no son las más,
ni con mucho; la mayor parte son fruto del
trabajo inteligente, de la perseverante econo-
mía.
Tu te quejas del especulador afortunado que
escatima al obrero su jornal, mientras él reali-
za grandes ganancias. Suelen exagerarse mu-
cho las ajenas, mas si es como tú lo dices, ha-
ce mal; pero si es raro que un capitalista,
cuando realiza una gran ganancia, espontá-
neamente dé una parte de ella á los operarios
que le hayan ayudado á realizarla, no tengo
tampoco noticia de que los trabajadores que
han recibido buen jornal, y religiosamente pa-
gado, para plantear una industria que arruinó
al que ha intentado establecerla, digan: ((Va-
mos á fumar algunos cigarros menos, y dar
dos cuartos cada semana, para que no se
muera de hambre el que fué capitalista y hoy
está sumido en la miseria. Nos ha dado pan y
hoy no le tiene, y nosotros ganamos en la
tentativa en que él lo perdió todo».
Te repito que no tengo noticia de que los
obreros hayan pensado nunca nada semejante
en los muchos casos (porque insisto en que
son muchos) en que se arruina en una empre-
sa el que pagó bien el trabajo. Y no es que los
trabajadores sean malos ni miserables, nada
de eso; son, por el contrario, caritativos y ge-
nerosos; pero no les ha ocurrido semejante idea
7
gS OBRAS DE DONA CONCEPCIÓN ARENAL
hija de la fraternidad que debe existir, y que
no existe, entre los hombres.
Resumamos, Juan.
El capital es una necesidad imprescindi-
ble.
La gran mayoría de los hombres son capita-
listas.
El capitalista, grande ó pequeño, hace lo
mismo; saca de su capital todo el interés que
puede.
Los capitales más pequeños son los que
sscan mayor interés.
La fraternidad y la abnegación, indispensa-
bles en el mundo, no pueden exigirse en las
especulaciones, en las que sólo puede exigirse
moralidad.
Gran número de capitalistas se arruinan en
empresas beneficiosas para la sociedad.
Aunque el capitalista se arruine, el obrero
cobra, y no se cuida de la suerte del que perdió
su fortuna.
Yo siempre estoy con mi corazón de parte
de los pobres; pero mi razón me demuestra
muy claro que pobres y ricos se calumnian,
cuando se atribuyen mutuamente vicios de cla-
se. El capitalista, en lugar del obrero, haría
como él, y éste se conduciría como el millona-
rio, si en su posición se hallase. Las virtudes
y los vicios del hombre varían de forma según
su posición: en la esencia son los mismos. Tú
y yo conocemos ricos que deberían estar en
presidio, y pobres que por falta de justicia
andan sueltos.
CARTAS Á UK OBRERO
99
El declarar la guerra al capital es tan absur-
do, como sería declarárselo al trabajo, al ara-
do, á la sierra, al martillo, al pan, á la carne,
al aceite y á las patatas.
En vez de maldecir el capital y el trabajo, lo
que hay que hacer es moralizar é ilustrar al
capitalista y al trabajador, para que no abusen
de la fuerza cuando respectivamente la tengan
ó crean tenerla; para que comprendan el gra-
vísimo perjuicio que se les sigue, y el peligro
en que los pone, el tratarse como enemigaos;
para que sientan que, sin moralidad, benevo-
lencia y abnegación, son insolubles todos los
problemas sociales; y que mientras la fraterni-
dad no sea más que una palabra, no se puede
llamar un bien á la riqueza.
CARTA NOVENA
De los ti lie no pueden trabajar ó malgastan el fruto
de su trabajo.
Apreciable Juan: Al enumerar las causas de
la miseria, hemos empezado por la falta de
trabajo, siendo indispensable definirle y tra-
tar, aunque brevemente, lo que se ha llamado
derecho al trabajo, antes de investigar las
causas de que falte.
También ha sido necesario dedicar una carta
al capital, contra el cual se subleva hoy cierta
clase de trabajadores, extraviados por cierta
clase de ambiciosos ó de ilusos.
Sigamos nuestro triste estudio de las causas
de la miseria, y veamos cuándo viene impo-
sibilidad de trabajar á causa de:
Enfermedad, vejez, niñez, ocupación.
¿Puede evitarse que el enfermo pobre caiga
en la miseria? Sí; mas para ello se necesita re-
currir á la moral, á esa moral desdeñada por
algunos economistas como cosa que nada tiene
que ver con la ciencia.
Para que el pobre enfermo no se vea en
102 OBRAS DK DONA CONCEPCIÓN ARENAL
la miseria, y arrastre á ella á toda su familia,
es necesario que cuando podía trabajar haya
realizado algunas economías, ya las guarde, ya
las lleve á la Caja de Ahorros, ya se inscriba
en una Sociedad de Socorros Mutuos. Esta for-
ma de realizar la economía es la mejor de to-
das, porque empieza desde luego haciendo el
gran bien de auxiliar al enfermo pobre y hon-
rado, y porque pone en acción los buenos sen-
timientos del hombre, que se interesa por la
suerte de su consocio doliente. De esto habla-
remos con más detenimiento al tratar de la
asociación.
El pobre necesita un grande y continuo es-
fuerzo para realizar algún ahorro; es decir,
necesita una gran virtud, una gran moralidad.
Hay ocasiones, y muchas, en que no le basta,
porque si tiene una dilatada familia, gana un
escaso jornal y los mantenimientos están ca-
ros, imposible es que realice economías, y que
al caer enfermo no necesite de la beneficencia
pública ó de la caridad privada, para no verse
reducido al estado más lastimoso. Caridad,
beneficencia; es decir, remedios del orden
moral.
La vejez es otra especie de enfermedad, sola-
mente que en lugar de ser eventual, es segu-
ra, y como suele ser muy larga, dificilísimo es
que el pobre haya podido economizar para
atender á ella. La beneficencia pública, la ca-
ridad privada y la familia pueden sacar Je la
miseria al pobre que por sus muchos años no
puede trabajar ya. La familia que él ha criado.
é
CARTAS A UN OBRERO ÍÓj
y por quien ha hecho tantos sacrificios, debe
cuidarle; pero desgraciadamente, el instinto
habla más en favor de los hijos que de los pa-
dres, y suelen ser éstos sacrificados cuando,
en una situación estrecha, para ampararlos se
necesita hacer un gran esfuerzo. Esto se ve de
continuo, y más cuanto los hombres están me-
nos educados y son más groseros: entre ellos se
hallan casos de indiferencia y de crueldad fe-
roz, en que el pobre abandona al mísero autor
de sus días, cuando ya no es para él más que
una carga. Los hombres, en que apenas hay
más que instintos, atienden á los hijos, poco
ó nada á los padres, que necesitan cariño, idea
del deber, conciencia, razón, moralidad, en fin
para ser atendidos en aquel período de su exis-
tencia, á veces largo, en que de poco ó nada
sirven. La beneficencia pública ampara aun-
que no siempre, á los ancianos desvalidos, y
les abre asilos donde, si están sustraídos á la
miseria material, les falta la familia. Aquella
acumulación de desengaños, achaques, acritu-
des y extravagancias, hacen de un asilo de an-
cianos uno de los espectáculos más tristes que
puede ofrecer la humanidad desgraciada. El
amor de la familia ó el socorro domiciliario pa-
ra auxiliar en su piadosa obra, son el único
modo de salvar al anciano pobre de una vejez
desventurada y verdaderamente miserable,
aunque tenga alimento, techo y vestido: siem-
pre la moral.
Los niños forman una gran masa de misera-
])les, cuya situación es obra:
104 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
De la miseria, de la muerte, del vicio, del
crimen.
Los niños pobres que la muerte deja huér-
fanos no tienen más amparo que la beneficen-
cia pública ó la candad privada; y no puede
haber ninguna duda acerca de la necesidad im-
periosa de socorrerlos eficaz é instantánea-
mente.
La miseria puede dar lugar á más dudas;
pero aunque se abriguen para ciertos casos
particulares, en general es evidente que un
número mayor ó menor, pero siempre consi-
derable, de niños, no pueden recibir alimen-
to, vestido ni educación de los autores de
sus días.
El' vicio deja también en el desamparo á
gran número de criaturas que no tienen pa-
dres sino para darles malos ejemplos.
Y, en fin, el mayor número de inocentes
abandonados, lo son por el crimen, que los
lleva al torno de la Inclusa ó los deja en la
vía pública, ó en el desamparo en que que-
da el que tiene sus padres en una pri-
sión.
En todos los países es grande el número de
estos pobres, víctimas la mayor parte del des-
arreglo de costumbres y de la falta de con-
ciencia. Hasta donde la Estadística puede dar
luz, se observa que la miseria influye poco ó
nada en el número de expósitos que forman
la mayoría de los niños desamparados. Y como
este número es verdaderamente alarmante; y
como es grande, casi insuperable, la dificul-
CARTAS Á UN OBRERO 105
tad de dar buena educación á los que no tie-
nen familia; y como el pobre que no está bien
educado es difícil que deje de ir á formar en
las filas de los miserables, resulta que el vi-
cio y el crimen son un poderoso auxiliar de
la miseria: siempre la moral.
El abandono de los ancianos es cruel, pero
no tiene para la sociedad consecuencias tan
terribles. El decrépito lleva á la tumba la hiél
alquitarada en sus últimos días; el niño de-
rramará en el mundo la que acumuló en sus
primeros años, y devolverá, acaso con creces,
el mal que ha recibido.
Las atenciones imprescindibles hacen impo-
sible el trabajo para un gran número de mu-
j^eres que tienen que cuidar niños pequeños.
A unas las ha dejado viudas la muerte, otras
pueden llamarse viudas del vicio ó de la pa-
sión, del criminal abandono de su marido, su
seductor, ó de su cómplice.
Si la beneficencia pública ó la caridad pri-
vada no abren asilos donde recoger estos po-
bres niños, es imposible que las madres traba-
jen, y que no caigan en la mendicidad ó en la
prostitución; y por más que estos asilos ha-
gan, una mujer que tiene muchos hijos, mien-
tras son pequeños puede trabajar poco; y si
el padre no los sostiene caerá en la situación
más desdichada.
Las ni adres que están en este caso, los en-
fermos, los ancianos y los niños desampara-
dos, nótalo bien, Juan, forman una masa de
centenares de miles de criaturas que, con la
Ió6 OBRAS DE DONA CONCEPCIÓN ARENAÍ,
forma política que quieras, y la organización
social que sueñes, se morirán de hambre si no
se les auxilia, y no se les auxiliará sino á me-
dida que la sociedad sienta más y piense me-
jor. Para estos centenares de miles de misera-
bles que no pueden trabajar, ¿de qué serviría
la organización ni el derecho al trabajo, aun-
que pudiera existir? El derecho á la compa-
sión es el que ellos necesitan, derecho que tie-
ne que estar en las entrañas de la sociedad
antes de qué pase á sus leyes.
Hay otros miserables, y el número no es
corto, que lo son por negarse á trabajar, sien-
do las causas de su culpable desdicha:
El crimen, el vicio, la vanidad.
El crimen arranca al trabajo muchos brazos
útiles, que buscan la subsistencia en el robo,
la estafa, el juego fraudulento, en mil espe-
culaciones inmorales castigadas por las leyes,
y por regla general, conducen al especulador
á la prisión y á la miseria. Nota bien que los
que quieren vivir haciendo lo que las leyes
prohiben, es raro, muy raro, que no mueran
miserables.
El vicio distrae todavía más brazos del tra-
bajo. Como horroriza menos se extiende más,
é inutiliza más completamente á sus enerva-
das víctimas; es muy difícil hacer un trabaja-
dor de un hombre criminal de la clase de
los que mencionamos aquí; es decir, de los
que han buscado la subsistencia en el crimen;
pero acaso es aún más difícil hacer trabajar
á un hombre vicioso, porqiie suele añadir á
CARTAS A T'N OHUIÍRO 107
la falta de resorte moral, la carencia de fuerza
física.
Pasa revista mentalmente á los que conoces
(que por desgracia serán bastantes), que se
embriagan, que juegan, que son perezosos,
que se entregan á excesos deshonestos, y ve-
rás cuan difícil es convertirlos en trabajado-
res, si el vicio ha llegado á adquirir grandes
proporciones.
La vanidad quita también brazos é inteli-
gencias al trabajo, más ó menos, según los
países; el nuestro no es de los que menos. Hay
personas que, habiendo tenido una regular po-
sición, se creen rebajadas dedicándose á cier-
tos trabajos, aun cuando las honraría mucho
más que el pan debido á la limosna, que de-
grada á todo el que no la recibe con verdade-
ra necesidad. En España queda mucho que
hacer en este sentido, porque es grande el po-
der de la preocupación, reforzada por la pere-
za. El trabajo podrá ser más ó menos agra-
dable, más ó menos sano, más ó menos lu-
crativo, pero es honrado siempre; y es santo
cuando el trabajador, para emprenderle, tiene
que sacrificar alguna preocupación del amor
propio. La vanidad,' esa loca prostituta, es
quien le calumnia y le infama, apartando de
él á los débiles que la escuchan, j Cuánto más
noble y más digna es la blusa del obrero, que
la levita mugrienta del pobre que lo es por no
sacrificar sus vanidades de señor ! Hay pobres
vergonzantes dignos de la mayor considera-
ción y respeto, pero los hay también que de-
I08 OlíRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAI,
herían recibir el nonibre de vergonzantes sin
vergüenza, porque no la tienen de recibir li-
mosna pudicndo trabajar.
La vanidad influye de otros muchos modos,
y es uno de ellos arrancando brazos al trabajo
útil, para llevar inteligencias á donde sobran
y se convierten en una causa de perturbación
y de miseria. Un industrial prospera; es im-
presor, zapatero, sastre, etc.: en vez de edu-
car á su hijo, para que le suceda con ventaja,
teniendo más conocimientos que él tenía, y de-
jando de trabajar por ratina, se le despierta
la ambición de hacer de ■ él un señor, y le
manda al Instituto. Tal vez sus estudios no
pasan de la segunda enseñanza, pero esto bas-
ta para que se crea rebajado siendo lo que
fué su padre. ¿Cómo ha de coger una herra-
mienta el que sabe el alfabeto griego, y ha
oído hablar del binomio de Newton? Busca,
pues, un empleo, una ocupación decorosa, y
va á aumentar el número de los que no hallan
ocupación; y alternativamente pretendiente,
empleado ó cesante, cae en la miseria, y arras-
tra á ella á la nueva familia que ha formado.
Si concluye sus estudios, si en la Universidad
se hace abogado, médico, farmacéutico ó nota-
rio, el mal es acaso mayor: las necesidades
de su decoro crecen; la competencia es furio-
sa; no hay enfermos ni asuntos sino para una
mínima parte de los que los buscan, y el resto
desmoraliza la sociedad con intrigas, la espo-
lia con fraudes, la trastorna con rebeliones, ó
sufre en la miseria las consecuencias de la falta
CARTAS Á UN OBRERO IO9
de trabajo. Mientras muchas artes, mecánicas
en parte, y que en parte necesitan cierta ins-
trucción é inteligencia, están desiertas ó ejerci-
das por extranjeros, aumenta de un modo alar-
mante la falange de los que quieren elevarse
de su esfera á una en que no es posible que se
sostengan. Bien está que suba hasta la mayor
altura social el joven de talento, donde quiera
que haya nacido, pero que sea en virtud del
mérito que Dios le dio, y no de la vanidad de
su padre.
Esta causa de perturbación y de miseria es
más poderosa de lo que generalmente se cree,
y obra en el triple sentido de privar á las artes
mecánicas de operarios inteligentes, aglomerar
ambiciones donde por buenos medios no pue-
den satisfacerse, y desprestigiar la nobleza del
trabajo cuando tiene algo de manual. Sin ven-
cer esta preocupación es imposible hacer pro-
gresos en la industria. Se han hecho algunos,
justo y consolador es consignarlo, pero por el
momento están neutralizados, y acaso más que
neutralizados, por la rapidez y la facilidad con
que se concluyen ciertas carreras, que ofrecen
lo que seguramente no darán.
Ya ves, Juan, cómo no es posible estudiar la
miseria sin hallarse á cada paso con la moral:
te lo repito hasta la saciedad, porque importa
hasta donde tú difícilmente puedes imaginarlo.
Ahora trataremos de aquella miseria que es
consecuencia de la imperfección del trabajador
y del mal empleo del salario.
La imperfección del trabajador puede ser
lio OBK .S DK D ". \ CO:.CErClÓN ARUXAL
efecto de víala vohitad, ignorancia ó inepti-
tud natural: esta ólíima es inevitable, pero no
es frecuente; más comunes, sobre todo entre
nosotros, son la igiicrancia y la mala voluntad.
El obrero no ha recibido buena educación
industrial; su maestro sabía poco y él sabe me-
nos; la rutina y el dt^scuido son los señores del
taller, acompañado/, de ciertas dosis de salva-
je amor propio, que en vez de aspirar á la per-
fección, la desdeña. Las obras del artífice ig-
norante en su ( ñcio ?on imperfectísimas; no
pueden sostener la cc.mpetencia con las más
perfectas que vienen del extranjero; y allí van
á pagarlas mucl'.os caudales, dejando sin traba-
jo al compatrif ta, que no ofrece más que tos-
cos productos. Obser\a cualquier ramo de in-
dustria, por ejemplo, la de juguetes. Compara
los que por n gla general se hacen en España
y los que vienen del extranjero, y verás la ra-
zón de que silgan de nuestro país muchos mi-
llones, nada más que para entretener á los
niños.
Ya sé que en la industria, como en todo, las
cosas pequeñas están relacionadas con las gran-
des; ya sé que la imperfección de una muñeca
y de un soldado de plomo se enlaza con los es-
tudios de la Universidad y la oratoria sagrada;
ya sé que el ol-rero imperfecto no puede por
sí solo llegar á !a perfección, ni es él solo res-
ponsable de no alcanzarla, pero conviene que
tú sepas que una parte de responsabilidad le
cabe; que comprendas la insensatez ó la mala
fe de los que 1:c hablan tanto de organización,
CARTAS A UN OÜKIÍKO
de derecho al trabajo, y nada de su perfección.
Te excitan á que ganes más, á que trabajes me-
nos, no á que trabajes mejor; las telas de los
vestidos de tus aduladores vienen del extran-
jero; en el cxtninjero se han hecho sus geme-
los, su cadena, su reloj y boquilla y la pipa en
que fuman; hasta la fosforera y los palillos de
los dientes: y sin notar este hecho, ó prescin-
diendo de él, organizan propagandas políticas
y sociales, establecen clubs y comités, y nada
hacen para perfeccionar tu educación indus-
trial, sin la cual estarás bií.nipre al borde de
la miseria, si no caes en su abismo, porque
toda esa fraternidad verbal con que te aturden
no hará que te compren caro y malo, lo que
un extranjero les vende barato y bueno.
Creo deber llamarte la atención sobre lo po-
co que hacen por darte pan los que parecen
hacer mucho por darte derechos. Y cnenta con
que yo tengo en mucho las teorías y eis muchí-
simo los derechos; pero la teoría de la : iqueza
sin trabajo inteligente, es absurda, y la Je los
derechos imposibles, pcrjudicialísima. Con un
poco menos de doctrinas políticas y sociales
que te predicaran, y un poco más que te en-
señasen á leer, escribir, contar, elem.entos d.-
geometría y de otras ciencias aplicadas á las
artes, tú saldrías mejor librado, y la sociedad
progresaría más. El trabajador moral é inteli-
gente es elemento de progreso; el trabajador
ignorante, soliviantado y levantisco, es ele-
mento de motín.
En cuanto al traljajador imperfecto que lo es
r 1 2 OBRAS DE DOXA COXCIiPCTÓX AREX AL
por su voliitad torcida, no hay más recurso
que enderezarla, y no veo para ello otro medio
que los principios religiosos y morales, que in-
dividualistas y socialistas suelen tratar con
desdén. Mira las cosas de cerca, Juan, como
pasan debajo del sol, como pasarán siempre,
porque el mundo económico tiene sus leyes
eternas como el mundo físico, y si te obstinas
en no hacer perfecta tu obra, nunca serás re-
tribuido como el obrero que trabaja mejor. Si
no hay en ti un sentimiento religioso; si no
quieres ser perfecto como tu Padre Celestial; si
no tienes un sentimiento moral; si la idea de lo
que debes á los tuyos y de lo que necesitas tú
mismo, no te estimula á dar á tu obra aquella
perfección que puedes darle, y sin la cual no
te dará pan, ignoro á qué medio puede recu-
rrirse para que no caigas en la miseria.
Aunque el trabajador sea hábil y esté bien
retribuido, no dejarán de ser miserables él y
su familia, si emplea mal su salario.
Puede ser solamente ligero, y despilfarrar en
cosas superfinas lo que ha menester para las
necesarias.
Puede ser vicioso, y llevar á la taberna el
fruto de su trabajo.
Puede ser criminal, y emplear en el garito ó
en sostener relaciones ilícitas los recursos que
necesitan sus hijos para comer.
Repasa tu memoria, y recordarás al punto
gran número de trabajadores hábiles y bien
pagados, que tienen á su familia sumida en la
miseria, y son miserables ellos mismos, por el
CARTAS A rx OBRERO
mal empleo de sn jornal. Puede darse como
regla, que cuando un trabajador gana mucho
en un oficio que exige poco arte, cuando tiene
mucho dinero y poca educación, se hace vi-
cioso, y por consiguiente miserable. Hay ocu-
paciones muy retribuidas, ejercidas por hom-
bres groseros que se degradan convirtiéndose
en un plantel de miserables; y ahí tienes cómo
todas las cuestiones en que entra el hombre,
aunque sean económicas, son en parte re-
ligiosas y morales; y ahí tienes cómo el obre-
ro no es una máquina que puede asegurarse
que funcionará bien dándole cierta cantidad de
agua, de carbón y de grasa; y ahí tienes cómo
el salario es una parte del problema, pero no
es todo el problema, para el bienestar del tra-
bajador.
!
^-^ ^ V^^ ^^^ ^^ J^ ,^^ J^ J^^ ^^ ^^^ ^^ ^^ ^^ ^ ^p
CARTA DÉCIMA
Insuficiente remuneración del trabajo.
Apreciable Juan: El estudio de las causas de
la miseria nos conduce hoy á la insuficiente re-
muneración del trabajo, cuestión grave, pa-
vorosa en algunos casos, que destila lágrimas
siempre, 3- muchas veces sangre. Vivir traba-
jando ó morir combatiendo, decían los suble-
vados obreros de Lyón; pero la sangre de los
que han muerto no libertó de la miseria á los
que han sobrevivido. Ni los vencidos, al ex-
pirar, resolvieron el problema, ni los vencedo-
res tampoco al darles sepultura; la artillería
sofocó la rebelión, pero no aniquiló sus causas,
y después de restablecerse el orden, como an-
tes, la miseria dijo: aAquí estoy, desesperada
y amenazadora», tas cuestiones económicas no
se ventilan á tiros; 3^erran los pueblos en suble-
varse para resolverlas, y los Gobiernos en pen-
sar que no resta que hacer nada cuando los
han sujetado.
Dicen que los toros cierran los ojos para
acometer; los pueblos hacen con frecuencia lo
I 1 6 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAI,
mismo, y desgarran el traj:»o que les ponen por
delante, dejando ileso al causador de su daño.
¡ Cuántas veces se acusa á una persona, á una
ley, á una forma de gobierno, de males que
son efecto de hondas, múltiples y variadas
causas ! En la cuestión que nos ocupa, la de
los salarios, ¿á quién sueles acusar de su insu-
ficiencia? Al maestro del taller, al dueño de la
fábrica, al que con cualquier nombre adelanta
el capital y paga el trabajo. Bien podrá ser
que tenga una parte de la culpa, bien podrá
ser que no tenga culpa alguna; de seguro no
la tiene toda.
Primeramente, Juan, has de notar, que de
los capitalistas industriales, como de los que
van á América á hacer capital, se ven los que
vuelven ricos, y no los que han sucumbido víc-
timas de las enfermedades endémicas. Te he
dicho y te repito, que son muchos, muchísi-
mos, los capitalistas que se arruinan en em-
piesas industriales; y es ley económica y moral
(lue este riesgo se pague, que cobre su interés:
tú prescindes de él. Primer error.
ha mayoría de los capitalistas industriales,
la gran mayoría, aun prescindiendo de los que
se arruinan, no realiza grandes ganancias; vi-
ven, prosperan, pero no se hacen opulentos; tú
te imaginas que todos son millonarios, porque
Sí' exageran los bienes que se desean, y más
cuando á ellos creemos tener algún derecho.
Segundo error.
El capitalista industrial, no sólo pone y
arriesga su dinero, pone también su trabajo:
CARTAS Á UN OliKliKO j i 7
tú te imaginas que \'ive en la holganza, por-
que no maneja nna herramienta pesada. Ter-
cer error.
El capitalista industrial, no sólo trabaja, si-
no que su trabajo es inteligente: debe pagarse
y se paga más: tú prescindes de esta mayor y
merecida remuneración. Cuarto error.
Tú crees que los salarios pueden subirse nui-
cho, sin que por eso dejen de tener una razo-
nable ganancia los que los pagan. Quinto
error.
vSi los salarios subieran no lo que pretenden
los asalariados, sino mucho menos, las fábri-
cas se cerrarían, cesarían las empresas indus-
triales, porque producirían pérdidas en vez de
ganancias: esta sería la regla con poquísimas
excepciones. Aunque las ganancias del capi-
talista industrial fueran tan fabulosas como su-
pones, distribuidas entre centenares ó miles de
obreros, tocarían á casi nada; de manera que
sin mejorar sensiblemente su situación hoy, es-
te aumento los dejaría sin trabajo mañana^ por-
que, ¿quién había de anticipar capitales y po-
ner trabajo inteligente sin el estímulo de una
regular ganancia, ó con la seguridad de per-
der? Ya te he dicho que las cosas se han de po-
ner en su lugar, y que el mercado no es el de
la abnegación y del heroísmo. Y esto, no te fi-
pures que sucede por la maldad de los hom-
bres, sino por la ley de las cosas. En los nego-
cios, en las empresas, desde el momento en que
se sustituyese al cálculo la abnegación, se
arrumaría al empresario, no habría empresa
I 1 8 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
posible, ni progreso, ni civilización, ni otra co-
sa que miseria. El cálculo es, pues, una cosa
necesaria, y por consiguiente justa; es bueno,
como todas las facultades que hemos recibido
de Dios; sólo es malo cuando abusamos de él,
convirtiéndole en un instrumento de ruina aje-
na, atrepellando la leyes de equidad, sin otra
mira que el provecho propio.
Volvamos á la insuficiencia de los salarios.
Es preciso que te fijes bien en todas las conse-
cuencias de que suban de una manera sensi-
ble. Trabajas en una fábrica de tejidos de algo-
dón; echas tus cuentas (mejor ó peor echadas)
de las ganancias que realiza el fabricante, y
dices: — Puede darme doce reales más cada se-
mana.— Si solamente lo dijerais tú y los que
á la misma labor que tú se dedican, tal vez
la cosa sería hacedera en algunos casos; pero
observa lo que va á suceder. Querrán aumento
de salario:
Los que cultivan el algodón.
Los que lo recogen.
Los que lo conducen.
Los que hacen los carros en que ha de con-
ducirse.
Los que hacen con él las operaciones que ne-
cesita para embarcarle en el estado en que le
emplea tu fábrica.
Los marineros que tripulan el buque, y la
multitud de operarios que han tomado parte
en su construcción.
Los que cargan y descargan las pacas, y los
carreteros que las conducen á su destino.
Cartas á un obrero i 19
Los que extraen el hierro, los que conducen,
y la multitud de operarios que se necesitan pa-
ra convertir el mineral en las prodigiosas má-
quinas, destinadas unas á comunicar fuerza y
otras á utilizarla.
Los que extraen el carbón.
Los que proporcionan los vegetales y mine-
rales para blanquear y pintar las telas.
Los que hacen los dibujos, etc., etc., et-
cétera.
Suspendo la enumeración, por no hacerla
más pesada, sin decirte la mitad de los traba-
jadores cuyo salario influye en el precio de
una vara de percal. Que este precio aumentará
cuando sea preciso pagar más á los que contri-
buyen á formar el producto, es evidente, y
también lo es que cuando el percal esté más
caro se venderá menos, que la fabricación dis-
minuirá con la venta, y que sobrarán una par-
te de los operarios. Consecuencia de la subida
de salarios: disminución de trabajo.
Pero los que fabrican telas de algodón no
son los únicos necesitados ni deseosos de verse
mejor retribuidos; acontece lo propio á todos
los trabajadores; y cuando todos lo consigan,
«ú aumento de precio que ha tenido la vara
de percal, por la misma razón, le tendrán la
fanega de trigo, la arroba de aceite, el cuarti-
llo de vino, la libra de carne, la pieza de pa-
ño, el par de zapatos, todos los productos, en
fin, porque no hay ninguno de los que satis-
facen verdaderas necesidades, cuyo valor no
dependa del trabajo. Consecuencia de la subi-
OBRAS Dlv UO\.\ CONCEPCIÓN AkUNAL
da de los salarios: aumentar el precio de todos
los productos.
Ahora bien: ¿de qué te servirá, Juan, que
te aumenten el jornal, si se aumenta en igual
ó mayor proporción el precio de todas las co-
sas que has de comprar con él?
Hay quien insiste en que el precio de los
productos puede quedar el mismo, aunque se
aumente la retribución de los productores. Es
un error que se desvanece con reflexionar un
poco sobre lo que pasa y ha pasado. Se inven-
ta una máquina que lleva grandes ventajas á
la mano del hombre, para tejer lienzo, por
ejemplo. Según la opinión que combato, el
lienzo no abaratará, sino que el fabricante ga-
nará más. Sucede, y ha sucedido siempre, to-
do lo contrario. El inventor de la máquina
podrá enriquecerse, justo sería; por lo gene-
ral, vive y muere pobre: los primeros que la
adoptan se enriquecen tal vez; no es fuera de
razón, pues han hecho más justicia á la inte-
ligencia y arriesgado su capital, realizando
un pensamiento beneficioso para la sociedad.
Pasada esta primera época, breve, las venta-
jas de la invención son para los consumido-
res, no para los capitalistas; el ingenio, como
el sol, brilla gratis para todos. En Inglaterra,
donde primero y más en grande se han em-
pleado esos obreros poco costosos que se lla-
man máquinas, no es donde los capitalistas
sacan mayor interés; al contrario, como hay
muchos se hacen pagar menos: lo que han he-
cho los ingleses con los adelantos de la me-
CARTAS A ÜN 01!RI;R()
canica, es vender mucho y muy barato, no
sacar un gran rédito de sus capitales.
Esto que sucede en la Gran Bretaña, ha
sucedido en todas partes y siempre: en cuanto
baja el coste de la producción, baja el precio
del producto; te lo repito, Juan, porque es
ima hermosa y consoladora le\' económica: las
ventajas de todos los progresos lu las artes
p-asan á los consumidores, es decir, á la coma-
nidad, y son gratuitos; el capitalista las utili-
za, como uno de tantos, y en calidad de con-
sumidor, no de otra manera. Si se inventa el
modo de hacer los zapatos con menor coste,
ten por seguro que costarán más baratos, no
;¡ue se sacará mayor interés del capital que
en hacerlos se emplee.
Resulta de esto, (¡ue el precio de los pro-
ductos es generalmente el mínimio posible, da-
das las circunstancias en que se producen, y
prescindiendo de las ganancias del comercio,
con frecuencia más exorbitantes que las de la
industria. Si se aumenta el salario de la mul-
titud de obreros que contribuyen más ó menos
directamente á la fabricación de cualquier ar-
tículo, éste subirá, y subirán todos cuando to-
dos los jornales sean más crecidos.
Hasta aquí te he hablado de los productos
de las fábricas, y lo dicho puedes aplicarlo á
los productos de la tierra. Los capitales em-
pleados en ella hoy en España, no dan en
muchos casos el 3 por 100; por regla general
no pasan, ó pasan poco, de este módico inte-
rés. ¿Cómo es posible aumentar el jornal del
tá2 OBRAS PB DONA CONCEPCIÓN ARENAL
obrero del campo, sin que suban las primeras
materias y todos los artículos de primera ne-
cesidad? ¿Crees que el capitalista puede cer-
cenar de aquel rédito, y más cuando ve el muy
crecido que se saca de otras especulaciones que
no exigen trabajo ni inteligencia?
Ten, pues, como cosa cierta, Juan, que, por
regla general, los salarios no subirán armando
tum.ultos ni organizando huelgas, que si fuera
posible que subieran, dadas las actuales cir-
cunstancias económicas, sería un mal, porque
disminuiría el trabajo y subiría el precio de
todos los artículos, haciendo ilusorio el aumen-
to de jornal.
He usado de las salvedades de generalmen-
Ic, en la mayor parte de los casos, porque no
entiendo que en todos sea inii)osible el aumen-
to de jornal: trataremos otro día de estas ex-
cepciones, ocupándonos de la regla de hoy. La
regla es, que todo tu esfuerzo debe dirigirse,
menos á que aumente el precio de tu salario,
que á disminuir el de las cosas que se han de
comprar con él. Dirás que es igual: para tí
sí, pero hay la diferencia de que lo segundo es
hacedero y lo primero suele ser imposible.
La carestía de los productos es efecto de mu-
chas causas; apuntaré algunas.
Imperfección de los medios de producir.
Lo crecido de los impuestos.
Imperfección de los medios de comunicación.
Trabas y derechos fiscales.
Muchos y caros intermediarios entre el pro-
ductor V el consumidor.
CARTAS Á UN OBRERO 125
Pongamos, por ejemplo, los garbanzos. Yo
soy propietario de una tierra; la abono mal, la
aro mal, no la limpio; traigo la cosecha por
mal camino, en un mal carro; la majo á palos.
Resulta que la tierra me da poco, que su cul-
tivo y la recolección me cuesta mucho; no
puedo dar los garbanzos baratos.
Tengo que pagar una contribución territo-
rial enorme: aumento de precio.
Los garbanzos van al mercado por un mal ca-
mino, en un mal carro, y pagando un crecido
]jorte: aumento de precio.
Al llegar al mercado, registro, estorsiones,
pérdida de tiempo, nueva contribución: au-
mento de precio.
Entre yo que produzco los garbanzos, y tú
(lue los consumes, hay tres ó cuatro interme-
diarios, comisionistas y mercaderes, que reali-
zan ganancias no insignificantes: aumento de
precio.
Si el cultivo fuera más perfecto, los medios
de comunicación fáciles, los tributos modera-
dos, los registros y derechos de puertas supri-
midos, y te entendieras conmigo para que te
mandase los garbanzos, sin costosos interme-
dios, su precio se reduciría hasta un punto
que había de parecerte increíble.
La perfección de la Agricultura ya sé que no
- depende de ti, pobre amigo mío; las otras causas
de carestía son poderosas, y difícil y lento
hacerlas desaparecer; pero en este sentido es
necesario que trabajes, y en vez de prestar
oídos á los que te hablen de dar á tu salario
124 t)BKAS T)Iv DONA COXCliPCIOX AKEiXAI,
un auiiieiito (]uc no puede tener, debes expo-
ner con mucha moderación, pero con mucha
constancia, la necesidades de reducir los im-
puestos, de quitar las embarazosas trabas fis-
cales y de mejorar los medios de comunicación.
En esto último, Juan, tú y tus compañeros sois
descuidadísimos; los caminos que se dejan á
vuestro cargo, ó no se hacen, ó si os los dan
hechos, los dejáis deshacer, porque no os per-
suadís que un mal camino, no sólo es incomo-
didad, sino carestía.
lyO que más pronto podrías hacer para dis-
minuir el precio de los artículos, sería ponerte
en comunicación directa con los productores.
No imaginas tú cuánto aumentan el precio de
las cosas esos vendedores que te las dan ai ror-
menor, y cuanto más en pequeño, más. Los
comerciantes en grande sacan de su capital el
6, el lo, aunque sea el 20 por 100 al año, ^ue
seguramente no es poco; pero esos que te ven-
den en los portales y por las calles, te llevan
el 50, el So y hasta el 100 por 100 á la semana.
No oigas, pues, hablar con indiferencia ó con
prevención de las sociedades cooperativas;
reúnete con otros compañeros para comprar
las cosas lo más cerca posible del lugar en que
se producen, y en la mayor cantidad á que á
vuestros medios alcancen: de esto he de hablar-
te otro día más despacio. El comercio es una
cosa grande y lítil, pero esa reventa innecesaria
y exagerada es una verdadera calamidad.
cincho distan estos consejos caseros de las
grandes teorías de tus amigos los curanderos
CARTAS Á UN OBRERO
sociales; pero nota que no debemos desdéñal-
es estudio de las cosas que Dios no se ha des-
deñado hacer, y, como decía un artista los de-
talles minuciosos dan á la obra perfección y l-i
Perfección no es un detalle. Las ciencias" so-
ciales tienen que descender á pormenores, que
no las rebajan sino en el concepto de la gente
trivola; no reputan como ajeno á ellas nada
que puede interesar al hombre, v donde quiera
que pueden desvanecer un error, evitan ó con-
suelan una desventura.
Para el poco espacio de que hov disponemos
esta carta va siendo demasiado larga; en otni
continuaremos tratando de los salarios
Jss e4ss iJRs í'^ i.'^ íMj íAj i/Tví a/lV» eÁs üA» a^ oyAj «/M aiíj lUís
CARTA UNDÉCIMA
De las huelgas.
Apreciable Juan: Decíamos el otro día que
cu la mayor parte de los casos no es posible
aumentar el precio de los salarios sin que suba
el de los productos; que subiendo el de los pro-
ductos se hace ilusoria la mayor remuneración,
porque lo que como productor ganas, lo pier-
des como consumidor, y de nada te sirve tener
más dinero si te cuestan más caras todas las co-
sas que has de comprar con él, sin contar con
(lue la industria tiene que reducir sus propor-
ciones ó tal vez cesar del todo. En efecto; 5''a
sabes que cuando una cosa está cara, se vende
menos;" y aunque el sofista de más genio de
cuantos han procurado extraviarte haya dicho
que es cosa que no se puede demostrar, no se
necesita que nadie te demuestre que dos y
dos no son seis, para que tú estés convencido
de que son cuatro.
La subida de los salarios, que por regla ge-
neral determinaría la de los productos, no sólo
disminuiría la venta de éstos, y por consiguien-
OBRAíí DE DONA CONCEPCIÓN AREXAL
te SU fabricación, y en su consecuencia el nú-
mero de operarios que en ella se emplea, sino
que en muchos casos la haría imposible por
efecto de la concurrencia. Tú fabricas lienzo,
que sube de resultas de la subida de tu salario;
pero en otro pueblo, en otra provincia, en
otra nación no ha subido, é inundará tu merca-
do con sus productos, y los tuyos no se ven-
derán y te quedarás sin trabajo. INIe dirás que
todos los obreros de todo el mundo vais á con-
veniros en no trabajar sino á tal ó cual precio,
y que de este acuerdo universal resultará que,
estando todos los productores en las mismas
condiciones de carestía, ninguno podrá hacer
competencia insostenible con su baratura.
En primer lugar, Juan, este acuerdo es im-
posible. Tú te equivocas ¡ desdichada equivo-
cación ! la organización del trabajo con la de
la guerra. Es posible formar ejércitos de obre-
ros, señalar el lugar en que se han de reunir,
adiestrarlos en los medios de matar, inflamarlos
para que no teman m.orir, llenar la copa de
su ira con una bebida que enloquece, compues-
ta de lágrimas y de sangre, de razón y de
delirio, de injusticia y de derecho, de car-
cajadas infernales y ayes dolientes, y después
que tengan fiebre y vean rojo, hacerles brindar
l)or la destrucción del mundo, y lanzarlos como
á esos proyectiles que caen en las tinieblas y
van á herir ciegamente al que blasfema y al
que ora, al que se inmola por la humanidad y
al que la escarnece, al malvado y al varón jus-
to, al duro y al compasivo, á la ramera y á la
CARTAS Á UN OBRERO 129
mujer santa. Todo esto puede suceder; pero
que se armonicen todos los hombres de todos
los países para combatir las leyes económicas
y que triunfen de ellas, eso es imposible. Des-
pués de la lucha, y queden vencedores ó ven-
cidos los obreros, el sol saldrá por el Oriente,
las aguas correrán hacia el mar, y producir
barato será la tendencia irresistible del mundo
económico. Esta ley de la baratura tiene sus
inconvenientes y sus ventajas, como todas; el
agua que se desprende de las nubes te hace
un gran beneficio fecundando la tierra, pero
te perjudica mucho si te cae encima. ¿Qué
haces? Guarecerte cuando llueve. Las leyes
económicas son tan inflexibles como las fí-
sicas; tan seguro es que tú comprarás al que
te venda mejor y más barato, como que ten-
drás frío cuando hiela. La concurrencia es una
lucha; no puede ser otra cosa. ¿Se concluye
de aquí que no ha de tener modificación ni
correctivo alguno, y que se ha de proclamar
como ley el grito de ¡sálvese el que pueda! y.
¡caiga el que caiga! No. Pero en la batalla,
y no te hagas ilusiones, Juan, es una batalla
y no puede ser otra cosa la concurrencia; en la
batalla, te digo, debe hallarse socorro y amor
en las ambulancias, pero sería locura pedír-
sela á las baterías.
La concurrencia es la libertad, con todos los
inconvenientes y las ventajas que la libertad
tiene en todas las esferas; la baratura es el
resultado de la concurrencia, y entrambas son
leyes á cuyo imperio es cada día más difícil
OBRAS di: DOXA COXCKrCIUN ARIvXAL
sustraerse; lo necesario es ver cómo acomo-
dándote á ellas mejoras tu situación, y cómo
la libertad no se convierte en desenfreno y li-
cencia. Uno de los medios á que ahora recu-
rres para conseguirlo, es la huelga; detengá-
monos un poco a tratar de ella.
Tú haces zapatos, trabajas en un gran ta-
ller, sois trescientos operarios; á vuestro pa-
recer las horas de trabajo son muchas, la re-
tribución poca y la ganancia del maestro exce-
siva, y le decís: «Auméntenos usted jornal y
disminuyanos el trabajo.» El hombre respon-
de: ((No puedo.» Vosotros replicáis: ((Pues nos
marchamos.» Él contesta: ((Lo siento; pero me
veo en la necesidad de dejaros ir.» Y os vais
y, como ahora se dice, os declaráis en huelga.
Si no hay violencia de tu parte, si no la
usas con el maestro para que mejore las con-
diciones que te ofrece, ni con tus compañeros
para que las rechacen, estás muy en tu dere-
cho en decir al capitalista: ((No me conviene
el salario de usted», como él lo estaría en de-
cirte que no le convenía tu trabajo. Pero re-
flexiona, Juan, que al uso del derecho á hol-
gar suele seguirse el hecho de no comer; y an-
tes de condenarte á grandes privaciones tú y
los tuyos, es necesario investigar bien y re-
flexionar mucho si lo que pides es hacedero;
porque si no lo es, ¿de qué servirá que te pa-
rezca justo?
Yo no condeno las huelgas en absoluto;
siempre que, como te he dicho, no se use de
violencia, pueden ser un derecho; pero tam-
CARTAS A UN OBRKRO
bien pueden ser, y son con muchísima fre-
cuencia, un error. Digo que pueden ser un
derecho, porque hay casos en que no lo son
aunque no se use de violencia. Sobre esto voy
á decirte algunas palabras, porque me consta
que tienes ideas equivocadas acerca de la li-
bertad del trabajo. La libertad del trabajo no
es absoluta, como no lo es ninguna libertad;
todas están sujetas á la gran ley de la justi-
cia. La libertad de trabajar no te autoriza para
machacar la suela en el teatro Real mientras
se canta un aria, ó para trillar la paja en la
vía pública, interceptando el paso. Hasta aquí
estarás conforme; pero esta conformidad nos
conducirá más lejos de lo que tú crees proba-
blemente.
Enfrente de tu derecho hay otro igual y
tan sagrado como el tuyo; la sociedad debe
igual protección á todos, y si las huelgas con-
tinúan, habrá que legislar sobre ellas. Si cons-
truyes naipes ó abanicos, si te dedicas á bai-
lar en la cuerda floja ó cantar óperas, puedes
holgar cuanto sea tu voluntad, salva la nece-
sidad de comer. La sociedad puede improvi-
sar abanicos y pasar sin oír música, sin ver
bailar y sin jugar á la baraja. Pero si en vez
de producir cosas de conveniencia y recreo
produces cosas de necesidad; si eres tahonero,
médico, ingeniero, aguador, sangrador, ma-
quinista, etc., etc., entonces, amigo mío, la
huelga en masa no es un derecho de que pue-
des hacer uso inmediatamente; es necesario
que aviséis con anticipación tú y tus compa-
I X2 OBRAS DE DONA CONCEPCIÓN ARENAL
ñeros que vais á hacer uso de él, para que la
sociedad provea de remedio al mal que tra-
táis de hacerla vosotros, que formáis parte de
ella, que con ella y por ella vivís, 3^ con la
cual estáis unidos por lazos morales y mate-
riales. Vamos á ver si no lo que te sucedería
si al mismo tiempo que tú, y sin previo avi-
so, hicieran uso en masa de su derecho de hol-
gar cierta clase de trabajadores. No olvides
aquello que dijimos, de que es trabajador todo
el que trabaja, sea con la inteligencia, sea con
las manos.
Eres operario en una tahona, y con tus com-
pañeros te declaras en huelga. Supongo que
eres hombre prevenido, y guardas pan para
ocho, quince, ó los días que á tu parecer haya
de durar el conflicto de carecer de un artículo
indispensable para la vida; supongo también
(y no es más que una suposición, porque te
creo hombre honrado), supongo que tu mora-
lidad deja bastante que desear, ó que tu falta
de reflexión deja mucho, cuando no te cuidas
de lo que va á ser de tus parientes, de tus ami-
gos, de tus vecinos, de tus conciudadanos, el
día que no haya pan; cuando no te cuidas de
lo que padecerán los pobres, que hacen de él
su alimento principal, casi exclusivo muchos.
Los ricos, la gente bien acomodada, comerán
otras cosas ó se irán á otra parte; pero el po-
bre sufre el hambre, como sufre la peste, como
lo sufre todo, allí donde le clava su pobreza.
Así, pues, en tu cólera ciega contra el capital,
vas á descargar un golpe terrible contra las
CARTAS A UN OBRERO 133
personas de tu clase, contra los que sueles
llamar tuyos, contra los pobres.
Tú no te cuidas de estas cosas, y sigues ade-
lante con tu idea. Tienes unas cuantas pese-
tas ahorradas; comerás de tu acopiado pan
duro, supliendo con carne en mayor cantidad.
Pero he aquí que los operarios del mata-
dero se han declarado en huelga también, y no
hay carne.
En huelga están los obreros de la máquina
que hace subir el agua á tu barrio, y no hay
agua; esto te pone en un verdadero conflicto.
Esperas á que pase una, dos, tres, seis horas,
y el agua no llega; es de noche, no hay ya
que esperar más; preciso es coger un cántaro
é ir á llenarle á una fuente distante.
Pero ¿qué es esto que ven tus ojos, ó más
bien lo que no ven? Obscuridad completa.
Confusión indecible. Otros que, como tú, van
á la fuente, tropiezan con su cántaro en el
tuyo, y te lo rompen. Se arma una gran pelo-
tera; de las malas palabras se pasan á las ma-
las obras; os sacudís de lo lindo; tú llevas lo
peor y quedas en el suelo. Pides socorro; pero
hay otros muchos como tú, por golpes y por
caídas y atropellos, etc., le necesitan también,
y recibes en su lugar la visita de un ratero,
que á favor de la obscuridad despoja tus bol-
sillos. Al cabo de muchas horas te recogen,
vuelves en ti, preguntas qué significa todo
aquello, y te responden: «La huelga de los
operarios de la fábrica de gas».
El médico dice que es necesario sangrarte.
134 OBRAS DK DOÑA CONCEPCIÓN AKlíNAL
pero la cosa no es posible; también los san-
gradores del Hospital y de la Casa de Socorro
se han declarado en huelga, y los de la pobla-
ción están tan ocupados que no parece ningu-
no para ti. Por no poder hacerse á, tiempo
este remedio, tienes una enfermedad. Sales de
ella en fuerza de tus pocos años, y cuando te
ves convaleciente, determinas dejar un pueblo
en que tan mal te ha ido, y tomas el ferro-
carril.
Ha habido grandes avenidas; se dice que
muchas obras de fábrica se han resentido, pe-
ro el tren continúa hasta que, al llegar á un
puente se derrumba, y te hallas en el río de
donde te saca un guarda de la vía. Eres de
los mejores librados, no te has roto más que
una pierna. Según la costumbre establecida en
España para estos casos, tardas horas en re-
cibir socorro, y en tanto tienes tiempo de ha-
blar con un guarda que te sostiene la pierna
fracturada, acerca de la causa de aquel desas-
tre, y entre los dos se entabla el siguiente
diálogo :
Juan. — ¡ Es escandaloso esto ! Si el puente
hubiera estado bien hecho, no se hubiera
hundido.
Guarda. — El puente bien hecho estaba, se-
gún decían, y se ha visto en muchos años;
pero han sido tan terribles las avenidas y tan-
tas, que sin duda se ha resentido.
Juan. — ¡ Sin duda ! ¡ Pues me gusta ! ¿Y por
qué no se ha averiguado, con mil pares de...
Guarda. — Ya anduvo mirando el jefe de es-
CAKl'AS A ÜX OHRKRO
135
tación y le pareció que no había novedad; á mí
me pareció lo mismo, pero resulta que nos
hemos equivocado.
Juan. — Pero el jefe de estación y tú ¿enten-
déis de puentes? Yo he oído decir que para
estas cosas están los ingenieros.
Guarda. — ¡ Ya lo creo ! Ellos son los que
saben de eso; pero, ¡ cuánto hace que no hay
ingenieros en la línea !
Juan. — i Qué infamia ! ¿Y cómo se consiente
semejante cosa?
Guarda. — Parece que el Gobierno les ha he-
cho no sé qué mala pasada, sin respeto ningu-
no á lo mucho que saben, y ellos han dicho:
«¿Sí? Pues ahí van nuestros títulos», y se los
han mandado al Ministro de... no me acuerdo
á cuál de los Ministros...
Juan. — Será al de la Guerra.
Guarda. — No. Ellos dicen que por ese mi-
nisterio no les hubiera sucedido tal chasco,
pero es igual; han enviado sus títulos, se han
quedado de paisanos, y no sé lo que va á su-
ceder.
Juan. — Yo sí; que se estrellarán los viajeros,
como nos hemos estrellado. Por lo visto tam-
bién se han declarado en huelga los ingenie-
ros. ¡ No me había ocurrido á mí que esto pu-
diera suceder! ¡Tienen bemoles las huelgas
de estos señores ! Dime, el médico que me ha
de curar, ¿estará en huelga también?
Guarda.— No; es el titular del pueblo, y no
puede dejarle hasta que cumpla la escritura.
Además es muy buena persona, y dice que los
136 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAE
médicos y los curas deben estar siempre á
disposición de todos.
Juan. — Es claro. Dice muy bien; porque si
se le antoja no curarme, sería una triste
cosa.
Guarda. — No tengas cuidado. No ha llega-
do á ti, porque ha}^ otros más apurados; pero
cuando te toque la vez, ya verás qué hombre
más bueno. En toda la línea le queremos co-
mo si fuese nuestro padre, y cuando le damos
gracias por el mucho interés que por nosotros
se toma, dice que no hace más que su obliga-
ción; que los hombres en sociedad se deben
consideraciones, servicios y buenos procede-
res; hoy por ti y mañana por mí; y no se
equivoca, porque una vez que venía á cuerpo
á ver al del kilómetro 220 y le cogió un agua-
cero, que quiso que no, le eché mi capote y
apreté á correr para que no pudiera devolvér-
m.ele. ¿Quieres creer que sentía yo gusto en
mojarme por él, acordándome de una noche
que había pasado sin separarse de una hija
que tengo, que es como un sol, y que si no
está atisbando cuándo se le podían dar unas
pildoras, se muere de una terciana de esas que
matan á la tercera? Pues así fué.
Juan. — Lo creo bien. Así es como debe ser,
porque si la gente se pone á malas, ¿dónde va-
mos á parar? Ya veo que el médico os tiene
bien enseñados, porque me estáis sosteniendo
la pierna con mucha paciencia.
Guarda. — ¿Qué diría él si no? Además de
que me hago cargo de que tendrás muchos do-
CARTAS A UN OBRERO 13^
lores, y naturalmente, hago lo que puedo por
ti, como tú liarías en igual caso.
Te llega, Juan, el turno; se reduce tu frac-
tura; te asisten bien 3^ con cariño; te curas.
Has cobrado gran horror á la vía férrea; te
vas á pié al puerto más inmediato, y de allí
determinas embarcarte para Barcelona, y te
embarcas.
La mar, bonancible al princpiio, se encres-
pa, y tanto, que á toda máquina gobernáis
en demanda del primer puerto, cuya entrada,
mala siempre, es ahora peligrosísima. Pedís
práctico; sin él no hay salvación posible; pero
los marineros de la lancha se han declarado
en huelga, y no quieren salir; así lo dicen las
señales. El capitán exclama: c(¡ Nos estrella-
mos sin remedio !», y antes de un cuarto de
hora se cumple la terrible profecía. Tú, Juan,
mueres ahogado, y antes de morir, el derecho
á holgar, que sobre todo desde la huelga de
los ingenieros había empezado á serte sospe-
choso, te parece horrible.
Con tu buen sentido comprenderás que,
cuando la libertad de holgar se convierte en
libertad de hacer grandes é irreparables males,
es necesario limitarla un poco. La ley debe
decir, y dirá, si las cosas continúan por la
pendiente donde están, la ley dirá cuáles tra-
bajadores no pueden declararse en huelga sin
anticipado aviso á la autoridad. Bien podrá
concillarse su libertad, que es el movimiento
138 (M5R.\Si di: P0.\A CONCKPCIÓN ARENAt,
de un ser racional, y no los saltos de una bes-
tia, con las necesidades sociales. Como lo que
tú quieres al declararte en huelga es aumento
de jornal, si este aumento no es algún gran
despropósito por su cantidad exorbitante, bien
s-í podrá suplir de los fondos comunes, hasta
que entres en razón si no la tienes; te la con- ¡
cedan, si te asiste, ó de otro modo se provea íj
el remedio, para que queden atendidas las ne- ^
cesidades apremiantes de la sociedad, y tus ^
parientes, tus amigos, tus vecinos, tus conciu- '
dadanos y tú mismo, no os veáis en un con-
flicto grande.
Tratando de los jornales, nos han salido al
paso las huelgas, como era inevitable; ellas
nos han Ilevndo al derecho absoluto á holgar;
y aunque le hayamos discutido muy por enci-
ma, nos ha ocupado la discusión todo el aspa- >
ció de que hoy podíamos disponer. Otro día ^
ccntinnaremos tratando de los salarios.
CARTA DUODÉCIMA
Que el derecho no es una cosa absoluta.
Apreciable Juan: En mi carta anterior he-
mos tratado de las huelgas, y discutido, aun-
que brevemente, el derecho á holgar. Un libro
voluminoso, no una breve carta, necesitaba
tan vasto asunto; y como el otro día me faltó
espacio para decirte ciertas cosas que á mi
parecer no debes ignorar, añadiré algunas pa-
labras, porque estás muy propenso á llamar
tiíanía ó despotismo á cualquiera limitación
del derecho.
No hay nada en el hombre que no sea li-
mitado. ¿Cómo su derecho no tendría límites,
cuando precisamente es de esencia que los ten-
ga, porí^ue lleva consigo un deber, porque es
una regla, y toda regla y todo deber tienen
punt'is fijos de donde parten, y una esfera de
acción de donde no pueden salir?
Por ejemplo, la ley electoral exige que el
elector, para serlo, pague 500 reales de contri-
bución directa. ¡Injusticia! exclamas tú. ¿Por
qué el rico ha de tener este privilegio? ¿Por
140 OBRAS DE DONA CONCEPCIÓN ARENAL
qué no hemos de ser todos iguales? El legisla-
dor atiende tu reclamación y decreta que to-
dos los ciudadanos tienen igual derecho á ele-
gir concejales 3^" diputados. Pero cuenta con
que una cosa es la supresión del privilegio y
otra la de toda regla. Tú eres elector como el
Marqués ó el Duque, pero ni el Duque, ni el
Marqués, ni tú, lo seréis si os halláis encau-
sados, sois menores ó estáis locos. Limitación
de tu derecho electoral.
Tú tienes derecho á vestirte como te parez-
ca. ¿Quién lo duda? ¡Bueno sería que volvié-
ramos á aquellos tiempos en que la ley mar-
caba el traje que había de llevar cada uno,
determinando su forma y calidad ! Sin embar-
go, no puedes vestirte de obispo, ni de gene-
ral, de individuo de orden público ó de ma-
gistrado. Puedes en verano llevar un traje tan
fresco como quieras, pero no presentarte en
un estado de desnudez que ofenda la decen-
cia. Ya comprendes los inconvenientes que
esto tendría y los que habrían de resultar de
que, ataviado con el uniforme de un alto gra-
do en la milicia, empezaras á dar órdenes á
los militares, sin aptitud ni autoridad para ello.
Limitación de tu derecho á vestirte.
Tú tienes un jardín con una fuente. ¿Quién
puede dudar de tu derecho á regar á la hora
que te parezca y como quieras? Pero sucede
que un ejército enemigo pone sitio á Madrid
y corta el canal de Lozoya, y rompe la cañe-
ría que viene del Pardo. El agua empieza á
escasear de tal modo, que se pone guardia un
CARTAS A UN OBRERO 141
las fuentes, se da por medida, y aun así no
alcanza. Yo supongo que tú eres bastante bue-
no para no hacer uso del derecho de dar agua
á tus plantas, mientras tus convecinos se mue-
ren de sed, y que dices á la autoridad: — Dis-
ponga usted de mi fuente. — Pero si tan bueno
no fueras, si te importaran más tus claveles
que tus hermanos, la autoridad haría muy
bien en enviar fuerzas para hacerte entrar en
razón, y que se distribu3^ese el agua entre los
que se morían de sed. Lim.itación del derecho
de regar tus flores.
Tienes dinero y determinas hacer una casa.
Ha de ser á tu gusto, distribuida de esta ó de
la otra manera; ya es tiempo que tú te alojes
convenientem.ente, y no según el capricho de
propietarios y arquitectos, que entienden poco
de tu comodidad. Nada más justo. Pero ha-
brás de conformarte con las ordenanzas mu-
nicipales; preciso es que subas ó bajes, retires
ó adelantes la pared, según la alineación y la
rasante. Has de dar curso á las aguas inmun-
das, y recoger las llovedizas, no sacar dema-
siado los balcones, dar cierta solidez al edifi-
cio, y, en fin, sujetarte á una porción de re-
glas, sin las cuales el derecho de edificar haría
difícil ó peligroso andar por la calle. Limita-
ción á tu derecho á hacer una casa como te dé
la gana.
Eres dueño de una tierra. Has plantado en
ella árboles, muchos frutales; la has embelle-
cido de mil modos; la has cercado; es un pa-
raíso para ti; no la darías por ningún dinero.
142 OBRAS DIC DONA CONCI.rCIi i\ ARENAI,
Un día llama á tu puerta un ingeniero, traza
una línea y cae la pared, se cortan los árboles,
se ciega el estanque, y un camino divide tu
posesión. Te pagan el valor materialmente útil
de lo que te quitan, pero tu gusto, el valor que
aquella tierra para ti tenía por recuerdos ó ale-
grías ó dolores que en ella hubieras pasado,
no .tiene indemnización posible. Tú puedes ha-
cer valer fuertes razones para que el camino no
atraviese tu posesión, como el vecino, para que
no vaya por la suya, y como todos los propie-
tarios para que el trazado se aleje de su pro-
piedad: si se os atendiera á todos, el camino
no se haría, en lo cual todos quedarían perju-
dicados. Limitación al derecho de hacer de tu
tierra lo que te parezca.
Es domingo y vas á los toros. La diversión
es bárbara, pero la cosa es legal; con el bille-
te has comprado el derecho de conducirte du-
rante algunas horas como si no fueras hombre
civilizado.
Pasas por el hospital de mujeres incurables;
hay fuego en un almacén de maderas conti-
guo. Las llamas amenazan de cerca á las mí-
seras, que no pudiendo moverse, morirán que-
madas si no hay quien, las auxilie. Esto no
es una suposición; hace pocos años sucedió.
No fué necesario, dicho sea en honor de la
verdad y de los sentimientos del hombre, no
fué necesario, digo, que para poner á aquellas
infelices en salvo, se empleara la fuerza. De
muy buena voluntad, grandes y pequeños, po-
])rcs y ricos, jóvenes y ancianos, hombres y
CARTAS Á UN OBUERO 1 43
mujeres, acudían en gran número, y con afán
y cariño, trasladaban á las pobres enfermas á
lugar seguro. Era un hermoso espectáculo, de
esos que se contemplan á veces en los grandes
desastres, cuando el estrago material da oca-
sión á que se despleguen las altas dotes del
espíritu. A los lamentos del terror sucedieron
bien pronto las bendiciones de la gratitud; la
Universidad se convirtió en hospital, con mul-
titud de enfermos y ayudantes. Al ver los col-
chones en que iban las imposibilitadas, soste-
nidas por caballeros y hombres del pueblo que
querían y hacían lo mismo, auxiliándose mu-
tuamente, sin reparar ninguno en la clase del
otio, el corazón quedaba aliviado de un gran
peso, y daba á la inteligencia resuelto un gran
problema! La fusión de las clases sólo puede
veiificarse por el sentimiento; hacer bien al
pueblo, hacer bien con el pueblo, es el mejor,
el único medio de desarmar sus iras; dos hom-
bres que espontáneamente han llevado juntos
á cabo una buena obra, fraternizan; cualquie-
ra que sea la diferencia de sus condiciones,
son hermanos. Pero volvamos al hospital de
incurables. P'igúrate que en lugar de sobrar
gente para salvarlas de las llamas hubiera fal-
tado, y que tú pasas de largo, porque te im-
portan más los toros que la humanidad dolien-
te: la autoridad hubiera hecho muy bien en
obligarte á evitar que alguna infeliz muriese
quemada. Limitación de tu derecho de ir á los
toros.
Resuelves embarcarte para América. Pien-
144 OBRAS DE DOiÑ'A CONCEPCIÓN ARENAL
sas darte buena vida en la travesía y holgar
á tus anchas: nada más justo; al pagar el pa-
saje has comprado este derecho. Le ejercitas
sin obstáculo durante diez días; pero al undé-
cimo, el buque empieza á hacer agua de una
manera alarmante. Se acude á las bombas,
hay que trabajar en ellas activamente noche
y día. La tripulación no basta, es necesario el
auxilio de los pasajeros. Al cabo de cinco
días de labor ruda y angustia grande hay mo-
mentos en que el desaliento se apodera de los
más, pero el capitán levanta el espíritu de los
débiles, se despoja de su levita, es el primero
á dar á la bomba, el último á tomar descanso,
que para él no es el sueño, sino infundir es-
peranza con palabras de consuelo y la pers-
pectiva del puerto cercano. Si te hubieras obs-
tinado en descansar mientras los demás traba-
jan, ¿quién duda qae sería justicia llevarte
por fuerza al trabajo? Limitación de tu dere-
cho de hacer descansadamente el viaje á Cuba.
Quieres echar una cana al aire. Te acompa-
ñas con tres amigos; coges una bota, unas
tortillas, un salchichón y una guitarra; alqui-
las un coche de colleras y os vais al Pardo.
Al llegar al puente de San Fernando oyes -m
tiro, y después ayes lastimeros. Mandas parar
y te apeas á ver lo que es. A un cazador se le
ha reventado la escopeta, y yace por tierra
herido de gravedad. La hemorragia es grande,
urge contenerla, y la casa de socorro está le-
jos. De la prontitud de la cura depende lal
vez la vida de aquel hombre. Supongo que
CARTAS Á UN OBRERO
145
ofreces tu coche, y que te dices: — Continuare-
mos á pié; si el carruaje falta á la fiesta, en
cambio tendremos la satisfacción de haber he-
cho una buena obra, de haber contribuido efi-
cazmente á salvar la vida de este infeliz, que
tendrá hijos, que tendrá madre. — Te acuerdas
de la tuya, y ocultando lo mejor que puedes
una lágrima que asoma á tus ojos, te das prisa
á sacar la bota y los víveres de la carretela,
que queda á disposición del herido. Pero, si
así no fuese, si tuvieras una de esas almas
donde no halla eco ninguna voz generosa, si
prefirieses tu capricho á la vida de uno de tus
semejantes, la Guardia civil haría muy bien
en apoderarse por fuerza del vehículo que no
cediste por humanidad. Lhnitación á tu dere-
cho de pasearte en coche.
Podría continuar; mas por lo dicho com-
prenderás que no hay derecho que no tenga
ó no pueda tener alguna vez limitación. ¿Qué
mucho que la tenga el derecho, si hasta el he-
cho la tiene? Si prescindiendo de toda moral,
desenfrenadamente te entregas á los vicios, el
aniquilamiento de fuerzas y la enfermedad te
atajan presto; si cometes crímenes prescindien-
do de la justicia y confiando en que no existe,
la venganza pone límites á tu maldad.
No puede haber absoluto é ilimitado más
que lo perfecto; y no siéndolo el hombre, debe
hallar límites en todas las esferas de su acti-
vidad. vSi es cuerdo, se los pondrá él; si es
insensato, habrá de admitir los que le ponga
la sociedad ó la naturaleza. A medida que se
146 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARf.NAL
ilustra y se mejora, él se traza los límites de
donde no debe pasar, y su moralidad y su ra-
zón hacen inútil el empleo de la fuerza. En
los ejemplos que te he citado, sin dar lugar
á recurrir á ella, un hombre honrado hace, por
impulso propio, todo lo que se le puede exi-
gir por conveniencia ajena.
Tú dirás tal vez que cuesta grandes sacrifi-
cios vivir en sociedad: indudablemente. Efecto
de nuestra imperfección, amigo mío, no halla-
mos en ninguna parte ventajas sin inconve-
nientes. Para que, herido, tengas derecho á
ser trasladado inmediatamente á la casa de so-
corro en el primer coche que pase, es nece-
sario que, pasea?iie, tengas el deber de apear-
te, á fin de que el doliente reciba cuanto. antes
el auxilio. Tu deber de sano y tu derecho
de enfermo son una misma cosa; si no los se-
pararas contra razón, no faltarías á ellos con-
tra justicia.
Si por utilidad pública se expropia al dueño
la tierra por donde pasa el camino, por hu-
manidad se puede expropiar el uso de coche
que sobre él rueda, y el trabajo de sus bra-
zos por algunas horas al hombre que con ellos
puede evitar á sus semejantes una gran des-
dicha. Todas estas cosas son consecuencia do
ini mismo principio; pero el egoísmo rechaza
la lógica que se opone á su comodidad. Todo
el mal viene, Juan, de que la ley de amor,
enseñada hace diez 3^ nueve siglos por el di-
vino Maestro, no es todavía la ley del mundo.
Entre los que se aman, no hay derechos ni
CARTAS A UN OBRERO 1 47
deberes. El deber es un impulso que da el co-
razón; el derecho un consuelo que recibe; y
la armonía resulta, no de que cada uno pida
lo que le corresponde, sino de que dé lo que
pertenece á otro; y la medida está en el deseo
de hacer bien, y no en la pretensión de re-
cibirle.
Seguramente estamos bien lejos del ideal,
amigo mío, pero más hemos estado, y acer-
carnos á él cuanto sea posible es nuestra obli-
gación y nuestra esperanza. vSi el deber no bro-
ta como un sentimiento espontáneo de tu co-
razón, al menos no te formes ideas absurdas
sobre lo ilimitado y lo incondicional de tu de-
recho; reflexiona hasta dónde puede llegar, y
no intentes pasar de allí, porque es seguro que
habrá alguno que te haga retroceder sin razón,
tanto como sin razón querías avanzar tú.
Cuando estás en tu lugar y te sales de él in-
debidamente, te dan un empujón que te echa
más atrás del sitio que ocupabas.
Te lo repito: no hay derecho absoluto sin
traba ni limitación alguna. El derecho no
se lanza como un proyectil en la obscuridad
destruyendo cuanto halla en su camino, sino
que marcha pausada y majestuosamente á la
hr¿ de la justicia.
e-A3 S'rNs z/k^ ^'jr® a-w^s e-^^s e>W^f) eAa e^íUs it/^s e/^S^ e^w-s e^A^ eAs e^Vs e/\V5
«^ eyfj e4Í3 eMa e.'lU eA« e4\9 s>IV9 e)t~3 eiRs t/fj eJili eJTsS tA\3 e^í^ a/fj
CARTA DECIMOTERCERA
Sel socialismo.
Apreciablc Juan: Hemos tenido qne dete-
nernos en la cuestión de los derechos absolu-
tos que sin regla ni límite pueden ejercerse,
y hemos visto que tales derechos no existen.
La cuestión no ha sido traída por los cabellos,
como vulgarmente se dice, sino" que ha salido
naturalmente de nuestro asunto; y aunque ten-
gas por enojosa mi insistencia, he de hacerte
notar otra vez cómo de las cuestiones econó-
micas surgen cuestiones morales, sociales, po-
líticas, filosóficas; cosa muy natural, porque
donde quiera que está el hombre, hay un ser
moral é intelectual, y los problemas que le
conciernen no pueden resolverse pesando cuer-
pos, midiendo distancias y sumando cantida-
des; pero es cosa muy frecuentemente olvidada
ó desdeñada por los economistas.
Volvamos á las huelgas. Ya te he dicho que
yo no las condeno en absoluto: pueden ser un
derecho, pero también pueden ser un error.
La historia de las huelgas sería un libro muy
I 50 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN AKENAI,
instructivo, y te haría uu verdadero servicio
el que la escribiese. Allí verías su principio,
su marcha y sus consecuencias, y cuándo pro-
ducen la subida del jornal, y cuándo un grave
perjuicio al jornalero. La mayor parte de aqué-
llas, de que yo tengo noticia exacta, han pro-
ducido este último resultado; y aun en los
casos en que los jornales han subido por de
pronto, lo probable es que vuelvan á bajar
donde estaban, si no descienden más aún.
Veamos cómo pasan las cosas.
Eres oficial de zapatero, y con tus compa-
ñeros te declaras en huelga. La maj'or parte
de vosotros vive al día; de manera que desde
aquél en que cesa el trabajo, empieza la pe-
nuria. Tus hijos te piden pan en vano, y tu
madre ó tu mujer se quedan irritadas ó afligi-
das de que voluntariamente lleves la miseria
á una casa en que moraba el bienestar. Tú te
disculpas con que todos han hecho lo mismo,
y pones de manifiesto la justicia que te asiste;
pero, dado que queden convencidas, no que-
darán remediadas, y su equipo, el tuyo, el de
tus hijos, todo pasa á la casa de préstamos:
es una verdadera ruina.
Entretanto el maestro, el capitalista, va ven-
diendo las existencias, que suelen ser bastan-
tes, y si calcula que la huelga durará mucho,
sube el precio de! calzado. Los zapateros que
en la población trabajan por su cuenta, hacen
lo mismo, y por de pronto, los perjudicados
sois: el público, que no se calza barato, y tú,
que no comes. Si este estado de cosas se pro-
CARTAS A rx OBRi;íiO I s t
louga, la subida de los precios atrae la mer-
cancía y empieza á v'enir calzado de otras par-
tes, operación que favorece la facilidad de las
comunicaciones. El industrial tal vez se haga
comerciante, 3' de todos modos, él puede per-
manecer mucho tiempo, ganando más, ganan-
do menos, ó no ganando nada; pero tú, sin
recursos, no puedes vivir, y si la huelga con-
tinúa, la necesidad de comer te pone en la de
aceptar el jornal que habías rehusado. Acaso
el aumento de precio de la mercancía ha traí-
do al mercado vendedores, que le abastecen
con más abundancia que antes lo estaba; tal
vez la concurrencia mayor ha disminuido los
precios; tal vez al maestro, que tiene con qué
vivir, le habéis inspirado miedo, ó, aunque no
le tenga, no quiere continuar con una indus-
tria que no puede ejercer sosegadamente, y se
retira, y hay uno menos que os dé trabajo, y
una probabilidad más de que os lo pagarán
peor, porque, como decía un obrero parisién,
cuyo buen sentido querían en vano alucinar
con absurdas teorías: «Yo sé, replicaba, que
cuando dos obreros buscan á un fabricante, los
jornales bajan, y cuando dos fabricantes buscan
á un obrero, los jornales suben.» Es, pues, muy
posible que en algunos casos los jornales bajen
de resultas de las huelgas. De todas maneras,
antes de recurrir á ellas, es necesario estudiar
bien la cuestión y aconsejarse con personas co-
nocedoras del negocio, que te digan si lo que
intentas es hacedero. Por regla general, debe
dar y ha dado mejor resultado la intervención
152 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
de personas respetables y competentes, que tra-
tan con los fabricantes y sostienen los intere-
ses de los obreros, que las huelgas de éstos. En
todo caso, nunca conviene empezar por ellas,
sino concluir, cuando se haya recurrido en va-
no á todos los medios de avenencia, después
de bien estudiado el punto. Fíjate mucho en
esto, Juan; ninguna cuestión puede resolverse
bien sin estudiarse antes, y yo no sé que pre-
ceda á las huelgas el estudio detenido de la
industria cuyos operarios piden aumento de
jornal. Por aquí es necesario empezar; porque
si la cosa no es hacedera, ¿de qué te servirá
que te parezca justa? Además de que las hosti-
lidades, en el mundo económico como en el
mundo político, no deben romperse sino en el
último extremo, y no es caso para olvidarlo
aquel en que te expones á estar días, semanas
ó meses sin jornal, sufriendo las mayores pri-
vaciones, y abrumado por la última miseria. Al
reducirte 3^ reducir á los tuyos á semejante ex-
tremo, es necesario haber puesto antes todos
los medios para no llegar á él. Lo que suele
alarmar en las huelgas son los hombres que
murmuran ó gritan en la calle; lo que á mí me
preocupa son las mujeres y los niños que llo-
ran y sufren en la pobre ignorada vivienda,
donde nadie los oye ni los consuela.
Pero aun suponiendo que la huelga sea un
remedio, no puede ser general, ni más que del
momento; la condición del obrero no puede
mejorarse sino por la asociación, y por el
aumento de su valor moral é intelectual.
CARTAS A UN OBRERO 1 53
Te han hablado, Juan, mucho de socialis-
mo, y poco de asociación: lo primero es un
sueño únposible; lo segundo, una realidad sal-
vadora. Entre los socialistas, como entre los
alquimistas, hay hombres de gran inteligencia;
pero no es dado á ninguna, por elevada que
sea, trastornar las le3^es económicas ni las físi-
cas; nadie ha encontrado esa piedra que hace
oro y prolonga la vida, ni ese sistema confor-
,me al cual los hombres serán iguales y dicho-
sos, sin más que dejarse conducir por una auto-
ridad que todo lo sabe y que todo lo puede.
La vanidad y la mentira de ese aparato so-
cialista se ve en cualquiera de sus afirmaciones,
sujetándola al análisis; y no parecería creíble,
si no se viese, que levantaran gigantescas pi-
rámides, nada más que para servir de sepul-
cro al buen sentido. El mayor atleta del so-
cialismo, por ejemplo, con gran aparato de ló-
gica y de metafísica, muy propio para imponer
á los incautos, declara que todo el mal viene
de no estar constituido el valor de las cosas
que se venden, como lo está el de la moneda.
El valor, Juan, esta constituido desde que los
dos primeros hombres vendieron ó cambiaron
los dos primeros objetos. El valor de una co-
sa es lo que voluntariamente se da por ella.
Que este valor se represente por cuentas de
cristal, pedazos de hierro, monedas de oro ó
billetes de Banco, es cuestión secundaria; la
esencia del valor es la misma. Esto ya te lo
sabías tú; no necesitabas que yo te dijera que
las cosas que venden valen lo que te quieren
154 OBRAS DE DONA CüNCliPCION ARENAL
dar por ellas; pero te he citado ese ejemplo, pa-
ra que tengas una idea de como se obscurecen
las cuestiones más claras, cuando para resol-
verlas no se tiene en cuenta su esencia, sino el
objeto que se quiere alcanzar al resolverlas,
y se hace para su -resolución mucho gasto de
soberbia y de inteligencia extraviada, y mucha
economía de sentido com^ún.
Yo quisiera hacerte comprender en pocas pa-
labras lo que pretenden los socialistas, pero la
cosa no es fácil. La verdad es una; el error, c(;-
mo el demonio, es legión, y se multiplica y
varía á merced del que lo sustenta. Los so-
cialistas no están, ni con mucho, de acuerdo
en los medios de organizar el mundo económi-
co de manera que resulte la felicidad del gé-
nero humano; pero te diré algunos puntos
cardinales en que convienen los más prácticos
y moderados, porque si de otros te hablara,
habías de pensar que me burlaba de ti, dán-
dote por organización social algún papel embo-
rronado por los habitantes de un manicomio.
Escucha, pues, lo que es el socialismo más mo-
derado, más práctico.
El capital abusa del trabajo: supresión del
capital.
El hombre abusa de la facultad de hacer lo
que mejor le parece para utilizar su trabajo: su-
presión de la libertad.
La concurrencia es una guerra económi-
ca encarnizada: supresión de la concurren-
cia.
El ])ropietario sacrifica al trabajador, mono-
CARTAS Á UN OBRERO I55
póliza ventajas y bienestar: supresión de la
propiedad.
No habrá propiedad individual, sino colecti-
va. EL ESTADO es el único propietario, el úni-
co capitalista, el único productor; y como no
ha de hacerse concurrencia á sí mismo, no hay
concurrencia. x\hora, reflexiona que no todos
los pueblos plantearán este sistema al mismo
tiempo, y aquellos en que no se halle estable-
cido, podrán introducir productos á menor pre-
cio, y hacer una terrible competencia; hay que
mandar ejércitos á las fronteras, y escuadras á
las costas, para evitar el contrabando, que ven-
dría á trastornarlo todo, porque no es posi-
ble quitar al hombre la manía de vender lo
más caro y comprar lo más barato que
pueda.
Aun cuando el socialismo se hallara estable-
cido tn todas las naciones, sería inminente el
peligro del contrabando, porque sería grande
la diferencia de precios. Ahora, á pesar de no
haberse suprimido las aduanas, los derechos
que en ellas se pagan son cada vez más bajos,
y la tendencia es á entrar en razón, es decir, á
que se produzcan las cosas allí donde natural-
mente se producen con más ventaja, y no empe-
ñarse en hacer de Inglaterra un país de ce-
reales, y de Francia una tierra de azúcar. Yo
supongo que el Estado, cuando sea único ca-
pitalista, fabricante y constructor, no dé en la
manía de hacerlo todo en casa para no ser tri-
butario del extranjero, como se decía y toda-
vía se dice; pero aun así, los precios de las co-
t56. OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
sas no serían los naturales, ni con mucho, por
una razón muy sencilla.
En la organización económica actual las in-
dustrias tienen operarios que temen ser despe-
didos si trabajan poco ó trabajan mal, y capi-
talistas que vigilan á los trat)aj adores, se pro-
curan las primeras materias de la mejor cali-
dad y al menor precio posible, cuidan de que
lii fabricación se haga con economía, se pro-
porcionan la salida más favorable para sus pro-
ductos, etc., etc.: esto sucede en Inglaterra y
en Rusia, en Bélgica y en España. La produc-
ción está organizada según las espontáneas
tendencias del hombre, que, como esencial-
mente es el mismo en todas partes, da resul-
tados análogos, y los precios de las cosas tien-
den á equilibrarse donde quiera, siempre que
no se forme el absurdo empeño, como te he
dicho, de pretender luchar contra las leyes na-
turales. Pero desde el momento en que el Es-
tado es fabricante, la industria nacional es un
ramo de la Administración, como Correos, Be-
neficencia ó Establecimientos penales, y ten-
drá la misma inferioridad ó superioridad que
estos ramos tengan en unos países respecto de
otros. Supon los productos de España tan in-
feriores á los de los Estados Unidos, como lo
son nuestros presidios respecto á sus peniten-
ciarías, y figúrate si será posible evitar el
contrabando, aunque la mitad de los españoles
reciban la misión de impedir que la otra mi-
tad, infringiendo la ley, compre bueno y barato,
lo que legalmente deben comprar malo y caro.
CARTAS A UN OBRKRO 157
Insisto sobre esto, porque si, lo que es impo-
sible, el Estado llegara á ser el único produc-
tor, el contrabando bastaría para hacer impo-
sible semejante sistema; la competencia supri-
mida dentro del país vendría de afuera, con
tales ventajas para los competidores, que es-
ta sola causa bastaría para arruinar aquel ar-
tificial mecanismo. Cuando organizas tu casa,
tu pueblo ó tu país, y la base de esta organi-
zación es la no existencia de un elemento cual-
quiera, si este elemento aparece, es segura la
ruina de todo lo que para existir necesitaba
suprimirle. El socialismo suprime la compe-
tencia, y como la competencia no puede su-
primirse, él sería el suprimido.
Digo sería, porque no será. No es posi-
ble que pase de las inteligencias extraviadas á
la práctica una cosa tan impracticable. ¡ El Es-
tado, único fabricante, único productor, único
l^-opietario ! ¿Quién es el Estado? vSin entrar en
consideraciones que estarían aquí fuera de su
lugar, te diré que la idea del Estado está re-
presentada, y funciona convertida en hechos,
por medio de hombres con vicios, pasiones y
defectos. Necesitaban ser dioses y hacer mila-
gros á todas horas, no digo para llevar á cabo,
sino para dar realidad por un momento al
sueño de los socialistas. Ya sabes, Juan, lo que
ha pasado cuando el Estado se ha metido á
industrial. Se gastaba mucho, se producía
poco, se vendía mal, y había fraude, descui-
do é ignorancia en todo y para todo. No ig-
noras que para la empresa más pequeña es
1 58 OHUAS DK DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
necesario que el amo esté encima, y si no,
se arruina. ¿Cómo no se arruinaría la gigan-
tesca empresa de una industria nacional, la
fabulosa de todas las industrias, de todos los
comercios, sin más vigilancia que la oficial,
sin más interés que el que inspira el bien pú-
blico, las fábricas convertidas en oficinas, y los
operarios en empleados?
Ya ves que vamos de imposible en imposi-
ble. No puede ser que el sentimiento de la
realidad y de la justicia llegue á obscurecerse
tan completamente, que se suprima la pro-
piedad individual vque se prive á cada uno de
lo que le pertenece, convirtiendo los bienes de
los ciudadanos en bienes nacionales. De la
])ropiedad hablaremos más largamente otro
día, porque no es cosa para tratada por inci-
dencia.
Si esto fuera hacedero, no puede ser que el
Estado fuese el único fabricante, comerciante
y agricultor.
Si llegara á serlo, no puede ser que su-
primiese la competencia que le harían otros
países y el contrabando, que penetraría por
todos los poros del interés individual y arruina-
ría el edificio construido sobre el monopolio.
vSi tal edificio se mantuviera en pie, no
puede ser que un pueblo se resignase á la
pobreza, consecuencia del poco trabajo mal
dirigido, y cuyos productos son mal aprove-
chados.
Si la pobreza se resignase, no puede ser que
renunciara á su albedrío, y fundido en la co-
CARTAS A l^N OBRKKO I 59
lectividad, desapareciendo en ella, y bajo la
maza de la dictadura económica, tuviera que
seguir ligado la senda que se le marcaba, en
vez de lanzarse libremente por las vías abier-
tas á su genio emprendedor.
Si á semejante aniquilamiento de la indivi-
dualidad se llegara, no puede ser qué el hom-
bre, así cohibido, así encadenado, así mutila-
do, fuese apto para nada grande, bello, ni
bueno.
Si fuera dado que sin nada grande, bello,
ni bueno, es decir, volviendo á la barbarie,
existiese un pueblo que ha sido civilizado, no
puede ser que los escasos productos de su mal
dirigido y estéril trabajo se repartieran con
un asomo de equidad y de justicia. Porque
¿quién había de mirar con bastante inteligen-
cia, con bastante interés y bastante de cerca
al operario, para saber cuánto valía su obra?
Esta serie de imposibilidades, que cuando se
quieren realizar se llam.an absurdos, es lo que
te quieren dar como remedio á tus males. Y
cuenta, Juan, con que no te he hablado más
que de las cosas palpables, materiales, sin en-
trar en otro orden de ideas que no serían tan fa-
miliares para ti, y porque no es necesario,
cuando una cosa no puede ser por una buena
razón, enumerar todas las restantes.
Tú no habías sospechado que socialismo es
convertirse el Gobierno en fabricante de fósfo-
ros y de zapatos, etc., en vendedor de pan y
de carne, en comerciante de sedas y de hierro;
ni que los socialistas quieren establecer un
1 6o OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
despotismo de que no pueden dar idea ni los
monarcas de Oriente. Esto, sin embargo, es
la verdad, porque si el Estado es el único pro-
pietario, el único capitalista, será el único pro-
ductor.
¿Por qué mecanismo se llegaría á la prác-
tica de esta teoría? No nos lo han dicho. Los
grandes reformadores desdeñan los detalles, y
no obstante, serían precisos de todo punto si
se tratara de plantear el sistema. Un ensayo
vergonzante se hizo en los talleres nacionales
de París el año de 1848. Digo vergonzante,
porque no expropió el Estado á los franceses,
ni aun á los ciudadanos de París, para erigirse
en propietario único, y para que no se traba-
jase en Francia más que por su cuenta. De
los fondos públicos se aplicó una buena parte
á establecer los talleres nacionales; la imposi-
bilidad material de sostenerlos hizo que se ce-
rrasen, y cien mil obreros, hambrientos é irrita-
dos, organizaron aquella terrible rebelión, que
con propiedad se llamó del hambre. Al desper-
tar de los sueños del socialismo, los pobres
obreros hallaron la metralla, la deportación y
la miseria. Llevada la cuestión al terreno de
la fuerza, con la fuerza fué preciso responder,
y ya se sabe la moderación con que usa siem-
pre de sus triunfos. El del orden llevó la muer-
te y la miseria donde los soñadores de ventu-
ras habían llevado la mentira. Los soldados
del socialismo cayeron, los capitanes protes-
taion desde tierra extranjera, asegurando que
los talleres nacionales habían sido prematuros
CARTAS A UN OBRERO i6l
y contra lo que ellos habían aconsejado, etcé-
tera, etc.
Yo no atribuyo nunca á los hechos más im-
portancia déla que tienen: aislados, no quitan
ni dan la razón á nadie; pero cuando no lo es-
tán, cuando, por el contrario, se enlazan con
antecedentes y teorías, y las reflejan, entonces
tienen su importancia: por eso te he citado
por segunda vez los talleres nacionales de
París.
De tal teoría, tal práctica, Juan. El error
en acción se llama injusticia y desventura. El
remedio de tus males no está en el socialismo
sino en la asociación, de que trataremos otro
día.
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CARTA DECIMOCUARTA
De la asociación.
Apreciable Juan: Vamos á tratar hoy de la
asociación, es decir, de la cosa más importante
de cuantas podemos analizar y discutir, al
procurar que el hombre dé á sus esfuerzos la
dirección más conveniente para utilizarlos me-
jor. Cuando digo esfuerzos, cuenta con que no
hablo de los físicos solamente.
El hombre puede asociarse, y se asocia, pa-
ra superar una dificultad material, y para
hacer triunfar una idea; para despachar me-
jor sus productos, ó para adquirir con más
ventaja los que necesita; para vencer un obs-
táculo, y para resistir un impulso; para for-
talecer su abnegación, ó para reformar su
egoísmo; y en fin, para el bien ó para el mal.
Ante todo, es preciso que te fonnes una
idea clara, que probablemente no tendrás, de
lo que es asociación: la confusión en esta ma-
teria, trae consecuencias más fatales de lo que
imaginas.
Habrás oído decir y repetir, que la sociedad
1 64 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
es una gran asociación de seguros mutuos, lo
cual es un error que conviene mucho desva-
necer.
La asociación verdadera, fecunda, la que
puede utilizar mejor los esfuerzos del hom-
bre, á la que se piden y de la que se esperan
grandes resultados, necesita estas cuatro con-
diciones:
Libertad.
Facultad de adiüitir ó rechazar asociados.
Crganización.
Unidad de objeto.
Sirvámonos de un ejemplo.
Priviero. Eres oficial de zapatero; crees que
el maestro te explota, y determinas asociarte
con otros para poner un taller por vuestra
cuenta, y repartiros las ganancias íntegras. Ya
comprendes que lo primero que necesitas es //-
bertad, porque si tus compañeros te cogen por
fuerza, y por fuerza te obligan á tomar un
salario, ó te privan de él, ó tú haces lo mismo
con ellos por medios violentos, en vez de aso-
ciación hay esclavitud. Kl esclavo, en efecto,
trabaja por fuerza, y por fuerza acepta las
condiciones que le imponen: la primera de to-
da asociación, es la libertad; esto, Juan, me
parece evidente: te asocias porque crees que
te conviene; tu determinación es libre; si no
lo fuere, te lo repito, de asociado te converti-
rías en esclavo.
Segundo. Una vez asociado libremente con
tus compañeros para trabajar del modo que
sea más ventajoso, fijáis las condiciones que
Cartas á un obrero 165
han de tener los que lian de formar parte de
vuestra asociación, porque tratando de hacer
mesas, puertas ó armarios, no podéis admitir
á los curtidores ó picapedreros; tienen que sa-
ber vuestro oficio, y además tienen que que-
rer trabajar en él, según lo determinéis, por-
que si unos asociados se \'an á paseo ó á la
taberna á las horas en que los otros trabajan,
la holgazanería explotará la laboriosidad, y el
objeto de la asociación será imposible. La se-
gunda condición es tan indispensable como la
primera: es necesaria la facultad de cerrar las
puertas del taller á los que no saben ó no
quieren trabajar.
Tercero. Para declarar los que son ó no
aptos, los que son ó no holgazanes; para re-
tribuir á cada uno según la calidad y cantidad
de su obra; para comprar las primeras mate-
rias, procurar y realizar las ventas, dirigir la
fabricación, llevar las cuentas, etc., etc., pre-
ciso es que se establezcan reglas; que se nom-
bren las personas que han de encargarse de
las diversas ocupaciones; que ordenadamente
se desempeñen los diferentes trabajos; en fin,
que haya organización. Si nadie quiere encar-
garse de las cuentas, ó si quieren echarlas to-
dos; si nadie quiere hacer las compras, ó si
todos quieren comprar; si alternan, en fin,
caprichosamente, de modo que ninguno sea
inteligente en nada, ni responsable de cosa
alguna, el taller, imagen del caos, no podrá
prosperar, ni instalarse siquiera.
Cuarto. Los asociados se han de proponer
1 66 OBKAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAt
el mismo objeto; porque si unos quieren ha-
cer obras de carpintería, otros efectos milita-
res; ésos forman una cofradía para celebrar
con pompa una función religiosa, aquéllos
arman un motín para intimidar á los capi-
talistas, no habrá acuerdo, ni armonía; cada
uno querrá arrastrar á los otros en la dirección
que lleva; hallará en vez de auxiliares, resisten-
cias; y las fuerzas, en vez de multiplicarse, se
restarán, si acaso no se destruyen del todo.
Siendo, pues, las cuatro circunstancias di-
chas, indispensables para toda asociación que
merezca este nombre, podemos definirla de es-
te modo.
Asociación: Reunión libre de esfuerzos or-
denados, entre personas que mutuamente se
aceptan y que se proponen el mismo objeto.
Si esta definición es exacta, la sociedad es-
tá muy lejos de ser una asociación, como te
han dicho.
La reunión no es libre: ni tú, ni yo, ni nin-
gún español, hemos tenido libertad para no
nacer en España. Nos encontramos, pues,
forzosamente asociados con muchos millones
de personas que no piensan, ni sienten, ni
obran como nosotros, y tenemos que sufrir
las consecuencias de ideas y acciones que no
son las nuestras. El hombre laborioso y probo
que nace en un país en que estas virtudes son
raras, padece por el resultado de los vicios
opuestos. Se dirá que puede emigrar; pero es-
ta posibilidad, que para un individuo será tal
vez cierta, para la masa total es ilusoria, y
CARTAS Á UN OBRERO 167
aunque no lo fuera, á la nueva patria que
eligiese llevaría, de aquella en que ha nacido,
hábitos, ideas, disposiciones, tal vez una orga-
nización de que no se puede desprender, y que
influye poderosamente en toda la vida. En
la sociedad, pues, la asociación no es libre.
Tampoco se establece entre personas que
se aceptan mutuamente. El holgazán, el vi-
cioso, el criminal, la prostituta, forman par-
te de la sociedad, influyen en ella, la extra-
vían, la envenenan, la ensangrientan; no hay
medio de eliminarlos, y aun cuando su com-
pañía no se acepte, su influencia se sufre.
El objeto de los que viven en sociedad no
es el mismo. Uno se propone hacer puertas pa-
ra dar seguridad, otro buscar medios de abrir-
las para que nadie esté seguro. Uno estudia
para neutralizar los efectos del veneno, otro
para envenenar. Uno trata de dar garantías
para que la moneda sea de buena ley, otro
fabrica moneda falsa. Uno escribe un libro
para elevar el espíritu, otro publica una obra
que le degrada. Uno medita leyes sabias, otro
calcula como las infringirá impunemente. Uno
se esfuerza en despertar los nobles sentimien-
tos, otro se ingenia para explotar los malos.
Uno arriesga la vida para salvar al que está
en peligro, otro mata por robar. Uno muere
en el altar del sacrificio, otro de las conse-
cuencias de la orgía. Uno lo refiere todo así
mismo, otro no vive sino en los demás y para
los demás. La circunstancia indispensable de
proponerse el mismo objeto está, pues, muy
1 68 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN AREN AI,
lejos de llenarse por los individuos que com-
ponen la sociedad, como sería necesario para
que ésta fuera una asociación.
Hay más. Aun los que se proponen el mis-
mo objeto, varían tanto en los medios de
realizarle, que á veces se hacen guerra, y
encarnizada, sobre cuáles deben adoptarse ó
excluirse.
No es esto decir que todo en la sociedad
sea hostilidad y antagonismo, y que nadie se
proponga igual fin y por idénticos medios; no.
Si tal sucediese, la sociedad sería imposible;
su existencia depende de sus elementos armó-
nicos, de sus movimientos encaminados al
mismo objeto; sus males resultan del des-
acuerdo y la falta de armonía, que produce la
perturbación en la región de las ideas y la
pérdida de fuerza en el orden material. Nos
serviremos de un ejemplo para comprenderlo
mejor.
Hay r.n criminal, un ladrón. Da mal ejem-
plo á todos los que conocen su perversidad;
aflige á todos sus parientes que no participan
de ella; arrastra por su mal camino á sus cóm-
plices; hace vacilar y perturba las conciencias
poco firmes; agita los ánimos por el terror que
inspira. Esto en el orden moral. En el mate-
rial: aumento de gastos para dar seguridad
á las viviendas, para sostener cárceles, presi-
dios, tribunales y Guardia civil. De manera,
que el hombre que se propone un fin culpa-
ble, antisocial, no sólo no contribuye con su
trabajo común, sino que obliga á distraer una
CARTAS Á UN OBRERO 1 69
parte de la fuerza social para contenerle. El
ladrón, y el guardia civil que le persigue, en
vez de ser cuatro brazos que trabajan para el
fondo común, se emplean en combatirse; y
á todo lo que se aspira, y que se consigue rara
vez, es á que sus fuerzas se neutralicen, á que el
uno contenga al otro de modo que no haga daño.
Supon que hay en la obra social cien ope-
rarios; cinco se separan de ella para robar; hay
que separar á otros cinco que contengan á los
ladrones; total, diez hombres menos que tra-
bajen, y un décimo de disminucióf^en el pro-
ducto, con un aumento en el gasto, porque
el hombre de combate cuesta más que el hom-
bre de trabajo.
En los que se separan de los fines sociales
por otros caminos, el daño podrá ser menos
palpable que el causado por el ladrón, pero
no menos cierto, y es m_ucho más general.
Toda mala acción necesita una cantidad de
fuerza para combatirla, ó si se le deja sin co-
rrectivo, produce un estrago proporcionado á
su malicia. La sociedad está llena de engaña-
dores de todas clases y categorías, desde el
orador que te miente para conquistar poder ó
po])ularidad, hasta la mujer que te engaña
vendiendo piñones ó naranjas para sacar dos
cuartos más. En todas las profesiones y en
todos los oficios hay hombres dispuestos á no
reparar en medios para conseguir su fin, que
es medrar; y para que no te engañen, tienes
que emplear cierta cantidad de fuerza, y si
te han engañado, has perdido cierta cantidad
Í70 OBRAS na doña concepciók arenal
de trabajo. Aun en las acciones no castigadas
por la ley ni calificadas por la mayor parte de
las gentes como moralmente malas, la falta
de buena fe, y por consiguiente de armonia,
da por resultado la destrucción de fuerzas
que debían ir íntegras al fondo común. Vas
á comprar un objeto cualquiera, y para que
no te engañen tienes que andar muchas tien-
das, á fin de ponerte al corriente de los pre-
cios, y regatear, y marcharte, y volver. Tú
pierdes trabajo al comprar, y el que vende
al vender, porque los muchos que entran y
salen sin llevar nada y se detienen regateando,
hacen necesario mayor número de depen-
dientes.
Verás, pues, á poco qvie observes, que la
sociedad se compone de armonías y desacuer-
dos; que tienen dos corrientes, una que va
en el mismo sentido, y otra que se le opone,
retarda y á veces trastorna su marcha. En ti
mismo puedes observar que en tus negocios,
en tu trabajo, en tus goces, en tus desgra-
cias, en tu vida, en fin, hallas auxilios y obs-
táculos, que no vienen de las cosas, sino de
los hombres; te ves favorecido en tus movi-
mientos, ó contrariado en ellos; hallas compa-
ñeros por tu camino, ó gente que te sale al
paso y lo dificulta. Repito que la suma de los
que favorecen tus movimientos es mayor que
la de los que á ellos se oponen; de otro modo,
no podrías marchar, ni la sociedad, que se
compone de individualidades como tú, tam-
poco; pero, puesto que no todos reúnen vo-
CARTAS A UN OBkBRO I-íí
luntariamente sus esfuerzos y los emplean or-
denadamente para conseguir el mismo fin, ni
pueden excluir á los que no les convengan,
la sociedad no es una asociación, ni los con-
ciudadanos son consocios.
El ideal de la sociedad sería que fuese aso-
ciación; y ya que llegar á él no sea dado, de-
bemos trabajar para aproximarnos cuanto sea
dado, multiplicando las asociaciones, de mo-
do que queden fuera de eUas el menor núme-
ro de ciudadanos posible. La sociedad más
perfecta es aquella en que más hombres li-
bremente se armonizan para el bien, y armó-
nicamente marchan; la sociedad más defectuo-
sa es aquella en que más hombres marchan
en diferente sentido, haciendo prevalecer su
individualidad egoísta é indiferente, poniéndo-
se en desacuerdo con los demás, sirviendo de
obstáculo donde quiera, y hallándolos en todas
partes.
Los resultados de la asociación no son úni-
camente económicos, materiales, como has
creído; sus principales ventajas son morales, y
producen armonías del espíritu, las que pa-
recían nada más que combinaciones del in-
terés.
Eres propietario de una casa; no hay segu-
ros contra incendios; tu interés está en que
Sj quemen muchas casas, porque escaseando
las habitaciones, valdrá más la tuya: y como
en la mayoría de los hombres, la corriente del
mterés es m.uy fuerte, sino eres bastante malo
para pegar fuego á los edificios que te hacen
172 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
competencia, no serás tampoco bastante bueno
para sentir que ardan, citando en ello está tu
provecho; y he aquí tu moralidad constante-
mente socavada por tu interés, y tú en hosti-
lidad con todos los propietarios, y deseando su
mal, que es tu bien.
Pero viene la asociación; formáis una com-
pañía de seguros mutuos: si arde tu casa, to-
dos contribuyen á reedificarla; si se quema la
del vecino, das tu parte para que se levante:
todos estáis interesados en el bien de todos, na-
die hay que no sufra del daño de cada uno, y
por consiguiente sin heroicidad, sin esfuerzo,
por el propio interés, nadie desea ni se alegra
del mal de otro.
Eres armador, tienes un buque, y le desti-
nas á traer canela de Ceilán. Estás interesado
en que naufraguen todos los que hacen igual
comercio, para vender tus mercancías á su-
bidísimo precio. Es horroroso, pero es posi-
ble que te alegres de las catástrofes que, de-
jando á muchas madres sin hijos y á muchos
hijos sin padre, aumentan tu peculio.
Llega la asociación de seguros marítimos;
tienes que contribuir á indemnizar el valor
de cada buque que se pierde; estás interesado
en que todos lleguen á puerto seguro, y cuan-
do alguno perece, acompañas sinceramente en
su dolor á las familias de los que han perecido.
Eres oficial de carpintero; estás interesado
en que enfermen los de tu mismo oficio; cuan-
tos menos seáis, os pagarán mejor; si sois
muy pocos, dispondréis la ley.
CARTAS Á UN OBRKRO I 73
Se organiza una asociación para auxiliaros
mutuamente en caso de enfermedad; todos ga-
náis con la salud de todos; sientes el mal de
tus compañeros cuando están enfermos, y te
alegras cuando se restablecen, como si fueras
su pariente y allegado.
Ya ves que de la organización de las co-
sas materiales ha resultado una transforma-
ción del egoísmo; que la asociación de los ca-
pitales y de los esfuerzos ha traído la de los
sentimientos; que las armonías económicas son
armonías del alma, y que el interés bien en-
tendido se convierte en fraternidad . Estas no
son aspiraciones vagas, esperanzas ilusorias,
sueños de la imaginación ó del buen deseo:
son realidades evidentes, consecuencias inde-
fectibles, conclusiones científicas y absoluta-
mente exactas.
Cuando la gran mayoría de los hombres de
todos los países se asocien para realizar los
altos fines de la vida, lo mismo que para pro-
veer á las necesidades materiales, la fraterni-
dad será un hecho.
Las compañías de seguros serán universa-
les; toda la tierra contribuirá á reparar la ca-
lamidad que aflige la comarca más remota;
los pueblos tendrán intereses armónicos y no
encontrados; el mal hecho á los hombres de
cualquiera región, repercutirá en los antípo-
das; el arte de hacer bien á su país haciendo
mal á los otros, será una abominación im-
practicable; la guerra no será posible, y la
palabra extranjero, que quería decir enemigo
174 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAI,
en el mundo que pasó, en las sociedades fu-
turas significará consocio, hermano.
Este será el resultado de la asociación; ella
disminuirá cuanto sea posible el número de
maldades, y, por consiguiente, de dolores;
ella transformará el globo que ha empezado
á transformar ya. Los capitales de todo el
mundo han contribuido á perforar el istmo de
Suez; las manos de todas las naciones han
auxiliado á los heridos de las últimas bata-
llas, y llegará un día en que el dolor de un
pueblo se Uorará en toda la tierra. Tengamos,
Juan, esta bendita y razonable esperanza; le-
guémosla á nuestros hijos como una divina
herencia; no temamos que llamen sueño á
nuestra convicción, porque vendrá un día en
que se realice, y un siglo que dirá: Tenían
razón aquellos perseverantes soñadores.
CARTA DECIMOQUINTA
Del prog"reso.
Aprcciable Juan: En la carta anterior he-
mos procurado formarnos idea exacta de lo
que es la asociación, y hemos visto que la
sociedad no lo es. No puedes figurarte los
males que han venido de confundirlas, y qué
de sueños se han querido realizar partiendo
de este error. Vistas las ventajas de la aso-
ciación, se han tomado en cuenta las que
pudiéramos llamar armonías sociales, pres-
cindiendo de los desacuerdos, y al ir á po-
ner en práctica aquel ideal armónico, el edi-
ficio se ha venido al suelo, porque no tenía
por base la verdad. Cuando esas pequeñas
sociedades dentro de la sociedad han prospe-
rado, es cuando han sido asociaciones, cuan-
do han elegido sus individuos y desechado
los que no estaban acordes con su objeto.
Pero desde el momento en que tienes que to-
mar á la humanidad como es, desde el mo-
mento en que tu asociación tiene que recibir
al holgazán y al derrochador, al \-icioso y al
176 DURAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAl,
criminal, al estafador y á la prostituta, la ar-
monía no existe, los movimientos acordes ce-
san, los esfuerzos obran en distinto sentido,
la fuerza es necesaria contra el que ataca el
derecho, y las cosas van mejor ó peor, pero
van siempre lejos de ese ideal de perfección
armónica que te ofrecen con sus ingeniosas
combinaciones los que te engañan ó se enga-
ñan á sí mismos desconociendo la naturaleza
humana. Observa lo que pasa á tu alrededor,
y sabrás lo que pasa en tu patria y en el
mundo todo, relativamente á la cuestión que
nos ocupa. Entre tus vecinos y conocidos hay
personas honradas y picaros, hombres labo-
riosos y holgazanes, esposas, madres ejem-
plares, y mujeres livianas, grandes malvados
y ejemplos de virtud rara. ¿Te parece que
hay constitución política, ni organización eco-
nómica que pueda hacer que naturalmente se
pongan de acuerdo elementos tan desacordes?
No des oídos, Juan, á ese charlatanismo filan-
trópico y seudo-científico, que, despojado de
su oropel y hojarasca, queda reducido á que
con partes imperfectas se puede hacer un to-
do perfectísimo, que el compuesto no partici-
pa de la naturaleza de los componentes, que
es lo mismo que si te dijeran cjue tres y tres
son ocho.
Cuanto menor sea el número de malos y me-
nos maldad haya en ellos, el mal de la socie-
dad será menor. ¿Hasta dónde podrá dismi-
nuirse } ¡ Quién lo sabe ! Yo creo que mucho,
porque creo en el progreso como en una ley
CARTAS A UN OBRERO 1 77
d-i Dios. Yo veo esta ley en el universo todo,
y la siento en mi conciencia, donde halla eco
aquella voz divina que nos ha dicho: Sed per-
feclos. No creas, Juan, que este siglo es peor
que los otros siglos, ni tú más perverso que
los hombres de las generaciones que te han
precedido. Esta idea desconsoladora, tan pro-
pia para contribuir al mal que afirma, es erró-
nea; á la luz de la razón me parece absurda,
y casi impía ante los resplandores de la fe.
¿Y tantos crímenes? ¿Y tantos horrores?
¿Y tantas abominaciones? No olvido ni dis-
minuyo uno solo, Juan. Todos llegan en forma
de dolores á mi corazón, que siente su mag-
nitud, más dispuesto á exagerarla que á dis-
minuirla, porque amo á la humanidad, por-
que con ella siento y con ella sufro, y por-
que todas sus imperfecciones, que son las
mías, vibran en mi afma como otras tantas
desdichas. Los tiempos son de lucha: tripu-
lamos un bajel donde se da recio combate.
El humo de la pólvora no deja ver el cielo;
los gritos de guerra y las blasfemias no dejan
oír las plegarias; la brújula y el timón son
inútiles; piloto y timonel han empuñado las
armas y se confunden con los combatientes.
¿Quién es capaz de saber en aquel momen-
to si el barco marcha ni á dónde va? Cuando
lo recio del combate cese, cuando cada uno
vuelva á su puesto y el piloto se oriente, verá
que, aunque poco, algo ha marchado en la
dirección del puerto. El mal disminuye; se
nota por muchas señales; pero es difícil ver
178 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
que baja la marea durante la tempestad. En
medio del combate estamos, con desencade-
nada tempestad tenemos que luchar; pero en
los breves instantes que nos dejan para to-
mar aliento, volvamcJs los ojos á la luz de
la verdad, que ninguna nube puede obscure-
cer completamente, y escuchemos su voz, que
ningún grito puede ahogar. La voz de la ver-
dad es severa, pero no aterradora; nos acusa,
pero no nos calumnia; nos señala el peligro,
pero no nos acobarda; nos infunde temor,
pero no nos quita la esperanza, que, como
ella, viene de Dios. Ni nuestro siglo es el
más perverso de los siglos, ni nuestra gene-
ración la más perversa de las generaciones;
las futuras le harán jvisticia, y dirán: La épo-
ca wcí.í perversa no es la que se agita y se
extravia buscando el bien, sino la que reposa
en el mal. Los rugidos de las olas embrave-
cidas aterran más, pero no son tan fatales
como las emanaciones invisibles, silenciosas y
mortíferas de las aguas estancadas.
Seguramente los progresos morales no co-
nesponden á los materiales; es menos dificul-
toso perforar las montañas, que desencasti-
llar los egoísmos; las costas se iluminan me-
jor que se desvanecen los errores; la palabra
llega más fácilmente á las antípodas, que la
verdad á los obcecados, y los mares ofrecen
menos resistencia que las pasiones. Un descu-
brimiento hecho en cualquier país, se aplica
inmediatamente á todos los otros. Lo mismo
marcha la locomotora y funciona el telégrafo
CARTAS Á UX OBRERO 179
en España que en Inglaterra, en América
que en Asia. Pero una forma política, una
institución social, una idea benéfica, realiza-
da en un país, ¡ qué de dificultades, de im-
posibilidades á veces, para realizarse en otro,
y cómo lo que es bueno para un pueblo hace
mal al que quiere imitarle imprudentemente !
La materia es en todas partes la misma; el
hombre varía, y no se pueden importar las
virtudes como el material para las vías fé-
rreas. El progreso de las cosas se comunica
inmediatamente, puede decirse que vuela sin
tardanza por toda la tierra; el progreso de las
personas camina con lentitud, y cada pueblo
se le va asimilando con más ó menos trabajo,
según sus disposiciones, pero siempre con
gran dificultad. Hemos de convencernos de
las muchas que tiene que vencer el progreso
en el orden moral, para no extrañar ni des-
animarnos porque sea tan lento. Para un pue-
IjIo, lo mismo que para un individuo, es más
fácil hacerse rico que emplear bien las rique-
zas; ser sabio que ser santo.
Conviene, Juan, que nos detengamos toda-
vía un momento en esta digresión sobre el
progreso porque debes guardar un medio en-
tre dos extremos igualmente perjudiciales.
Unos te hablan de la perversidad humana,
cada vez mayor, y que debe conducirnos in-
defectiblemente al abismo; otros, de la per-
fección del hombre, que pintan como un se-
midiós, y que para convertir la tierra en un
paraíso, no necesita más que poner en prác-
iSo OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
tica unas cuantas teorías: los primeros pro-
ducen el desmayo del desaliento ó las orgías
de la desesperación; los segundos llevan á la
rebelión del orgullo, á las iras de la soberbia,
á los atentados del amor propio convertido
en pasión ciega, y todos nos extravían, auxi-
liándose, sin saberlo y sin quererlo, en la ta-
rea desdichada de apartar al hombre de la
verdad y mermar sus fuerzas para la lucha.
El desesperado de su porvenir y el soberbio,
que quiere imponer su voluntad como ley al
presente, por distintos caminos van á caer
juntos en la sima de la culpa ó en las angus-
tias de la impotencia.
No escuchemos á los que nos dicen todo,
ni á los que nos dicen nada; oigamos la voz
de nuestra conciencia, penetremos en nos-
otros mismos, donde hallaremos cosas malas
y cosas buenas, á veces cosas viles, y á veces
cosas sublimes. Seamos humildes recordando
lo bajo que hay en nosotros; seamos dignos
viendo lo que en nosotros hay elevado. Este
conocimiento de nosotros mismos hará que no
nos desvanezcamos con esperanzas locas, ni
nos desalentemos con terrores vanos, y nos
dará la dignidad modesta y perseverante, que
necesita cada hombre para alcanzar la mayor
suma posible de bien, y también la hu-
manidad entera para realizar s\is altos des-
tinos.
Para saber si la humanidad progresa, te
harán largas relaciones de amnento de rique-
za, y fabulosos relatos de los istmos abiertos
CARTAS A UN OBRERO
á la navegación, de las montañas perforadas,
de la tierra que abre sus entrañas, y de los
mares que dicen al abismo: «Deja pasar la
palabra del hombre». Todo esto es grande y
bello, ciertamente, pero con todos estos ade-
lantos podría no haber progreso. Yo tengo
otra medida para apreciarle; yo pregunto á
los hombres: ¿Os amáis más que vuestros an-
tepasados se amaban? Si me responden que
no, retrógrados son ó estacionarios; si me res-
ponden que sí, han progresado. La obedien-
cia á la ley de amor, esta es la medida del
progreso; las demás cosas no tienen más que
una importancia secundaria.
Partiendo de esta verdad, que es para mí
evidente, leo la. historia, veo que los hombres
S2 aman más cada vez, y concluyo de aquí
que la humanidad progresa. «¿Y la guerra?
dicen los que lo niegan. ¿Cuándo se ha visto
una mortandad tan horrible como la guerra
franco-prusiana? ¿No es esto retroceder á la
barbarie? ¿Dónde está el progreso?»
Podría responder que la guerra es un he-
cho social, que tiene su valor, pero no único
ni absoluto; que una sociedad, como, un hom-
bre, no se puede juzgar por una acción, sino
por el conjunto de todas las de la vida; y que
para pesar los merecimientos del mundo mo-
derno, si en un lado de la balanza se pone
el crimen de la guerra, del otro deben echar-
se las virtudes de la paz. Pero no quiero usar
de mi derecho; prescindo de los poderosos ar-
gumentos que me ofrecen tantas instituciones
1 82 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
humanitarias, tantos establecimientos benéfi-
cos, tantas legiones de criaturas consagradas
á consolar el dolor bajo todas sus formas,
como presentan los pueblos modernos,^ y de
que no tenían idea los antiguos. Podría pre-
guntar á esa Edad INIedia qué hacía de sus
niños expósitos, de sus enfermos, de sus mi-
serables, de sus encarcelados, de sus débiles
todos, y arrojar la verdad de su respuesta,
como un argumento sin réplica, al rostro de
los que faltan dos veces á la justicia, calum-
niando á su siglo, y suponiendo en otros una
perfección imaginaria.
No quiero hacer uso de ninguna de esta:^
legítimas armas; acepto la guerra c'omo si fue-
ra el único hecho por donde puede medirse
la moralidad y el progreso de los pueblos; y
enfrente de esas máquinas poderosas de des-
trucción, de esas nubes de fuego y de esos
campos cubiertos en minutos de nuiertos,
heridos y moribundos, afirmo el progreso.
Ante todo, Juan, es preciso no confundir |
la guerra con el combate. Es de ley natural
que dos pueblos, lo mismo que dos hombres,
desde el momento que llegan á las manos,
hagan á su enemigo todo el daño necesarioj
para impedir que él los dañe, que en lo recic
de la refriega suele ser todo lo posible. Lí
moralidad de dos combatientes, sus buenos]
senthnientos, han de juzgarse por lo que hai
hecho para evitar la lucha; por los móviles 3
propósitos que á ella los conducen; por el use
que hacen de la victoria, y cómo tratan al ene^
CAUTAS A UN OBRERO lí^
migo vencido: porque pretender que durante
la pelea no den tan duro y tan recio como
puedan, es intentar una cosa insensata, que
no podrá realizarse mientras el hombre tenga
el instinto de la propia conservación. Tenien-
do esto muy presente, prosigamos.
La guerra en las sociedades antiguas, y en
la Edad Media, era un estado permanente;
en el mundo moderno, es un estado excep-
cional.
La guerra en las sociedades antiguas era un
recurso; en los pueblos modernos es una ca-
lamidad.
La guerra en las sociedades antiguas era
casi el único medio de comunicación, la única
manera de influir y modificarse mutuamente;
en los pueblos modernos interrumpe las co-
municaciones, los aisla, ofrece obstáculos á
la influencia que unos ejercen sobre otros.
La guerra en las sociedades antiguas era
de exterminio, arrasaba las ciudades, inmola-
ba los habitantes, destruía los imperios; la
guerra en los pueblos modernos es destruc-
ción, pero no exterminio, deja en pié las ciu-
dades y los reinos, y terminado el combate,
respeta la vida de los enemigos.
La guerra en las sociedades antiguas no te-
nía ley moral ni freno, seguía las inspiracio-
nes de la ira y de la venganza; la guerra en
los pueblos modernos tiene leyes, y el honor
y la humanidad no levantan su voz en vano.
Hoy los combates son más sangrientos;
pero como las campañas son más cortas, la
1 84 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
guerra hace menos víctimas y produce menos
estragos materiales.
Esto en el orden material; en el moral, el
progreso es tal, que sirve de consuelo al áni-
mo, afligido por el espectáculo de tantos ho-
rrores. El grito del mundo antiguo era: ¡ Ay
d? los vencidos! El del mundo moderno es:
¡Los enemigos heridos son hermanos! La
muerte del vencido era un derecho, el cauti-
veiio una gracia, el rescate un privilegio.
Hoy se cura en el mismo hospital al vence-
dor y al vencido; la vida del prisionero es
sagrada; se le cuida y se le atiende con hu-
manidad; y. si en la última guerra han sufri-
do cruelmente, fué por imposibilidad mate-
rial, á causa de su extraordinario número, no
por falta de buen deseo.
Hoy, auxiliar á los enfermos y heridos del
enemigo hallados en el campo de batalla, es
cosa de que no se hace mención, porque es
la regla. Mira cómo este mismo hecho se ca-
lificaba hace dos siglos.
Carlos V emprendió el sitio de Mctz en
mala estación, y el Duque de Alba se vio
obligado á levantarle dejando muchos enfer-
mos. Un testigo ocular, Vieilleville, dice:
((...los grandes desastres que vimos en el cam-
po del Duque de Alba eran tan horribles,
que no había corazón que no pareciera que
iba á estallar de dolor. Hallábamos á los sol-
dados de diversas naciones, como en rebaños,
mortalmentc enfermos y echados sobre el co-
do; otros sentados sobre grandes piedras, con
CARTAS Á UN OBRERO 1 85
las piernas metidas en el fango, heladas hasta
las rodillas, clamando misericordia y pidien-
do que los acabasen de matar. Entonces el
Duque de Guisa ejerció una gran caridad,
porque hizo llevar más de 6o al hospital para
que fuesen curados. A su ejemplo, los prín-
cipes y los señores hicieron lo mismo, de mo-
do que se sacaron más de 300 de esta horri-
ble miseria, pero á la mayor parte fué preci-
S) cortarles las piernas, que estaban heladas».
Salignac, historiador del siglo de Metz, al
referir el hecho, añade: «Con esto el Duque
de Guisa añadió á su nombre, ya muy grande
por otras acciones, ésta tan humana, que in-
mortalizará su MEMORIA.»
«La humanidad de los franceses causó tal
asombro y resonó de tal modo por todas par-
tes, que estando en el sitio de Therouanne, y
próximos á ser hechos pedazos conforme al
derecho de la guerra en aquellos tiempos, les
ocurrió gritar dirigiéndose á los españoles, sus
vencedores: ¡Acordaos de la caballerosidad de
Metz! ¡Buena guerra, compañeros! A este gri-
to, los caballeros españoles que formaban la
cabeza de la columna de asalto, salvaron á
los soldados, señores y caballeros, sin hacer-
les ningún mal, y los recibieron todos á res-
cate» (i).
Es decir, que inmortalizaba su memoria un
caudillo por un hecho que hoy es tan común,
que nadie hace mención de él. El que recogía
(1) Brantome, Hommes alustres.
1 86 OBRAS DE DONA CONCliPClÓN ARIiN'At
hace dos siglos á los enfermos abandonados
en el campo de batalla era un héroe; el que
no lo hace ahora es un hombre cruel, y se le
vitupera, y se clama contra la infracción de
los tratados. En memoria de una acción he-
roica se concedía como favor el rescate, que
ya nadie tiene la imprudencia de pedir, es de-
cir, que se tenía como gracia lo que en la épo-
ca presente nadie piensa en imponer como cas-
tigo. ¿No haj^ progreso, y progreso grande,
aun rotas las hostilidades? ¿No hay más amor
entre los hombres aun en medio de ese ac-
ceso de ciega ira que se llama guerra?
En la guerra, que antes era todo cólera,
odio y venganza, hay ahora perdón y amor
así que cesa el combate. ¿Te parece pequeño
progreso? Y ¡cuan inmenso y consolador es
el que ofrecen los pueblos que no toman parte
en la lucha ! En el mundo antiguo, enemigo
y extranjero eran lo mismo; no había más
que una palabra para expresar cosas que son
hoy tan diferentes; acabas de ver á las nacio-
nes mandar sus hijos y sus tesoros al campo
de batalla extranjero. No ha habido pueblo
civilizado que no envíe el tributo de su amor
y las lágrimas de compasión á la lucha san-
grienta; apenas se han abierto las puertas de
París hambriento, han entrado los convoyes
de comestibles que le envía Londres; hay una
institución bendita que nació ayer, que ya es
grande, que en breve será inmensa, y que se
llama: La caridad en la guerra, es decir, el
amor enfrente del odio, el bien enfrente del
CARIAS Á rx OBRÍRO 1 87
mal. Es de ley divina que cuando el mal y
el bien se ponen enfrente, el bien acaba por
vencer; la caridad triunfará de la guerra; lo
difícil, lo que parecía imposible, era que en-
trase en ella; pero habiéndose abierto paso
hasta las entrañas de la fiera, concluirá por
encadenarla. ¿Qué importa el fusil de aguja,
ni las ametralladoras? La guerra no sale de los
parques ni de los arsenales, sino del corazón
del hombre; y el día en que los pueblos se
amen, las armas, perfeccionadas ó no, poco
importa, caerán de sus manos.
Ya lo ves, Juan; aun en la guerra, aun en
ese movimiento de ira, que es la ocasión más
desfavorable para juzgar á los pueblos como
á los hombres, aun en la guerra hay progre-
so, porque hay aumento de amor, disminu-
ción de odio y perdón en lugar de venganza.
No calumniar al pasado ni desesperar del
porvenir, me parece un punto de partido ne-
cesario para ver con claridad y obrar con jus-
ticia en el presente; esta es la razón porque he
insistido en afirmar la ley del progreso y en
recordarte la virtud de la esperanza, que no
en vano se ha puesto al lado de la caridad y
de la fe.
tMa eA» íÁa ajts e^-a tííj tMs tífj eAs cA» (Jta e/P-í e*i a^ «^
CARTA DECIMOSEXTA
Que mientras el obrero no eleve su nivel moral
é intelectual, no se elevará para él el social.
Apreciable Jnan: Lejos está de ser ajena á
la cuestión que tratamos la digresión hecha
en mi carta anterior sobre el progreso, que
se halla en las entrañas de nuestro asunto co-
mo lo está en las de la sociedad. No es tran-
sición violenta pasar de él á la asociación,
que es á la vez su prueba más concluyente y
su instrumento más poderoso.
Ya te he dicho que por regla general, y se-
gún resulta de los hechos que he podido ob-
servar, las huelgas no resuelven el problema
de la insuficiencia de los salarios, como un
motín no resuelve nigún punto de derecho.
Asociarte, ilustrarte, moralizarte: he aquí el
medio, el único medio de alcanzar el mayor
fruto posible de tu trabajo.
Ya trataremos de las ventajas que puedes
sacar de la asociación para aumentar tu jor-
nal ó suprimirle, convirtiéndole en ganancia;
pero antes hemos de tocar otros puntos, y tan-
190 OBRAS DE DOÑA COXCKPCION ARENAL
to más cuanto la asociación supone y nece-
sita en los asociados cierto grado de inteli-
gencia y moralidad.
Yo soy tu sincera amiga, Juan, y he de
hablarte la verdad, ya sea dura, ya consola-
dora; bien m.e atraiga tu simpatía, bien tu
aversión; porque la verdad es siempre santa,
siempre útil, 3^ la mala suerte que suele caber
al que la dice, no sirve de obstáculo al mu-
cho bien que ella hace. Escúchame un poco
atento.
Cuanta más diferencia hay entre las criatu-
ras, menos se aman: aplastas un gusano, ma-
tas un insecto, sin sentir hacia ellos el me-
npr movimiento de compasión; matas un pe-
rro ó un caballo, ya te da lástima; matar á
un hombre, causa remordimiento y pena gran-
de. Si pudieras formar una escala graduada
de la simpatía que te inspiran las criaturas,
correspondería exactamente á las semejanzas
que contigo tienen desde el gusano hasta el
hombre.
Esta ley, si no está bien estudiada ni for-
mulada claramente, no hay duda que está sen-
tida, porque ha pasado, al lenguaje, y para
significar los que nos inspiran respeto, afecto,
consideración, decimos nuestros semejantes.
La SEMEJANZA: hé aquí el gran lazo entre las
criaturas, lazo tanto más estrecho cuanto ella
es maj^or.
Los efectos de la ley no se detienen al lle-
gar á la especie humana. Si amas más á un
animal cuanto más se parece al hombre, amas
CARTAS A UN OBRERO , tgi
también más al hombre cuanto más se parece
á ti. El hotentote no te inspira igual simpa-
tía que el hombre de tu raza, y entre tus con-
ciudadanos sientes más afecto por los de tu
clase, por los que se hallan en igual situación
que tú, en fin, por los que tienen más seme-
janza contigo. En los países en que hay cas-
tas, es decir, agrupaciones de hombres con
grandes diferencias permanentes, se aborrecen
y se desprecian unos á otros, y puede decirse
que no se comunican más que para la opre-
sión, la explotación y la rebelión.
A medida que las castas desaparecen, que
los hombres se aproximan, que las diferen-
cias disminuyen, se atenúan también las iras
de los de abajo y el desprecio de los de arri-
ba, cuya escala es idéntica á la de las distan-
cias. El señor feudal promulga horribles le-
yes cuando se trata del pechero y atropella la
justicia y la piedad; su honor depende de su
comportamiento con sus paies; el rebaño vil
de sus vasallos, ¿tiene que ver con su honra
ni con su virtud?
La religión, la moral, el cultivo de la inte-
ligencia, modifican esta disposición instintiva;
pero el impulso natura], cuyos efectos pueden
atenuarse pero no destruirse, es la armonía
entre el amor y la semejanza. Cuando digo
semejanza, no entiendas identidad. Hay dife-
rencias que no excluyen, antes favorecen los
afectos; pero cierta aproximación moral, cierta
equivalencia en las cualidades, determina y
facilita las relaciones benévolas.
192 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN AREN AI,
Cuando se ha dicho que la aristocracia no
tenía entrañas, se ha señalado un efecto de
esta causa, y otro al afirmar que los pobres
tienen mucha caridad unos con otros.
L,as instituciones que borran los privilegios
y dan iguales derechos á todos los ciudada-
nos, favorecen seguramente los sentimientos
benévolos y humanitarios; pero no hay que
confiar demasiado en ellas ni hacerse ilusiones
sobre su eficacia, porque la igualdad civil y
política promulgada por un Código, prepara,
mas no realiza inmediatamente la semejanza
moral é intelectual de los ciudadanos. Aun
es posible que la promulgación de esta igual-
dad exacerbe por de pronto el desprecio y el
odio entre las clases que debiera aproximar.
Los de arriba se irritan de que se declaren
iguales seres tan inferiores, cuj'a tendencia es
convertir la dignidad del hecho en el abuso de
la fuerza, y cuyo voto sin opinión se arroje
como un peso bruto en la balanza de los des-
tinos públicos. Los de abajo se esasperan de
ver que la igualdad de derechos no cambia
el curso de los hechos; que nada influye en
su bienestar; que es como un sarcasmo al
lado de desigualdades positivas é irritantes
Nada más natural en el que sufre que creer
en la facilidad con que su mal puede trocar-
se en bien; nada más natural que acusar á
los hombres antes que á las cosas, y conver-
tir en odio una aspiración impotente, una es-
peranza desvanecida. Al ver esta hostilidad
entre unos y otros, se acusa á las leyes que
CARTAS A UN OBRERO 1 93
parecen haberla excitado, se echan de menos
aquellos tiempos de supuestas armonías entre
la sumisión de los de abajo y la bondad de
los de arriba. La sociedad, Juan, no puede
asentarse bien sobre la resignación y la gene-
rosidad, sino sobre la justicia: á medida que
la noción de ésta se generaliza, los pueblos
son mejores y más dichosos, porque la resig-
nación y la generosidad, necesarias en cierta
medida, útiles como puntos de apoyo, son de-
leznables como único cimiento.
Hemos de dedicar una carta á la importan-
te cuestión de la igualdad; lo que hoy cumple
á nuestro propósito es dejar sentado que los
grados de semejanza miden los grados de apre-
cio, de benevolencia, de amor.
Para que te aprecien y te amen los que
están colocados más arriba que tú en la es-
cala social, es necesario que te acerques á
ellos componiendo tus maneras, aseando tu
persona, arreglando tus costumbres é ilustran-
do tu inteligencia. Siempre que el hombre es
despreciable, se le desprecia; siempre que se le
desprecia, se le oprime; y siempre que se le
oprime, se le explota.
La explotación se compone de querer y po-
der explotar. A medida que los hombres se
parecen más y se aman más, disminuye en
ellos la voluntad de hacerse mal, porque au-
menta el afecto que se inspiran; quieren ex-
plotarse menos veces y con menos afán; de-
crece también la posibilidad de hacerlo, por-
que los grados de explotación se miden por la
13
194 OBRAS DR DONA COXCEPCION ARENAL
diferencia que hay entre el que explota 3^ el
explotado. El animal se explota sin ningún
género de consideración; no hay otra regla
que el interés ó el capricho de su dueño. El
esclavo se explota poco menos que el ani-
mal; hay, no obstante, alguna diferencia. El
hombre libre, aun grosero, no se explota 3^a
como el esclavo, y aunque haya quien com-
pare y prefiera la escla\'itud al proletariado,
liay un mundo entre ambas cosas y un in-
conmensurable progreso entre ser cosa y ser
hombre, aunque sea hombre infeliz. El origen
de todas las esclavitudes está en la perversi-
dad del tirano y en la inferioridad del escla-
vo: sin la primera no habría voJiuitad; sin la
segunda no habría posibilidad de esclavizar.
Con la explotación del hombre libre, aunque
en menor escala, sucede lo propio.
Al pueblo se le ha llamado masa, y es de-
plorable, Juan, que este nombre tenga siquie-
ra un asomo de propiedad, y que oigas y oi-
gamos todos sin horripilarnos hablar de las
masas. La masa es una cosa pesada, sin con-
ciencia ni movimiento propio, y terrible cuan-
do se desploma movida por impulso ajeno. Es
necesario que el pueblo deje de ser masa,
porque mientras lo sea, la manipulará la osa-
día, la explotará el interés, la pervertirá la
maldad, la extraviará el error ó la pasión.
Te hablan de emanciparte del capital, que es
como si te dijeran que te emancipases del ins-
trumento con que trabajas: de lo que es pre-
ciso que te emancipes es del error, de la ig-
i
CARTAS Á UN OBRERO
if5
norancia, de los vicios, de la inferioridad,
en fin, que tiene todo explotado respecto del
que le explota. El mal está aquí, y nada más
que aquí; distribuye la riqueza como quieras,
repártela como se te antoje, organiza la so-
ciedad política y económicamente como te pa-
rezca; mientras haya una multitud ignorante
y unos cuantos que sepan, éstos la explotarán.
¿En virtud de qué ley domina el hombre
á los animales, que son más numerosos y
más fuertes que él? Los domina porque es
más inteligente, por eso utiliza su fuerza, y
á su voluntad aumenta ó disminuye su nú-
mero. No hay que rebelarse contra esta ley,
porque sobre impío sería inútil, y si fuera
posible sustraerse á ella, si la dirección del
inundo perteneciese, no á la mayor ilustra-
ción, sino al mayor número, la sociedad re-
trogradaría, en lugar de progresar, y volvería
á la barbarie, al estado salvaje, á la anima-
lidad.
No hay, pues, que contarse; esto es inútil
y alguna vez perjudicial, porque la ilusión del
número puede conducir al combate y á la de-
rrota; lo que es preciso es pesarse; ver el va-
lor intelectual y moral del pueblo, v á medi-
da que este valor suba, la explotación bajará.
Imagina un cambio. Figúrate que la rique-
za queda en manos de los que hoy la tienen,
pero que la ilustración pasa toda al pueblo'
que hoy carece de ella: que tú eres abogado,'
y de tus vecinos, el trapero, doctor en cien-
cias; teólogo, el que compone tinajas y arte-
196 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAI,
sones; el sereno, astrónomo; el albañil, arqui-
tecto; el fabricante de chicharras, músico emi-
nente; el esquilador de muías, médico afama-
do; el que vende fósforos se halla muy ins-
truido en todo lo relativo á la industria y al
comercio; el aguador es ingeniero de cami-
nos, etc., etc. Figúrate en los reducidos cuar-
tos de tu casa de vecindad á todas estas per-
sonas instruidas, y en las habitaciones lujo-
sas y en los palacios, á hombres sin instruc-
ción alguna, muchos sin saber leer, la mayor
parte sin comprender lo poco que leen, y con
más errores que ideas. ¿Crees, Juan, que las
cosas podrían continuar así mucho tiempo?
¿Crees que los instruidos misera])les tardarían
mucho en dar la ley á los opulentos ignoran-
tes? Tu buen sentido te hará comprender que
no, y él mism-o debe decirte que tu mayor
ilustración y tu mayor moralidad son los úni-
cos medios^ de emanciparte. Numerosos son
los rebaños, y no son por eso fuertes. Las
multitudes ignorantes se asemejan á rebaños,
que se conducen suavemente ó á palos, según
son mansos ó se rebelan. Esta verdad es dura,
pero no he tomado la pluma para decirte
m.entiras agradables, y ahí está la historia para
probar lo que afirmo.
Donde todos son ignorantes y degradados,
todos son rebaño conducido por uno solo: es
el despotismo de Oriente.
Donde hay unos pocos que valen, todos,
menos ellos, son rebaño que ordeñan y es-
nuilan: las aristocracias.
CARTAS A UN OBRIÍKO 1 97
Donde el número de los inteligentes aumen-
ta, disminuye el de los oprimidos y la dureza
de la opresión, por aquella ley de que te ha-
blé al principio; los hombres se van parecien-
do más cada vez amándose más, tratándose
como semejantes.
Se da el caso de que una persona que vale
menos explota á otra que vale más; esto pue-
de suceder por excepción en un individuo,
pero no por regla general en las colectivida-
des; y aun en los individuos, esta injusticia
es un reflejo y una consecuencia de la igno-
rancia é inmoralidad general, que no retribu-
ye debidamente, el mérito, y opone grandes
obstáculos á la asociación y á los beneficios
del crédito. Un editor ignorante explota á un
autor que sabe mucho: esto consiste en que
la multitud aprecia poco el saber, y tarda en
reconocer el mérito. El autor que gusta, da la
ley en lugar de recibirla; y si el mérito fuera
moneda corriente ó hipoteca segura, el autor,
si no tenía fondos, tendría crédito; hallaría
papel é impresión sin pagarla al contado, y
vendería su obra al público por su justo pre-
cio, en vez de dársela al mercader interme-
dio casi de balde. Aun en este caso excep-
cional, la explotación es consecuencia de la
ignorancia y falta de moralidad, si no del
productor, de los consumidores del producto.
¿Qué debes pensar, Juan, de esa explotación
y de esa tiranía del capital, y de todos esos
males de que te hablan como consecuencia
de leyes viciosas, y que pueden remediarse de
I9S OBRAS DE DOÍ!ÍA CONClil'CIÓX AKENAI.
una plumada? Las cosas no pueden cambiar
si no cambian los hombres, ni progresar si
ellos permanecen estacionarios, ni mejorase la
condición del obrero sino á medida que valga
más. ¿Por qué no eres tratado como escla-
vo, ni como siervo, ni como vasallo? Porque
vales más que los vasallos, los siervos y los
esclavos. ¿Por qué no eres tratado como los
hombres instruidos? Porque vales menos que
los que han adquirido una vasta instrucción.
Emanciparse es instruirse y moralizarse;
sustraerse á la tiranía del capital es dejar de
ser esclavo de la ignorancia y del vicio. Cada
virtud que adquieres, cada error que rectifi-
cas, mejora tu situación económica; consigues
que te paguen mejor tu trabajo, y compras
más barato el de los otros.
I zjKb íMs e/ks e/ffvS a*^ s^'.s avAi» aAvs e/¡\3 9>A'>ji eAs í-a s e/^s e/J^ s^h-s
íMs íMj e.¥j Jr j eXí a*3 :;-Jj <u*j e*j e^s tW^ sAs e^ Mvs e^
CARTA DÉCI^ÍOSÉPTIMA
Continuación de la anterior.
x\preciaule Juan: Continuemos tratando de
los medios de disminuir la explotación y au-
mentar el salario. Hemos visto que, á medida
que las clases obreras se elevan en morali-
dad é inteligencia, inspiran á las clases ele-
vadas más simpatía, más respeto, y en caso
necesario más temor; y que el deseo y la po-
sibilidad de hacerles mal, de explotarlas, dis-
minuye en la misma proporción. Fíjate bien
en esto del deseo, porque la gran cuestión es
rectificar las voluntades. Mientras ocurre co-
meter un abuso, el abuso se comete unas veces
y se intenta otras; basta intentarlo para pro-
ducir una gran perturbación. La sociedad no
es posible sino porque la inmensa mayoría de
las personas respetan mutuamente sus dere-
chos, y no se insultan, se despojan ó se
hieren. Si sólo por la fuerza se hiciera valer el
derecho, su realización sería imposible, por-
que al lado de cada hombre, sería necesa-
rio un soldado para que no atentase contra
20O OBRAS DE DONA CONCEPCIÓN ARENA!,
los otros. Hay una minoría que necesita ser
reducida por la fuerza: éstos se llaman cri-
minales: el resto tiene el freno moral, la rec-
titud de la voluntad. La justicia se respira,
como el aire, sin apercibirse de ello.
Conforme á lo ajustado, te dan tu jornal;
los días que has trabajado te pagan; si to-
mas fiado en la tienda, no lo niegas ni te
exigen el pago de lo que no has sacado; no
necesitas llamar testigos al hacer el pago del
casero, para que anote en el recibo lo que
le das; si te lavan la ropa, no te dan ningún
documento que acredite que es tuya, ni tú le
entregas tampoco si eres lavandero; ni piensas
en despojar á los otros de lo que les perte-
nece, ni te despojan á ti; ni hieres, ni eres
herido. En las relaciones sociales hay cierto
grado de equidad y benevolencia que no no-
tas, y sin el cual serían imposibles, y la mo-
ralidad tiene más parte en el orden que la
fuerza. Desde el momento en que la ley no
tiene más que el apoyo material, y que no
está en la conciencia, se infringe por muchos
que no creen cometer un delito. En todos los
fenómenos sociales, los hechos son la con-
secuencia de las ideas y de los sentimien-
tos.
En el hecho de lo reducido de tu salario
influyen muchas causas; es uno de los más
complejos que pueden estudiarse, pero no se
sustrae á la influencia de las ideas y de los
sentimientos. No dudo que hará sonreír á
ciertas personas la modificación del salario por
CARTAS A UN OBRERO
el sentimiento; pero si la cosa es positiva, aun-
que se tome á burla, influirá de veras. Al fi-
jar la cantidad del salario, si no por todo, en-
tra por algo la idea de las necesidades^ del tra-
bajador; y la prueba es, que donde los mante-
nimientos están muy caros, los jornales no
suelen estar baratos, y en igualdad de todas
las demás circunstancias, se paga mejor al
obrero de la ciudad que al del campo, que
puede vivir con más economía. Por mucha
que sea la concurrencia, á un jornalero no
se le fijarán por jornal cinco céntimos diarios,
porque con esta cantidad se sabe que no pue-
de comprar la cantidad necesaria de alimento
para trabajar, ni aun para sostenerse en pié.
El mínimum necesario del que hace la obra,
depende de la calidad del obrero que se em-
plea. Si es un animal, el pienso; si es un es-
clavo, poco más; si es un obrero libre, tiene
más necesidades, que son mayores á medida
que se eleva en dignidad y consideración. De
una máquina que necesita descanso, se con-
vierte en ser racional y moral; tiene familia,
deberes de hijo y de padre, deberes de ciu-
dadano; necesidad, no sólo de alimento, sino
de vestido, de cama, de albergue y de cierta
decencia, sin la cual no es posible su digni-
dad de hombre. La idea que el operario tiene
de esta dignidad y la que tiene el que le
emplea, influyen en el modo de pagarle, y
esta idea viene en parte del sentimiento.
Cuando no se desprecia al obrero; cuando se
reconoce en él á una criatura racional, digna,
á02 OBRAS DE DOXA CONCEPCIÓN ARENAÍ-
capaz de nobles y generosos impulsos; cuan-
do se le mira como miembro de una misma
familia, como un hermano que ha tenido, al
parecer, menos fortuna que nosotros, inspira
simpatía, compasión y respeto, no se le puede
condenar á vivir como los animales que en-
cuentran escaso pasto; el sentimiento modi-
fica la opinión ó la forma, penetra en las ins-
tituciones y en la organización económica, y
el mínimum considerado necesario del obrero,
sube á medida que sube el aprecio que mere-
ce é inspira.
En Inglaterra, por ejemplo, cuando estaba
prohibida la entrada de granos hasta que te-
nían un precio subidísimo, si á él llegaban,
la desproporción del precio de los jornales con
el de los mantenimientos era grande, y el
hambre, espantosa. Por dura que fuese la
aristocracia, al cabo era civilizada y cristia-
na, y la contribución de pobres era un ver-
dadero suplemento de salario, dado de la peor
manera posible, pero dado en fin, en virtud
del principio de un mínimum necesario de
retribución para el obrero. En los socorros de
la parroquia, á que todo pobre tenía derecho,
entraban el te y el azúcar: estos artículos,
que en otros países son de lujo, eran allí te-
nidos por de primera necesidad, y esta opi-
nión estaba formada -por ideas y sentimien-
tos, como todas las opiniones, porque no hay
cosa menos razonable que suponer que el hom-
bre se guía por razón y nada más que por
ella. Las dos cosas más grandes que hay, i i
CARl'AS Á UN OBRERO 20 j
caridad y la justicia, se sienten por lo men )s
tanto como se razonan.
Con el trabajo de las mujeres, en gene;pV
sucede algo parecido á lo que acontecía á
los obreros ingleses en tiempo de carestía; nc
sa paga lo suficiente para que viva <^1 trabaja-
dor. Es efecto esto de muchas causas, pero
n > hay duda que una de ellas es la idea de
la inferioridad de la mujer y de sus menores
necesidades. La mujer apenas ha tenido hasta
aquí personalidad social; se la consideraba co-
mo menor, recibiendo dirección y apoyo de
su padre, de su marido, de su hijo ó de su
hermano que la sostenían. La que tiene de-
recho á una pensión como huérfana, la dis-
fruta, no hasta la mayor edad, como los varo-
nes, sino toda la vida, á menos que se case
y tenga ya quien la proporcione el sustento
que ella se supone incapaz de ganar. Ya se
sabe que el trabajo de la mujer, por regla ge-
neral, es un auxilio para la casa, pero no
puede sostenerla; y cuando no hay otro re-
curso, la caridad y la beneficencia tienen que
dar un suplemento, si la miseria no ha de ce-
barse en las pobres víctimas de un deplora-
ble error. La corta retribución del trabajo de
la^ mujer reconoce, entre otras causas, el des-
dén que ella inspira y la suposición de que
tiene quien la sostenga; porque lo necesario
para el obrero ha de salir de alguna parte,
y preciso es que lo reciba en forma de li-
mosna, si no como salario.
La concurrencia, te dicen, esa es la que
204 OBRAS Dli DONA CONCKPCION ARENAL
arregla el precio de los salarios, como el de
todas las cosas: cuando hay muchos trabaja-
dores y poco trabajo, los jornales bajan, y vi-
ceversa. Seguramente que la cotícurrencia es
mucho, pero no es todo, y está limitada, tan-
to para subir como para bajar los jornales,
por otras leyes. Figúrate que hay en Madrid
300.000 personas que quieran llevar zapatos,
y que no hay más que 30 zapateros; van á dar
la ley, su boca es medida, y no quieren hacer
nu par de zapatos menos de i.ooo duros. Po-
sible es que haya alguno que los pague, como
se pagan los diamantes, y con más razón, por-
que son de mayor utilidad; pero el número de
los que quieren y puedan dar 20.000 reales por
un par de zapatos será muy corto, y los más
se ingeniarán buscando otro medio de calzarse
ó aprendiendo á fabricarse su calzado ellos
mismos. Ya ves que el jornal por arriba, aun-
que no haya concurrencia, tiene el límite de
la imposibilidad de vender los productos del
trabajo cuando resultan excesivamente caros.
Ahora, imagina que sucede todo lo contra-
rio, que hay en Madrid 30.000 peones de
albañil, y sólo tres obras: los dueños pagan
á cinco céntimos cada día de trabajo. Como
no es posible que, no ya una familia, sino un
hombre, se procure el necesario sustento con
tan corta cantidad, no habrá quien acepte la
proposición. Si por acaso hubiere alguno, ne-
cesario es que reciba, según te he dicho, como
socorro el mínimum necesario que se le ha
negado como jornal; lo cual quiere decir que,
CARTAS Á UN OBRERO 205
sin concurrencia ó con clLa, la sociedad nece-
sita mantener á sus trabajadores, y que hay
un límite al poder de la concurrencia, tanto
en el máximum como en el mínimum de los
salarios.
Para este mínimum influye la opinión que
se tiene de las necesidades, y para esta opi-
nión, la simpatía y el aprecio que inspira el
obrero. Mira, por ejemplo, lo que sucede con
los abogados y los médicos: el número es ex-
cesivo, lia}^ una gran concurrencia, muchísi-
mos se quedan sin trabajo, pero la retribu-
ción, lejos de bajar, sube, y nunca se paga
á un abogado como á un albañil, según dic-
tarían las leyes de la concurrencia si no es-
tarían modificadas por otras. ¿Por qué? Por-
que aun cuando multitud de manos se dispu-
ten la obra, no es posible al pagarla prescin-
dir enteramente de la calidad del obrero, de
su valor moral é intelectual; y cualquiera que
sea su número, nunca se pagará el informe
de un letrado como el viaje de un mozo de
cordel. Ya ves aquí otra modificación de la
le}^ de la concurrencia.
De todo lo dicho y de mucho más que pu-
diera decirte, se deduce que una de las cosas
que influyen en el precio del trabajo es la
idea que se tiene del obrero, de su valer y de
sus necesidades. Cuando era esclavo se le tra-
taba como una bestia; hoy, aunque despacio,
empieza á tratársele como á un ser racional,
sj habla de instruirle, de reducir sus horas
de trabajo, de prohibir el de sus hijos hasta
2o6 OBRAS DB DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
cierta edad, etc., etc. Un día llegará, día ben-
dito que Dios apresure, en que se reconocerá
como una de sus necesidades la de cultivar
su inteligencia, la de elevar su espíritu, la de
afirmar sus creencias religiosas, la de reposar
de los trabajos corporales con la comunica-
ción con otros espíritus que contribuyan á
levantar el suyo, asociando las altas ideas, en
\ ez de asociar los bajos instintos.
Para apresurar la venida de ese hermoso
día, es preciso que trabajemos todos, tú, los
demás y yo. Es preciso que procuremos y
procures instruirte, moralizarte, crecer en in-
teligencia, en dignidad; y está seguro que,
cuando valgas más, te pagarán mejor. Esto,
como te he indicado por una tendencia moral
é irresistible, y además, porque entonces po-
drás utilizar \\n gran medio, la asociación, de
cuyos beneficios para aumentar el producto de
tu trabajo, te hablaré otro día.
e-iV^ sV/Vs e4Vs 2/¿V.í e,*í) o,Av3 eAg ¿J^ eAs eJ^s Uks ayJVS aÍV¿ a-'A^^ ¿As ZM^
^^^ ^^ 0^^ ^.^s <^^o ^.^^ ^^^ ^^ v|, ^.^^ .y^ ,.v, ^^ ,;í^ ,^|^ ^|„
CARTA DECIMOCTAVA
De la asociación.
Apreciablc Juan: Hemos visto que el mí-
nimum necesario para la vida del obrero, in-
fluye en la retribución que se le da por la
obra; que la cuestión no se resuelve por la
concurrencia sola, porque en éste, como en
todos los problemas sociales, es necesario te-
ner en cuenta la moral, la opinión, el senti-
miento, y el nivel á que ha quedado redu-
cido el error, y el que alcanza la verdad. He-
mos visto que para el salario del trabajador
se atiende á lo que necesita para vivir, y que
en la apreciación de lo que necesita para vi-
vir, influyen la idea más ó menos elevada
que de él se tiene, y el aprecio y amor que
inspira.
Hay una cosa más útil para ti, Juan, que
la subida del jornal, y es no trabajar por jor-
nal. No te vayas á figurar que, en mi concep-
to, se rebaja el hombre que le recibe, ni que
sea más digno decir: gana tanto cada año,
que gana tanto cada día. Todo hombre que
708 OBRAS DK DOÑA CO.\CEl'CIÓN ARENAL
disfruta un sueldo fijo, tiene un tanto diario;
y si no se dice que trabaja á jornal, será, sin
duda, porgue tiene asegurada ocupación por
semanas, meses ó años, y no solamente por
días, y que se le pagan aun aquellos en que
no trabaja. En esto hay mayor ganancia, pe-
ro no mayor dignidad, que no se aumenta ó
se disminuye por cobrar el primer día del mes
ó el último día de la semana. Nada tiene de
razonable el desdén con que á veces se dice:
un hombre asalariado, porque son cuestiones
de nombre y disfraces de vanidad las distin-
ciones de honorarios, salarios, sueldos, habe-
res, pagas, etc. Desde los primeros funciona-
rios del Estado hasta el albañil, reciben en
cambio de su trabajo una retribución; en la
cantidad influyen muchas causas, y siempre
es una de las necesidades que en el obrero
se suponen. El cobrar ocho reales, ocho duros
ú ocho onzas de oro, no es hecho que pueda
enaltecer ó rebajar, y si estas cantidades son
premios de la lotería, nadie medirá el apre-
cio que merece la persona, por la cantidad
que recibe del lotero, y se tendrá como prove-
cho, pero no como honra, el embolsarse las
monedas de oro, ni ha de ser motivo de hu-
millación cobrar las dos pesetas. ¿Por qué?
Porque en esta obra de la suerte no ha influí-
do para nada la valía del favorecido, que pue-
de ser muy digno siendo agraciado con una
pequeña cantidad, y muy grosero é ignorante,
recibiendo muchos miles de duros.
El desprecio con que se miran las cortas
CARTAS A UN OBRERO 2O9
retribuciones, tiene su origen en la calidad
de los que las reciben; el desdén con que se
dice: un jornal, es el reflejo del que inspira el
jornalero; disminuye á medida que éste se ele-
va en el aprecio público, y desaparecerá cuan-
do sea respetado. Así, pues, cuando deseo que
trabajes á jornal cuanto menos te sea posi-
ble, no es porque crea que este modo de re-
tribución tiene en sí nada de humillante, ni
que lleve consigo mayor dignidad los 6.000 du-
ros que percibe un Capitán general cada año,
que los seis reales que ganas tú cada día.
Quisiera que dejaras, siempre que posible
fuese, de ser jornalero, para que tu ganan-
cia se aumentara, para que fueses menos pa-
sivo, más previsor, más reflexivo, más inte-
ligente, para que tu egoísmo fuera menos es-
trecho, tus hostilidades menos acres, y más
fuertes los lazos que te unían á la humani-
dad. Mas ¿quién puede sacarte de tu estado
actual de jornalero? La ASOCIACIÓN; pero
recuerda la definición que de ella te di, y no
vayas á tomar la asociación por reunión tu-
multuosa, por guerra ó por motín, porque la
paz es tan necesaria á la asociación, como la
quietud para estudiar el curso de los astros;
y querer obtener sus ventajas en medio del
tumulto, es como intentar hacer observacio-
nes astronómicas desde un barco combatido
por la tempestad.
Veamos prácticamente cómo funciona la aso-
ciación.
Eres oficial de zapatero; te crees explota-
210 OBRAS DE DONA CONCnrCION ARENAL
do por el maestro, y lo mismo tus 200 compa-
ñeros. En vez de hacerle la forzosa, que no
la haréis probablemente con una huelga, es-
tudiáis bien el negocio; de dónde se traen las
primeras materias; cuánto cuestan; el precio
de la mano de obra; la extensión del merca-
do; la facilidad de la venta, etc. Suponiendo
que ganáis á razón de 10 reales diarios, un
mes de jornal importa 60.000 reales, que es
lo que dejáis de ganar en un mes de huelga.
¿Cómo vivís ese mes? Con mil apuros y pri-
vaciones: no es posible ni necesario que os
las impongáis trabajando, pero imponiéndoos
algunas, economizando medio real diario cada
uno, en cuatro años tenéis 146.000 reales, aun-
que vuestros ahorros no ganaran rédito, como
deben ganarlo puestos en la Caja. Con este capi-
tal, en vez de una huelga organizáis un ta-
ller, y si no os basta, él mismo puede servi-
ros de garantía para reunir cantidad mayor;
os ponéis á trabajar por vuestra cuenta, su-
primís el interés del capital del maestro, el
que saca como retribución de su trabajo, si
os explota, el que indebidamente se cobra, y
como trabajáis más y mejor, interesados como
directamente lo estáis, producís más y con
más perfección, la industria prospera y la ga-
nancia aumenta. Ya se han hecho algunos en-
sayos satisfactorios de este medio de emanci-
pación para el obrero; y cuando han salido
mal, ha sido efecto de su falta de inteligen-
cia y moralidad.
Puedo decirte un ejemplo de ahora, y en
CARTAS A UN OBRERO
Madrid, de esta asociación de trabajadores.
Habrás oído hablar de los conciertos de Mo-
nasterio, ejecutados por una asociación de
músicos. Monasterio no señala á cada uno un
sueldo ó salario, después de satisfecho el cual
y los demás gastos, se embolsa la ganancia,
sino que se la reparten según los merecimien-
tos de cada uno. Para esto, ellos, que saben
lo que cada cual vale, establecen categorías,
y cada uno cobra conforme á la categoríat que
tiene; porque ya comprendes que Monasterio,
un artista eminente, que tiene un trabajo ím-
probo y una gran responsabilidad, no ha de
cobrar lo mismo que el que descansadamente
toca los timbales ó el tambor. De este modo
nadie explota á nadie; la ganancia se reparte
según el merecimiento, sin intermediarios que
la distraigan á donde en justicia no debe ir.
Esta asociación de trabajadores para sacar
el mayor fruto posible de su trabajo, es de
las más fáciles y sencillas, y conviene que
nos detengamos un momento á ver por qué.
i.° Los asociados son inteligentes, aprecian
bien su mérito respectivo, se convencen de
la necesidad de no negar á cada uno el suyo,
y se establece entre ellos una jerarquía, sin la
cual no es posible orden ni justicia.
2.° Poseen un gran capital, que consiste un
poco en sus instrumentos, mucho en su inte-
ligencia del arte, y con él pueden hacer fren-
te á varias eventualidades.
3.° Como este capital no es de primeras
materias ni de instrumentos materiales, sino
212 OBRAS DE DONA CONCEPCIÓN ARENA!,
de genio y conocimientos artísticos, que no
perecen sino con la vida del que los tiene,
aunque el negocio salga mal, el capital no se
destruye. Si, por ejemplo, establecemos una
fábrica de papel, se gasta una suma enorme
en hacer un edificio, poner una máquina de
vapor ó hidráulica, acopjar jjrimeras mate-
rias, etc. El negocio sale mal; el capital se
ha perdido. Queremos dar un concierto: la
gente no acude, el negocio no salió bien, pero
el capital queda en pié. Monasterio no pierde
por eso la inteligencia del arte, ni los demás
asociados tampoco; su capital subsiste, y po-
drán utilizarle con mejor fortuna otro día. Es-
to te prueba que cuanta más inteligencia entra
en una empresa es menos arriesgada, porque
lo que hay que temer en todas, es la destruc-
ción del capital, que no se destruye cuando
es de tal naturaleza, que puede existir inde-
pendiente de las eventualidades de un ne-
gocio.
4.° La asociación tiene crédito con el dueño
del local, que no le exige el alquiler adelan-
tado, relevándola así de hacer anticipos; con
el público, que conoce su mérito y acude
á escucharla, evitándole decepciones ó una
larga prueba hasta acreditar su mérito.
Las ventajas de la asociación de conciertos
consisten, como ves, unas en la índole del ne-
gocio, otras en las circunstancias de los aso-
ciados. Cuanto mayor es la suma de inteli-
gencia que entra en una empresa, es menor
el riesgo de que fracase, y de menos conside-
CARTAS A UN OBKERC)
ración la pérdida en caso de salir mal. Te
repito esto, Juan, porque importa mucho que
lo entiendas bien y no lo olvides.
Por medio de la asociación, los obreros pue-
den ser capitalistas y emprender por su cuen-
ta los trabajos que hacen por la de otro. Un
gran número de operarios que realicen cada
día una economía muy pequeña, al cabo de
algunos años se hallarán en situación de es-
tablecer una industria. Más arriba hemos di-
cho que no siendo suficiente el capital reuni-
do, podía servir de garantía para tomar pres-
tada una cantidad mayor. En efecto, si los
asociados reunís 600.000 reales y la fabrica-
ción no puede plantearse sino con un millón,
habrá quien os preste los 400.000 reales res-
tantes, asegurando el pago con los fondos que
son vuestra propiedad, ó con los valores en
que han sido invertidos.
Podría suceder que hallaseis quien os pres-
tara sin dar garantía algima: esto acontecería
teniendo crédito. El crédito está definido con
la palabra que le nombra; viene de creer; es
la fe, la persuasión íntima de que la persona
que le merece puede y quiere cumplir con el
compromiso que ha contraído. Poder y que-
rer. En el crédito entran, como ves, dos ele-
mentos, uno moral, intelectual el otro. Un
obrero hábil, pero vicioso y derrochador, me
pide una cantidad prestada, dándome su pala-
bra de devolvérmela con los réditos en plazo
no largo. Si él quisiera, bien podría cumplir,
pero todo lo que sé de su conducta, me hace
2 14 OBRAS DK DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
pensar que no querrá: no me inspira confian-
za, no doy crédito á lo que dice, no le presto.
Un excelente hombre, honrado si los hay,
pero torpe y limitado, quiere que le haga un
anticipo. Yo veo claro que no tiene inteli-
gencia para manejar el capital que voy á con-
fiarle, que le perderá, y que con el mejor
deseo se hallará en la imposibilidad de pagar-
me, ni cuando lo promete, ni nunca; y aun-
que confío en su honradez, no creo que pue-
da pagarme según afirma: no doy crédito á
lo que dice, no le presto.
Esto que hago yo, lo haces tú y lo hacen
todos. Cuando damos ó regalamos, habla nues-
tro corazón ó nuestra vanidad; pero cuando
prestamos, habla nuestro cálculo, ó exclusi-
vamente, ó por lo menos bastante alto, para
que sea necesario escucharle.
El crédito, se ha dicho, es un capital, y lo
es en efecto. Si quieres poner una tienda y
careces de fondos, pero tienes tal reputación
de honradez é inteligencia, que los que han
de surtirla no dudan que harás buen negocio,
que les pagarás tan pronto como puedas, te
fían, y tú te estableces y prosperas: así su-
cede con mucha frecuencia.
Lo propio que acontece á un individuo, pasa
á una asociación. Si inspira confianza, halla
crédito. Si le tenéis los obreros que os aso-
ciáis, con muy pocos fondos podréis hacer
glandes cosas, respondiendo vuestra honra-
dez y vuestra inteligencia de que cumpliréis
religiosamente. La asociación es un pagador
CARTAS Á UN OBRERO 21^
más seguro que el individuo, porque no mue-
re, y porque el error que pudiera cometerse
al juzgar á una persona, no influye cuando
son tantas, cuya moralidad arrastra por el
buen camino al que pudiera carecer de ella.
La moral, Juan, siempre la moral; ya ves co-
rno la hallamos en el fondo de todas las cues-
tiones económicas.
Yo creo que la asociación es la gran reden-
tora de los obreros: yo creo que hay en ella
un gran poder para mejorar la suerte de los
hombres, pero no tiene ninguno para cam-
biar la esencia de las cosas. Una asociación,
lo mismo que un individuo, para emprender
un negocio necesita capital ó crédito, inteli-
gencia y trabajo.
Así, pues, lo que llamáis emancipación del
trabajo, no está en hacer la guerra al capi-
tal, sino en tener capital; no está en rebelar-
se contra la inteligencia, sino en tener inte-
ligencia; no está en la huelga, sino en el tra-
bajo; no está en atacar los derechos de los
demás, sino en sostener los propios con la
razón y por los medios legales; no está en
socavar los principios de toda moralidad, sino
en ser moral y honrado. Una multitud pobre,
ignorante y desmoralizada, no puede eman-
ciparse de ninguna tutela, y de la económica
menos que de otra alguna.
La emancipación en nada es el desenfreno;
tan lejos de ser así, es una severa sujeción
á la regla. La diferencia del hombre emanci-
pado al que no lo está, consiste en que, en
ál6 OBRAS DE DOÑA COXCEPCIOX ARENAL
vez de sujetarse á la voluntad de otro, se
rige por la suya; que en vez de obedecer
á la razón ajena, obedece á la propia; en que
tiene la responsabilidad de sus acciones y no
la descarga sobre nadie; en que recibe elogio
ó vituperio, premio ó castigo, perjuicio ó ven-
taja por lo que hace. La emancipación, lejos
de favorecer la indolencia, exige tarea mayor;
la dignidad no es bien que se recibe gratis,
sino que cuesta mucho trabajo adquirirla y
conservarla.
El obrero que trabaja á jornal y vive al
día, descarga en el maestro todo cuidado, no
se preocupa de los males que pueden venir,
ni de los medios de evitarlos, y cuando lle-
gan, los recibe unas veces con resignada apa-
tía, otras con desesperación rebelde, siempre
eximiéndose de toda responsabilidad.
La asociación, esa gran salvadora de las cla-
ses obreras, necesitan miembros que tengan
iniciativa y responsabilidad. Necesita capital
ó crédito; inteligencia para plantear la obra y
clasificar los obreros; probidad para colocar
á cada uno en el lugar que le corresponde;
respeto á la justicia para sostenerle en su
puesto; espíritu de orden para que no falte;
amor al trabajo para que sea fecundo, y per-
severancia para vencer las dificultades. Todo
esto que necesita la asociación, han de tener
los individuos que la componen. Estás incli-
nado á ver en la asociación:
Holganza, y es trabajo.
Tumulto, y es orden.
CARTAS A UiN OBREKO 217
Igualdad, y es jerarquía.
Confusión, y es armonía.
Fuerza, y es derecho.
El obrero asociado tiene más trabajo, una
regla de conducta más severa, y como premio
de su merecimiento mayor, más dignidad y
más ganancia.
La esencia de la asociación es la que te de-
jo explicada; en su forma y, grados varía.
Por ejemplo: el obrero puede recibir del em-
presario capitalista un jornal, y una parte en
las ganancias; pero donde principia la asocia-
ción, empieza la necesidad de que el asociado
sea moral é inteligente: lo son todos los que
participan en las ganancias de una empresa,
porque ¿cómo era posible que se diese parte
en ella á gente torpe ú holgazana, que en
vez de hacerla prosperar, contribuiría á que
se arruinara?
Así, pues, la retribución del trabajador, sea
que la reciba como jornalero, como asocia-
do, ó participando de ambos conceptos, no
puede crecer sino en proporción que él crez-
ca en inteligencia y honradez. El hombre tie-
ne á medida que merece. Esta es la ley de
la humanidad. Si ves que algún individuo se
sale de ella, es error tuyo, ó misterio incom-
prensible; siempre excepción. Atente á la re-
gla, que no ha de dejar de serlo porque los
engañadores de los pueblos les hablen mucho
de prosperidad material, y nada de inteligen-
cia v de virtud.
4. 4. .|. .J. 4, 4. .J. .-|. .|. 4. 4. ^^. .:5'-. .-f^ -I
CARTA DECIMONONA
Sociedades cooperativas : necesidad de la previsión
y del sacrificio.
Apreciable Juan: Al estudiar la miseria he-
mos tenido que tratar del trabajo, del capi-
tal, de la asociación, etc., porque es tal la
índole de las cuestiones sociales, tienen entre
sí tal trabazón y enlace, que una conduce á
todas, y todas llevan á cada una.
Tal vez no recuerdes ya, porque han pasa-
do muchos meses desde que hablamos de
esto, que al enumerar las causas de la mise-
ria, era la última, si no en importancia, en el
orden en que las habíamos colocado, la insu-
ficiencia de la remuneración del trabajador.
Esta insuficiencia, dijimos, puede ser el re-
sultado:
De que la remuneración es corta.
De carestía.
De muchas obligaciones.
De lo crecido de los impuestos.
Con la posible extensión hemos tratado de
la insuficiencia de los salarios; y al decir que
220 OBRAS DE DONA CONCEPCIÓN ARENAL
era más hacedero disminuir el precio de las
cosas que aumentar el de los jornales, tuvi-
mos que hablar de la baratura y de la cares-
tía, y de las principales causas que la produ-
cían. Muchas y muy com.plejas son, y algu-
nas tales, que tú no puedes modificarlas di-
rectamente por el momento; pero una te indi-
qué, sobre la que puedes influir y aun hacer-
la desaparecer con respecto á muchos artícu«
los, y precisamente de los de primera necesi-
dad: hablo de los intermediarios entre el pro-
ductor y el consumidor. La cuestión es de tal
importancia, que será bien insistir y detener-
nos un poco más en ella.
Así como te conviene, como productor, su-
primir intermediarios entre las sillas ó las me-
sas que haces y los que han de comprarlas,
y embolsarte la ganancia sin partirla con el
maestro, empresario ó como quiera que se
llame, de la misma manera estás interesado,
como consumidor, en tratar directamente con
el que produce, y suprimir las manos inter-
medias, en las que va quedando un interés
que pagas con gran perjuicio de los tuyos.
Dirás tal vez: ¿Luego el comercio es perju-
dicial? El comercio, te digo, es útil como to-
das las cosas, en su justa medida, y perjudi-
cial cuando de ella pasa. El comercio, lo mis-
mo que el Estado, debe hacer las cosas que
hace mejor que tú, y dejarte que hagas las
que haces tú mejor que él. ¿Quieres comprar
canela? Necesitas del comerciante, que te
presta un gran servicio; ni solo ni asociado
CARTAS A UN OBRERO 231
puede traerte cuenta fletar un buque ó ar-
marle, y establecer relaciones á tan larga dis-
tancia, y hacerte cargo de un negocio tan
complicado, sujeto á muchas eventualidades,
que necesita muchos conocimientos especiales
y muchísimo tiempo. Lo propio se puede de-
cir si necesitas azúcar y otros artículos que
vienen de lejanas tierras, y que afortunada-
mente no son de primera necesidad: te con-
viene comprarlos al comerciante.
Pero si aquellas cosas de que haces poco y
no indispensable consumo y que se producen
á largas distancias, te conviene adquirirlas por
medio del comerciante, no sucede lo mismo
con artículos de primera necesidad de que
haces un gran gasto, que se producen don-
de vives ó muy cerca, y cuya adquisición
directa te sería ventajosísima.
¿Quieres abastecerte de patatas? Es muy fá-
cil que te pongas en relación con el coseche-
ro, y que directamente se las compres con una
ventaja cíe un 50 ó un 100 por 100: te convie-
ne supriinir el comerciante.
Pero ¿dónde tienes tú fondos para pagar las
patatas que pueda traer un vagón, el por-
te, etc? La asociación, un pequeño ahorro,
ó el crédito, te pondrán en estado de hacer
este buen negocio. No puedes pagar i.ooo
arrobas de patatas si eres solo; pero asociado
con cien compañeros podrás desembolsar el
importe de 10, y si la asociación inspira con-
fianza, es decir, tiene crédito, os darán las
patatas, además de muy baratas, fiadas; las
222 OBRAS DE DONA CONCr.PCION ARENAL
iréis pagando á medida que las vayáis consu-
miendo, y con la economía que resulte, os
hallaréis en estado de hacer muy en breve el
anticipo necesario, porque del crédito debe
usarse cuando es preciso, pero no siéndolo, no.
Se llaman cooperativas estas asociaciones,
en que los asociados cooperan, es decir, tra-
bajan de acuerdo para proporcionar á precios
ventajosos los artículos que consumen. La
asociación cooperativa no siempre se pone en
relación directa con el productor; puede su-
primir todos los intermediarios, uno solo, va-
rios ó ninguno, limitando la ventaja á com-
prar por mayor lo que adquiría al menudo.
Si en vez de comprar una libra de garbanzos
te reúnes con 25 compañeros y compráis una
arroba, formáis una sociedad cooperativa la
más sencilla posible, pero que no dejará de
reportaros alguna ventaja, porque ganaréis en
el precio algo, y bastante en el peso. Si en
lugar de comprar dos libras de patatas cada
día, te asocias á 20 compañeros y compras
una carga cada semana, ya suprimís un inter-
medio; la operación exige im pequeño antici-
po, un poco más de trabajo y de inteligen-
cia en el negocio, y la ganancia crece en pro-
porción, y aun más. Para que el provecho
de los asociados aumente, es preciso que au-
menten también la inteligencia empleada en
la compra, el capital ó el crédito que exige,
y su buena fe. No olvides esto último. Si el
encargado de las compras juega ó bebe el di-
nero con que ha de pagarlas, el negocio es
CARTAS A UN OBRERO
imposible; y también si no dice verdad, y po-
ne en cuenta un precio superior al que han
costado los efectos. Para asociarse con venta-
ja, se necesita una ilustración relativa con res-
pecto á la cosa que forma el objeto de la aso-
ciación; una buena fe absoluta, de manera
que los asociados busquen ventajas mutuas,
pero de ningún modo exclusivas, se las dis-
tribuyan con equidad, y piensen en dar y re-
cibir apoyo á la vez, y no explotarse.
Es triste, pero es necesario decirlo, Juan:
una de las causas de nuestro atraso y mise-
ria, es la falta de espíritu de asociación; y
una de las causas de que las asociaciones no
se formen, es que están desacreditadas por la
mala fe que en la mayor parte ha habido.
Esta mala fe era de unos pocos, pero favore-
cida por la ignorancia y la incuria de los mu-
chos, ha dado lugar á picardías horrendas, á
robos legales, que enriqueciendo á unos cuan-
tos malvados, ha producido el descrédito de
las asociaciones, y con él, la imposibilidad de
hacer grandes cosas.
Conviene tener presentes estas lecciones pa-
ra el escarmiento, pero no convertir la expe-
riencia en desesperación; es preciso que tú,
yo, todos, en la medida de su posibilidad,
vayamos formando el hábito de asociarnos, es-
cogiendo los asociados y vigilándolos, para
que nuestro descuido no vaya en auxilio de su
mala tentación", si por acaso la tienen. El que
se asocia para consumir, como el que lo hace
para producir, aumenta sus provechos y tam-
224 OBRAS DE DOÑA COXCKPCIÓN ARENA!,
bien sus cuidados. Lo más sencillo es com-
prar á la puerta lo que pasa por la calle, pero
es también lo más oneroso. Si echaras la cuen-
ta de lo que gastas de más por comprar á la
puerta, te quedarías asombrado. Si el traba-
jador, el sábado por la tarde, después que
cobra, ó el domingo por la mañana, en vez
de embolsar los jornales de la semana, que
son una tentación á que tantas veces sucum-
be, fuera á los mercados más abastecidos, y
comprara por mayor los artículos más nece-
sarios, su situación económica mejoraría de
un modo que te admiraría, por más que sea
una cuenta sencilla y clara de sumar y res-
tar. Los vendedores y comerciantes al por
menor, son verdaderas sanguijuelas que chii-
pan la fortuna del pobre. Por todas estas ra-
zones y otras muchas, te ruego encarecida-
mente que procures la formación de las so-
ciedades cooperativas, recomendándote mucha
prudencia en la elección de asociados. Podéis,
y creo que debéis empezar por poco, é ir cre-
ciendo á medida que aumenten vuestros me-
dios y confianza mutua. Digo á medida que
aumente^i vuestros medios, porque si vais po-
niendo en la Caja de Ahorros las econonu'as
que resultan de comprar por maj'or y con me-
nos intermediarios, aunque no seáis muchos
los asociados, á la vuelta de pocos años ten-
dréis un capital respetable: esto resulta del
cálculo, confirmado por la experiencia donde
quiera que se ha hecho. Los primeros obreros
que se asociaron en Inglaterra para comprar
CARTAS A UN OBRERO
al por mayor, }'■ suprimir en lo posible los
intermediarios entre el consumidor y el pro-
ductor, fueron objeto de burla para la gente
frivola; que es más fácil, Juan, reír que refle-
xionar; pero al poco tiempo se vieron los pro-
digios, que así los llamaron, de las economías
acumuladas al comprar, y los humildes tra-
bajadores, á la vuelta de pocos años, fueron
capitalistas, y lo que es más, hicieron un ver-
dadero descubrimiento en el mundo económi-
co, dilatando sus horizontes.
Las muchas obligaciones son otra causa de
miseria. Si tienes padres ancianos, achacosos,
y muchos hijos pequeños, ó aunque no sea
más que esta última circunstancia, basta el
menor contratiempo para reducirte á la situa-
ción más deplorable. El que se encuentra en
este trance,, no tiene más remedio que redo-
blar sus esfuerzos y su economía, cosa más
fácil de decir que de hacer, y hay que evitar
el verse en tal situación, no formando una
nueva familia prematuramente y sin tener
algunos ahorros, no tomando compañera por
capricho ó por gusto solamente, sino eligien-
do con razón aquella que por sus buenas cua-
lidades sea capaz de orden y economía, y por
su disposición pueda ayudar al esposo. Los
que tienen algo, se miran mucho antes de con-
traer matrimonio; los que carecen de todo,
no reparan en nada, y esta ciega imprevisión
acarrea males sin cuento para ellos y para
la sociedad.
El remedio está en sobreponer la razón á
220 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
los instintos; en que la parte intelectual no
quede sofocada por la parte animal; en que la
satisfacción presente no sea un velo tupido
que no deje ver la desgracia futura. Este sa-
crificio del porvenir al goce del momento, no
es sólo consecuencia de la preponderancia de
la parte animal sobre la racional, sino de la
noción equivocada que te formas de la vida.
El decirte que es combate y sacrificio, es, á
tu parecer, hablarte de rancias vejeces, buenas
para la ignorancia de tus abuelos, pero que
desdicen de tu ilustración. Así lo crees tú,
porque no observas ni reflexionas; de otro mo-
do, era imposible que en todo lo que te rodea,
fuera de ti 3- en ti mismo, no vieras que el sa-
crificio y la lucha es la ley de la humanidad.
Por una serie de sacrificios de tus padres, vi-
ves; por una serie de sacrificios tu3'os, vivirán
tus hijos. Combate es toda educación; lucha
y vencimiento cuesta perfeccionarse; apren-
der, es triunfar de la ignorancia; y en fin,
para presentar ante tus ojos un hecho gene-
ral, eterno y evidente, te diré que el traba-
jo, ley del hombre, condición indispensable
de su vida, no es cosa expontánea ni fácil, }'
su dificultad se expresa en el lenguaje por
cien frases significativas. Decimos que cues-
ta trabajo lo que necesita esfuerzo; trabajoso
llamamos á lo que es muy difícil; y las des-
gracias se llaman trabajos. Estas frases son
la expresión de las ideas y sentimientos que
arrancan de las entrañas del hombre; y el que
lo dice que en su camino no debe hallar más
CARTAS A UN OBRERO 227
qne flores, le enerva para arrancar las espinas, y
le impide que se resigne con las que no pue-
de suprimir, añadiendo al sufrimiento de la
desgracia, el dolor de la sorpresa. Reflexio-
na, pues, en la necesidad que tienes de traba-
jar, en el esfuerzo que te cuesta, y no necesi-
tas conocer otras verdades, para ver la menti-
ra de los que niegan la necesidad del sacri-
ficio y del combate.
¿Y los que no trabajan? Ya te he dicho
que su número, excesivo para su mal y de
la sociedad, es imperceptible, y puede consi-
derarse como una excepción. Ya sabemos que
el trabajo no es sólo el manual; que la tarea
del ingeniero de un camino es más penosa
que la del que lleva una carretilla; que todo
el que hace algo útil, trabaja. El corto núme-
ro, menor cada día de los que no trabajan,
al sepultarse en el crimen, encenagarse en el
vicio, ó cuando menos vegetar en la ignoran-
cia, despreciables y despreciados, prueban bien
■que el trabajo es nuestra ley.
Ni la debilidad de nuestro cuerpo, ni la ira-
perfección de nuestro espíritu, soportan los
goces sin interrupción, sin lucha, sin traba-
jo, el cual es á la vez nuestro freno, nuestro
maestro, nuestro necesario abastecedor y nues-
tro bueno y severo amigo. El lenguaje, Juan,
sigue las inflexiones de las ideas y de los sen-
tamientos; se inventan nuevas palabras para
expresar nuevas cosas; caen en desuso, se ol-
vidan; desaparecen las que significan cosas que
ya no existen, y un día, cuando el trabajo se
2 28 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
aprecie en lo que vale, cuando se vea cuan
necesario y santo es, creo yo que al crimen
y al vicio se les llamará ociosidad.
Yo no miro al mundo por un prisma som-
brío, ni tengo al hombre por un animal de-
pravado, no. Yo creo que la Providencia, la
causa de las causas, la ley suprema, general
y eterna, ó como quiera que llames á lo que
yo llamo Dios, ha puesto en este mundo gran-
des bienes; ha hecho el corazón del hombre
capaz de grandes alegrías; pero ni están exen-
tas de dolores, ni los bienes pueden alcanzar-
se sin esfuerzo proporcionado á su magnitud,
sin sacrificio mayor ó menor, y sin combate.
Abstenerse y sostenerse, es decir, sacrificio
y lucha, era el resumen de la sabiduría anti-
gua; la conclusión de los estoicos, que no eran
seguramente fanáticos ni devotos, sino buenos
observadores del corazón humano. Si el niño
aprendiera esta le\^, si la supiera el adolescen-
te y el adulto, la vida se le presentaría bajO'
otro aspecto, sus pensamientos y acciones ten-
drían otra dirección, y aceptando valerosa y
racionalmente los males inevitables de la exis-
tencia, no se vería abrumada con los que pue-
den evitarse.
La vida es un viaje en el que se hallan
hermosos valles y escarpadas montañas, arro-
yos limpios y ríos difíciles de vadear, días se-
renos y noches tempestuosas, desiertos 3^ oasis,
céfiros apacibles y desencadenados huracanes.
Mal quiere á los viajeros, ó por lo menos gran
daño les hace, el que les pinta el camino con
CARTAS Á UN OBRERO 229
facilidades que no tiene, porque llega el pa-
so difícil de la montaña, el día del desierto,
la hora de la tempestad, y no estando prepa-
rados para la prueba, sucumben en ella, ó
quedan tan débiles, que ni aun pueden disfru-
tar de los goces que hallarían en las jornadas
sucesivas, que hacen dificultosamente.
Parte, pues, de la verdad para no llegar
al doloroso desengaño. La vida ofrece gran-
des dificultades; es preciso prepararse para
vencerlas. Si no quieres luchar para resistir
á la mala tentación, caes en el vicio ó en el
crimen; la ley natural, ó la ley social, que es
natural también, te castigan, y enfermo ó en-
carcelado aprendes, cuando ya no es posible
triunfar, que era necesario haber combatido.
Si no quieres hacer ningún sacrificio, egoísta,
hallarás una masa de egoísmos que te atrope-
llarán; imprevisor, pagarás la ciega satisfac-
ción del presente con la desgracia del porve-
nir. Si joven no aprendes á trabajar, hombre
sabrás lo que es miseria; si soltero no tienes
previsión, casado te abrumará una familia que
no podrás mantener. Aceptémosla ó no, la
vida impone condiciones; solamente que son
más duras para el que las recibe de la nece-
sidad, pudiendo haberlas admitido de la razón.
CARTA VIGÉSIMA
De los impuestos.
Apreciable Juan: Lo crecido de los impues-
tos es otra de las causas que contribu3^en á la
miseria, ya porque exigen del pobre lo que
necesita para cubrir sus atenciones, \^a porque
hacen subir el precio de las cosas. Con sólo
decir esto, está dicho que todos son contribu-
yentes; porque si tú no satisfaces contribu-
ción territorial ni de subsidio ó comercio, pa-
gas más caro el aceite y el azúcar que si el
propietario 3^ comerciante no estuvieran recar-
gados con un impuesto exorbitante. Todo el
que forma parte de una sociedad, contribuye
de un modo ó de otro á llevar sus cargas; esto
es inevitable y es justo, si en la cantidad no
hay exceso ni en la forma vejación. Tenlo
muy presente para no formar nunca el cálcu-
lo egoísta y erróneo de que los abusos en ma-
teria de contribuciones nada te importan cuan-
do no las pagas. Tu interés está unido al de
los demás, como tu derecho á su derecho, y
toda vejación ó injusticia, por lejana que la
!32 OBRAS DE DOXA CONCEPCIÓN ARENAL
imagines, en ti se refleja, sobre ti influye, á ti
perjudica. Si nos persuadiéramos de esta ver-
dad, si comprendiéramos que el interés de
todos es el interés de cada uno, no se vería
esa insensata indiferencia por las cosas del
común, la fraternidad sería conveniencia pro-
pia, y el patriotismo cálculo, cuando ahora es
abnegación.
En España, Juan, nadie se cuida de las co-
sas que son de todos, y así van ellas. Existe
además una preocupación, común á otros paí-
ses, de que el interés que tienen los hombres
en el orden se mide por su riqueza. Ya te he
dicho, y he de repetírtelo porque importa mu-
cho no olvidarlo, que lo contrario es precisa-
mente lo cierto, y que el orden, es decir, la
justicia, importa más á los pobres que á los
ricos; y es cosa clara: la justicia es la protec-
tora de los débiles; los fuertes se la toman
por su mano. La riqueza es fuerza; la pobre-
za debilidad; y cuando la justicia no se dis-
tribuya equitativamente, sino que se tome,
quedará perjudicado el más débil, es decir, el
pobre.
Tienes interés, Juan, un gran interés, en
el buen orden de la cosa pública; en que
haya escuelas para que aprendan tus hijos;
en que el hospital esté bien montado, la Caja
de Ahorros bien dirigida, los tribunales com-
puestos de jueces probos é ilustrados, los pre-
sidios y las cárceles organizados para corre-
gir; tienes interés en que las leyes sean jus-
tas y los impuestos moderados y repartidos
CARTAS A UN OBRERO 233
con equidad, porque tú no puedes retribuir
maestros, ni, en muchos casos, ser asistido
en tu casa cuando estás enfermo, ni pagar en
la cárcel un cuarto aparte, ni en presidio me-
recer consideración, ni satisfacer el impuesto
excesivo sin privarte de algún objeto necesa-
rio, ni hacer nunca, ni en cosa alguna, que se
incline de tu lado la balanza de la justicia,
que inclinan del suyo los poderosos cuando
no hay orden. El pobre, mucho más que el
rico, está interesado en que las cosas vayan
como deben ir, porque las halla como están,
sin poder modificarlas; él toma el abogado,
el médico, el juez que le dan; es parte más
pasiva que el rico, y Dios sabe hasta dónde
es paciente, y cuánto padece si no halla en
su camino justicia y equidad.
En la función social que te parezca menos
susceptible de influir de diferente modo se-
gún las diferentes clases, aun en aquélla tie-
ne el pobre mayor interés en que se desem-
peñe bien. Tú supondrás, por ejemplo, que
no te importa más que al rico que un inge-
niero sepa su obligación, y si tal piensas, te
equivocas. Si por su falta de ciencia, al des-
cimbrar un puente salta una cuña y mata á
un hombre, es un pobre el que perece; si al
pasar un tren se hunde, los muertos son igua-
les, pero de los que sobreviven y quedan in-
útiles, ¡ qué diferencia entre el perjuicio que
sufre el que tiene bienes y el que no posee
más que sus brazos, con que no puede ya
ganar el sustento !
234 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
Convéncete, pues, de que te importa mu-
cho todo lo que eu la sociedad pasa, la ins-
trucción y las leyes de aduanas, el derecho
penal y los impuestos; de éstos hemos de
tratar hoy, aunque sea brevemente.
El impuesto, como todo fenóm^eno social, es
á la vez causa y efecto. Las crecidas contri-
buciones son efecto de lo nmneroso de los
ejércitos \' de su mala organización; de lo
numeroso de los empleados y del desorden
administrativo; del mal sistema ó de la falta
de sistema en Hacienda, etc., etc., y son cau-
sa de empobrecimiento, de vejaciones y mi-
seria. La cuestión de Hacienda, dicen, es siem-
pre la gran cuestión; si no fuera por ella, to-
dos los Gobiernos creen (equivocadamente)
que serían fuertes y duraderos. Y ¿por qué
esta importancia vital de la cuestión de Ha-
cienda? Porque la sociedad paga todos sus
errores, todas sus injusticias, todos sus desór-
denes, todos sus abusos, todos sus vicios, to-
dos sus crímenes; á medida que son más, la
contribución es mayor, y cuando se desbor-
dan, la contribución la abruma. El Ministro
de Hacienda es el banquero de todo error, de
toda maldad, que tiene letra abierta mientras
haya fondos. Si la injusticia en forma de
ataque al derecho no es visible, ó se mira con
indiferencia, en forma de tributo es evidente
y vejatoria, nadie la desconoce, á todos duele,
y la cuestión de Hacienda no es la gran cues-
tión sino porque pone de bulto y hace ver y
sentir todas las otras cuestiones; es el efecto
CARTAS A UX OBRURÜ 235
palpable, pero no la causa. El arreglo de la
Hacienda quiere decir el arreglo de las cosas
todas. Para arreglar la Hacienda es necesario:
Xo llevar las cuestiones al terreno de la
fuerza, y hacer así innecesario un ejército nu-
meroso.
Organizar el ejército del modo más econó-
mico y justo, sin más oficiales y jefes que
los precisos para mandarlo.
Tener funcionarios y empleados inteligen-
tes, inamovibles, que sepan lo que hacen y
no puedan impunemente dejar de hacer lo que
deben, lo cual permitirá reducir su número
en más de la mitad.
Xo separar de su destino, sea militar ó ci-
vil, más que á los que han faltado á su deber;
no dando á éstos retribución alguna, con lo
cual se suprime el ejército de cesantes.
X^'o jubilar á nadie que no esté verdadera-
mente imposibilitado de trabajar.
Xo cometer fraude en la administración de
las rentas públicas, con lo cual aumentarían
extraordinariamente.
Xo malgastar los fondos públicos en obras
que no son de necesidad ó de utilidad ver-
dadera.
Hacer las obras públicas con economía, y
no enriqueciendo con ellas, á costa del Estado,
á los que las hacen.
Xo malgastar por ignorancia, ó despilfarrar
por incuria, los fondos del Estado.
Xo tener cosa alguna de lujo mientras fal-
te una sola de las que son de necesidad.
2^6 OBRAS UE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
Saber imponerse privaciones y sacrificios en
momentos supremos, para no contraer deudas
que no pueden satisfacerse, y obligan á vivir
al día ó de prestado, y á ser víctima de los
usureros que especulan con la miseria pública.
Trabajar mucho, trabajar bien, producir ba-
rato.
Todo esto se necesita para arreglar la cues-
tión de Hacienda: ya comprendes que el arre-
glo no depende del Ministro del ramo.
Figúrate una numerosa familia llena de vi-
cios y de trampas. ¿Te parece posible resta-
blecer su fortuna, sin que su conducta cam-
bie? Apostrofa al que corre con los gastos, re-
crimínale duramente; él te dirá: Mientras X.
sea jugador, U. se embriague, R. gaste en
perifollos lo que necesitamos para comer, J. se
obstine en no trabajar, K. trabaje poco y
mal, etc., es imposible que, por más que ha-
ga, salgamos de este estado. Lo propio que á
una casa le sucede á una nación: su fortu-
na no se restablece, si su moral y su inteli-
gencia no mejoran.
Puesto que todo error y toda maldad se
paga, para descargar el presupuesto hay que
disminuir el número de maldades y de erro-
res. ¡ Ya es obra ! dirás tú. Ardua, te respon-
do yo; pero aunque el camino sea largo, en-
tremos por él, porque no hay otro.
Un pueblo que se halla en la situación que
tiene y tendrá por mucho tiempo España, ha
de pagar impuestos crecidos y desproporciona-
dos á su riqueza: que al menos este mal no
CARTAS A UX OBRERO
se agrave con el modo de repartirlos y recau-
darlos. Una contribución ha de ser:
Equitativa, es decir, proporcionada á la ri-
queza del contribuyente;
No vejatoria en el modo de exigirla;
De recaudación que no sea dispendiosa y
no dé lugar á fraude;
De tal índole, que nunca su cobranza pue-
da convertirse en monopolio.
Observa bien qué impuestos no cumplen
con estas condiciones, y declárate contra ellos,
pero haciendo uso de la razón, y sin recurrir
á la fuerza.
A ti te halaga no pagar contribución algu-
na, sin hacerte cargo de que esto es im^Dosible,
de que, si pesa sobre los propietarios de casas,
te subirán el puarto, y los garbanzos, el acei-
te, etc., si recae sobre los que comercian en
comestibles. El absurdo y la injusticia de de-
cir: no contribuyo con nada, no se verifica
nunca, y la apariencia engañosa de que así
sea se paga luego con tristísimas realidades.
De resultas de haber estado tres años, á tu
parecer, sin pagar nada (i):
Has sufrido terriblemente por la falta de
recursos y la penuria de los Ayuntamientos
y Diputaciones;
Sobre ti ha recaído principalmente el mal
estado de los hospicios, de los hospitales, de
las inclusas, de laS cárceles, la falta de trabajo
en las obras públicas, etc.;
(1) Los años de 1869 á 1871.
¡38 OBRAS DE DOÑA CO.N'CHPCIÓX ARENAL
Durante este tiempo en que no has pagado
nada, se han deteriorado los caminos, y para
repararlos se necesita ho}^ doble, triple ó cuá-
druple cantidad que para irlos sosteniendo se
necesitaba;
Los Municipios y las Diputaciones han con-
traído empréstitos mu}- onerosos, cuyos ré-
ditos pagarás.
Y podría hacer mucho más larga esta lista;
pero con lo dicho me parece que basta para
que comprendas lo caro que te cuesta no pagar
nada. Digo cjue ie cuesta, porque aun cuando
cueste á todos, para ti es el perjuicio mayor,
como lo ves palpablemente en alguno de los
males que dejo indicados, y como lo verás en
todos, á poco que reflexiones; porque cuando
el rico ó la persona bien acomodada, por el
mal estado de la cosa pública, tiene que cer-
cenar de lo supérfluo, tú cercenas de lo nece-
sario.
Procura, Juan, dar buena idea de ti: no re-
curras á la violencia, para que al ir á pedirte
la contribución no inspires miedo como si fue-
ses una fiera; economiza para fin de mes una
parte de lo que habías de ir gastando día por
día, para que no se crea necesario recurrir al
artificio, y te traten como hombre y no como
niño, é imita lo que se hizo en Inglaterra pa-
ra abolir las leyes sobre cereales.
Estas leyes eran horribles: hasta que el tri-
go tenía un precio tal, que los pobres se mo-
rían literalmente de hambre, no se permitía
entrar trigo extranjero. Los grandes señores.
CARTAS A UN 015RER0 239
propietarios de la tierra, habían sido los legis-
ladores; querían enriquecerse vendiendo su tri-
go caro, y lo vendían. Te advierto de paso,
<iue este cálculo inhumano era errado. Ya ves
si había, al parecer, motivo para recurrir á
la violencia. ¡ Pobre pueblo, si hubiera recu-
rrido ! Los que se pusieron de parte de él ha-
brían sido sus primeros enemigos, y su derro-
ta era segura. En vez de armar motines, se
formó una Liga. Tesoros de elocuencia, de ab-
negación, de constancia, se gastaron por esos
ingleses, que tal vez habrás oído decir que
son muy egoístas, los cuales tampoco econo-
mizaron su dinero. Reuniones, libros, folletos,
periódicos, trabajos perseverantes y sacrificios
pecuniarios, para que el interés (mal enten-
dido) no sofocase la voz de la opinión, é im-
pidiera llevar á las Cámaras diputados ami-
gos de la justicia; esto y mucho más se hi-
zo; y á la vuelta de pocos años las leyes
sobre cereales se abolieron sin derramar una
gota de sangre. ¡ Hermoso ejemplo, digno de
ser imitado ! ¡ Consoladora lección, digna de
ser aprendida !
Si alguno me respondiera de que España
renunciaba al motín, á la rebelión, á las so-
luciones de fuerza, á la guerra, en fin, yo te
respondería de que las contribuciones dismi-
nuirían y se distribuirían mejor, y no te abru-
marían, ya las pagases directamente como tri-
buto, ya indirectamente en forma de carestía.
Pero por el camino que hemos ido, que va-
mos, y que tenemos apariencia de ir, los im-
240 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
puestos serán cada vez más intolerables y peor
distribuidos, porque la guerra es cada vez más
cara, y porque siempre fué buena aliada é in-
separable compañera de la injusticia. Desde
el momento en que se recurre á la fuerza, pa-
decen todos los derechos, en el orden econó-
mico como en los demás, y si no se evita
que haya luchas á mano armada, será inevi-
table que los impuestos sean crecidos y se dis-
tribuyan mal.
En materia de contribuciones es necesario
l^artir de la verdad, como en todas las mate-
rias; y la verdad es que tienen que ser creci-
das, porque, como te he dicho, el arreglo de
la Hacienda supone verdaderas reformas en
todos los demás ramos, y progreso en las inte-
ligencias y en las costumbres. Pero ya que el
impuesto fuese grande, que al menos, repito,
se repartiera con equidad, y se cobrara sin ve-
jaciones innecesarias. Podría empezarse por
lo más fácil, como la prudencia aconseja, y
formarse una asociación contra la contribu-
ción de consumos sobre los artículos cuyo gra-
vamen fuese perjudicial. Discutiendo templa-
da y mesuradamente, allegando datos, presen-
tando pruebas, en medio del orden que per-
mitiese á cada cual dar su razón y oír la de
su adversario, la opinión se modificaría, sin
lo cual las instituciones no se cambian; y en
lugar de gritos sediciosos que se sofocan, ha-
bría convicciones profundas, que son invenci-
bles. Sobre el impuesto hay mucho, muchísi-
mo que hacer; mas al tratar de él, no has de
CARTAS A UN OBRERO 24 1
agruparte para armar motín, sino asociarte
para formar opinión. No pueden ventilarse ta-
les cuestiones sin calma; y esto es tan cier-
to, que, por no tenerla tú en este momento,
dejo de decirte muchas cosas que te diría en
otra ocasión. A un hombre que está tranquilo
se le da un arma para que se defienda; á un
hombre que está furioso se le quitan las que
tiene, para que no haga daño á los otros y se
lo haga á sí mismo. Hasta la verdad, la san-
ta verdad, se dice con temor ó se oculta, como
so aleja el manjar más sano del que tiene una
irritación en el estómago. ¡ Si yo pudiera con-
vencerte de que el mal, bajo cualquiera forma
que se presenta, no desaparece sino ahogado
por la moralidad y la inteligencia cuyo nivel
sube; que los abusos, si no se ha probado que
son errores, retoñan aunque se corten á sabla-
zos, y que, como ha dicho una mujer de ge-
jiio, no .s'e vence sino á aquellos á quienes se
persuade!...
16
CARTA VIGÉSIiMOPRIMERA
De la Internacional.
Aprecial)le Juan: Por lo que te he dicho
hasta aquí, habrás podido comprender:
Que no debes recurrir á la violencia.
Que está más interesado en el orden el po-
bre que el rico.
Que el estado de pobreza es la condición
de la humanidad, con raras excepciones.
Que la pobreza no es un mal.
Que el mal grave, terrible, el que debe-
mos combatir con todas nuestras fuerzas, es
la miseria.
Que la miseria es efecto de muchas y muy
complejas causas: y habiendo enumerado las
principales, hemos podido persuadirnos que
tienen raíces profundas, grandes ramificacio-
nes, y que no se combaten sino elevando el
nivel moral é intelectual de la sociedad, de
modo que tú, yo y todos, seamos mejores y
más ilustrados; porque querer reformar las
cosas sin que se reformen las personas, es,
de todos los sueños, el más absurdo.
^44 OBRAS di; doña concepción arenal
Ha llegado el momento de que discutamos
el sitema qtie te proponen como remedio de
tus males, sistpma reducido á trastornar com-
pletamente el orden actual, á derribar todo lo
que existe, á crear una sociedad que en nada
se parezca á la sociedad en que vivimos.
Sin entrar en profundas consideraciones, 3'
conío por instinto, si la pasión no extravía,
ya se comprende que, no pudiendo hacer que
los hombres instantáneamente sean del todo
opuestos á lo que han sido hasta aquí, las
cosas no pueden sufrir un cambio radical y
repentino; se comprende que no hay efecto sin
causa; que las cosas son porque tienen un
motivo de ser y que no es posible que estos
motivos cesen todos en el mismo día y á la
misma hora, de manera que absolutamente
nada de lo que es hoy tenga razón de ser
mañana.
La sociedad necesita, lo primero, vivir; lo
segundo, reformarse. Podríamos, Juan, com-
pararla á un barco que tiene grandes defectos
de construcción, pero que no se puede llevar
al astillero, sino que hay que irle modifican-
do dentro del agua; si quieres en un momen-
to darle forma distinta, y empiezas á arrancar
tablas de popa á proa y de babor á estribor,
el mar se entra, y la embarcación se va á
pique. Es necesario irla mejorando poco á po-
co, por partes, sin olvidar nunca que no pue-
de salir del agua, y que es necesario que
flote. Esto, que al buen sentido se le alcanza,
la historia lo confirma. La comparación me
CARTAS A UN OBRURO 245
parece exacta; pero como las teorías, buenas
ó malas, no se combaten con imágenes, entre-
mos en el fondo de la cuestión.
Al empezar á tratarla, tenemos que pronun-
ciar un nombre alarmante, terrible, que ho-
rripila. La Internacional. Este nombre des-
pierta temores y esperanzas, iras y odios; re-
presenta crímenes y desastres, tempestades y
abismos. Al tratar de La InternacionaIv, pa-
rece que sean cosas imposibles la imparciali-
dad y la templanza, y diríase que es pre-
ciso que la discusión tenga lo que se llama
armonía imitativa, que haya de ser apasiona-
da y violenta, y que los argumentos todos han
de tener un tinte siniestro, como el reflejo de
la tea incendiaria. Nosotros no hemos de dis-
cutir así, Juan, sino tranquilamente, sin pre-
vención de ningún género, sin negar justicia
á nadie, ni perdón al que lo necesite; sin
rencor para ninguno, con amor para todos;
teniendo por impulso el deseo del bien, por
norte la *^erdad; no alumbrados por vislum-
bres rojizos, sino por la luz clara del sol,
que alumbra á grandes y á pequeños, que sa-
le para justos y pecadores.
Yo sé que perteneces á La Internacional,
pero sé también que por eso no dejas de ser
mi hermano, hijo, como yo, del Padre Celeste.
Porque seas de esa sociedad, no creo que
seas un malvado, un monstruo, una fiera, por-
que no creo que cientos de miles de malva-
dos puedan asociarse }'• entenderse en las na-
ciones de Europa, civilizadas y cristianas.
246 OUKAS Plv DOXA CONClU'CrON ARKNAt
Creo que eres un hombre honrado, que profe-
sas errores que deseo combatir; no me inspi-
ras, pues, ni horror ni desprecio.
En cuanto á tus aspiraciones, no vayas á
figurarte que en el fondo son una invención
del siglo. No sé quien ha dicho: ((Todo lo
bueno que tiene La Internacional es an-
tiguo, y todo lo malo, nuevo»; á lo que otro
ha replicado: que (do contrario es precisa-
mente la verdad». No tengo por cierta nin-
guna de las dos proposiciones; las cosas an-
tiguas y las modernas, los sucesos pasados,
presentes 5' futuros, han de andar mezclados
de bien y de mal, como conjunto de mal 5^ de
bien son los hombres que en ellos toman par-
te. No hay, pues, que envalentonarse ni que
aterrarse, suponiendo que lo que pasa es inau-
dito, desconocido y no visto jamás.
La historia nos dice que los pueblos es-
tán siempre en una de estas tres situaciones:
O se someten bajo un yugo.
O descansan en la armonía que (existe en-
tre sus ideas y sus instituciones todas.
O se rebelan por la contradicción que hay
entre sus ideas y su organización.
El período histórico en que vivimos es de
rebelión; negarlo, sería hacer lo que esos ni-
ños que cierran los ojos para que no los vean;
y este estado durará hasta que se armonice la
organización con las ideas; hasta que, después
de choques, luchas y desengaños, convengan
las mayorías, de una parte, en lo que es in-
evitable; de otra, en lo que es imposible; de
CAKTAS A l'X OBRKRO 247
entrambas, en lo que es justo. Este conve-
nio no es definitivo; las ideas cambian, y los
sentimientos también; lo que parecía justo
ayer, no lo parecerá mañana; y de ahí las con-
tiendas en el pasado, el presente y el porve-
nir. Las condiciones de la lucha pueden mo-
dificarse; puede ésta no ser tan violenta, pro-
greso inmenso, ya porque no cueste lágrimas
ni sangre, ya para dar mayor seguridad al
fruto de la victoria: las reacciones, más que
contra el triunfo alcanzado, son contra los me-
dios empleados para triunfar. Si te privan de
una cosa que creías tuya, y resulta qvie per-
tenece á otro, podrás resignarte con tal que
no te la arrebaten por fuerza; pero si á ésta
se recurre, habrá violencia en el combate, hu-
ijiillación y rabia después del vencimiento, y
deseo de vengar las afrentas, aun más que de
rescatar la cosa perdida. Esto lo verás todos
los días en litigantes que se arruinan, di-
ciendo: uNo es por lo que vale...» (el objeto
de litigio) , y en hombres que se matan por
cualquier fruslería, á propósito de la cual se
excitó su amor propio y se encendió su cólera.
Así pues, lo que hay que procurar, no es
suprimir la lucha, sino modificarla; no pre-
tender que los hombres á una señal se pongan
de acuerdo, sino que lleven sus disidencias al
campo de la discusión, y con razones se ata-
quen y se defiendan. JLas exulcsiones de la ira
deben conjurarse como se conjura el rayo, evi-
tando que se acumule la causa que las produce.
Te repito que ni la sociedad se halla en
248 OBRAS DE DOÑA COXCEPCIÓN AUEX.AL
una situacióri que no tiene antecedentes, ni
se ve al borde de un abismo cual nunca se
vio. La cuestión en el fondo es antigua; es la
cuestión de pobres y ricos: la novedad está en
la forma. Cuando se ventilaba esta cuestión en
la antigüedad y en la Edad Media, los men-
sajeros del descontento de los esclavos y los
siervos eran el hierro y el fuego, su voluntad
no se revelaba sino derramando sangre y sem-
brando desolación; no dejaban de ser niáqui-
nas sino para convertirse en fieras. Ahora, el
número de los que protestan es mayor; pero
la fuerza, ni hoy, ni mañana, ni nunca, está
en el número, sino en la razón y en la inte-
ligencia y la moralidad para hacerla valer: lo
que era esencialmente absurdo en la antigüe-
dad y en la Edad Media, absurdo será en la
presente: la multitud de las personas no pue-
de cambiar la esencia de las cosas. No te alu-
cines porque el coro de que formas parte ten-
ga muchas voces: como los ceros en una cuen-
ta son los hombres en sociedad: de nada va-
len si no ha_v detrás una cifra, y la otra cifra
social es la razón.
Otra diferencia es que no se ha empezado
por la lucha, sino por la discusión: esto tiene
de malo la pretensión de querer erigir el error
en sistema, y el hecho de generalizarle; pero
tiene de bueno la posibilidad de rectificarle
y el dar idea de hasta dónde llega. El escán-
dalo es á la vez aviso, y como el telégrafo,
que se anticipa al huiacán, dice: ((Detrás vie-
ne la tempestad».
CARTAS A UN OBRERO 249
Los herederos de los esclavos y de los sier-
vos sois los proletarios: tú y los tuyos, Juan,
habéis recibido la herencia de sus dolores y
de sus iras; pero como el sufrimiento es me-
nor, también lo es la cólera.
La Internacional lleva años de existen-
cia, y, por bueno ó mal camino, ha marcha-
do en paz. ¿Y París? ¿Y la Comrnune?
París tiene su historia, tiene su plebe de
carácter muy especial; se hallaba además en
una situación excepcionalísima; no se han te-
nido bastante en cuenta estas circunstancias
al hacer deducciones y profecías. Así como los
horrores de la Revolución francesa no se repi-
tieron en todos los pueblos que han proclama-
do libertad, tampoco los de la Comrnune ha-
bían de deshonrar á todas las naciones en
que La Internacional se organice. Hacerte
á ti moralmente responsable de lo que han
hecho los comunistas franceses, es como pre-
tender que deshonren al Emperador de Aus-
tria los crímenes y las infamias de Tiberio 3'-
de Nerón.
Se dirá: ¿Y las doctrinas de La Interna-
cional? ¿No son las mismas en Londres y en
Viena, en París y en Madrid? Esta causa idén-
tica, ¿no ha de producir en todas partes los
mismos efectos?
Lejos estoy de pensar que es indiferente la
propagación de las malas doctrinas; juzgo,
por el contrario, que el mayor mal que pue-
de hacerse á la humanidad, es propagarlas;
pero creo igualmente que el hombre no saca
!50 <i)!R\íi DE DOÑA COXCKPCION ARliNAI.
ni puede sacar en la práctica las consecuen-
cias de todo el mal ni de todo el bien que
admite en teoría; que si la pasión le lanza un
momento al crimen ó al heroísmo, la lógica
no puede llevarle á la suma perfección ni á
la depravación suma, porque se opone su na-
turaleza imperfecta á lo primero, y su con-
ciencia á lo segundo.
Ksta verdad, que para mí es evidente, la
aplico á todos los individuos de La Interna-
cional, y muy particularmente á los de Es-
paña. Tengo de nuestro pueblo una alta idea,
hasta aquí nunca por él desmentida. Como
los caballeros de la Edad Media, no sabe es-
cribir, pero sabe ser valiente, honrado y ge-
neroso. El ejemplo de los incendios de la ca-
pital de Francia no te hará ser incendiario;
no asesinarás al Arzobispo de Toledo porque
hayan asesinado al de París; aunque te pre-
diquen odio, tendrás gratitud para el que te
haga bien; aunque te hablen de abolir la fa-
milia, amarás á tu hija 3^ respetarás á tu ma-
dre; aunque te hayan asegurado que el dere-
cho de propiedad es una criminal mentira,
cuando, armado y dueño de la ciudad, veas
á tu lado un hombre que quiere utilizar su
fusil para robar, no le llamarás compañero;
escribirás en tu barricada, como lo has hecho
otras veces: Pena de muerte al ladrón; y cuan-
do la autoridad te diga: «Juan, aquí hay cau-
dales públicos; quieren apoderarse de ellos
unos centenares de ladrones; necesito tu auxi-
lio», le prestarás, y tú, pobre, serás fiel guar-
CARTAS Á UX OBRKKO ^5 I
dador de aquella riqueza. Kn el día de la prue-
ba, esté próximo ó esté lejano, creo que las
malas doctrinas han de ser menos poderosas
que tu buena conciencia y natural genero-
sidad.
Esto he creído, esto he dicho siempre, y
esto has probado hasta aquí. Dicen que has
variado mucho; afirman que en adelante serás
otra cosa: nadie puede tener de esto eviden-
cia; lo más á que están autorizados es á te-
ner duda; y en ella, trátese de un pueblo ó de
un liombie, entre la equivocación benévola y
la calumnia, ¿quién vacila? ¡ Ojalá que te cc-n-
duzcas de modo que digan: Tenía razón a jue-
11a mujer que creíamos visionaria !
Apartados, pues, del ánimo el desprecio, el
odio y el terror, habremos adelantado mucho
para discutir tranquilamente las materias ¡si-
guientes:
Igualdad.
Cuarto estado.
Familia.
Propiedad.
Herencia.
Autoridad.
Patria.
De todo esto he de hablarte con la calma
que dan la fe en la Providencia }'■ la esperanza
en la humanidad. Yo no creo que la sociedad
va á disolverse, que las naciones van á hun-
dirse, ([ue el mundo será el caos en breve, y
252 OBRAS DE DOiVA COiNCUPCIÓN ARENAL
que de nuestras ciudades no quedará más de
lo que ha quedado de Persópolis y de Babilo-
nia. Veo en las cúpulas de nuestros templos
una cruz, veo ciencia en el recinto de nuestras
escuelas, y digo: Somos demasiado egoístas
é ignorantes para ser dichosos, pero amamos
y sabemos bastante para no ser aniquilados.
P. S. Han pasado dos años desde que es-
cribimos lo que antecede. ¡ Cuántas desdichas,
cuántos errores, cuántos sueños y cuántos crí-
menes en estos veinticuatro meses ! Y no obs-
tante, nada hemos visto que nos haga cam-
biar la buena idea que de nuestro pueblo te-
nemos; por el contrario, le hemos visto, rotos
todos los frenos de la autoridad, en la anar-
quía más completa, entregado á sí mismo, due-
ño absoluto de las ciudades, no cometer, sino
por excepción, desmanes punibles. Los asesi-
nos de Alcoy, los incendiarios de Sevilla, los
expoliadores de Málaga y de algunos pueblos
de Andalucía y Extremadura, indignos y
execrables son, pero no caracterizan con su
crueldad y su infamia al pueblo español, que
en su grande, en su inmensa mayoría, que
puede casi llamarse totalidad, se ha mostrado
comedido y moral, respetando vidas y hacien-
das á que podía atentar impunemente. Lejos
de nosotros la adulación, pero lejos también
la calumnia, siempre infame, y mucho más
cuando puede decirse con aplauso. El pueblo
tiene sus defectos, como nosotros tenemos los
nuestros; no es perfecto ni infalible, por des-
gracia suya y de todos; tiene errores, preocu-
CARTAS Á UN OBRERO 253
paciones; da oídos á gente que le extravía;
sueña y delira algunas veces; pero conserva
cierto fondo de caballerosidad 3^ de sentido
moral, que le ha salvado y nos ha salvado á
todos de grandes ignominias. ¿En cuántas na-
ciones hubiera sido posible hacer lo que aquí
se hizo, sin mayores desastres? En medio de
una guerra, indisciplinar el ejército, romper
todo freno de autoridad, alistar, pagar y ar-
mar la espuma de las poblaciones y reunir
aquella gente para que, acumulada en la ocio-
sidad, fermentasen sus malos instintos, esto
se ha hecho: los francos han dado escándalos,
sin duda; pero cuando no han sido mayores,
cuando no han producido graves conflictos,
grandes catástrofes, es que el sentido moral
de nuestro pueblo es todavía recto, la aversión
á cierta clase de maldades fuerte, y débiles los
malvados.
¿Y Cartagena? Ciudad desventurada, dig-
na de la compasión de todos, y que no pue-
de ser un argumento para nadie. ¿Qué tiene
que ver el pueblo, ni su honradez y buena
fama, con que se apodere del primer arsenal
y plaza fuerte de la nación una soldadesca
desenfrenada, y, abriendo las puertas de un
presidio, tengan durante muchos meses una
orgía político-pirático-militar? Otros, no el
pueblo, son los responsables del desastre de
Cartagena, y de la vergüenza y del dolor que
de él han salido. Analícense, júzguense con
conocimiento de causa é imparcialidad los ele-
mentos de que se formó la rebelión, y se verá
254 OURAS DK DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
que sobre la frente del pueblo no debe re-
caer su ignominia, y qi-.e no puede caberle más
parte de la que tienen todas las clases de una
nación en las maldades que en ella se co-
meten.
CARTA VIGlívSIMOSEGUNDA
De la ig-aalclad.
Apreciable Juan: En mi última carta te
anuncié las graves cuestiones que teníamos
que tratar en las sucesivas: tal vez habrás no-
tado, y si no, quiero hacértelo notar yo, que
en la lista de las cosas que teníamos que
discutir no estaba la más importante, la que
influye en cada una, la que las envuelve to-
das, la que rodea nuestra alma como la at-
mósfera rodea nuestro cuerpo: la religión:
El primer motivo que tengo para no hablar-
te largamente de religión, es mi insuficiencia;
el temor de no tratar el asunto como debe ser
tratado, con la profundidad y elevación que
necesita, con la ciencia que requiere. No ha-
llando yo todas las razones que hay para per-
suadirte, creerías que no había más de las
que te daba, y tal vez confundirías la causa
con la debilidad del campeón que la defen-
día. El segundo motivo es mi falta de autori-
dad, porque siendo mujer no la tengo en cosa
alguna que sea grave, y en tratándose de
256 OBRAS DE OOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
creencias, para la mayor parte de los hom-
bres seré sospechosa de error, de fanatismo,
de superstición, que así llaman á lá fe los
que no la tienen: el no haberla perdido se
considera como una de las debilidades del
sexo. ¡ Ay de ti, Juan, ay del mundo y del
porvenir de la humanidad, si las madres, las
hijas y las esposas no creyeran en Dios; si en
medio del soplo glacial del escepticismo, no
mantuviesen en su corazón el fuego sagrado;
si en la tempestad no salvaran el arca santa;
si no opusieran á las negociaciones sofísticas,
una afirmación sublime, incontrastable, y no
proclamaran muy alto que el sol no deja de
brillar en el cielo, porque un eclipse momen-
táneo prive á la tierra de su luz ! ¡ Ay del
hombre el día en que la mujer no crea en
Dios ! Pero ese día no llegará; la mujer atea es
una especie de monstruo, y los monstruos son
excepciones raras; si una mitad del género hu-
mano no ve más que la tierra, y la ensangrien-
ta y la aflijo, la otra mitad volverá siempre los
ojos al cielo, y la blasfemia del hijo será per-
donada por la oración de la madre.
He leído en alguna parte, que hay nave-
gantes en buques muy sólidos, de una cons-
trucción particular, que en las borrascas cie-
rran las escotillas, abandonan el barco á mer-
ced de las olas, y se embriagan. Cuando el
huracán cesa y el mar no brama ya, suben so-
bre cubierta, se orientan, ven dónde están,
y se dirigen á donde deben ir. Algo se pa-
recen á ellos los pueblos en esta hora; en la
CARTAS A UN OBRERO 257
tempestad de sus iras, también se encierran
dentro de sus errores y se embriagan. La tem-
pestad pasará, los hombres, sintiéndose im-
pulsados á dirigirse á donde deben ir, pre-
guntarán dónde se hallan; aquellos que han
conservado la fe en Dios les responderán, y
su respuesta será para estas almas desorienta-
das lo que es la brújula para el marino.
Debo hacerte notar, Juan, que aunque la
mujer sea más piadosa, no es la única que
cree; pensar que sólo los ignorantes tienen
fe, es una gran prueba de ignorancia. La im-
piedad, que hace un siglo aparecía arriba, hoy
ha descendido á las capas inferiores, y lejos
de indicar saber, denota falta de ciencia: es
como una densa nube que de los altos montes
h.-i descendido á los valles, robándoles la luz
del sol, que brilla ya esplendente en la cima
de las montañas. Ni la ciencia, ni el arte en
ninguna de sus manifestaciones, son hoy
ateas; si pudieras leer lo que se escribe, ve-
rías que los que piensan, creen en algo, que
por lo menos dudan, y que esas afirmaciones
impías no son de nuestro siglo, mucho más
religioso de lo que se supone. La impiedad
ha bajado de las academias á la plaza públi-
ca; hace más ruido y de más escándalo, pero
no tiene tanto poder. Sábelo, Juan: no la fe,
sino la impiedad, es hoy cosa de ignorantes;
si imaginas darte importancia diciendo que no
hay Dios, te rebajas por el contrario, porque
los hombres que más valen, creen en Él. De-
seo porque te deseo todo bien, deseo que
258 GURAS DE DO.ÑA CÜNCEl'CiÓN ARENAL
cuando seas anciano, débil, ó por cualquier
motivo desdichado, crean igualmente los que
estén cerca de ti, los que puedan consolarte.
Ahora vamos a tratar de la igualdad, que
sólo incidentalmente tocamos en aquella car-
ta en que procuré demostrarte que la miseria
es lo que debemos combatir, no la pobreza,
que es ley económica del hombre. Necesario
fué allí decir algo sobre la igualdad; necesario
es hoy discutirla más á fondo. Bien quisiera
evitarte repeticiones, pero están en la índole
del asunto, y espero que no las lleves á mal:
en materia tan grave, la vitilidad es lo prúne-
ro, y lo último la hermosura del plan y las
galas del estilo.
Cuatro son las principales causas de la des-
igualdad entre los hombres:
i.° La conquista.
2." El error.
3.° La injusticia.
4.° La naturaleza.
La conquista ha sido hasta aquí fuente pe-
renne, abundante y turbia, de inicuas desigual-
dades. Los conquistadores se establecían en
el país conquistado, se apoderaban de todo ó
de la mayor parte del territorio, 3' gozaban en
holganza de los bienes y del trabajo de los
conquistados. Los señores, la mayor parte al
.menos, han sido por muchos siglos los des-
cendientes de los vencedores; los pobres, los
descendientes de los vencidos: los primeros
eran la nobleza, los segundos la plebe. En
pocos pueblos de Europa dejará de haber al-
CARTAS A UN OBRERO 259
gún vestigio del origen de esta desigualdad.
Esta causa de desigualdad ha desapareci-
do. Ni las guerras son ya de conquista, ni
el conquistador, aunque existiera, tendría la
pretensión de formar luia casta aparte al to-
mar posesión de la tierra conquistada. En las
provincias que, por ejemplo, Alemania arran-
ca á la Francia, los soldados prusianos no han
despojado de sus bienes á los ciudadanos fran-
ceses; no se han sustituido á ellos condenán-
dolos á la servidumbre y erigiéndose en cla-
se superior y prepotente. La victoria no está
del todo sorda á la voz de la justicia; la vio-
lencia se detiene ante el derecho, y la con-
ciencia general sirve de dique al desborda-
miento de las 'pasiones antisociales. Progreso
notable: la guerra causa dolores, ¡ oh, mu}'
grandes ! es fuente de crímenes é injusticias,
pero al menos no establece castas que perpe-
túen la herencia de iniquidad.
El error da también origen á las desigual-
dades sociales. El hecho repetido, constante,
aparece como una ley que hace callar la con-
ciencia, y ofusca entendimientos claros, ge-
nios de primer orden, para los que la mayor
de las desigualdades entre los hombres, la es-
clavitud, pareció estar en el orden de las co-
sas. El hecho, cuando es universal y cons-
tante, de tal modo usurpa la consideración
debida al derecho, que parece injusticia ne-
garle título legítimo, tiene tal fuerza, que pa-
rece temeridad atacarle, y si los heroicos te-
merarios, mártires tantas veces, que han nega-
26o OBRAS DE PONA CONCIU'CIÓN ARENAL
do á las seculares injusticias de los hombres
el carácter sagrado de leyes de Dios, mere-
cen bien de la humanidad, debemos ser tole-
rantes, y no negar buena fe á los que no pue-
den sacudir el peso de los siglos, ni tener por
malo lo que ellos han tenido por bueno.
Donde hay castas, las que oprimen se creen
de buena fe superiores a las oprimidas, y ven
tan claro su derecho á servirse del hom'>rc
inferior, como nosotros vemos el de utili/,-U
como más nos convenga las fuerzas del buey
ó del caballo. Sin llegar á este extremo, cuan-
do es muy señalada y muy permanente la di-
ferencia de clases, las elevadas creen en la
njferioridad innata de la plebe, tienen por in-
evitable su abyección; llaman lazos necesarios
á los pesados eslabones, orden de las cosas
al de sus ideas, y quieren justificar á la Pro-
videncia haciéndola la mayor de las ofensas,
que es mirar como obra suya males que son el
resultado de la infracción de sus leyes. Los
que tienen por inevitable y justa la situación
de los caídos, ¿cómo han de trabajar eficaz-
mente por levantarlos? En algunos casos, la
generosidad de los sentim.ientos hará faltar á
la lógica de las ideas; habrá una hermosa con-
tradicción entre lo que se piensa y lo que
se hace; pero la regla general será, que la pe-
leza y el egoísmo se acomodarán bien con
una teoría que los releva de todo trabajo, de
todo sacrificio, y nada harán para acercar á sí
á los que creen separados por el abismo de
la necesidad. El número de estas personas no
CARTAS Á UN OBRERO 26 J
es corto, aunque disminuye cada día; tenlo
presente, Juan, por si hallas en tu camino al-
guna que te ofenda con su manera de ver las
cosas: no le niegues buena fe; piensa que
se equivoca nada más, como es probable que te
equivocaras tú si te vieras colocado donde está.
La injusticia es otra causa de desigualdad.
Hay personas que se elevan por malos me-
dios; que una vez elevados, si no perseveran
en su mal proceder, por lo menos no hacen
nada para hacer olvidar, neutralizándola con
buenas obras, aquella culpa á que deben su
fortuna. No es raro que con soberbia é infa-
tuación den á entender la distancia que los
separa de los que fueron sus iguales, y leguen
á sus hijos, juntamente con un capital cuan-
tioso, una suma rio pequeña de desdén injusto.
De estas tres causas de desigualdad, la con-
quista, como te he dicho, no existe.
El error se disminuye cada día.
La injusticia se retira más despacio, y de-
ber tuyo, y mío, y de todos, es no tener
con ella ninguna especie de complicidad, qui-
tarle todo apoyo, y dar á la nioral fuerza de
ley, de tal modo que el que contra ella quie-
ra elevarse sobre los otros, caiga más abajo
que ninguno.
El cuarto origen de las desigualdades socia-
les, es el que viene de la naturaleza. No será
necesario esforzarme para probarte que los
hombres no nacen iguales: ves hermanos que
reciben la misma educación y se hallan en
idénticas circunstancias, ser diferentes, si no
202 onKAS I")F, no.VA COXCEI'CIÓX ARENAI.
ya del todo opuestos. Uno es tímido, osado
el otro; éste es sensible y cariñoso, aquél des-
pegado y duro.' En los entendimientos no
existe menor diferencia: desde el estúpido
hasta el hombre de genio, hay una escala con
gran niiniero de gradaciones; y aun en perso-
nas cuya capacidad puede llamarse equivalen-
te, las aptitudes son muy diversas. Uno tiene
habilidad para obras mecánicas; otro disposi-
ción para las artes; el de más hajlá aptitud
para las ciencias. En estas grandes divisiones
hay subdivisiones y variedades numerosísimas.
En las artes, el pintor no es músico; en las
ciencias, el naturalista no es matemático, y
en los trabajos manuales, aunque es más fá-
cil educarse y menos necesaria la disposición
especial, habrás notado que hay muchas.
Antes de pasar adelante, y hablando de ap-
titudes y disposiciones naturales, debo expli-
carte cómo las entiendo yo. Suele decirse:
Tal cosa es conforme á la naturaleza; tal otra,
contraria á ella. Esto es natural; aquello, no.
¡Natural! ¿Dónde y cuándo? Porque lo que
es natural en los salvajes, no lo es en los hom-
bres civilizados; y entre éstos, su natural va-
ría con sus diferentes estados sociales. Todos
estos argumentos que se sacan del pretendido
estado de naturaleza, son absurdos, y las re-
glas de allí venidas, inaplicables. Cuando,
pues, te hablo de las causas de la desigualdad
que están en la naturaleza, es ésta que tienes
y tenemos los que vivimos á esta hora en el
mimdo civilizado; de ésta hemos de sacar con-
CARTAS \ T'X ORRrKO 1:6 j
secuencias; conforme á ella hemos de sentar
principios y establecer reglas. De aquí á diez
ó veinte siglos, parecerán y serán naturales
cosas que hoy no lo son ni lo parecen; fáciles
las que hoy son imposibles; y lo que es más,
injustas las que se tienen por equitativas hoy.
Hemos de ser muy parcos, Juan, al usar de
las palabras siempre y nunca, y muy atentos
á no meternos á profetas sin estar inspirados.
¿Quién sabe lo que guarda el porvenir? Es-
tudiemos el presente, sin quitarle la esperan-
za ni darla por realidad.
Hecha esta aclaración, reflexionemos, y ha-
bremos de convencernos que la mayor suma
de igualdad posible se alcanza en el estado
salvaje, y que la civilización lleva consigo
indefectiblemente la desigualdad; y aun he
llegado á sospechar yo, que esas tribus salva-
jes, que por incivilizables perecen, no pudien-
do sostenerse en frente de pueblos muy ade-
lantados, son tal vez razas absolutamente re-
fractarias á las desigualdades indispensables
á toda civilización.
Cuando los hombres se ven obligados por
la necesidad absoluta á tener un género de
vida idéntico, á ejecutar todos los días las
mismas cosas indispensables y fáciles, las di-
ferencias de su natural no pueden ponerse en
relieve, y sólo deberán notarse las que hay en
el corto número de facultades que ejercitan.
En una tribu salvaje, todos los hombres se
ven precisados á lanzarse á los bosques todos
los días en busca del sustento, á usar de los
204 OURAS T>K DOÑA COXCEPCTÓN ARENAL
mismos artificios, y á dar iguales pruebas de
arrojo y de constancia para apoderarse de su
presa. Todos, al llegar la noche, se sienten
rendidos de fatiga, y se entregan á un sueño
profundo. Algo parecido se nota entre los la-
bradores. El observador adivina afectos y fa-
cultades que permanecerán eternamente en el
letargo de la inacción. Un escritor en el ce-
menterio de una aldea ha saludado á los
héroes sin vicioria; hubiera podido saludar
igualmente á los ambiciosos sin poder, á los
filósofos sin ideas, á los pintores sin pincel y
á los poetas sin lira.
La necesidad de ocuparse en las mismas fae-
nas es una especie de nivelador, y puede afir-
marse que en tal situación, aunque los hom-
bres nazcan diferentes, mueren iguales. x\l
decir iguales, no se entiende con igualdad ab-
soluta, que es imposible en ninguna circuns-
tancia, sino el distinguirse tan sólo por pe-
queñas diferencias.
Las desigualdades naturales, poco percep-
tibles entre los salvajes, se notan ya más en
los pueblos que no lo son. Empiezan á variar-
se las ocuiDaciones, y á ser posible alguna ma-
nifestación de la diferencia de aptitudes; hay
algunos individuos que no tienen la impres-
cindible necesidad del trabajo material é idén-
tico al de todos; puede entregarse al reposo,
á la meditación, á esos ocios en que el pensa-
miento despierta, se agita, lucha y crea.
Entonces el grande ingenio se distingue ya
del hombre mediano: es astrónomo, poeta, in-
CARTAS Á UN OBRERO 265
venta el arado y las ruedas. A medida que la
sociedad avanza, el genio crea nuevas artes y
nuevas ciencias, que son otros tantos caminos
distintos, por donde los hombres emprenden
su marcha más ó menos dificultosa, más ó
menos productiva, y en los cuales se ven cada
vez mejor marcadas las desigualdades natu-
rales, que no podían manifestarse en el esta-
do primitivo.
Este poder de la civilización para destruir la
igualdad, no es sólo en el orden intelectual,
sino también en el moral y económico. En un
pueblo salvaje, los débiles sucumben, y toda
la diferencia de fortunas está en la que ten-
gan los fuertes entre sí, por su mayor destre-
za para la pesca y para la caza. Los crímenes
son casi los mismos en todos: el robo, las
consecuencias de la ira y la horrible pasión
de la venganza. Las virtudes puede decirse
que son desconocidas; difícilmente se com-
prende que haya idea de ellas, y más difícil-
mente aún que se pongan en práctica. Cuando
se ve un hombre salvaje, puede asegurarse
que es pobre, ignorante, ladrón y vengativo,
es decir, inmoral; el hombre civilizado podrá
ser todo esto, pero es también posible que sea
rico, instruido y virtuoso; tiene ancho campo
donde desarrollar sus facultades, posibilidad
de perfeccionarse, de ser sabio y de ser santo.
No han faltado hom.bres, y aun de los que
se dicen filósofos, que han mirado como bello
ideal la igualdad completa, que no es posible
sino en el estado salvaje, y que, lejos de ser
i66 cüUAS Di; Dox.v cn\cr.i'Ció\ arhnai.
el bienestar y la dignidad de todos, es la mi-
seria 3" la abyección general.
De que la igualdad completa es absoluta-
mente incompatible con la civilización, te con-
vencerás con mirar alrededor de ti. Xo habría
guerra, ni rebelión, ni desencadenamiento de
pasiones antisociales, que causaran igual tras-
torno al que produciría la igualdad absoluta
en un pueblo civilizado, aunque solamente
durase un brevísimo período. Imagínate que
todos fuesen panaderos, sastres, labradores,
comerciantes, zapateros, albañiles, fundidores,
médicos, arquitectos, soldados, químicos, natu-
ralistas, astrónomos, etc.; imagínate si sería
posible la sociedad ni un día, si todos quisie-
ran hacer el mismo trabajo, y ninguno dedi-
carse á los restantes; ya comprendes que ni
habría qué comer, ni qué vestir, ni qué cal-
zar, ni medios de trasladarse de un punto á
otro, ni posibilidad, en fin, de existencia para
nadie. La vida de los pueblos civilizados tiene
por condición imprescindible la división del
trabajo, la formación de grupos diferentes
para los diferentes trabajadores, y por conse-
cuencia, la im.posibilidad de una igualdad ab-
soluta entre ellos.
¿Cuáles deben ser los límites de esta dife-
rencia?
¿Cuáles sus consecuencias necesarias y
justas?
¿Cuáles las abusivas que pueden evitarse?
Asunto será éste de otra carta, porque ésta
se va haciendo ya demasiado larga.
<3^v3 e/Á\9 ¿/i\9 eAvs a/A^ e/M MNs aAvs «M^s e/^a e/¿o e//\9 i/*»3 e//\£! s/M «A^
aA¿ ¿As ÍMs ¿As ¿As eÁá é)¿o eAs ;
£^3 e^ «Ai 2-Tv9 eAs aAs e^f» cXs '
CARTA V^IGÉvSIMOTERCERA
Continuación de la anterior.
Apreciable Juan: Decíamos cu la carta an-
terior que la vida de los pueblos civilizados
tiene por condición imprescindible la división
del trabajo, la formación de grupos diferentes
para los diferentes trabajadores, y por conse-
cuencia, la imposibilidad de una igualdad ab-
soluta entre ellos. Te lo repito, porque importa
mucho que te fijes en esta verdad.
Tenemos, pues, una desigualdad necesaria
de grupo á grupo. El grupo de picapedreros
necesita más habilidad, más educación, em-
plea trabajo más inteligente que el de los sim-
ples peones que llevan una carretilla ó una es-
inierta. El grupo de ingenieros ha menester
una larga y costosa educación que supone un
capital no despreciable; corre el riesgo de no
concluir esta educación; muchos, tal vez la
mayor parte, no la terminan; su trabajo es
más difícil, más fecundo, tiene mayor respon-
sabilidad que el del bracero que maneja un
azadón. Además, como ya te lo he dicho, las
í68 OBRAS Ul" DOÑA CO-NClil'CIÚ.N ARKNAI,
necesidades, las verdaderas necesidades de un
hombre de ciencia, son diferentes de las que
tiene el que vive del trabajo de sus manos.
Necesita instrumentos, libros, planos; unas ve-
ces vivir en centros populosos, otras via-
jar, etc. Su físico, debilitado por los trabajos
mentales, hace necesarias mayores precaucio-
nes contra la intemperie; su apetito, menos
vivo; su sueño, menos profundo que el de
quien ejercita solamente los brazos, han me-
nester manjar menos grosero y lecho más blan-
do. Hasta para el solaz y conveniente recreo
ha de haber diferencia proporcionada á la edu-
cación intelectual que cada uno ha recibido;
cuanto ésta sea más esmerada, necesita ser
más acabado el cuadro que le extasía, más su-
blime la melodía que le arrebata.
De la comparación de los diferentes grupos
resultarán, en más ó menos, diferencias como
las que acabamos de indicar, y necesidades
mayores, conforme á los mayores méritos y
í;ptitudes; todo esto es armónico, necesario,
justo.
Si quiere pasarse un nivel sobre los grupos
todos, el de pilotos se confundirá con el de
marineros; el de arquitectos con el de peones
de albañil; el de profesores con el de mo-
zos de la Universidad; el de médicos con el de
camilleros, etc., etc.; 5'' ya no son posibles
largas y fecundas meditaciones, ni esfuerzos
perseverantes, ni trabajos inteligentes, ni otra
cosa, en fin, (^ue miseria 5' barbarie.
Hay pues, que reconocer, al mismo tiempo
CARTAS Á UN OBRERO 269
que la necesidad de los diversos trabajos, la
diferencia de los trabajadores, y la justicia de
retribuirlos según las dificultades que hay que
vencer para la obra, y la utilidad que de ella
resulta. En confirmación de lo que te digo,
te citaré una autoridad nada sospechosa para
ti, la de un gran nivelador, la de Providhon,
que sobre este particular dice:
((El niño, la mujer, el anciano, el hombre
valetudinario ó de complexión débil, no pue-
den hacer la labor del hombre válido: su día
de traoajo no será, pues, más que una frac-
ción del día oficial, normal, legal, tomado
por unidad de valor. Digo lo mismo del día
del trabajador ocupado en una de las muchas
labores más sencillas en que la obra se di-
vide, y cuyo servicio, puramente mecánico,
exige menos inteligencia que rutina, y no
puede compararse al de un verdadero in-
dustrial.
))En cambio, y recíprocamente, el obrero
aventajado que concibe y ejecuta rápidamen-
te, da más trabajo y de mejor calidad que
otro; con más razón, el que á esta superio-
ridad para ejecutar añadiese el genio de la
dirección y el poder del mando: éstos, pasan-
do de la medida común, recibirán mayor sa-
lario; podrían ganar uno y medio, dos, tres
días de salario y aun más.
))De este modo, los derechos de la fuerza
(productiva sin duda), del talento y hasta del
carácter, del mismo modo que los del traba-
jo, se tendrían en cuenta, porque si la justi-
270 OURAS DK DONA CONCEPCIÓN ARENAL
cia no hace ninguna acepción de personas,
110 desconoce tampoco ninguna capacidad.))
Es ciertamente gran desdicha la necesidad
de autorizarse con textos para hacer com-
prender verdades tan sencillas como la de
que merece mayor retribución el que trabaja
más 5'- mejor. Pero aceptando esta necesidad
y esta desdicha, como es necesario aceptar los
hechos, resulta que, según un gran nivelador,
el hombre de mayor capacidad del socialismo,
tenemos:
Salario.
Menor que el medio.
Medio.
Vez y media mayor.
Dos veces mayor.
Tres veces mayor.
Aun más.
Debe notarse lo indeterminado de la última
categoría, y que falta una, la de los que no
ganan nada, porque no pueden ó porque no
quieren.
Ya ves, Juan, lo que es la igualdad, aun
conforme á su más inteligente apóstol.
Después de la diferencia de los grupos, te-
nemos la de las personas que los componen.
En el arte, en el oficio, en la ciencia, hay
mayor ó menor aptitud, más ó menos activi-
dad, mejor ó peor voluntad, empleo acertado
ó erróneo, moral ó aícíoso, del fruto del tra-
bajo. Sobre esto no insisto: ya ves en tu ofi-
cio, y lo mismo acontece en los demás y en
todas las profesiones, si unos tienen más habi-
lidad que otros, y si unos economizan y otros
derrochan lo que ganan. Sólo te llamaré fuer-
CARTAS A ÜN ÜBRHKO
temente la atención sobre la diferencia que
debe haber entre los primeros hombres de los
primeros grupos y los postreros de los últi-
mos; por ejemplo, entre el arquitecto más in-
teligente» más activo y más moral, y el peón
de albañil más torpe, más holgazán y más vi-
cioso: dime con tu buen sentido si esta dife-
rencia no debe ser muy grande, si no está en
el orden de las cosas que lo sea, y si la igual-
dad absoluta no es el más craso de los errores.
Digo absoluta, y no lo digo sin motivo. El
hombre es un ser inteligente y moral; tiene
un pensamiento y una conciencia; hace obras
de industria y obras de virtud ó de crimen.
El hombre, como inteligencia, como indus-
tria, puede ser diferente, é igual como morali-
dad. En esto se funda la igualdad ante la
ley civil y criminal de los que son desiguales
ante la ley económica, y de aquí se infiere el
error de concluir de la igualdad legal, el dere-
cho á la nivelación de las fortunas. Se pre-
gunta: Si todos somos iguales ante la ley, ¿por
qué no hemos de serlo en todo? Porque no lo
somos, es la respuesta sencilla. Aquí deten-
gámonos á reflexionar un poco, porque la cues-
tión es grave, y de no comprenderla bien, re-
sultaría tomar el sofisma por razón.
En aquella casa viven: en el cuarto princi-
])al, un ingeniero, persona de un gran talen-
to que tiene una regular fortuna; en la buhar-
dilla un peón de albañil, buen hombre, bas-
tante torpe, que á duras penas gana lo nece-
sario para vivir: Desigüai^dad,
272 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
El ingeniero y el albañil mantienen á su
mujer y á sus hijos con el fruto de su traba-
jo, hacen mil sacriñcios por ellos: Igualdad.
El ingeniero 3" el albañil quieren que su es-
posa les sea fiel, y se irritan hasta enfurecerse
si saben que no lo es: Igualdad.
El ingeniero y el albañil, al terminar su
trabajo, tienen un gran placer al recibir las
inocentes caricias de sus hijos pequeñuelos:
Igualdad.
El ingeniero y el albañil sufren al ver sufrir
á su hijo y lloran su muerte: Igualdad.
El ingeniero y el albañil son capaces de un
noble impulso, de una acción generosa, de
arriesgar su vida por su patria, por su idea,
por su amigo: Igualdad.
El ingeniero y el albañil son capaces de
una acción baja y criminal, de privar á otro
de la hacienda, de la vida ó de la honra:
Igualdad.
El ingeniero y el albañil saben que hacen
mal cuando lo hacen, y que hacen bien cuan-
do lo practican; su conciencia les dice á los
dos que la vida de otro hombre es tan sagra-
da como la suya: Igualdad.
De esta serie de comparaciones, y de otras
que podrían hacerse, resulta que el hombre
puede ser desigual á otro como inteligencia,
é igual como moralidad; que aun es posible
que moralmente valga más el que intelectual-
mente vale menos; que la ley moral, sencilla,
intuitiva, perceptible á la conciencia, no nece-
sita para hacerse comprender una gran fuer-
CARTAS Á UN OBRERO 273
za intelectual; que las leyes que de la ley-
moral se derivan, son con justicia iguales para
todos; y que de esta igualdad no debe con-
cluirse la económica, porque el nivel de la
justicia es tan necesario, como imposible el
de la fortuna.
Por humilde que sea tu posición social, tu
derecho es idéntico al del que la tenga más
elevada. Si matas á un marqués, te castigarán
lo mismo que si hubieras matado á un barren-
dero; si un marqués te mata á ti, será casti-
gado como si hubiese muerto á un magnate.
Ante la justicia los hombres son iguales; no
hay más diferencia que entre culpables é ino-
centes; pero si sería absurdo que en presen-
cia del juez alegases como circunstancia ate-
nuante de tu delito el que eras artesano más
hábil que aquel á quien habías sacrificado,
no sería más razonable pretender que os pa-
gasen igual jornal siendo vuestra obra muy
distinta, porque en caso de delinquir tenéis la
misma responsabilidad.
Tratándose de la igualdad ante la ley polí-
tica, puede hacerse un razonamiento análogo.
Un sabio dice mal cuando dice: ¡Qué absurdo
que el voto de mi zapatero valga tanto como
el mío! Según de lo que se trate. Si se trata
de hacer zapatos, valdrá más; si de matemáti-
cas, legislación ó metafísica, valdrá menos;
si de votar un concejal ó un diputado, po-
drá valer tanto. Digo podrá, porque no es cosa
segura; pero si el artesano tiene buena morali-
dad y buen sentido, es posible que sepa el
274 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
hombre que le conviene para que le represente
en el Ayuntamiento ó en las Cortes; no nece-
sita saber más en esta cuestión, y si lleva la
inteligencia necesaria, el sabio hace muy mal
en protestar contra la igualdad ante aquella
ley, como el zapatero estaría fuera de razón
en pretender ser igualado en todo al que re-
suelve un problema de Termodinámica ó de
Filosofía del Derecho.
Las cosas no siempre han pasado así, Juan:
tiempos ha habido, y no muy remotos, en
que la pena se imponía según la calidad del
delincuente y del ofendido; aún quedan en
las leyes restos de esta desigualdad injus-
ta: en procurar extirparlos harías mejor que
en perseguir quimeras, malgastando, en la lu-
cha con lo imposible, las fuerzas que necesitas
para realizar lo realizable, y adquiriendo fama
de insensato, que tanto te perjudica para ha-
cer valer tu razón cuando la tienes.
Fijémonos bien en lo que llevamos dicho,
y condensemos para concluir.
Igualdad absoluta ante la ley civil y crimi-
nal, porque la conciencia y la moralidad de
los hombres de todas las clases, alcanzan el
grado suficiente para hacerlos igualmente
dignos de protección, é igualmente respon-
sables.
Igualdad posible ante la ley política, siem-
pre que la inteligencia y la probidad de todos
alcancen el nivel necesario para realizar el
objeto de la ley.
Igualdad imposible ante la ley económica,
CARTAS Á UN OBRERO 275
porque la aptitud para el trabajo y la vo-
luntad de trabajar son desiguales en los hom-
bres.
Tal es la conclusión; y yo voy á dársela á
esta carta, porque falta espacio para tratar,
aunque sea muy brevemente, Jo que sobre la
igualdad nos queda por decir.
i^ '^^■^ ^1^
CARTA VIGÉSIIMOCUARTA
Dificultad: la retribución justa no puede existir con
opinión extraviada. — lia desigfualdad debe estar li-
mitada por la justicia, pero la justicia se define con
dificultad y no se entiende por todos del mismo
modo.
Apreciable Juan: Una vez persuadidos de
que la igualdad absoluta es imposible, vea-
mos hasta dónde conviene que llegue la des-
igualdad. ¿Quién debe limitarla? ¿Quién debe
decirla: Hasta aquí eres necesaria, hasta aquí
útil, y más allá perjudicial?
¿Quién? lyA Justicia. Esto es evidente: na-
die en razón puede protestar contra el man-
dato de semejante autoridad. Pero ¿qué es la
justicia? ¿Es alguna verdad demostrada en to-
das las esferas y admitida por todos los hom-
bres? Esta palabra, ¿significa para todos la
misma cosa? Tan lejos de ser así, partiendo de
lo que cada uno llama justicia, se ven los
procederes más desacordes, y para llegar á ella
se toman los caminos más diferentes, y á
veces los más opuestos. En nombre de la jus-
ticia tienen los hombres disputas y contro-
versias; en nombre de la justicia sostienen las
J78 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
más contradictorias proposiciones; en nombre
de la justicia se vejan, se persiguen, se com-
baten, se inmolan. Si no se hiciera en el mun-
do más mal que se hace con mala volun-
tad, todos los problemas sociales se simplifi-
carían; pero lo que los complica y hace mu-
chas veces insolubles, es el mal que se hace con
sana intención y tranquilidad de conciencia.
Ya comprendes desde luego la gran dificul-
tad: en que los límites de la igualdad deben
estar marcados por la justicia, todos estarán
conformes, pero en lo que es justicia, lo es-
tán pocos.
Voy á citarte otra vez á Proudhon; para
ti, debe ser la mayor autoridad, y para mí,
aunque es el adversario más poderoso, es el
que prefiero, y con el que me entiendo me-
jor, porque quien se eleva tanto y tanto pro-
fundiza, es imposible que no penetre en la
esencia de las cosas, y queriendo ó sin querer-
lo, no la ponga de manifiesto. Escúchale á pro-
pósito de la retribución equitativa del trabajo.
«Pues bien: digo que nada es más fácil que
arreglar estas cuentas, equilibrar todos estos
valores, hacer justicia á todas estas desigual-
dades.
))Mas para que esta liquidación se verifique,
se necesita, lo repito, el concurso de la buena
fe y de la apreciación de los trabajos, servi-
cios y productos; se necesita que la sociedad
ti abajadora llegue á este grado de moralidad
CARTAS A UN OBRERO 279
industrial y económica, que todos se sometan
á la justicia que se les haga, sin pretensio-
nes de vanidad personal, sin consideración á
títulos, rango, preeminencias, distinciones ho-
noríficas, celebridad, en una palabra, valor
DE OPINIÓN. La utilidad sola del produc-
to, LA calidad, EIv trabajo Y LOS GAS-
TOS OUE CUESTA, DEBEN ENTRAR AQUÍ EN
CUENTA.»
Ya lo ves, para llegar, no á la igualdad eco-
nómica ó de fortunas, pero á limitar la des-
igualdad debidamente, se necesita:
Concurso de buena fe.
Apreciación de trabajos y servicios.
Moralidad.
Sumisión á la justicia.
Ausencia de vanidad.
Utilidad del producto, trabajo y capital que
cuesta, como únicos datos para tasarle.
Suprimir todo valor que dependa de la opi-
nión.
Es decir: se necesita una revolución radi-
cal, un cambio completo, imposible en gran
parte, en el hombre interior, en el ciudadano,
en la sociedad entera.
Y siendo así, ¿no parece delirio ó burla de-
cir, como lo hace Proudhon, que nada es más
fácil que arreglar estas cuentas?
Aunque todos se sometan á la justicia que
so les haga, ¿quién hace esta justicia? ¿Quién
dice lo que es justo que ganes tú haciendo
zapatos y yo haciendo versos? No puede ser
más que la opinión; esa opinión que se quie-
28o OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
re suprimir, y que ts, sin embargo, la que
da y quita valor á las cosas, y las califica de
injustas ó de equitativas, de útiles ó de perju-
diciales, de superfinas ó de necesarias. El dés-
pota, el tirano, la disposición arbitraria, la
ley injusta, la organización política y econó-
mica, ¿no son el resultado de la opinión?
A ella se dirigen el charlatán y el filósofo;
y si el primero halla más eco que el segun-
do; si los apóstoles de la verdad están en la
miseria, y los que halagan los errores, los vi-
cios y las pasiones, viven holgadamente ó
nadan en la opulencia, ¿de qué es efecto,
sino de la moral depravada y de la opinión
errónea?
Como poderoso componente de la opinión
que tasa la obra del trabajador, entra el gusto,
esta cosa tan vaga, tan fuerte, tan caprichosa,
tan avasalladora, tan flexible cuando es insi-
nuación que pretende apoderarse del ánimo, y
tan inflexible cuando es ley.
Un hambriento prefiere un cigarro á un pe-
dazo de pan; una mvijer, una cinta al nece-
sario abrigo.
Un escrito entretenido, obsceno, apasiona-
do, se vende; un escrito grave, útil, filosófico,
no halla compradores.
El local en que se ofrece diversión, se llena
pagando cara la entrada; aquel en que se ofre-
ce instrucción sólida y gratis, está casi vacío.
Se dan cantidades fabulosas por un diaman-
te; parece caro un instrumiento ó un medio
de perfección moral é intelectual.
CARTAS Á UN OBRERO 28 1
Hay mucho cuidado en saber cuál es la úl-
tima moda frivola; no importa ignorar cuál es
el último descubrimiento útil.
vSe paga bien al torero y á la bailarina; el
pensador padece en la pobreza, y más, cuan-
to es más profundo.
La conciencia pública no protesta de que
se gasten millones en adornar una oficina, un
palacio, un paseo, y se arriesgue la vida de
m.uchos hombres, que más de una vez pere-
cen en la lancha de un práctico, por no gastar
algunos miles de reales en un bote salvavidas.
Saca pingües utilidades el que tiene una
casa de juego; quien abre la suya para una
obra altamente beneficiosa, no debe esperar
retribución alguna.
Se echan grandes sumas á la lotería; una
empresa humanitaria no halla medios de rea-
lizarse.
Con paralelos análogos podría llenarse un
tomo, donde verías más por extenso qué de
cosas perjudiciales se pagan bien porque gus-
tan, y qué de cosas útiles, porque no gustan,
no se quieren pagar ni bien ni mal, y cómo
el gusto caprichoso, extravagante, pervertido,
depravado, contribu5^e á formar esa opinión
errónea, que en la esfera económica, lo mismo
que en la política, dicta fallos contra la ley
y leyes contra la justicia.
Al comprar, todos tenemos más ó menos
espíritu de egoísmo y de sinrazón. Quere-
mos comprar lo más barato posible, sin consi-
derar que no pagamos el trabajo de la cosa
282 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
comprada; nos aprovechamos de una baratu-
ra fabulosa, sin reflexionar que significa la
explotación de míseras criaturas, mujeres, ni-
ños, hombres, que dan su trabajo por un sa-
lario que no les basta para vivir: este es nues-
tro egoísmo. Queremos comprar, no las cosas
que son más útiles, sino aquellas que nos agra-
dan más, porque satisfacen caprichos, gustos
ó pasiones: de un día á otro, un objeto ha per-
dido la mitad de su valor, ó lo ha perdido
todo, porque ya no es de moda: esta es nuestra
sinrazón.
Todos estos egoísmos y todas estas sinrazo-
nes salen al mercado con los productos de la
agricultura, de la industria, del comercio, de
las artes, de las ciencias, y hacen subir el
precio de los diamantes y de las cintas, y ba-
jar el del trigo y de los libros. Tú clamarás
contra lo reducido de tu jornal, mientras se
enriquece el c|ue vende revalenta arábiga; yo,
porque no hallo compradores para mis libros,
cuando tiene tantos el aceite de bellotas. Po-
dremos no tener razón, pero en caso que la
tengamos, 3^ que la tengan tantos otros como
están en nuestro caso, ¿te parece que podrá
remediarse el mal por medio de una ley y de
una organización R ó H, como dicen los so-
cialistas? Es lo mismo que si dijeras que pue-
de decretarse la cordura, el buen sentido y la
viitud. Antes y después del decreto, se ven-
derán más fácilmente los billetes de la lote-
ría que los tratados científicos, y se pagará
mejor á los toreros y á las modistas francesas
CARTAS Á UN OBRERO 28'
que á los albañiles y á los filósofos. ¿Cómo
quieres tener tasaciones equitativas del valor
de las cosas, con tasadores tan insensatos co-
mo el capricho, el vicio, la ignorancia, la co-
dicia, la vanidad y la pasión?
Ya lo ves: para que tu trabajo, el mío, el
de todos los que trabajan, se pague según me-
rece, es preciso saber la justicia y querer
HACERLA, cosas entrambas harto difíciles, y
de que estamos muy lejos. Sin traer la opinión
á lo que es razonable, no pueden tener las co-
sas el valor que es justo.
La justicia, Juan, es una cosa que se siente,,
pero que no se ha definido bien, que yo sepa.
Dar á cada uno lo suyo, se ha dicho, pero
¿cuál es lo suyo, lo de cada uno? Esta es la
cuestión no resuelta. Proudhon escribe sobre
la justicia una voluminosa obra, y da por su
fórmula práctica esta máxima del Evangelio:
Haz á otro lo que quieras que él te hicie-
ra á ti.
No hagas á otro lo que no quieras que él
te hiciera.
Esto es caridad, pero está tan lejos de ser
justicia, que puede volverse contra ella.
Un malvado acaba de cometer un asesinato:
yo puedo y debo entregarle á la acción de los
tribunales, esto es lo que manda la justicia;
pero si hago con él como 5^0 querría que en
igual caso hiciera él conmigo, puesto que lo-
que yo desearía era no ser perseguido, le suel-
to, cosa injusta con evidencia.
Tú haces una mesa: si yo te la pago como-
284 OBRAS DK DOÑA CONCKPCIÓN ARENAÍ,
en tu lugar quisiera que me la pagases, te
daré por ella más de lo que vale, porque en
tu lugar desearía sacar lo más posible de mi
trabajo, j^a porque así me conviene, ya porque
es natural que cada uno dé al suyo más im-
portancia y valor del que tiene realmente.
Resulta, pues, que tenemos sentimiento de
ju.sticia, nociones de justicia, principios de
justicia, reglas de justicia; pero una fórmula
superior de justicia, que comprenda todas las
acciones 3- sea admitida por todos los hom-
bres, creo que no la tenemos: y cuando te
dicen que pidas justicia como pudieran decir-
te que pidieses una taza de café ó un vaso de
vino, de buena fe tal vez, te dan por sencillo
y resuelto un problema complicadísimo, y aca-
so por resolver en el punto que se trata.
Los hombres, cuando están de acuerdo so-
bre lo que es justo, hacen una ley que lo de-
clara obligatorio; pero además de que la ley
s^ cumple mal cuando es contraria á la opi-
nión de una minoría numerosa, la justicia
práctica sólo depende de la lej^- en una mí-
nima parte: la opinión, la conciencia, la ins-
trucción y la moralidad, el saber y el que-
rer practicar el bien, tienen mayor esfera de
acción fuera de la ley que dentro de ella.
Un hombre puede ser perverso sin que la ley
pueda castigarle; y de estas perversidades ex-
tralegales se forma la inmoralidad pública,
y por consiguiente, la pública corrupción y la
pública desgracia. Lo difícil, lo importante,
lo esencial, es arreglar las relaciones de los
CARTAS Á UN OBRERO 285
hombres, de modo que sean conformes á la
justicia, allí donde la ley no llega ni pueda
llegar á imponerla. Pero volvemos á pregun-
tar: ¿Qué es la justicia?
Tal vez podríamos decir que, justicia en el
orden jurídico, es la realización del derecho;
en el orden moral, el cumplimiento de los
mandatos de la conciencia, y que se reconoce
en todas las esferas en que es esencialmente
buena, y en ningún caso puede hacer al hom-
bre duro para con sus semejantes.
La definición podrá ser más ó menos exac-
ta: no tengo la pretensión de no equivocarme
en cosa que se han equivocado otros que sa-
bían y valían más que yo; pero lo que sí te
aseguro con íntimo convencimiento, es que en
todo lo que hay daño para la humanidad, per-
juicio verdadero, hay injusticia.
Siendo esto así, la igualdad será justa en
tanto que contribuya al bien de los hombres,
que los haga más probos, más humanos, más
virtuosos, más ilustrados, más perfectos, en fin;
y será injusta, cuando los pervierta y rebaje.
Será injusta cuando sea absoluta, porque re-
ducirá la sociedad al estado salvaje.
La desigualdad exagerada está en el mis-
mo caso, porque si no se puede prescindir
de las diferencias de los hombres, hay también
que tener en cuenta sus semejanzas y aquellos
derechos idénticos que deben respetarse en to-
dos. Los pueblos que los desconocen ó los
atropellan con la esclavitud, las castas ó las
aristocracias avasalladoras, se corrompen, de-
286 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
caen, perecen. L,os que en estas condiciones
viven largo tiempo y prosperan, es porque en-
cierran en su seno una masa numerosa de in-
dividuos, cuya justa igualdad se respeta, y
que tienen bastante poder de vida para con-
tiarrestar el germen de muerte que la des-
igualdad injusta lleva consigo.
Yo concibo las desigualdades sociales como
los accidentes del terreno; bueno y necesario
es que haya montes, colinas y valles, pero no
quisiera abismos de donde no puede salirse,
ni montañas donde el aire no es respirable.
Que haya sabios, bien está; pero que no ha-
ya ignorantes de lo que todo hombre debe
saber, de lo que es esencial que sepa: su deber
y su derecho.
Que el artista ó el hombre de ciencia, el
industrial, el comerciante, el bracero, . se dis-
tingan y diferencien según su mérito; pero
que sean iguales en su dignidad de hombres,
y que esos derechos iguales que tienen ya ante
la le}', los tengan ante la opinión y el respeto
público. Se ha andado bastante, pero falta
aún mucho que andar en esta cuestión del
respeto á la dignidad humana, cuestión gra-
vísima, porque no hay cosa más injusta y
cruel que el desprecio.
Ya te he dicho que la esfera de la justicia
es mucho más extensa que la de la ley. Ante
la ley, el pobre ignorante es igual al rico ilus-
trado; está bien: esto es algo, es mucho, pero
no es bastante, ya porque la le)* se torcerá
en favor de quien es más considerado por la
CARTAS Á UN OBRERO 2S7
Opinión, ya porque la ley no tiene que inter-
venir, sino excepcionalmente, en las relacio-
nes de los hombres, y cuando aparecen entre
ellos tales diferencias esenciales que se miran
como seres dé distinta naturaleza, entonces se
aman menos, se compadecen menos, son más
injustos entre sí, y el desprecio por una parte,
el despecho por otra, el odio y la injusticia
por entrambas, dan por resultado la perver-
sión y la desdicha de todos.
El traje puede ser modesto ó lujoso: que
esté aseado es lo esencial para que no se con-
vierta en obstáculo razonable á la aproxima-
ción de las personas de diferente clase: la blu-
sa del obrero, si está limpia, y el uniforme
del capitán general, pueden estar en el mis-
mo banco; lo que razonablemente retrae de
dar la mano al obrero, no es que está callosa,
sino que está sucia. No hace falta que el obre-
ro sea un sabio para que alternen con él los
hombres de ciencia, bajo pié de igualdad, en
las cosas esenciales que conciernen á su dig-
nidad de hombre y en la inmensa esfera que
abarca el mundo moral. Idea del derecho, prác-
tica de la justicia, decencia del lenguaje, com-
postura de ademanes, aseo en la persona, cier-
ta cultura general, es lo que pueden tener to-
dos los hombres, lo que creo que tendrán algún
día, y lo que basta para que alternen sobre
una base de perfecta igualdad, en cuanto son
igualmente dignos, aunque su posición social
sea diferente.
Personas de toga ó de uniforme habrá que
OBRAS DE DONA COXCEPCIOX ARENAL
protesten contra esto, y no reconozcan la dig-
nidad de la blusa limpia y del hombre digno
que la lleva; pero esas personas, cuyo núme-
ro será cada vez menor, dejarán de existir
cuando su desdén no tenga otro fundamento
que su pueril vanidad. Lo que no se apoya en
razón ninguna, al fin viene al suelo.
Una vez reconocida la dignidad del hom-
bre, y pasada de las leyes á las costumbres
y á las opiniones, la igualdad irá aproximán-
dose á sus justos límites; el trabajo, hasta el
más material, se elevará al elevarse el tra-
bajador; será mejor retribuido, porque la idea
de lo que un hombre merece no puede se-
pararse de aquella de lo que vale, y porque
se comprenderá bien que, ti toda la labor no
es igualmente meritoria, toda es necesaria, y
ninguna debe reputarse vil.
La desigualdad va limitándose mucho; es
de desear que se limite más; pero esto no se
conseguirá con vociferarla en los motines, ni
aun con escribirla en las leyes, sino disminu-
yendo la diferencia real y positiva que existe
entre los hombres. Trabajemos todos para
aproximarlos: trabaja tú el primero; levanta,
Juan, cuanto puedas tu nivel moral é inte-
lectual; procura que tu hijo sepa 5'- quiera ser
justo y digno, y en la medida posible y nece-
saria, ilustrado, porque no puede realizarse
el derecho á la igualdad entre hombres esen-
cialmente desiguales.
eAs eAs eAs eAs ^^¿Vs eAg i^^'^Vs pJ^V^ a^^Vs Jks sMs i.'^^ ^Jj^ eJka e^Vs aJ^
eAs e,Tj e^ eAs e^JVe eAs a4J>9 (i-X-^ 24^ aAj eA» ^-^ eyj>.9 e-Tj e-IVa eAs
CARTA VIGÉSIMOQUINTA
Del Cuarto Estado.— No existe realmente.— Error de
eq.uiparar las revoluciones políticas con las trans-
formaciones económicas. - Males del retraimiento
político, y error de q.ue las reformas políticas son
indiferentes para las sociales.
Apreciable Juan: Hemos de tratar hoy de lo
que se ha llamado el Cuarto Estado. Digamos
dos palabras de los que le han precedido.
Había tres estados: el clero, la nobleza y
el pueblo; los dos primeros gozando de gran-
des privilegios; el último, sufriendo grandes
vejaciones. Uno de los primeros pensadores
de la Revolución francesa escribió un folleto
con este título: ¿Qué es el Tercer Estado?
Nada. ¿Qué debe ser? Todo. Aparte de la
exageración que indica el título, inevitable en
la hora en que se escribió, la verdad era que
había una desigualdad injusta entre los hom-
bres hijos de la misma patria; que conforme
á la clase á que perteneciesen, tenían distin-
tos deberes y derechos; imposibilidad ó facili-
dad de elevarse á ciertos puestos y disfrutar
ciertas ventajas; y abrumados ó libres de con-
tribuciones, según eran plebevos ó nobles, la
»9
290 OBRAS DE DOXA CONCEPCIÓN ARENAL
misma distinción los perseguía hasta en el
banco de los acusados, donde hallaban distin-
tos jueces y diferentes penas.
Esto tuvo motivo de ser, como todo lo que
ha sido; pero llegó una hora en que faltó este
motivo, en que las clases privilegiadas no po-
dían alegar ninguna especie de superioridad,
ni más ciencia ni más virtud que la clase opri-
mida, y entonces ésta dijo: Soy igual á vos-
otros ante la justicia, quiero serlo ante la ley,
y lo fué. Cuando este cambio se hace en un
día, se llama revohición; cuando se verifica
paulatinamente, reforma; pero violenta ó gra-
duada, la igualdad ante la ley es 3'a un hecho
necesario para todo pueblo cristiano y civili-
zado, y la cuestión no puede ser más que de
fecha.
Se dice por algunos, se quiere hacer creer
á la multitud que la clase media oprime al
pueblo, como el clero y la nobleza oprimía
al Tercer Estado, y que como éste triunfó de
los privilegiados, el pueblo triunfará de él.
El día en que triunfó el Tercer Estado,
abolió muchas leyes, y escribió nuevos códi-
gos políticos, civiles y criminales. El día del
imaginario triunfó del supuesto Cuarto Esta-
do, ¿qué antigua ley podrá abolir, ni qué nue-
va ley podrá dictar?
Imaginemos una Asamblea Constituyente,
y después una Legislativa, compuesta en su
totalidad de hombres del pueble, radicales in-
transigentes, entusiastas niveladores.
x\bren la Constitución: ni clase ni privile-
CARTAS A UN OBRERO 29 1
gio; todos los españoles son iguales; nada hay
que añadir, nada que quitar.
Abren el Código criminal: ni clase ni privi-
legio; todos los españoles son iguales; nada
hay que añadir, nada que quitar.
Abren las leyes civiles: ni clase ni privile-
gio; diferencias de unas provincias á otras,
que no tienen carácter privilegiado; y si hay
que añadir ó quitar, es bajo el punto de vista
de la justicia, no de la igualdad.
He aquí nuestros legisladores desorienta-
dos. ¿Dónde está esa Clase, ese Estado cuyo
vestigio no se encuentra en las leyes? ¿Cómo
van á destruir lo que no existe? Nunca caso
tan grave se sometió á ningún cuerpo deli-
berante ( I ) .
Para ser arquitecto, ó médico, ó juez, se ne-
cesita una prueba de haber estudiado arqui-
tectura, medicina ó leyes: que esta prueba la
dé el hijo de un duque ó el hijo de un ba-
rrendero, es igual.
El último monaguillo puede ser Obispo ó
Cardenal (esto no es de ahora, la Iglesia ha
sido siempre democrática) .
Un obrero puede ser diputado, ministro, y
hasta marqués y duque.
Hay diferentes profesiones, más ó menos lu-
cí ativas, más ó menos consideradas; hay cate-
gorías más ó menos elevadas; hay vanidades
( 1 ) Esto se escribía en Junio de 1 872, y se lia confirmado
con los hechos posteriores, por la esterilidad y la absoluta
impotencia revolucionaria (que no debe equivocarse con la
revoltosa) de los apóstoles del Cuarto Estado, cuando han
■sido ministros y legisladores.
I
292 OBRAS DE DOÑA COXCEPCIOX ARENAL
más ó menos ridiculas; pero si ningún hom-
bre por su nacimiento está excluido de ningu-
na profesión, de ninguna categoría, de nin-
gún título, ¿dónde están las clases y los pri-
vilegios, y los Estados primero ni cuarto?
Xo hay, pues, nobles ni plebeyos; lo que
hay es ignorantes é instruidos, groseros y cul-
tos, pobres y ricos. El pueblo, eso que se
quiere llamar Cuarto Estado, no puede recla-
mar ningún derecho, porque se le han dado
todos; no puede hacer más que pedir la ins-
trucción que no tiene y la riqueza que no
posee. Desgraciadamente, da más importancia
á la fortuna que al saber: lo primero quiere
ser rico; instruido lo será luego, después ó
nunca, y no obstante, es de ley, de ineludible
ley, que no mejorará de condición económica
hasta que mejore su condición moral é inte-
lectual.
En un año, en un mes, en un día, se han
podido suprimir todos los privilegios y decla-
rar á los hombres iguales ante la ley, porqiie
pueden serlo; pero ni en un día, ni en un año,
ni en un siglo, puede hacerse lo mismo cuan-
do se trata de igualarlos ante la riqueza, por-
que son diferentes su voluntad de trabajar y
su aptitud para el trabajo. De una plumada
desaparecen las desigualdades imaginarias; pe-
ro ni el plomo, ni el hierro, ni el motín, ni
la batalla, borrarán las diferencias naturales,
necesarias en cierta medida y en la misma
justas.
Te repito, pues, que no hay ninguna seme-
CARTAS A UN OBRERO 29.5
janza entre lo que era el Tercer Estado y eso
que se quiere llamar Cuarto; y pretender que
sucederá con ei pueblo, falto de instrucción,
lo que ha sucedido con la clase media, don-
de la instrucción estaba, es hacer una aplica-
ción de las leyes de la historia, como la haría
de las de la mecánica el que pidiese el mis-
mo trabajo á máquinas diferentes, porque les
liabía puesto nombres iguales. 'El derecho de
las clases obreras es idéntico: el hecho es dis-
tinto, porque lo es su aptitud científica é in-
dustrial.
Hay que fijarse también mucho, y no con-
fundir bajo ningún aspecto la diversa índole
de las leyes políticas, civiles, criminales y
económicas. Además de la desigualdad que
ante las últimas llevan consigo los ingenios,
las aptitudes y las voluntades diferentes, hay
limitaciones en el mundo material que no
existen en el de las ideas. En una legua cua-
drada puede haber 30 millones de ciudadanos
con todos los derechos que les correspondan:
l.i esfera de la justicia es infinita; declarada
en principio, se aplica á un hombre, á un mi-
llón, al género humano. Pero en una legua
cuadrada no pueden hallar sustento y alber-
gue sino un determinado número de hombres:
este número crecerá con la civilización, pero
no podrá pasar de cierto límite. Ya ves, Juan,
la diferencia que hay cuando se trata de dar
á los hombres derechos, y cuando es cuestión
de darles sustento. En el primer caso, el legis-
lador dice: «Venid por cientos, por miles, por
294 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
millones: todos hallaréis justicia.» En el se-
gundo, la naturaleza dice: «No vengáis más
de los que puedo sustentar, porque no todos
hallaréis pan.»
Tu derecho electoral no es obstáculo al ejer-
cicio de otro derecho; el hecho de comerte una
ración hace imposible el hecho de que se la
coma otro. El Tercer Estado luchó y triunfó
en una cuestión donde su triunfo podía ser
completo é instantáneo; ningún obstáculo
esencial había. Lo que se pretende llamar
Cuarto Estado parece que quiere luchar, y
que se propone vencer, en una cuestión de
hecho, donde halla obstáculos tan esenciales
como la imposibilidad de que dos hombres
vivan con la cantidad de alimento indispen-
sable para uno, y reciban igual retribución
por un trabajo que no se parece. ¿Dónde está
la semejanza, ni la analogía, ni la lógica de
querer equiparar cosas tan diferentes, ni la
buena fe ó el buen sentido de poner á la his-
toria en el potro de la pasión para que de-
clare contra verdad?
Como los hombres, aparte de sus vanidades
pueriles, no se distinguen ya más que entre
ricos y pobres, instruidos ó ignorantes, hon-
rados ó delincuentes; como no haj^ Clases ni
Estados, es quimérico su triunfo ó su derrota,
porque lo que no existe no puede vencer ni
ser vencido; v es quimérico también que la
constitución económica de un país pueda cam-
biar tan pronto y radicalmente como la po-
lítica.
CARTAS A UX OBRERO 295
Los obreros que tienen hoy completa igual-
dad legal, no mejorarán su condición mate-
rial sino á medida que se ilustren y se mora-
licen; ni la constitución económica podrá cam-
biar, como la política, con un Gobierno ó una
dinastía. Fíjate bien en esto, Juan: cuando se
trata de derechos políticos puede haber revo-
luciones, es decir, cambios radicales é instan-
táneos; cuando se trata de hechos económi-
cos, de mejorar la situación material de un
pueblo y de distribuir mejor su riqueza, no
puede haber más que reformas, es decir, cam-
bios ventajosos, pero lentos, como lenta es la
educación industrial y científica de los hom-
bres, y difícil el progreso en una esfera en que
á él se oponen tantos egoísmos, tantos inte-
reses mal entendidos, tantas pasiones ciegas.
Sin duda hay armonías económicas; sin ellas
no podría existir la sociedad; pero ¡ qué de
l^ugnas económicas también, y qué diferen-
cia entre la facilidad con que pueden armo-
nizarse nuestros derechos ante la le}^, y la
dificultad de que se pongan en armonía nues-
tros intereses en el mercado, y se evite el
abuso de esas fuerzas invisibles, y el choque
dt^ elementos que debieran favorecerse, y por
culpa de todos se combaten !
La revolución del Tercer Estado cambió las
leyes políticas, civiles, criminales y muchas
económicas; la que pretende hacer el Cuarto
Estado no trata más que de las últimas, y se
llama revolución social, con lo cual quiere sig-
nificar cambio radical é inmediato en las re-
296 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAl,
laciones de los trabajadores entre sí, de éstos
con los capitalistas, de los capitalistas unos
con otros, y, en fin, de las leyes todas que
rigen el mundo económico, sin distinción en-
tre las que pueden abolirse, porque son efec-
to de las circunstancias y obra del hombre, y
las que son necesarias y por consiguiente
eternas.
Ei Cuarto Estado desdeña la política: la re-
volución social, que es la suya, ha de hacerse
por otros medios. Dice que le es indiferente
que haya monarquía ó república, despotismo
ó gobierno representativo. No obstante, el
oráculo del socialismo ha escrito un libro, el
último, que es como un testamento intelec-
tual, como el título de: La capacidad política
de las clases obreras. Acerca de esta capaci-
dad, ¿qué opina, qué concluye el autor? Con-
cluye cosas diferentes, ó lo que es lo mismo,
no concluye nada. El hombre de las negacio-
nes concretas, insolentes, temerarias, y de las
afirmaciones vagas y vergonzantes, viene á de-
cir que el pueblo es mu}^ cuerdo y muy insen-
sato, y dice claramente que conviene darle
el sufragio universal, mas no que acuda á las
urnas; que debe tener voto, pero que no debe
votar (i). La razón de esto ya comprenderás
que no se da; tales cosas se afirman pero no
se razonan.
El desdén del socialismo por la política,
¿es hipócrita ó es sincero? De una y otra
(1) Véase Proudhon: De la capacite politique des clases
ouvriércs.
CARTAS A UX OBRERO 297
cosa podrá tener. Entre los que piensan algo,
sospecho es de hipocresía; entre los que si-
guen ciegamente el impulso que reciben, po-
drá haber sinceridad. Hazte cargo cómo pasan
las cosas en la práctica y comprenderás la
razón de la teoría.
La ley política establece el sufragio univer-
sal. Los obreros acuden á votar; no votan á
un obrero por regla general; buscan personas
de mayor instrucción, qvie puedan defender
su causa en el Parlamento sin desventaja y
con iguales armas que tienen sus adversarios.
Aquel hombre no corresponde á lo que de él
se esperaba; no puede corresponder; su misión
es imposible; su conciencia ilustrada se resis-
te á la profesión de fe de sus comitentes; va-
cila, contemporiza, transige por algún tiem-
po; pero llega una hora y una cuestión capital
en que es precisa una afirmación decisiva, y
vota contra el parecer de los que le han vo-
tado, porque no puede estar por más tiempo
en pugna con la evidencia, ni entregar su
nombre á las flagelaciones del buen sentido.
Este hecho se repite una y muchas veces,
llevando otros tantos desengaños al pueblo,
que se cree siempre engañado, si no vendido,
por sus hombres políticos, y dice que no quie-
re nada de la política, porque nada espera
de ella.
La política aquí no es otra que la práctica
que declara impracticable lo que lo es por el
momento ó por siempre; y el que engaña al
pueblo no es el que no hace lo que es imposi-
298 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
ble hacer, sino el que le dijo era hacedero.
Unos pocos sabiéndolo, la multitud sin saber-
lo, cuando dice: Nada queremos con la polí-
tica, quiere decir: Nada queremos con la
práctica de nuestras teorías. No hay cosa más
dolorosa ni más cierta que esas gigantescas
afirmaciones para destruir, con que encienden
tus iras, y esas afirmaciones microscópicas ó
erróneas para edificar, y con las cuales te en-
tregan á las pruebas de la realidad y á las
burlas del escarnio.
Si el socialismo no ha de triunfar por el
ejercicio del sufragio universal, ni por la re-
belión armada, según afirma su gran apóstol,
según dicen otros más pequeños, ¿cómo triun-
faría, pues? Por la fuerza de las cosas; pero
la fuerza de las cosas no es al cabo más que
el convencimiento íntimo de las personas; y
para llegar á ser hecho, realidad, necesita el
triunfo en las urnas ó en los campos de ba-
talla; una de esas dos cosas que se dicen in-
necesarias: la política ó la rebelión. Suponien-
do la rebelión trumfante, tendría su política
también, porque tendría su realización de las
teorías victoriosas: su necesidad de adoptarlas,
con esta ó aquella modificación para que sean
practicables, y de vencer las resistencias que
hallara para plantearlas. La política, pues, en
este caso es una cosa tan indispensable como
la práctica de lo que se define, se opina y se
resuelve; 5^ si los hombres pueden retraerse,
las escuelas no pueden prescindir de ella.
No te conviene pasar días, ni horas, ni mi-
CARTAS A UX OBRERO 299
ñutos siquiera, en esas reuniones donde hay
política de pasión, de intriga, de interés; don-
de se miran los abusos como argumentos, y
los hombres como escalones; pero cuando ten-
gas opinión, debes tener voto, y cuando le
tengas, debes darle reílexivamente, en con-
ciencia, y ocuparte en la política, como en
todos tus deberes, en la medida necesaria. El
desdén que por ella tienen iryíichos, que mu-
chos afectan tener, es una cosa insensata; lo
primero, porque en todo retraimiento se in-
cuba una rebelión; lo segundo, porque no es
más fácil sustraerse á la política que á la at-
mósfera que nos rodea. El obrero en su taller,
y el sabio en su gabinete, la apartan de sí,
la cierran el paso; pero ella fuerza la consig-
na, penetra hasta ellos, les arrebata el fruto
de su trabajo, el preciado sosiego, el hijo que-
rido, que tal vez inmola, invocando hipócrita-
mente el nombre de la patria que deshonra
y sacrifica. No te quisiera fanatizado por la
política, pero sí ocupado en ella como debe es-
tarlo un hombre honrado en su deber, y un
hombre sensato en lo que importa mucho. To-
do el que tiene una idea sana y un recto jui-
cio, debe llevarlos á la balanza del bien públi-
co, para que no se incline del lado de los aven-
tureros cínicos ó de los forzados de la ambi-
ción.
Para saber la capacidad política de las cla-
ses obreras, mejor que estudiar el libro que
lleva ese título, es estudiarlas á ellas, ver lo
que hacen y lo que dicen, sus hechos y sus
300 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN AREN^
aspiraciones. El resultado de este estudio es
poco consolador para los que de veras las ama-
mos, porque las vemos que, en lugar de ata-
car los abusos que deben desaparecer; en lu-
gar de pedir las reformas que pueden plan-
tearse; en lugar de clamar justicia cuando tie-
nen razón; en vez de todo esto, se entregan
á los extravíos de la cólera, á los sueños de la
utopia, queriendo realizar lo imposible y hun-
dir lo que tiene firme asiento en lo más pro-
fundo de la naturaleza humana. Esto no lo
hacen todos ni en todas partes, pero con ver-
dad te digo que me duele ver á muchos mal-
gastar, contra los males que están en la natu-
raleza de las cosas, las fuerzas que debían
emplear en combatir aquellos que tienen su
origen en los errores ó maldades de los hom-
bres.
El supuesto Cuarto Estado, entendiendo por
este nombre aquella parte del pueblo que vive
del trabajo manual, no puede hacer una revo-
lución en el orden político, porque está hecha,
ni en el orden económico, porque en él sólo
caben reformas, es decir, modificaciones len-
tas y ventajosas. Esta obra grande, difícil, ne-
cesaria, no es la obra de una clase: es la obra
y el deber de todas. ¿Hay alguna que le llene
bien? No, seguramente, y cada grupo social,
en vez de reflexionar sobre sus faltas, se ocu-
pa en enumerar las ajenas, exagerando su gra-
vedad.
Ahora es moda entre ciertas personas acusar
á lo que se llama clase inedia. Lejos estoy de
CARTAS A UN OBRERO 30 1
pensar que hace todo lo que debe y puede ha-
cer; pero lejos están también de la verdad los
que afirman que puede todo lo que de ella se
exige, y que no hace nada de lo que debe.
¿De dónde han salido en su gran mayoría,
casi en su totalidad, los que han procurado
ilustrar, consolar, socorrer al pueblo; los que
han pedido para él derechos; los que han lu-
chado por él en la tribuna, en la prensa, en la
academia, en los campos de batalla; los que
han sido mártires de su causa? De esa clase
media eran, y su memoria merecía otro home-
naje que las execraciones de la edad presente,
que no repetirán, de seguro, las edades futuras.
Todos faltan, todos faltáis, todos faltamos,
pobres y ricos, ilustrados é ignorantes. Refle-
xiona bien, Juan, en esto: puede haber un
hombre virtuoso entre una multitud deprava-
da, pero la virtud y el vicio de las clases no se
aislan así; se influyen, se compenetran, refle-
jan unas sobre otras la luz bienhechora y los
fulgores siniestros, y cada una ve en las otras,
como en un espejo, la imagen de sus errores
y de sus culpas. Sin las faltas de la clase me-
dia, el pueblo no sería lo que es; sin las faltas
del pueblo, la clase media valdría mucho más
de lo que vale. La natural propensión es poner
los merecimientos propios enfrente de las fal-
tas ajenas: combatámosla; no olvidemos ni el
mal que hemos hecho ni el bien que hemos
recibido, y entonces, con la mano en el cora-
zón, los de todas las condiciones tendremos más
propósitos de enmienda que de venganza.
302 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
Buscar lo verdadero y pedir lo justo: tal es
la misión de los hombres, cualquiera que sea
■su fortuna; porque ni Clases ni Estados exis-
ten en España, sino en la historia de lo pasa-
do ó en la mala inteligencia de lo presente.
■e/'Jvi) G/\\£> e/\V9
JL, JKs Jia eM3 e^Ks Jís zMs Jts e^M e*3 <l-J
CARTA VIGÉSIMOSEXTA
a>e la familia. —El g-énero hiimano no puede existir
sin ella.
Apreciable Juan: Nos toca tratar hoy de la
familia. Si fueras inclusero, no tendría necesi-
dad de realzarla á tus ojos, como no necesita
un enfermo que le encarezcan las ventajas de
la salud; y esto no te figures que lo digo por
figuración, sino por experiencia. He visto á
los pobres expósitos, que deben tener idea tan
triste, por no decir algo más, de sus padres,
buscarlos con un ansia que recuerda la que tie-
ne el viajero sediento, de hallar una fuente pu-
ra. La apariencia más engañosa, la suposición
más descabellada, el más errado cálculo, sirven
de base para indagaciones perseverantes, y
dan motivo á importunidades repetidas. Bien
poco dignos de amor parecen los que han dado
la vida al expósito; él, con todo, quiere cono-
cerlos, quiere amarlos, y no omite medio de
buscar á los que le huyen, y de estrechar cen-
tra su corazón á los que han dado tal prueba
de la dureza y frialdad del suyo. Entra en un
304 OBRAS DE DONA CONXEPCIOX ARENAL
hospicio; busca á un inclusero de la edad y del
carácter que tú quieras, niño, joven ó adulto,
desabrido ó afectuoso, pacífico ó pendenciero:
dile: Vengo de parte de tu madre, que quiere
recogerte, y le verás transfigurado. Primero se
cjueda como aturdido; luego llora de alegría;
después te abruma á preguntas; todo lo olvida,
todo lo perdona; y sin perder una hora, sin per-
der un instante, quiere abrazar á aquella mu-
jer que, aunque tarde, consiente en llamarle
liijo. Él sólo sabe lo que es no haberse oído
llamar hijo nunca, y vivir sin que nadie le ame,
y morir sin que nadie le llore. El ciego afán con
que busca á los autores de sus días, el sublime
perdón que tiene para su grave falta, la gra-
titud con que recibe su tardío arrepentimiento,^
es el grito de la naturaleza, lleva el sello de
una necesidad, de una ley eterna, y es la con-
denación de los que, por ignorancia ciega ó
por criminal cálculo, declaman contra la fami-
lia; ciertamente, se halla bien enferma la socie-
dad en que semejante declamación inspira más
que una sonrisa desdeñosa.
Como el mejor medio de apreciar una cosa
es sentir su falta, si fueras inclusero, conforme
dejo dicho, no comprenderías siquiera cómo una
desdicha excepcional, y de las ma3'ores que pue-
de tener el hombre, quiere hacerse extensiva
á todos, 3- se presenta como un gran proyec-
to para la humanidad. Tú, que has tenido pa-
dres, es posible que no comprendas el des-
consuelo y la desgracia que es no tenerlos, y
te parezca ventajoso eximirte de cuidar á tus
CARTAS A UN OBRERO 305
hijos. Digo posible, porque hay momentos en
que es posible todo, aunque no es probable que
los delirios de los hombres te hagan descono-
cer la fuerza de las cosas.
No voy a hablarte hoy de la familia hacien-
do consideraciones de un orden elevado, que
tal vez recibirías con prevención desfavorable;
nuestro punto de vista será el de la alimenta-
ción, albergue y defensa en este mundo de
hambre, intemperie y lucha, y mis argumentos
de los que están en uso y son del gusto de los
que se dicen tus amigos, y no deben serlo, pues-
to que no lo son de la verdad.
Aunque se conceda que el hombre es una
especie de mono que hace versos, túneles, tem-
plos, constituciones y observatorios astronómi-
cos, cosa que, según algunos, está perfecta-
mente averiguada; aunque se prescinda de toda
elevada consideración y de todo alto fin, no
viendo en la familia cuestión alguna que no
sea fisiológica, con nociones muy ligeras de
historia natural, comprendcrciuos que el hom-
bre es un animal cuya especie se extingue si
no forma familia, como, por ejemplo, acontece
á las aves. Pero mucho más que en ellas se
prolonga en el hombre la infancia; y su hem-
bra, más débil, relativamente á él, que la de
los pájaros, necesita su apoyo, su auxilio y su
defensa para salvar la prole y perpetuar la raza.
Parémonos un momento á considerar lo que
puede ser la especie humana sin familia, en el
estado salvaje.
El hombre se ime á la mujer momentánea-
306 OBRAS DE DO^A CO^"CEPCIÓ^• ARENA!,
mente en virtud de un instinto, y después la
abandona.
La mujer es madre, y, ó abandona el fruto
de su unión pasajera, en cuyo caso muere al
momento, porque ya comprenderás que en las
selvas primitivas no hay Inclusas, ó quiere con-
servar á su hijo.
En el segundo caso se encuentra en la situa-
ción siguiente: tiene que mantener al hijo ó
hijos con su trabajo; el trabajo de aquel esta-
do social es lucha. Lucha para perseguir y ma-
tar á los animales que le sirven de alimento;
lucha para defender la cueva que le sirve de
guarida, codiciado albergue, sin el cual la prole,
desnuda y débil, sucumbe al rigor de la intem-
perie; lucha para defenderse de las fieras; lucha
])ara defenderse de los hombres, faltos, por re-
gla general, de alimento, que es siempre presa.
¿Te parece posible que la débil hembra del
hombre pueda combatir tantos enemigos, triun-
far de tantos obstáculos y salvar á sus peque-
ñuelos, cuya larga infancia necesita por tan-
to tiempo auxilio eficaz y poderosa defensa?
Es evidente que no. El hombre primitivo es
un animal de combate, luchador por necesi-
dad, y cuya vida supone necesariamente una
serie de triunfos. Aunque la mujer pudiera al-
canzarlos, aunque no fuera más débil, el he-
cho de ser ima, de ser sola, la imposibilitaría
para atender á la alimentación y defensa de los
hijos, que necesitan de todo el auxilio del pa-
dre y de la madre; el de entrambos es insu-
ficiente muchas veces, como ]o prueba la difi-
CARTAS A VJi OBRERO 307
cuitad con que se propaga la especie en los
pueblos salvajes.
Se había creído hallar alguno en que la fa-
milia no existía; así lo afirmaban viajeros mal
informados; pero de más detenida y exacta ob-
servación resulta que no hay hombres sino don-
de hay familia, más ó menos perfecta, con estas
ó aquellas condiciones, pero familia al fin. Y
cuenta que donde se supuso que no existía, era
en una región favorecida por la naturaleza, de
tal modo, que en un clima suavísimo crecen
espontáneamente frutos con que puede vivir el
hombre, que no tiene que lachar con animales
feroces, allí desconocidos: aun con tan excep-
cionales ventajas, y en esas especies de paraí-
sos terrenales, la familia es una condición de
existencia para el hombre. Si esto sucede don-
de el aire es templado, la alimentación fácil,
el albergue seguro, la lucha con animales fe-
roces innecesaria, ¿qué acontecerá en el rigor
del clima y la aspereza de la tierra en que han
vivido nuestros ascendientes, en lucha con las
fieras, de cuyo gran número tenemos pruebas
irrecusables?
Aquí debemos notar, Juan, una circunstan-
cia que no puede pasar inadvertida. Hablamos
del hombre considerándole como un animal,
prescindiendo de todo lo que puede hacerle
bueno ni grande, atentos sólo á que no su-
cumba. Y ¿qué hallamos? Que necesita vivir
en familia, imponerse grandes penalidades
por largo tiempo para que su prole no perez-
ca, ó lo que es lo mismo, amar y sacrificarse;
308 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓ>' ARKXAL
es decir, que la abnegación y el amor son ne-
cesarios en toda circunstancia, en cualquier
estado, y que la elevación que supone es la
indispensable compañera del hombre, aun re-
ducido á la mayor indignidad, y considera-
do únicamente como un animal que perpetúa
su raza. Si la especie humana existe, es por-
que ha habido en ella familia, amor, espíritu
de sacrificio.
Cuando vas por un campo y ves señales de
cultivo, dices: «Aquí hay hombres». Cuando
halles hombres, puedes decir: «Aquí hubo se-
res que no fueron egoístas, que amaron, que
aceptaron deberes penosos». El hombre nece-
sita cierta cantidad de moralidad, como de
aire, para no sucumbir.
Es de imposibilidad fisiológica, material, que
el hombre primitivo se perpetúe sin familia;
por ella vivimos, porque por ella han vivido
los antepasados á quienes debemos la existen-
cia. Y nuestros descendientes, ¿podrán eximir-
se de la ley de sus progenitores? Los pueblos
civilizados, ¿ofrecen tales condiciones, que la
infancia no necesite del amor, del cuidado y
de la protección de los padres? Investigué-
moslo brevemente.
Pueden hacerse dos suposiciones:
I.* Se conserva la familia incompleta; la
madre cuida de los hijos.
2.* Se rompen enteramente los lazos de fa-
milia; la madre, lo mismo que el padre, aban-
donan la prole, de que se hace cargo el Es-
tado; la crianza de los hijos es un serví-
CARTAS A UN OBRERO 309
cío público como el de correos ó el de faros.
En la primera suposición, de que la madre
se quede con los hijos, recuerda, Juan, algo
de que por desgracia habrás visto muchos
ejemplos, recuerda lo que sucede cuando una
mujer queda viuda con hijos pequeños: el ce
pecho la incapacita para trabajos seguidos, y
los otros, con los precisos cuidados que su de-
bilidad é imprevisión reclaman, concluyen por
absorber su tiempo, no quedándole el que
necesitaría para ganar el sustento, ni aun para
ella sola: si la caridad pública ó la privada no
auxilian eficazmente á esta familia, sucumbe
sin remedio. Podrá haber algún caso, cuando
la viuda sea una mujer de alguna habilidad
rara ó disposición especial, de esas que con
justicia ó sin ella se pagan mucho, en que
pueda sola sostener á sus hijos; pero la regla
es que, muerto el padre, necesitan auxilio
ajeno, porque los esfuerzos de la madre son
impotentes para salvarlos; en un pueblo civi-
lizado, como en una horda de salvajes, la ma-
dre sola no pued(? alimentar la prole y sal-
varla de la destrucción.
Examinemos el segundo caso, aquel en que
el Estado tiene que encargarse de todo recién
nacido, y la nación convertirse en una inmen-
sa casa de expósitos. Aquí salen, brotan en
tropel cuestiones graves de orden muy diver-
so: prescindamos de todas para no atender
más que á la fisiológica; el niño necesita ali-
mentarse. ¿Quién le dará de mamar? Procu-
raremos formarnos una idea de lo que será la
310 OBRAS DE DONA CONCEPCIÓN ARKNAL
sociedad sin familia, bajo el punto de vista
de la lactancia de los niños. Millones de ellos
esperan una mujer que los lacte para no mo-
rir. ¿Dónde se hallarán tantas? Las mujeres
no tienen padre, madre ni hermano; las jó-
venes que no ha mucho han sido madres y
pueden ser nodrizas, se hallarán en una de
estas cuatro situaciones:
Unidas á un hombre por más ó menos tiem-
po, y en su compañía.
Separadas del padre de su hijo, y con de-
seo y esperanza de unirse á otro hombre.
Solas y con bienes de fortuna ó medios y
voluntad de ganarse el sustento.
Solas y en la miseria, por cualquier motivo
que fuere.
De estas cuatro categorías de mujeres jó-
venes y en situción de lactar, ¿cuáles que-
rrán hacerlo por un salario, que será nece-
sariamente reducido? Hay que eliminar las
tres primeras, porque ni la mujer que vive
con un hombre que la mantiene, ni la que
espera hallarle, ni la que cuenta con medios
para vivir, han de ir á encerrarse en una In-
clusa, ó llevarse á casa un recién nacido, cu-
ya presencia es un obstáculo, cuyos cuidados
son una traba, y cuya lactancia, además de
quitar libertad, quita atractivos á la mujer que
depende de ellos, porque suprimida la familia,
la ley del amor será el gusto, y la belleza fí-
sica recibirá únicamente homenajes, culto y
ofrendas. Para nodrizas de los millones de
niños que las necesitan, no quedan más que
CARTAS A UN OÍJRERÓ 3 i i
las mujeres á quienes la última miseria obli-
ga á ir á encerrarse entre las paredes de una
Inclusa. Estas mujeres, en corto número pro-
porcionalmente para las que se necesitan, se-
rán de mucha edad, de poca salud ó de una
fealdad repugnante, porque sin alguna de es-
tas circunstancias, y bajo el imperio del amor
libre, en él hallarán más atractivos y vida me-
nos penosa que en una casa de expósitos. Es-
to no es una suposición, sino una consecuen-
cia lógica, indefectible, y para convencerse
de la cual basta observar qué clase de muje-
res van á lactar á los tornos de las inclusas.
Se dirá tal vez: la mayor parte de los expó-
sitos se lactan fuera de la casa. Eso sucede
ahora, porque los recogen mujeres casadas y
con familia, donde el inclusero deja alguna
utilidad sin producir perturbación; la nodriza
está unida á su marido, tiene padres, herma-
nos é hijos que la auxilien en el cuidado del
niño; éste no es una traba enojosa para la que
está sujeta y enlazada al hogar doméstico por
sus deberes y por sus afectos, ni sirve de obs-
táculo para buscar las aventuras del amor li-
bre: el inclusero va ahora á ser uno más en la
familia pobre y honrada. Cuando no hubiera
familia, ¿á dónde, cómo, ni á qué iría al in-
cierto albergue de la aventurera aislada? Por
regla general, con muy pocas excepciones, los
niños, millones de niños, no se olvide, queda-
rían en los tornos de las Inclusas. ¿En qué
proporción estarían las amas que acudiesen á
lactarios? Imposible es hacer cálculo ni aun
312 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
aproximado; pero teniendo en cuenta lo que
pasa actualmnete, en que es tan reducido el
número de los expósitos que no van al cam-
po, y que hay épocas y países que con mu-
cha dificultad tienen una nodriza para cada
tres niños, no sería exagerado suponer que
hubiera una para cada diez. Estoy en la persua-
sión de que ni aun esto se conseguiría; pero con-
cedamos una cosa imposible, dadas las circuns-
tancias que vamos presuponiendo: imaginemos
que habría una nodriza para cada cinco niños;
su muerte por inanición no sería menos cierta.
Los- expósitos mueren ahora en una propor-
ción tal, que si á ellos solos estuviese confia-
da la conservación de la especie, se extin-
guiría. Si tal acontece al presente, ¿qué se
podría esperar cuando la lactancia se hiciese
en peores condiciones, y fuera, no ya una
cosa difícil, sino un problema imposible de
resolver, como sucedería siendo expósitos to-
dos los niños que nacen?
Pero no había de ser muy difícil procurar
alimentación á los recién nacidos. ¿Por qué?
Porque no nacerían. Sin familia, con la gene-
ral y extrema licencia de costumbres, el nú-
mero de nacimientos sería muy escaso, y la
tierra se despoblaría, porque el vicio 5'a se
sabe que no es fecundo. La depravación es
estéril, física y moralmente, y si engendra
alguna cosa, son seres enfermizos y monstruo-
sos, que no se reproducen.
Rotos los lazos de la familia y el freno
de la religión y de la moral, la corrupción
CARTAS A UN OnRKRO 313
alcanzaría proporciones nunca vistas, y la des-
población en igual medida. El hombre salva-
je, aunque no sea casto, es continente: el ejer-
cicio continuo y violento, la alimentación es-
casa é incierta, la lucha incesante contra la
intemperie, y las mil clases de enemigos que
le asaltan; la falta de atractivos de la mujer,
cuya belleza física necesita condiciones impo-
sibles en aquel estado, cuya belleza no puede
existir en la abyección y embrutecimiento en
que vive, todas estas circunstancias hacen que
en los pueblos primitivos la falta de morali-
dad no produzca el desenfreno de costumbres
que en los pueblos civilizados. La historia de
éstos prueba la verdad de lo que voy dicien-
do; y á poco que la hojearas, verías cómo el
progreso de la industria y de las artes, si hay
retroceso en la moral, es un cáncer en la vida
de las naciones, que las arruina, las despue-
bla, las mata.
Bien podíamos aquí dar el punto por sufir-
cientemente dicutido. ¿A qué insistir en los
males que de la supresión de la familia ven-
drían á la humanidad, si no era posible que
hubiera humanidad, si era seguro que se ex-
tinguiría la especie humana? No obstante, en
la próxima carta examinaremos brevemente lo
que serían los hombres sin familia, suponien-
do una cosa imposible, que hubiera hombres.
Pero desde ahora, á los que nos pregunten lo
que sería sin familia la sociedad, podemos res-
ponder resueltamente: Primero un lupanar,
después un cementerio, y por fin un desierto.
CARTA VIGESIMOSÉPTIMA
Influencia de la familia en la relig-ión, en la moral,
en la ciencia, en el arte, en la economía.
Apreciable Juan: Hemos visto en la carta
anterior, que familia y especie humana son
cosas que no pueden separarse; que fuera de
la familia, ni en el estado salvaje ni en el ci-
vilizado tiene el hombre condiciones de vida,
y que para no morirse de hambre y de frío,
necesita padres durante el largo espacio de su
prolongada y débil infancia. Realmente, no
era necesario decir más sobre la materia. ¿Pa-
ra qué insistir sobre los males que la supre-
sión de la familia acarrearía á la sociedad,
cuando es evidente que no habría sociedad
porque no habría hombres? No obstante, cuan-
do el error se presenta con tal abundancia de
delirios, tal vez convenga á la verdad tener
lujo de razones, y por esto diremos algo so-
bre la necesidad de la familia en todas las es-
feras de la existencia humana, tomando, para
no extendernos demasiado, las principales,
que son:
3l6 OBRAS PIv DOÑA CONCKPCIÓN ARENAL
Religión.
Moral.
Ciencia y arte.
Economía.
Religión. — El hogar doméstico es el pri-
mer santuario, los padres los primeros inicia-
dores, la familia la primera congregación que
siente á Dios y que le implora. La madre da
idea de su bondad y enseña á amarle; el pa-
dre, de su sabiduría, de su poder, é inspira
aquel respeto necesario á todo amor para que
sea digno y duradero. Las verdades religio-
sas, como todas aquellas en que el sentimien-
to entra por mucho, necesitan, para hacerse
comprender bien y para asentarse en sólida
base, de la educación individual. Hay que
adaptarse al carácter, facultades, inteligencia
y temperamento del niño, lo cual hacen los
padres más ó menos bien, muchos por ins-
tinto, y como sin apercibirse de ello, sirvien-
do el ejemplo de lección cuando los maes-
tros no pueden dar otra: hay que practicar
aquellas cosas que se creen, y al armonizar
las acciones con la fe, graduarlas en la medi-
da que la individualidad de cada uno exige.
Además, como la base de la religión debe ser
el amo, el niño que no tiene familia, que no
inspira ni siente cariño, privado del amor de
su madre en la tierra, es más difícil que ame
al Padre Celestial.
La necesidad de la familia para educar los
sentimientos religiosos se ve en esas agrupa-
CARTAS Á UN OBRERO 317
ciones numerosas de niños que no la conocen.
Si la casa en que se acogen está bien ordena-
da, saben la doctrina, rezan el rosario, oyen
misa y se confiesan. Pero si se penetra un
poco más adentro; si de las prácticas religio-
sas se pasa á la religión íntima, á la que con-
mueve el corazón, á la que purifica el pensa-
miento, á la que eleva el espíritu y le levan-
ta hasta Dios, entonces, por regla general,
se nota que en aquella alma privada de afec-
tos no penetra bastante el sentimiento de la
divinidad, y que el niño tosco de la aldea á
quien enseñó á persignarse su madre, sabe
menos doctrina, pero tiene más religión que
el privado de afectos y mejor aleccionado de
la ciudad. Cuando en algún campo de bata-
lla, al desabrochar, para curarle, á un soldado
herido, se ve que tiene un escapulario, al com-
prender que está mortal, bien se le puede pre-
guntar si tiene algún encargo que dejar á sus
padres, porque probablemente no será inclu-
sero.
De lo que sería la religión sin familia, da
alguna idea lo que es con la familia incom-
pleta, que así pueden considerarse bajo este
punto de vista, por desgracia muchas en nú-
mero, en que el padre prescinde enteramente
d<- la religión, cuya enseñanza está á cargo de
la madre. Suelen aprovecharla las hijas; pero
los varones, en cuanto dejan de ser niños y
empiezan á respirar en una atmósfera de im-
piedad y escepticismo, se contaminan con él,
y lejos de prcservnrlos de la terrible epidemia
3l8 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
la autoridad y consejo del padre, éste, con su
ejemplo, contribuye á que miren desdeñosa-
mente todo sentimiento religioso, considera-
do, como cuidado doméstico, propio sólo de
la mujer. La mujer se aflige de la impiedad
del marido y de los hijos; los hijos y el mari-
do se ríen de las creencias de la esposa y de
la madre, y este desdén pasa en mayor ó me-
nor cantidad, pero pasa siempre á la perso-
na. No habiendo armonía en las ideas, no la
hay en las acciones; las conciencias se sepa-
ran, los espíritus se alejan, y la razón sin
piedad y la piedad sin razón, acrecientan sus
mutuos agravios y conducen á faltas graves
y á dolores profundos. El hogar doméstico, lo
repito, es el primer santuario; el corazón que
allí no ha sentido á Dios, no suele tener ecos
para las voces que se elevan en el templo.
Moral. — Moral es el hombre que compren-
de lo justo y quiere realizarlo; pero resulta
que sin cierta cantidad de amor, ni se com-
prende la justicia, ni se tiene voluntad de ha-
cerla. Si se observan los pueblos y los hom-
bres, se notará que los que no aman son du-
ros, crueles, y por consiguiente, injustos.
Cuando no se mira al hombre como un her-
mano, muy cerca se está de mirarle como un
enemigo, para con el cual la justicia humana
no es obligatoria. ¿Desde cuándo los enemi-
gos declarados, los que están en guerra, em-
piezan á tener derechos mutuos? Desde que
empiezan á amarse durante la paz. El bien
que los hombres se hacen, el respeto que se
CARTAS A UN OBRERO 319
inspiran, la justicia á que se creen obligados,
su moralidad, puede medirse por el amor que
se tienen. La familia, fuente de amor y de
sacrificio, lo es, por lo tanto, de moralidad.
El niño tributará un día á sus hijos el amor
que ha recibido de sus padres, y se impondrá
privaciones y sacrificios como aquellos que
por él se han impuesto los autores de sus días.
La ley de amor se escribe en vano si no se
pone en acción. Siendo amado y amando, se
aprende á amar; sintiendo, se educa la sensi-
bilidad; viendo la abnegación y recogiendo
sus frutos, se aprende á vencer el egoísmo, y
el deber entra en los hábitos de la vida, se
infiltra en ella y se cumple, sin notarlo, como
se respira. Las familias donde los deberes se
olvidan, donde no hay moralidad, son aque-
llas cuyos individuos no se aman: no se co-
meten faltas para con el que inspira cariño,
ó, una vez cometidas, se reparan pronto.
Si el crimen tuviera genealogía como la no-
bleza (é importaba más buscársela), se vería
que esos hombres duros y perversos, inmora-
les en alto grado, vienen de generaciones que
se suceden sin tener en la familia sentimiento
de amor y espíritu de sacrificio (i).
Y cuando falta ese foco de amor y de abne-
gación que se llama familia, ¿cuál será la es-
cuela y el apoyo de la moralidad? Los millo-
(1) Años después de escritas estas líneas hemos visto el
rábol genealógico de una familia de criminales, que confirma
lo dicho.
320 OBRAS DE DOÑA CONCKPCIOX ARENA!,
nes de niños educados por el Estado, sin pa-
dres á quienes respeten, ni amen, ni de quien
sean amados, ¿cómo educarán su corazón, que
no puede educarse sino por el sentimiento?
El que crea que el deber y la virtud se
aprenden como la física y las matemáticas, le-
yendo un libro y oyendo á un profesor que
los enseña, equivocada idea tiene del espíritu
humano y de las condiciones (jue necesita para
levantarse hasta la virtud y el deber. La edu-
cación científica puede ser colectiva; la edu-
cación moral tiene que descender al indivi-
duo, ó no es educación; el niño sin familia
que forma parte de la enorme masa de alum-
nos que el Estado educa, ¿de quién recibirá
esas lecciones que se dan en forma de cariño,
ni cómo penetrará en su alma el sentimiento
que á ninguno inspira, ni el espíritu de abne-
Racióii que nadie por él tiene? Suprimida la
familia, los hombres se amarían menos, se-
rían más egoístas y duros, y con su egoísmo
y su dureza crecería su inmoralidad; esto es
evidente para todo el que entienda algo de
moral, por poco que sea.
Tratando de la familia, no es posible dejar
de hacer mención de lo que se ha llamado
el amor libre, con que se pretende sustituirla.
¿Qué es el amor libre? Según unos, el des-
enfreno absoluto de las costumbres, la prosti-
tución generalizada, el comunismo aplicado
á las relaciones de los sexos. Según otros,
esto es una calumnia ó una mala inteligen-
cia; el amor libre como ellos le entienden,
CARTAS Á UN OBRERO 32 1
como debe entenderse, es una especie de ma-
tiinionio que dura todo el tiempo que los con-
trayentes tienen voluntad de permanecer uni-
dos; mutuo consentimiento, esta es la ley, la
única ley que debe regir sobre la materia.
Yo no creo, Juan, en la omnipotencia de las
leyes; pienso, por el contrario, que pueden
muy poco las buenas en pugna con los hábi-
tos de un pueblo corrompido, y que las ma-
las se estrellarían contra la severidad de cos-
tumbres; pero dada la relajación de las nues-
tras, la falta de energía de los sentimientos
religiosos y de rectitud y fijeza en los princi-
pios y en las ideas; cuando todo se bambolea
á merced de las teorías y de las pasiones, la
ley que las favorece, cuando son groseras,
puede hacer mal, mucho mal, y no hacen
poco los que contribuyen á menoscabar el
prestigio de las grandes instituciones que ne-
cesitan y merecen respeto. Bien sé que la
fuerza de las cosas tiene más poder que nin-
gún mandato dictado por los hombres; bien
sé que, abolida la familia por la ley, exis-
tiría de hecho, y declarado disoluble el matri-
monio á voluntad de los cónyuges, el número
de los divorcios no sería tan grande como era
de temer; pero sé también cuánto daño haría
una concausa poderosa añadida á otras nui-
chas de corrupción y licencia.
En vez de pedir facilidades para disolver el
matrimonio, sería mejor predicar razón, pru-
dencia y moralidad para contraerle.
La indisolubilidad del matrimonio, con ex-
322 OBRAS DE DONA CONXEPCION ARENAL
cepciones raras, debe ser la regla, ya esté es-
crita en las leyes, ya en las costumbres. En
algunos casos podrán venir de aquí inconve-
nientes y aun desgracias terribles; pero ade-
más de que estos casos serán rarísimos, si al
matrimonio presiden la moralidad y la razón,
no es posible dictar ninguna ley, la más justa,
y por consiguiente la más útil, que en algu-
na circunstancia no imponga condiciones du-
ras al individuo.
En caso de agresión injusta, ¿no es necesa-
rio inmolar á la patria miles de sus hijos? ¿No
es necesario defender la sociedad contra los
ataques de los malhechores, con riesgo y á
veces sacrificando la vida de los que la de-
fienden? Un hombre á quien las apariencias
señalan como asesino, ¿no se reduce á prisión,
aunque tal vez esté inocente hasta que lo
pruebe? La justicia impone á la sociedad como
al individuo deberes, que por costosos no de-
jan de ser justos. Para tener patria, alguna
vez puede ser necesario inmolarse por ella;
para verse libre de bandidos, alguna vez puede
ser necesario morir persiguiéndolos; para re-
coger las ventajas de que un asesinato no que-
de impune, alguna vez puede ser necesario
verse reducido á prisión.
¿Cómo no ha de ser necesario correr el re-
moto riesgo (muy remoto si hay prudencia y
moralidad) de verse unido en matrimonio á
una persona que nos hace desgraciados, cuan-
do de este posible mal recoge la soceidad y
hemos recogido nosotros mismos tantos bie-
CARTAS A UN OBRERO 323
nes? Si esta ley, que en algún caso puede
parecemos dura, es justa y necesaria, ¿por qué
hemos de declamar contra eUa en nombre del
frío egoísmo, de la licencia desenfrenada ó del
aturdimiento imprudente? Se piden facilida-
des para romper los vínculos del matrimonio,
cuando lo que se había de pedir era morali-
dad y prudencia para contraerlos. La pasajera
fascinación de los sentidos, el interés, la vani-
dad, llevan al matrimonio, y luego se le pide
algo que no sea efímero, vano ni vil, acusan-
do á la institución de las faltas de los que no
comprenden ó no cumplen las condiciones sin
las cuales no es posible que sea benéfica. No
tengo noticia de un solo matrimonio contraí-
do moral y razonablemente que necesite ley
que facilite el divorcio, ni que la utilizara
aunque existiera.
Ciencia y arte. — Agrupo estas dos cosas
que tienen manifestaciones muy diversas, pero
que pueden considerarse como una bajo el
punto de vista que las considero aquí, es de-
cir, cual facultades del espíritu que se culti-
van, se desarrollan, se perfeccionan, en una
palabra, se educan. Hay muchos que creen
que nada tiene que ver la moral con la cien-
cia y con el arte; error tan grave como figu-
rarse que son independientes el pulmón y el
estómago. Lo mismo que las entrañas de nues-
tro cuerpo, las facultades de nuestro espíritu
forman parte de un todo armónico, dan y re-
ciben impulsos unas de otras, y ejercen mu-
tua y poderosa influencia.
324 OBRAS DE DONA COíNCKI'CION ARENAL
La desmoralización no sólo enerva, disipa y
destruye la salud corporal, sino que extravía,
empequeñece y rebaja las facultades del alma.
Todos saben que un hombre vicioso no es
buen trabajador, 3' que, por consiguiente, hace
poca y mala obra á cualquier arte, oficio ó
ciencia á que se dedique. Otra cosa hay menos
visible para el que mira con poca atención,
pero no menos cierta, y es lo que podría lla-
marse perversión del arte y de la ciencia, por
reflejo de la perversión moral. ¿Qué le sucede
al músico, al poeta, al pintor, al escultor que
no tienen ningún noble sentimiento, ninguna
idea elevada? Todos los días lo estamos vien-
do. Ni la melodía, ni el cuadro, ni la estatua,
ni el poema, son lo que podían y debían ser:
impulsos ruines, cálculos mezquinos, ideas
erróneas se incorporan á las facultades del ar-
tista como un fermento corruptor; el ideal su-
blime se convierte en ídolo vil; los dilatados
horizontes en reducidos límites, y el genio en
instrumento inútil, puesto en tan indignas
manos.
Además, la elevación del arte no depende
sólo del artista; su poder no es sólo personal;
su inspiración es inia voz y un eco; su brillo
es en gran parte reflejo, y en un pueblo co-
rrompido, el sentimiento de lo grande y de
lo bello, ó no nace en el artista, ó muere,
como se apaga una luz en un pozo de aguas
inmundas. El público corrompido es corrup-
tor; pide obras que alaguen sus gustos viles,
y el arte, en vez de proclamar las leyes es-
CARTAS Á UN OBRKKO
325
critas por el genio inspirado en lo alto del Si-
naí, recibe las que le dicta el vulgo desde las
profundidades cavernosas de sus depravados
instintos. El que moralmente no es grande,
difícil es que lo sea en ninguna esfera; que
para resistir en todas al vicio, es necesaria la
virtud. ¡Cuántas veces viendo un cuadro, una
estatua ó un poema, puede decirse de su au-
tor: A este hombre no le faltó para ser poeta
ó artista, más que ser honrado !
La ciencia se resiente también de la desmo-
ralización de los que la cultivan, porque no se
engrandece, ni es fecunda para el bien, sin
nobles impulsos que la levanten á las altas
esferas donde la verdad briUa, sin la incon-
trastable perseverancia que nace de generoso
entusiasmo, y sin la abnegación que llega
hasta el sacrificio. La ciencia puesta al servi-
cio del interés ó de la pasión, ni se engran-
dece ni^ se extiende; vicia en vez de purificar
la atmósfera en que vive el espíritu; es una
especie de monstruo repugnante ó infecundo.
^ El hombre es, como hemos visto, lo mismo
física que moralmente, un todo compuesto de
partes armónicas; no puede rebajarse ni le-
vantarse una sin que se rebajen ó se levanten
todas, y la supresión de la familia, que dis-
mmuye su moralidad, debilita su poder para
la ciencia y el arte.
Economía.— El hombre tiene necesidades,
y para cubrirlas es menester un trabajo pro-
ductivo: si no produce todo lo que necesita,
sucumbe. Cuanto más produce y menos gas-
326 OBRAS DE DOÍ5a CONCEPCIÓN ARENAL
ta, podrá economizar más, será más rico. Es-
tas economías podrá tenerlas en reserva para
hacer frente á sucesos desgraciados, como en-
fermedades, dificultad ó imposibilidad de pro-
ducir por cualquier motivo, ó aplicarlas á per-
feccionar los instrumentos de trabajo, ó á en-
sanchar su esfera de acción; de todos modos,
aquella economía es un elemento de bienes-
tar. De estos elementos de bienestar indiW-
duales se compone el bienestar general; una
nación es próspera cuando prosperan los que
de ella forman parte. ¿Qué hará el hombre
para que sus gastos disminuyan, sin que sus
necesidades queden desatendidas, y al mismo
tiempo se aumenten sus productos? ¿Cómo
combinará sus fuerzas? ¿A qué artificio recu-
rrirá para utilizarlas mejor? ¡ Admirable ar-
monía de lo justo y de lo útil ! El hombre,
siguiendo los nobles impulsos de su alma,
obedeciendo á los mandatos de su concien-
cia ilustrada, halla la mejor organización
económica; ese grupo que se llama familia,
donde se ama más, es donde más se tra-
baja y se gasta menos, es donde hay un
poderoso instrumento de prosperidad, de tal
modo, que si la familia no se estableciese en
nombre de la conservación de la especie, de
la moral, de la ciencia y del arte, sería preciso
crearla para la economía social. Busquemos el
pueblo más próspero y floreciente; suprima-
mos en él la familia, y no tardará en ser un
pueblo miserable. Si la proposición te parece
dudosa, será evidente á poco que la reflexiones.
i
CAR í AS A UN OBRERO 327
La riqueza de un pueblo, claro está que .se
compone de la de los individuos que de él
forman parte: observemos, pues, lo que son
éstos en la esfera económica, es decir, como
productores y consumidores. Supongamos una
familia compuesta de seis personas; un matri-
monio con tres hijos y el padre ó la madre an-
cianos: es decir, entre seis individuos, un buen
trabajador, dos trabajadores imperfectos, y
tres consumidores que no producen. El hom-
bre vigoroso se esfuerza á trabajar, tiene que
mantener una numerosa familia, su mujer,
su madre, sus hijos, criaturas amadas y aman-
tes; débiles que confían en su fuerza y le pa-
gan en cariño y en felicidad los sacrificios que
por ellos hace. Estos sacrificios no tienen para
él carácter de tales, no los ve siquiera, iden-
tificado como está con su familia. Yo y nOvS-
OTROS, tienen una significación idéntica; todo
es allí común, la riqueza y la miseria, el
dolor y la alegría, la felicidad y la desgracia,
la honra y la infamia. La casa de aquel hom-
bre es una parte de su persona, es él mismo,
y para ella trabaja con afán, y á ella lleva el
producto de su trabajo: este producto no se
pone en manos ociosas ni egoístas. Su mujer,
en cuanto el cuidado de los hijos lo consien-
te, le ayuda más ó menos, pero siempre mu-
cho. Por ella tiene aseadas la ropa y la habi-
tación; por ella está su alimento bien condi-
mentado y á la hora conveniente. Puede dedi-
carse con más asiduidad al trabajo y ser un
poderoso auxiliar de su marido, ayudada para
328 OBRAS DK DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
el cuidado de sus hijos por su padre ó su
madre anciana. Esta cuida de los niños y hace
en la casa todo lo que no necesita grande ha-
bilidad ni mucha fuerza. Aunque corta de
vista, débil y achacosa, todavía es un precio-
so auxiliar por sus ser\4cios y por sus conse-
jos. El abuelo da lecciones de su oficio, da
sobre todo lecciones de la vida, comunicando
á los jóvenes el fruto de su experiencia. Esta
experiencia, prescindiendo de su valor moral,
tiene un gran valor económico, porque contri-
bu\-e á la perfección del productor, y le evi-
ta pruebas arriesgadas y tanteos inútiles. Así
combinados estos tres trabajadores, se auxi-
lian, se suplen, se completan con el estímulo
de los pequeñuelos, centro hacia el cual con-
verge el amor de todos. En la enfermedad se
cuidan, en la desgracia se sostienen, en to-
das las pruebas de la vida oponen á la miseria
un grande esfuerzo combinado, por el pode-
roso impulso que impele á la producción, por
la parsimonia del gasto y por la economía que
resulta de la vida en común.
Suprimida la familia, estas seis personas se
dispersan, disminuyendo sus productos y au-
mentando sus gastos. El obrero robusto tra-
baja menos, no tiene el poderoso impulso del
amor de sus hijos, ni necesita esforzarse tan-
to para proveer á sus necesidades y á las de
la mujer con quien no tiene más vínculo que
una unión pasajera. Esta mujer no se identi-
fica con él; su presente, su porvenir, su pros-
peridad, su ruina, su vida, en fin, no son una
CARTAS Á UN OBRERO 329
cosa misma. Gasta alegremente cuanto tiene,
ó si economiza, es para sí, procurando explo-
tar al que la abandonará en breve. La abne-
gación de la madre de familia; aquel amor
puro que en la esfera económica produce un
trabajo incansable; la atención continua y mi-
nuciosa para que se aproveche todo esfuerzo,
y para procurar mayor suma de bienestar con
el menor gasto posible: nada de esto puede
hallarse en el hogar ambulante de las unio-
nes efímeras; la esposa gasta poco y trabaja
mucho; la querida gasta mucho y trabaja po-
co; todo el que haya observado los hábitos y
tendencias de las mujeres deshonestas, habrá
podido ver que se distinguen por su amor á
los gastos superfluos y su odio al trabajo; pro-
pagar la deshonestidad en la mujer es aumen-
tar los despilfarros de la vanidad y del des-
orden y disminuir los productos. Hablaban un
día dos personas caritativas de una mujer ex-
traviada que se proponían traer al buen ca-
mino. Desconfiaba bastante del éxito una de
ellas, y la otra, más experimentada, la pre-
guntó:
— ¿Trabaja?
— Sí, y con mucha asiduidad.
— Entonces está salvada.
Y se salvó, en efecto, según el pronóstico,
fundado en una larga experiencia.
Del grupo disperso de la familia tenemos
á los dos obreros principales, trabajando me-
nos y gastando más. Su auxiliar, el anciano
ó anciana, tan útil para el cuidado de la casa,
330 OBRAS PE DOÑA CON-CEPCIÓN ARENA!,
para el cuidado de los niños, para guiar con su
consejo á la inexperta juventud, y para con-
tenerla muchas veces en alguna pendiente pe-
ligrosa; el anciano sin familia es una carga
para la sociedad, y vive una vida que le pe-
sa mucho. En la soledad material y moral de
un miserable albergue desde donde sale á im-
plorar la pública compasión, ó en el aisla-
miento moral de un establecimiento público,
donde es inútil su experiencia, y difíciles, si
no imposibles de utilizar, sus débiles fuerzas;
donde falta amor que disculpe las impertinen-
cias de la edad, y mime los achaques; donde
el mal humor y la tristeza tienen su asiento;
donde hay aquella acritud de los que llevan al
fondo comíín males sin esperanza, y dolores
sin consuelo que se multiplican y propagan,
el anciano se siente rebajado porque se ve
inútil; se desespera ó se aflige, porque sólo
inspira desdén ó desvío, y deprimido el ánimo,
se encorva y se debilita más el cuerpo, que
consume, produciendo poco ó nada. El ancia-
no sin familia es la criatura más triste 5^ más
inútil.
Nos resta considerar á los tres niños sin pa-
dres ni abuelos, lactados, mantenidos, vesti-
dos y educados por extraños mercenarios que
hacen por dinero algo, muy poco, de lo que
por amor harían sus abuelos y sus padres.
Aquí resalta bien la inferioridad económica
de una organización que priva al niño de fa-
milia. La nodriza del expósito no es más que
nodriza, y pasa la vida en ociosidad difícil de
CARTAS A UN OBRERO 331
evitar; la madre que lacta á su hijo, cuida al
mismo tiempo de los otros, de su marido, de
su madre, de lo que se llama la casa, y si tie-
ne quien la auxilie, puede dedicarse á un tra-
bajo bien retribuido.
La familia agrupada en derredor de los ni-
ños, los mantiene del modo más económico
posible; trabajando, los atiende y vigila, apro-
vechando para ellos esfuerzos y horas que se
perderían fuera del hogar doméstico.
Además, el mercenario que cuida un niño,
quiere ganar con él algo; los padres pierden
por él su sosiego, su bienestar, su salud y en
algunos casos hasta su vida. Es incalculable
el aumento de gasto que produciría el móvil
egoísta de la ganancia, ni la economía que
resulta del esfuerzo generoso de la abnega-
ción. Puede asegurarse, te repito, que, aun-
que la familia no fuese necesaria para la con-
servación de la especie humana y para la edu-
cación del hombre en todas las esferas, lo se-
ría como un elemento económico, como la
fuente de producción sin la cual los pueblos
sólo hallarían miseria y ruina.
Aunque muy brevemente, nos hemos hecho
cargo, Juan, de las principales consecuencias
de la supresión de la familia; pero aunque el
hombre pudiera multiplicarse y crecer, pros-
perar, hacerse rico y sabio fuera de ella, ¿qué
sería de él, qué de la sociedad, cuando se
viese privada de la fuerza que más la sostiene,
de la abnegación que más la levanta, del sen-
timiento que más la purifica? ¿Puedes imagi-
332 OBRAS DE DONA CONCEPCIÓN ARENAL
nar tú, puede imaginar nadie, lo que sería
un mundo donde ningún hombre tuviera el
recuerdo de su madre, el ejemplo de s\} ma-
dre, el respeto de su madre, el sostén de su
madre, la religión y el amor de su madre?
Yo no sé lo que semejante mundo sería, pero
m.e figuro una especie de caos moral, ó algu-
na cosa como una caverna lóbrega donde se
03'en extraños ruidos y se ven repugnantes y
aterradoras visiones.
¿A qué esforzar los argumentos contra los
que atacan la familia? Luchan contra la na-
turaleza 3- no pueden triunfar; bastaría para
vencerlos el grito unánime de todas las muje-
res y de todos los siglos, que les dice: ¡ Insen-
satos ! ¿Quiénes sois, de dónde habéis salido
los que pretendéis que la mujer, en su pena
ó en su alegría, no diga: ¡ Hijo ! y que el
hombre, en su dolor, no exclame: ¡ ^Iadre !
eAs eAs ¿Ae ¿Ás eAs ¿ÁVs ¿Á¿ eAs eAs ey^Vg evKs a^Ks e^^ s-^va el|,vs eAS
eAj e/Jj e>j3 eifvj eyjs e>|.9 a.*j eAs e*3 c^ s^As eXs e^J^ cAs &Ms ejts
CARTA VIGÉSIMOOCTAVA
De la propiedad.
Apreciable Juan: Nos toca hoy hablar de
la propiedad, cuestión cuya importancia no
hay que encarecer, porque en la actualidad
esta importancia más bien se exagera que se
desconoce.
Kn la hora en que vivimos, los hombres
liacen comparecer las instituciones ante el tri-
bunal de su criterio; todo se investiga, se ana-
liza y se discute; pero como los jueces, ni
siempre tienen la suficiente ilustración, ni
siempre son desinteresados, ni están exentos
de pasión, ni tienen aquella calma sin la cual
difícilmente se comprende lo verdadero, y se
quiere lo recto, resulta que los fallos no son
justos todas las veces, y hay que apelar de la
humanidad á la humanidad misma, para que,
teniendo en cuenta documentos que no le pre-
sentaron ó no quiso examinar, y mejor infor-
mada, resuelva conforme á justicia.
334 OHKAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
La propiedad se halla hoy en el banco de
los acusados; no es la primera vez, ni será
la última; no está exenta de culpa, porque la
propiedad es el hombre, y como toda insti-
tución, refleja su imperfección y se contami-
na con sus vicios. El error de sus acusadores
consiste en hacerla responsable de los males
que coinciden con ella, y en pensar que es
causa de todas aquellas desdichas que no re-
media. La propiedad, como la actividad, co-
mo la inteligencia, como la fuerza, como todo
lo que es necesario, no tiene mal en su prin-
cipio, en su esencia; el mal le viene del abu-
so, de la . dirección torcida, del cálculo erra-
do ó culpable, que convierte todo poder pues-
to en manos indignas, en un peligro ó en una
desventura. Si el propietario es perverso, per-
versa aparece la propiedad; si santo, santa; y
según tenga abnegación ó egoísmo el que la
maneja, puede calificarse de instnmicnto be
néfico ó de máquina infernal.
Si la propiedad se adquiriera siempre por
buenos medios, y se destinase á buenos fines;
si el propietario fuera un hombre laborioso
que por no tener necesidad material y apre-
miante de trabajar, no se creyese fuera de la
santa ley del trabajo; si ilustrado, convirtiera
su riqueza en instrumento de prosperidad, de-
dicándola á empresas útiles; si benéfico, di-
fundiera la luz de la verdad, procurando ilus-
trar y moralizar á los que estaban en condi-
ciones menos favorables; si compasivo, sin-
tiera en su alma la repercusión de los dolores
k
CARTAS A UN OBRERO 335
ajenos, y contara como el mayor bien de su
fortuna el poder de consolar la desgracia; si
todo esto lo hiciera sin ostentación, sin apa-
rato, sencilla y naturalmente, como los bue-
nos cumplen su deber; si todos los propieta-
rios de todos los países, de todos los siglos, hu-
bieran hecho lo mismo, ¿crees tú que nadie,
nunca, ni en ninguna región, hubiera malde-
cido la propiedad? Es evidente que no.
El mal, pues, no está en la cosa, sino en
el hombre; no viene de la propiedad, sino del
propietario, ni puede ser de otro modo, por-
que siendo la propiedad imprescindiblemente
necesaria, no podía ser esencialmente mala.
Este modo de considerarla nos lleva á plan-
tear el problema de una manera razonable y
que hace posible su resolución: en vez de de-
cir: ¿Cómo destruiremos ¡a propiedad? diga-
mos. ¿Cómo se hará para que la propiedad
cause el menor mal y produzca la mayor suma
de bien posible?
, He dicho que la pwpiedad era necesaria,
y como esto es precisamente lo que se nie-
ga, es lo que hay que probar, para lo cual
basta un poco de buen sentido y un poco de
buena fe, siempre que el alma esté exenta de
apetitos y pasiones que obscurezcan en ella la
luz de la verdad.
II
Todo lo que vive tiene necesidad de apro-
piarse alguna cosa. Las plantas extienden sus
336 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
raíces, y se asimilan, se apropian aquellos
principios que hay en la tierra, necesarios á
su nutrición; extienden sus ramas, y se asimi-
lan, se apropian aquellos principios que hay
en la atmósfera y sin los cuales es imposible
su vida. Aquí hallamos la apropiación en su
grado mínimo, en bosquejo, puede decirse;
pero ya resalta en ella un hecho esencial, á
saber: que donde está una raíz ó una rama,
no puede haber otra, y que tienen que des-
viarse por el aire ó por la tierra, para buscar
los principios de que depende su vida en un
espacio que no esté ocupado.
Lo que la planta hace en virtud de la ley de
su crecimiento, el animal lo hace ya en vir-
tud de su voluntad; el animal puede y quiere
moverse, puede y quiere buscar los objetos
que han de sustentarle, y los busca en una
esfera más extensa, y se los apropia. La ?c-
ción de la planta se extendía solamente á al-
gunas pulgadas ó algunas varas; la del ani-
mal puede llegar á muchas leguas, y no sólo
el teatro es más vasto, sino que la intención
y el trabajo de buscar el sustento, establecen
diferentes condiciones al apropiárselo.
Donde no hay conciencia clara, no puede
haber derecho; bien determinado el hecho de
la fuerza, será la ley de la apropiación cuan-
do el apetito ó la necesidad aguijonean, pero
no hay duda que tienen cierta especie de res-
peto instintivo á la propiedad algunos ani-
males; el que primero se apodera de una pre-
sa ó de una guarida, parece que la mira como
CARTAS Á l'N OTiRERO
cosa suya; por lo menos, se ve que la defien-
de con más tesón del que emplea para atacar-
le el que se la quiere quitar, y siendo las
tuerzas iguales, es seguro que el primer po-
seedor trumfará, y probable que no será aco-
metido.
_ Cuando para procurarse los medios de sub-
sistencia, el animal no hace más trabajo nie
buscar, no debe haber otro derecho que el del
({ue llega el primero, ó del primer ocupante
como dicen los juristas. Repito que en lo^'
animales no habrá idea de derecho, pero algu-
na especie de conformidad instintiva deben te-
ner con el orden necesario, porque de otro
modo no podrían existir. Observa los que pa-
cen en la pradera, roen en el ramaje de los
arbustos, buscan granos sobre la tierra ó tu-
bérculos debajo de ella; verás que cuando en-
cuentran ocupada una extensión de pradera
una rama de árbol, la grana que se despren-
dió de el, o la raíz que otro sacó hozando
pasan adelante en vez de disputar el alimen-
to al que antes le halló; esta es la regla, sin la
cual es imposible la vida, porque si los ani-
males establecieran una lucha por cada por-
ción de alimento; si quisieran despojar de él
al que primero le ocupó, en vez de buscar
otro, la guerra de todos contra todos haría
imposible que pudiera alimentarse ninguno
y as especies sucumbirían de hambre, por no
haberse podido apropiar el necesario susten-
to. Aunque los animales, como los astros, no
tengan conciencia de la ley que los rige, la
538 OliRAS DE DOÑA Cü.NCl'rCIÓX AKKNAL
ley existe, á ella se sujetan, y por ella viven
a^. menos muchas especies.
Cuando el trabajo del animal no se limita
á buscar; cuando es más perseverante, más
inteligente, más intenso, y transforma la ma-
teria y crea por medio de esta transforma-
ción objetos que no existían, se tiene, y en
general es tenido, por dueño de ellos; las abe-
jas respetan mutuamente sit colmena; los cas-
tores su liabitación, y las aves sus nidos; por
suyo tienen aquello que han trabajado, por
suyo es tenido entre los de su especie, sin le
cual se extinguiría. Si los pájaros quisieren
despojar á los otros de los nidos en construc-
ción, en vez de hacerlos; si las abejas lucha-
ran encarnizadamente por apoderarse de la
colmena en que otro enjambre hace su traba-
jo maravilloso, aves é insectos sucumbirán
por querer alcanzar por la violencia lo que
sólo se obtiene por el trabajo.
Cuando el trabajo sólo consiste en buscar,
la cosa hallada pertenece al primero que lle-
ga. La bellota es dé cualquier cerdo, la hicrbí
de cualquiera vaca, el arbusto de cualquiera
cabra, la presa, en fin, de cualquiera que de
ella se apodera; pero á medida que el trabajo
es más intenso, se especifica, se determina
más; el nido no es de un pájaro cualquiera,
como la grana ó el insecto de que se alimen-
ta, sino de tal pájaro precisamente, de él solo,
del que lo ha hecho; la araña teje su tela
para sí, etc.
La sustancia mineral que se asimila, se
CARTAS A UN OBRERO 339
apropia la planta; la hierba ó la grana que se
apropia el rumiante ó granívoro, son pasi-
vas, nada ponen de suyo para ir á formar
parte de aquel viviente á cuya vida son in-
dispensables. La raíz es la que se extiende
por la tierra; el pez marcha por el agua y el
pájaro por el aire en busca de las sustancias
sin las cuales perecería. vSe ve, pues, que es
cualidad esencial de todo el que vive ser ac-
tivo, tener en sí un principio de acción que
obra sobre aquello que se apropia: cuando es-
ta acción es ivlencionada, constante, inteli-
gente, y da un resultado beneficioso para el
que la ejerce, se llama trabajo.
III
Resumiendo, tenemos:
i.° Que la vida lleva consigo necesariamen-
te la apropiación.
2.° Que la apropiación es individual, exclu-
siva, no pudiendo un ser apropiarse cosa que
otro se haya apropiado.
3.° Que la apropiación es tanto más deter-
minada y exclusiva, cuanto mavor actividad
perseverante 6 inteligente, ó lo que es lo mis-
mo, mayor trabajo ha costado al apropiante.
4.° Que los animales que trabajan por ins-
tinto se sujetan á la ley de la apropiación,
que siendo necesaria, tiene que ser obedecida
bajo pena de destrucción de los infractores.
Ya ves, Juan, con toda evidencia, que el
340 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
hecho de apropiarse los vivientes las cosas
necesarias á la vida no es una invención de
los hombres, sino una necesidad de su orga-
nismo, una ley de Dios ó de la naturaleza,
como quiera decirse. ¿Qué diferencia hay en-
tre apropiación y propiedad? La que va del
hecho al derecho, del animal al hombre, del
que tiene conciencia y moralidad al que de
una y otra carece. El hecho fatal, bruto, por
decirlo así, de la apropiación de los animales,
al llegar al hombre se convierte en derecho
de propiedad. Cuéntase de una golondrina,
que despojada de su nido hizo un llamamien-
to á sus compañeras, que le ayudaron á casti-
gar cruelmente al ladrón; algunos otros casos
análogos se refieren, pero dado que sean cier-
tos, siem])re serán excepciones; la regla es que
los animales no se reúnen y ponen de acuerdo
para emplear la fuerza de todos en defender
la cosa apropiada por cada uno, y que cuando
el fuerte tiene voluntad de despojar al débil,
éste queda despojado.
Ahora pasemos á tratar del hombre como
apropiador y como propietario. El hombre en
el primer concepto, como todo viviente, ne-
cesita apropiarse las cosas necesarias á su vi-
da, el animal que caza, el fruto que coge, la
cueva en que se guarece de la intemperie.
A medida que progresa, se va apropiando ma-
yor número de cosas: la rama mondada 3^ re-
ducida á dimensiones oportunas, que es la
primera arma; el tronco de árbol horadado,
({ue es la primera embarcación; la cabana le-
CARTAS A UX OISRr.RÜ 34 I
yantada en sitio conveniente, que es el primcr
edificio.
Esta serie sucesiva de apropiaciones no las
ha menester el hombre sólo para sí, y para
atender á las necesidades de su vida, porque
no es solo; ya sabemos que no puede vivir
sino en familia; tiene, pues, necesidad de una
apropiación más extensa para que su mujer 3^
sus hijos no sucumban: se apropia, pues, todo
lo que para ellos necesita, albergue mayor,
más cantidad de alimento, de vestidos, etc.
Hasta aquí el hombre obra como un ani-
mal industrioso y nada más. Llena las condi-
ciones de su vida, es activo, y se apropia lo
que puede sustentarla; trabaja para que este
sustento no falte á él ni á los suyos.
Pero el hombre no vive solo; ni aun le bas-
ta la familia para existir; necesita la sociedad
de sus semejantes, la horda, la tribu, la na-
ción, im conjunto de criaturas semejantes á
él, con quienes comunique ciertos afectos, cier-
tas ideas, con quienes goce lo que solo no pue-
de gozar, y con los cuales se defienda de ene-
migos que le aniquilarían si estuviera aislado.
El hombre, eminentemente sociable, tanto por
sus necesidades materiales, como por las de
su espíritu, necesita de la compañía y del au-
xilio de los otros hombres; de su unión con
ellos, tanto como de su inteligencia le viene la
superioridad que respecto de los animales
tiene.
El hombre, en sociedad con otros, se apro-
pia lo que necesita y su actividad le propor-
34 2 OBRAS DE DOiNA CONCF.PCION ARENAI,
ciona; pero he aquí que otro hombre se quiere
apoderar de una cosa que él se había apropia-
do ya con esfuezo 5^ trabajo y llamaba suya.
Kl apropiador la defiende enérgicamente, sien-
te que el despojador es injusto y comete una
acción mala. A pesar de la energía de la de-
fensa, si el agresor es más fuerte, triunfa, y
y el acometido se queda sin la cosa que con
su trabajo se había apropiado. Pero esta idea
que él tenía de que la cosa le pertenecía, era
suya, no la tiene él solo, la tienen todos los
que viven en sociedad con él, y sienten la
injusticia de aquella violencia, y le defienden,
y llaman delito á la acción de privar á uno
por fuerza de lo que es suyo, y delincuente al
que la comete, y prohiben la una y castigan
al otro.
Como los que así piensan y sienten son los
más, establecen que no se pueda privar á na-
die de aquello que es suyo, porque lo ha me-
nester para vivir, y con su trabajo se lo apro-
pió; esto pasa á ser regla general, obligato-
ria, tenida por justa, ó sea ley, que escrita
ó no, rige aquella sociedad donde se prohibe
el robo. Esta prohibición en los hombres pri-
mitivos, no es probablemente un acto de re-
flexión, sino una espontánea manifestación de
la conciencia. Aquellas cosas que son indis-
pensables para la vida de las sociedades, como
para la de los individuos, instintivamente se
hacen, y se siente su necesidad, que más tarde
se razona. Después de los hombres rudos que
hacen Valer con la fuerza de su brazo el fallo
CARTAS A L"X OnRHRO 34.-
de su conciencia, vienen los hombres cultos,
que razonan la legitimidad y la necesidad de
aquel fallo.
En efecto, si el hombre no puede vivir sin
apropiarse aquellas cosas necesarias á su exis-
tencia, impedirle esta apropiación es impedir-
le que viva, es matarlo.
Si para apropiarse aquellas cosas necesita
desplegar su actividad y su inteligencia, par-
tes integrantes de su ser, las cosas creadas por
él son suyas, porque suyas son su actividad
y su inteligencia; atacándolas, se ataca su per-
sonalidad, su individualidad, su Yo, del cual
una parte ha pasado á su obra. Lo que se res-
peta en el producto del trabajo, es la persona
del trabajador; es aquel esfuerzo, aquel pen-
samiento que lo crea, sin el cual no existi-
ría, y, ó no se respeta al hombre, ó es preci-
so respetar su obra. Así, los déspotas que
arrastran por el lodo la justicia y la dignidad
humana, no sólo son señores de vidas, sino
también de haciendas. Ataque á la cosa bien
adquirida, ataque á la persona; así lo han com-
prendido todos los hombres de todos los paí-
ses: la pérdida material en un fuego ó en
una inundación, aflige, pero no irrita; lo que
indigna cu el robo es que el hombre siente
la injusticia, y se ve atacado en su propiedad.
La vida de los hombres, que es una serie
de esfuerzos inteligentes para proveer á sus
necesidades, es incompatible con una serie de
violencias. Si la lucha constante fuera una
condición de vida, las otras condiciones se-
344 OURAS DK DONA CO.XClil'CIOX ARENAL
rían imposibles; el hombre, batallador siem-
pre y trabajador nunca, no podría existir. Pa-
ra tener ánimo, tiempo y fuerza para trabajar,
es preciso tener seguro el fruto de su trabajo,
y que el hecho de la apropiación se convierta
en derecho de propiedad.
El hombre que tiene mayor esfera de ac-
ción; que tiene más necesidades y más medios
de satisfacerlas; que tiene una actividad ma-
yor y más inteligente, propia para multipli-
car sus relaciones con la naturaleza y modifi-
carla en mayor escala, y crear más abundan-
tes y vanados productos; el hombre, ser mo-
ral del que forma parte la idea del deber y
de la justicia, no puede existir en ningún or-
den ó esfera con sólo el hecho; ha menester
en todas el derecho, que, aplicado á las cosas
que con su trabajo se procura, se llama pro-
piedad.
Ya ves, Juan, que la propiedad es una cosa
necesaria y justa: sagrada la han llamado mu-
chos, y no sin razón, porque en todo lo que
es justo hay algo de santo. Ese grito de re-
probación que se oye por doquiera cuando se
trata de atacar la propiedad, ¿crees, por ven-
tura, que es la obra de unos cuantos propie-
tarios egoístas? No. Es la sociedad que se
siente amenazada en sus fundamentos, herida
en sus entrañas: por eso se aterra; por eso
protesta con desesperada energía. Siempre que
la propiedad se ataca á mano armada, hay
quien con vigor la defiende, y corre sangre y
hay víctimas. ¿Crees que esto sucede uno y
CARTAS A UN OBkKRO 345
otro año, uno y otro siglo, y en todas las re-
giones, por alguna general obcecación? No.
El instinto, la conciencia y la razón de los
hombres están de acuerdo en que sin propie-
dad, ni sociedad ni vida son posibles. ¿Por
qué se ataca? Porque los hombres convierten
con frecuencia sus necesidades en pasiones, y
abusan de la propiedad como de la fuerza,
como de la inteligencia, como de todo; pero
de que padezca indigestión el que come con
exceso, no debe concluirse que el comer no es
necesario.
Continuaremos otro día tratando de esta
cuestión, que no puede encerrarse en una
sola carta, y ésta va siendo demasiado larga.
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cvÍj efj ii§j e^Tj t^ e*j e^ evAs e*^
CARTA \qGÉSIMONONA
Contiuuacióu de la anterior.
Apreciable Juan: Después de lo que hemos
viblo en la carta anterior, ya podemos formar-
nos idea de lo que es la propiedad.
Su ORIGEN está en la personalidad humana;
en la necesidad absoluta que el hombre tiene
de apropiarse aquellas cosas que hay en la
naturaleza, y sin las cuales sucumbiría, 7 en
su actividad, que las modifica y hace adecua-
das al fin de su existencia. Para que haya pro-
piedad se necesitan dos términos:
i.° La persona que ha de apropiarse la cosa.
2.° La cosa que ha de ser apropiada.
Una persona, por el hecho de serlo, no pue-
de ser propietaria de una cosa que no existe,
ó que con justicia se ha apropiado otro; por-
que lo que en física se llama impenelrabilidad
de los cuerpos, es decir, imposibilidad que uno
ocupe el espacio ocupado por otro, es \e.y tam-
bién de la propiedad: una misma cosa no pue-
de ser de más de una persona. Se dice á ve-
ces que muchas personas tienen parte en una
cosa, pero es de aquellas que se pueden par-
348 OBRAS DK DOÑA CONCJvPCIÚN ARENAL
tir, ó ellas ó el valor que las representa; una
cosa absolutamente indivisible no puede ser
más que de una persona, y el acto de apro-
piación definitivo es siempre exclusivo del que
apropia. Un prado, por ejemplo, se dice que
es de cuarenta personas; pero es una manera
inexacta de hablar, porque la verdad es que
cuarenta pedazos de prado, uno al lado del
otro, y que parecen un todo, son de otros tan-
tos propietarios. Si se vende y vale cuarenta
duros, cada- cual se llevará veinte reales; si se
siega y produce cuarenta carros de hierba, un
carro será para cada uno. Lo mismo sucede
con una tierra, una mina ó una fábrica, la
propiedad de toda la cosa no es de todos los
propietarios, sino que una parte es de cada
uno; de modo que si se explota, se reparte el
producto, y el valor, si se vende: es real-
mente propiedad individual aquella que por
la sociación de los propietarios tiene á veces
apariencia de colectiva.
La propiedad colectiva, aunque al parecer
sea excepción de esta regla, no lo es en rea-
lidad, porque aun cuando materialmente per-
tenece á muchos individuos, es una sola per-
sona jurídica la propietaria, y el ayuntamien-
to ó la comunidad, cualquiera que ella sea, son
los iinicos dueños y propietarios de la cosa que
se disfruta en común, y que cuando llega á
utilizarse, es por partes indivisibles. La leña
ó la bellota del monte común, cuando llega el
caso de consumirla, es ya propiedad del que
la consume.
CARTAS A UN OBRERO 349
Aunque en la práctica se verifique pocas
\eces, se da el caso en que la propiedad de
una cosa no se divide por partes entre dife-
rentes propietarios, sino por cualidades , es de-
cir, por aquellas circunstancias que la pueden
hacer aplicable á diferentes usos. De un mon-
te, por ejemplo, puede haber tres propietarios,
no que le dividan en tres porciones, sino de
los cuales uno aproveche el pasto, otro la le-
ña, y otro la grana ó fruta de los árboles. De
una vaca, uno puede aprovechar la leche, otro
el abono, y otro la fuerza.
Resulta que un hombre, en virtud de su
personalidad, tiene derecho á ser propietario
en general, pero no á serlo de una cosa par-
ticular, si esta cosa es ya propiedad de otro
que se la apropió con justicia. Como un cuer-
po no puede estar donde está otro, un propie-
tario no puede serlo de un objeto que está
bien apropiado, hasta que el propietario lo
ceda voluntariamente. I, a cualidad de hom-
bre no da, pues, derecho á apropiarse un obje-
to determinado que otro hombre posee con
buen título.
Si después de haber comprendido el origen
de la propiedad, y héchonos cargo de una de
sus cualidades esenciales, que es la individua-
lidad, queremos tener de ella una noción exac-
'.:\ y formularla, podremos decir que propie-
dad es el poder confonne á justicia de una
persona sobre una cosa material, para todos
los objetos posibles inherentes á sa índole y
racionales. Analicemos la definición.
350 OBRAS DK DOÑA CONCl'PCION ARENAL
Poder conforme á justicia. El que por frau-
de ó por violencia se apodera de una cosa,
tendrá poder sobre ella, pero no tendrá pro-
piedad. Si vive en una sociedad en que lo
justo se comprende y se realiza, será despoja-
do; si no, será un usurpador fuerte, cuyo de-
lito queda impune, pero no un propietario.
De una persona sobre una cosa. La propie-
dad es tan esencialmente personal, que no pue-
de existir sin persona; y tan determinada,
que no puede ser sin una cosa. En vez de una
persona, pueden ser muchas personas, y en
vez de una cosa, un conjunto de cosas; pero
descomponiendo el propietario colectivo, se en-
cuentra siempre que sus elementos constituti-
vos son personas, y analizando la cosa apro-
piada, se ve que es susceptible de fraccionar-
se, ella ó el valor que la representa, y formar
tantos como propietarios han de poseerla.
Material. Como es de esencia de la propie-
dad que el propietario pueda disponer de la
cosa apropiada, ésta ha de ser de aquellas de
que el hombre pueda usar á su albedrío, sin
más restricciones que las indispensables exi-
gidas por la justicia. Se dice de un sujeto que
tiene una plaza de relator ó una cátedra en
propiedad pero realmente es una manera in-
exacta de hablar, porque no pudiendo vender,
ni cambiar, ni regalar aquellas plazas, no pue-
de decir que son su3'as.
No es lo mismo tener ciertos derechos so-
bre una cof:i, que ser propietario de ella.
Todo funcionario público tiene derecho á que
CARTAS A UN OBRERO . 351
se le ampare en el desempeño de los deberes
que le impone su empleo, y aun á que no se
le separe mientras cumpla bien; pero todos es-
tos derechos reunidos, y otros análogos que
pudieran añadirse, no constituyen el de pro-
piedad, que únicamente versa sobre el sueldo
asignado á sus funciones.
Para todos los objetos posibles inherentes á
su índole. El propietario ha de tener gran li-
bertad para disponer de la cosa que posee; ha
de poder cambiarla, venderla, modificarla,
usarla, arriesgarla, darla ó guardarla como le
parezca; si no, no sería suya. La libertad que
tiene el propietario pasa á la cosa que es su
propiedad, que es pasiva y sin conciencia, y
por lo tanto, debe seguir el impulso que le da
el ser activo, moral é inteligente, que la po-
see. Si el hombre no tuviera un gran poder
sobre el objeto apropiado, éste ejercería sobre
él una especie de tiranía, viniendo á quedar
la persona subordinada á la cosa. Si posees un
valor, y aunque te halles en gran necesidad,
no puedes enajenarlo, padecerás hambre y mi-
seria, porque una ley, dando más importan-
cia á que poseas el objeto que á que reme-
dies la necesidad, prescinde de tu desdicha.
Si tienes una tierra cuya renta no es bastante
para que vivas sin cultivarla ó sin adminis-
trarla de cerca; si el clima no es provechoso
á tu salud, ó por cualquiera otra circunstan-
cia te conviene venderla, y la ley te lo prohi-
be, tienes que permanecer en ella de por vida,
esclavo de tu propiedad, en vuz de ser su se-
352 OBRAS DE DOÑA COXCIiPCIÓN ARIiNAU
ñor. Si la propiedad se inmoviliza y las jerar-
quías sociales se arreglan á ella, como sucedía
hace algunos siglos en la época llamada feu-
dal, el rango y el poder de una persona se mi-
den por la extensión de su hacienda; su cate-
goría no depende de su virtud, ni de su tra-
bajo, ni de su ciencia, sino del valor de sus
fincas; él marca el lugar que ha de tener en
la escala social la persona, que parece un me-
ro representante de la tierra y esclavizada por
ella. Siempre que esto se hace, se ataca el de-
recho del hombre y la dignidad humana, que
no consiente que el ser inteligente y libre, en
vez de servirse de las cosas como de un ins-
trumento, se sienta amarrado por ellas como
por una cadena.
Dirás que la riqueza de una persona influ-
ye mucho en el aprecio que de ella se hace:
así es ciertamente, pero este hecho es error
de la opinión y no injusticia de la ley, que no
debe arreglar ninguna jerarquía social por la
cantidad de bienes que poseen. Cuando éstos
se exijan para alguna función, ha de ser por-
que puedan servir de garantía á alguna res-
ponsabilidad, ó de racional indicio de alguna
cualidad moral ó intelectual apropiada al ob-
jeto que se busca.
y racionales. El hombre, ser racional, ha de
manifestar esta esencial cualidad en todo: co-
mo padre, como esposo, como hijo, como tra-
bajador, como ciudadano, como propietario;
siempre. Todos sus derechos, todas sus garan-
tías se le conceden com.o á racional; desde el
CARTAS Á ÜX OBRERO 353
momento que deja de serlo, se le retiran ó dis-
minuyen en la medida de su sinrazón. Si al
propietario de una cantidad de trigo le ocurre
arrojarla al mar, como no tiene para esto ra-
zón, no tiene derecho, y la sociedad puede y
debe impedirle semejante locura. Si al propie-
tario de un monte le ocurre ponerle fuego,
como no sólo, insensato, destruye el valor que
representa, sino que, culpable, pone en peli-
gro de ser consumidas por las llamas las pro-
piedades colindantes y tal vez las personas que
en ellas habitan, hay derecho para tratarle co-
mo criminal.
De lo dicho resulta que la propiedad no es
un hecho arbitrario, caprichoso, violento, y
como si dijéramos, bruto, sino una necesidad,
á la cual se prevee por medios equitativos y
con objetos racionales. Necesaria y justa en
su principio, libre en sus movimientos, razo-
nable en sus fines, la propiedad es el hombre,
que no puede existir sin ella.
Comprendiendo el origen de la propiedad y
su esencia, fácil es comprender su derecho,
que no es más que la sanción legal del poder
justo del hombre sobre las cosas. Sin ley que
la determine y la ampare, es la propiedad un
derecho fundado en razón y en justicia; lo
mío y lo tuyo existen desde que existe el hom-
bre que distingue su persona de la de otro, y
dice: Yo y Tú; mas para que esta distinción
sea respetada, es preciso que se convierta en
ley, es decir, en una regla general obligatoria,
tenida por justa, que se impone con la volnn-
354 OÜRAS DE DOÑA CONCKPCXÓN ARENAL
iad y la fuerza de todos para amparar la justi-
cia de cada uno.
Ahora, Juan, aunque estamos lejos, me pa-
rece oírte decir: «Pues ¿cómo siendo la propie-
dad una cosa tan buena y tan santa, hay tantos
males y tanta perversión en las sociedades que
la toman como base de su constitución econó-
mica?» El argumento es natural, y la queja
parece una razón; pero nota, amigo mío, que
las ideas, al encarnar, al pasar de la región
del pensamiento á la de los hechos, pierden á
veces su diáfana pureza, y se obscurecen y se
manchan, y se desfiguran como fuente crista-
lina que corre por tierra fangosa. ¿Compren-
des la sublimidad de la ciencia, viendo al
hombre vulgar que la cultiva? ¿Comprendes
la santidad, de la justicia, viendo al juez que
no sabe ó no quiere aplicarla? ¿Comprendes la
divinidad de la religión, viendo al creyente
que, invocándola, infringe sus preceptos? No,
seguramente, como no comprendes la alta mi-
sión de la propiedad viendo al propietario in-
digno. En presencia de tantos dolores é ini-
quidades, dirás: Hé aquí ¡a obra de la reli-
gión, de la propiedad, de la ciencia y de la
justicia; y yo te responderé: He aquí la obra
DHL HOMBRE.
Pero las ideas, replicarás, no pueden reali-
zarse sino por los hombres, ni la propiedad
existir sin el propietario: ciertamente, y por
eso, sólo modificándole y moralizándole á él,
puede aparecer ella con la pureza de su jus-
ticia. El propietario no puede ser perfecto por-
CARTAS A UN OBRERO 355
que es hombre, pero puede acercarse mucho
á la perfección, y cuanto más se acerque, más
aumentarán las ventajas y disminuirán los in-
convenientes de la propiedad. Estos inconve-
nientes no le vienen, como te he dicho, de
que haya nada malo en su esencia; es en prin-
cipio absolutamente buena, como la belleza, la
fuerza, la inteligencia, la libertad; pero como
de ellas, se abusa. No vayas á reptir eso que
se dice con frecuencia de cosas que son bue-
nas en teoría y malas en la práctica; lo que es
bueno teóricamente es esencialmente bueno,
y llegará á serlo practicado, cuando el error ó
la maldad que sirven de obstáculo á su reali-
zación desaparezcan. Mejoremos á los hom-
bres, ilustrémoslos, y veremos indefectible-
mente las buenas prácticas de las buenas teo-
rías.
Que por lo tocante á la materia que nos ocu-
pa puede haber progreso, y que el hombre
puede acercarse y se acerca á la perfección,
cosa es que se demuestra por la experiencia
de los individuos y por la historia de las na-
ciones. Hoy, más respetada la propiedad en lo
que tiene de justa, se halla más limitada que
en la antigüedad y en la Edad Media, en lo
que pueda tener de abusiva. El propietario de
la tierra no es ya señor de los que la cultivan,
no es su legislador, ni su juez, ni tiene dere-
chos cuyo recuerdo ruboriza. El hombre no
puede ser ya propiedad de otro hombre; y
aunque para vergüenza y dolor de España to-
davía haya esclavos en sus dominios, es un
356 OBRAS L)K DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
hecho cuyo derecho no se defiende; una con-
cesión á las circunstancias; un aplazamiento
de la justicia, que no se niega. La propiedad
es respetada siempre en su esencia, pero se la
obliga á variar de forma cuando en la que tie-
ne sirve de obstáculo al bien general: una
obra de utilidad pública no se detiene por-
que un propietario no quiera ceder el terre-
no indispensable para realizarla; la ley no le
despoja, pero le expropia.
Estos tres ejemplos y otros que podría ci-
tarte, ponen de manifiesto que, moralizándose
los hombres, la idea de la propiedad se eleva,
acercándose más y más á su pureza esencial.
Si observas á los propietarios, notas que
unos convierten su propiedad en daño, y otros
en beneficio de sus semejantes; que aquí es el
fruto del fraude ó de la violencia, y allá- de la
inteligencia y del trabajo; que ya sirve de al-
to ejemplo, ya de irritante escándalo; pero no
hay duda que existen muchos propietarios in-
tachables por el modo de adquirir sus bienes,
y que los usan con moralidad; y no hay duda
tampoco que este número puede acrecentar-
se disminuyendo cada vez más la voluntad y
el poder de juntar riquezas por malos medios
y dirigirlas á malos fines.
La voluntad y el poder, hemos dicho, de
modo que la propiedad ha de purificarse con
las buenas costumbres y las buenas leyes; pe-
ro cuenta que éstas poco ó nada pueden en el
modo de emplear los bienes, cosa importantí-
sima, v que aun para la manera de adquirirlos
CAKXAS A UN OBRERO 357
son impotentes cuando las costumbres sancio-
nan ó toleran la inmoralidad y el fraude. Yo
no soy de los que creen que las cosas van
bien, al menos todo lo bien posible, y que na-
da puede ni debe hacerse para que vayan me-
joi; pero veo claro, muy claro, que todas las
leyes, y todos los motines y todas las revolu-
ciones, no podrán hacer que la propiedad sea
honrada cuando no es honrado el hombre.
Fétido es el lodazal de tantos malos medios
de adquirir y de tantos modos escandalosos de
gastar; pero cuando se toleran y se aplauden,
señal es que estamos lejos de una equitati-
va distribución de la riqueza. Hacer que va-
ríe de manos, no de vicios, es todo lo que
pueden alcanzar los actos violentos; para mo-
ralizarla se necesitan, como te he dicho, bue-
nas leyes, y sobre todo buenas costumbres.
Se acusa principalmente á la propiedad:
I.** En el modo de adquirirse.
2.° En el modo de distribuirse.
3.° En el modo de gastarse.
No podemos tratar ni aun brevemente estos
tres puntos en esta carta, y los dejaremos para
otra.
sJk9 e^*: 5 ^'ks aAs ^K-3 e/Á^ o- *o eAVs a/fr^ a/*.9 ey^ e*-3 e/AVa
iM3 cf-j eX» a^ cJJj eJ^i iMs íAs e^ e*3 e-'JXa e*a e^
CARTA TRKÍÉSIMA
Continuación de la anterior.-Donación.- Herencia.—
Modo de adquirir la propiedad y de g-astarla.
Apreciable Juan: Continuando el asunto de
las dos cartas anteriores, trataremos del modo
de adquirir y distribuir la propiedad.
El bello ideal sería que la propiedad fuera
siempre producto del trabajo honrado; mas
para no correr tras lo imposible, malgastando
fuerzas que hacen falta para alcanzar lo hace-
dero, fijémonos bien en tres cosas:
i.^ Que el progreso en todo es lento.
2.^ Que cuando el nivel moral es bajo, la
adquisición de la riqueza no puede ser equita-
tiva.
T,.^ Qué cosa es trabajo.
Progriíso IvEnto.- -No es posible que se
pase de repente de tener el trabajo, sobre todo
el manual, por una especie de ignominia, co-
mo lo era en tiempos no muy remotos, ó que
sea ignominiosa la ociosidad, como debería
serlo, y como lo será algún día; necesitan mu-
chos años los hombres para variar de modo
de pensar, sin lo cual no es posible que cam-
^6o (3BKAS DE DOiÑA CONCEPCIÓN AKENAI.
bien de modo de vivir. Aunque en todo sea
preciso dar tiempo al tiempo, en poco se ha
andado mucho por este camino. No existen
ya las falanges de ociosos que hace cincuenta
años se ocupaban solamente en consumir sus
rentas. Es hoy cosa muy rara que el hom-
bre más acaudalado permita que sus hijos es-
tén completamente ociosos, y no los haga tra-
bajar algo estudiando alguna cosa. Ya empie-
za á ser mal visto y poco apreciado el rico que
no sigue ninguna carrera ó de otro modo se
ilustra, es decir, que no trabaja nada. Este
cambio en la opinión y en las costumbres lo
hemos visto verificarse en pocos años, y tam-
bién desaparecer ó disminuir el desprecio con
que se miraban ciertas ocupaciones. El núme-
ro de los ociosos decrece rápidamente: es una
verdad consoladora; pero no puede intentarse
que desaparezcan en un momento, ya porque las
sociedades no cambian sus costumbres como
las decoraciones los teatros, ya porque es di-
fícil que la santa ley del trabajo no tenga nin-
gún infractor.
Vago, ante la ley moral, es todo el que,
pudiendo, no trabaja. Yo pregunto á los ri-
cos: ¿No hay más vagos que los ociosos sin
modo de vivir conocido? Yo pregunto á los
pobres: ¿No hay más vagos que los señores
que no trabajan? ¿No infringen la ley moral,
lo mismo el ocioso acaudalado, que el mendi-
go que, pudiendo trabajar, le pide limosna?
La inmoralidad de la holganza no es exclusi-
va de ninguna clase; todas tienen en su seno
CARTAS Á UN OBRERO 36 1
individuos que las honran poco, consumiendo
sin producir, y el holgazán que va en coche
es más visible, pero no siempre es más cul-
pable, que el que implora la caridad pública.
La opinión debe retirar su aprecio á todo el
que, grande ó pequeño, rico ó pobre, no tra-
baje, y las leyes deben perseguir la ociosidad
indirectamente, que es como pueden perse-
guirla por regla general, al menos por ahora.
MoRAijDAD. — Desterrada la ociosidad, ó re-
ducida al mínimum posible, se habrá hecho
mucho para que la propiedad sea siempre de
honrado origen; pero falta aún mucho que
hacer. Hombres trabajadores hay que unen su
actividad á su malicia para enriquecerse por
malos medios. Las leyes deben castigarlos, y
los castigan alguna vez; pero ¡ cuántas son
impotentes, y cómo se convierten en cómpli-
ces los que debían servir de obstáculo al de-
lito ! Esta complicidad moral ó material que
necesita el que quiere enriquecerse sin reparar
en el cómo, la haila en todas las clases: arriba,
en medio y abajo. Si vamos siguiendo una á
una las especulaciones poco honradas del rico
sin conciencia, veremos que ninguna hubiera
sido posible á no hallar muy á la mano cóm-
plices de su maldad. A veces, para detener en
su camino un gran negocio fraudulento, bas-
taría que hallase en él un solo hombre de mo-
ralidad; y el mal es tan grave, que este hom-
bre no se halla. Las riquezas mal adquiridas;
que insultan la pública miseria, hijas son de
la pública corrupción; y es absurdo concluir
302 ORRAS DE DOXA CONCIÍPCIÓN AKEXAL
que la propiedad es mala porque el robo" es
fácil. El modo criminal de adquirir la propie-
dad, que es un ataque á la propiedad, ¿cómo
puede convertirse en argumento contra ella?
Las maldades de los hombres no cambian la
esencia de las cosas, y porque por culpa de
todos, absolutamente de todos, sea posible ó
sea fácil adquirir por malos medios la propie-
dad, no dejará de ser justa en principio y ne-
cesaria en la práctica. Si los muchos fueran
lo que debían ser, no serían lo que son los
pocos que contra justicia se enriquecen.
Qué COSA ES TRABAJO. — Para no calificar
sin razón á nadie de ocioso, es preciso que re-
cuerdes la definición que te he dado del tra-
bajo, y no pienses que merece este nombre
sólo el material. El hombre de ciencia, el ar-
tista y el poeta, trabajan tanto, trabajan más
que el que se dedica á una faena puramente
mecánica. La ciencia y el arte tienen una alta
misión que llenar, y la sociedad que quisiera
vivir sólo de pan, se rebajaría tanto, que en
breve ni aun tendría pan con qué vivir. El
sabio, el artista y el poeta tal vez viven en
aparente ociosidad, cuando su trabajo fecun-
do ilustra y eleva á los hombres. A la inteli-
gencia, al arte, á la poesía, no se puede seña-
lar tarea; trabaja como puede, cuando puede,
lo que puede, y no hay que confundir esta
libertad necesaria con la holganza. Visitaba
un sujeto una fábrica montada muy en gran-
de, y tomaba nota de los sueldos de los ope-
rarios. Uno, que lo tenía muy crecido, llegó
CARTAS V UN OHRERíJ
á chocarle porque le veía constantemente en
la inacción, y, señalándole, preguntó al direc-
tor del establecimiento: ((Qué hace aquel hom-
bre?)) ((Le tenemos para discurrir)), le contes-
tó. La respuesta pareció extraña al visitante;
pero cesó su extrañeza cuando supo que el
aparente ocioso se ocupaba constantemente en
buscar medios de perfeccionar aquella indus-
tria, que sin él hubiera permanecido estacio-
naria. Si aun para los casos materiales es in-
dispensable el trabajo del espíritu, ¡ cuánto
más intenso no será en aquellas obras que
ilustran la inteligencia ó elevan el alma ! No
mires, Juan, con prevención, ni tengas por
ociosos estos operarios del arte y de la cien-
cia: de ellos han salido tus mejores amigos,
tus redentores, los mártires de tu razón y de
tu justicia. ¡ Desdichado el pueblo que tenga
por inútiles la belleza y la verdad !
Hay otra especie de trabajadores más ele-
vados todavía, y son los que se dedican á
consolar á los afligidos y á amparar á los ne-
cesitados. Aquel hombre parece que no tiene
oficio ni profesión. ¿Será un holgazán? En-
tremos en su despacho. Sobre su mesa hay
una larga lista, muy larga, de familias pobres
á quienes socorre; la examina, hace apuntes,
abre su gaveta, saca algunas monedas y algu-
nos cartoncitos, toma su sombrero, y va y
viene por las calles más extraviadas, y sube á
buhardillas y baja á sótanos, llevando á los
desdichados auxilio y consuelo. Otro emplea
una gran parte de su tiempo en un estable-
364 OBRAS DE DOÑA CONCliPCIÓN ARENAL
cimiento benéfico, etc., etc. Estos hombres y
otros cuya ocupación es análoga, y que la pa-
sión ó la ligereza pueden calificar de ociosos,
son buenos, benditos trabajadores.
Es trabajador todo el que se ocupa en algu-
na cosa útil. Es útil todo lo que directa ó in-
directamente puede contribuir al bien del
hombre, entendiendo por bien lo que mejora
su situación material, ilustra su entendimien-
to, eleva su espíritu, purifica su sentimiento
y consuela su dolor.
Debo advertirte que todo trabajo, para ser
digno y moralizador, debe ser libre: el hom-
bre no ha de acabar su tarea como mulo que
da vuelta á una noria, ni como esclavo que
se mueve bajo el látigo; y esta necesidad de
libertad en el trabajo es tanto mayor, cuanto
la obra es menos mecánica. Hay, pues, que
dejar al obrero intelectual ociosidad aparente,
á veces ociosidad real, que no es más que des-
canso necesario y movimientos excéntricos y
extravagantes para el que no está identificado
con su idea. Hechas estas distinciones, que
son de justicia, disminuye mucho el número
de los que tienes propensión á calificar de
ociosos.
Habiéndonos fijado en qué cosa es trabajo;
en que no es posible que instantáneamente
pase de ser ignominioso á ser una condición
de honra y á que nadie se sustraiga á su le}";
habiendo visto cómo la desmoralización influ-
ye para juntar riquezas por modos reproba-
dos, ya podemos comprender que los medios
CARTAS Á UN OBRIÍRO 365
de adquirir la propiedad han de ser buenos
cuando lo sean las costumbres, y malos á me-
dida que éstas se depraven. Pasemos ahora
de la manera de adquirir la propiedad á su
distribución.
Ya hemos visto, tratando de la igualdad,
que no es posible ni justa la de bienes, y
hasta la saciedad se ha repetido, que si el
lunes se distribuyera la riqueza social por
iguales partes, al domingo siguiente habría ya
un gran desnivel de fortunas, porque habría
sufrido una disminución la del que pasó la
semana en la taberna, y un avnnento la del
que trabajó con ahinco .
Pero si hay una desigualdad de fortunas
necesaria y justa, hay otra injusta y perjudi-
cial, y que la opinión y las leyes deben pro-
curar disminuir, üe esta desigualdad poco
equitativa se acusa principalmente:
A la donación.
A la herencia.
A la escasa retribución del trabajo.
El derecho de dar, es en justicia insepara-
ble del derecho de tener: si no puedes dispo-
ner libremente de una cosa, no puedes decir
que es tuya. La cosa, ya lo hemos visto, ha
de estar subordinada á la persona, y seguir el
impulso de su voluntad. Lo» que se necesita
es que esta voluntad sea recta, para que la
razón y la justicia presidan al modo de dar,
como al modo de adquirir y de gastar.
Cuando un padre de familia la desatiende
para enriquecer á una manceba, si el hecho
366 OUKAS DE DOÑA COXCEl'CIÓX AKKN AI,
puede probarse, la ley debe intervenir para
que la donación sea nula: no hay destrucción
de valor como en el caso que suponíamos de
arrojar el trigo al agua, mas hay lo que es
todavía peor, escarnio de los buenos senti-
mientos é infracción de las leyes más santas.
Estas infracciones no son muy raras por des-
gracia, pero son difíciles, si no imposibles de
probar; la ley es impotente para evitarlas, y
la facultad de dar, inseparable en justicia de
la de poseer, tendrá todos los inconvenientes
que tiene en todas las esferas la libertad, que
por falta de moralidad se convierte en licen-
cia. Así, pues, para que la riqueza no vaya
por donación á donde no debe ir, no hay más
medio que el de que el donante sea lo que
debe ser.
Las leyes sobre herencia creo que deberían
y podrían modificarse, de modo que, sin su-
primirla, sufriera una limitación encaminada
á procurar que no se acumulen riquezas que
no son producto del trabajo del que las po-
see, ni de la voluntad del que anteriormente
las poseía.
La facultad de testar no es más que una for-
ma de la facultad de dar, de manera que el
propietario de una cosa puede legarla á quien
le parezca, como podría regalársela á quien
quisiera. Pero esta libertad, como todas, ha
de estar dentro de la ley moral, porque si un
hombre deja hijos de menor edad ó imposi-
bilitados de ganarse el sustento, é hijas solte-
ras que no pueden proveer á su subsistencia,
CARTAS Á UN OBKERO 367
Ó mujer pobre, no tiene derecho á sumirlos
en la miseria, aunque sea relativa, para enri-
quecer á un extraño.
La herencia de padres á hijos no es una ins-
titución caprichosa de los hombres, sino una
cosa natural y justa: si las leyes la prohibie-
ran, contra ellas subsistiría. Si lo que tienes
no pudieras dejarlo á tus hijos, harías de mo-
do que no apareciera á tu muerte, y fraudu-
lentamente les sería dado. Si eran tierras, ó
casas, ó establecimientos industriales, los ven-
derías para reducir su valor á forma en que
pudiera sustraerse á la acción de la ley, ó
harías cesión de tus fincas á una persona de
tu confianza, para que á tu muerte las cedie-
ra ó asimilara una venta que las pusiese en
manos de los queridos de tu corazón. Algo de
esto ha sucedido ya: cuando una ley prohibió
heredar á las hijas, aunque no hubiera varón, el
padre no podía consentir que sus bienes fueran
á una persona extraña, quedando en la pobre-
za la que le era más querida, y la ley se burlaba.
vSi no pueden cumplirse las leyes contra la
opinión, ¿cómo se cumplirán las que son con-
tra la naturaleza? El mal más ostensible é in-
mediato de la ley que negase la facultad de
testar, sería el afán general de reducir los bie-
nes á valores de esos que pueden ocultarse, á
dinero y papel al portador, etc.; nadie que-
rría tener tierra, ni fábrica, ni buque, que á
su muerte pasara á manos extrañas, y la de-
cadencia de la agricultura, de la industria y
del comercio sería general é instantánea.
368 OBRAS DE DOÑA COXCKPCIÓN ARENAL
Que los hijos son los herederos naturxhs
de los padres, cosa es, no sólo que se siente,
sino que se razona. No hay posibilidad mato
rial, ya lo hemos visto, pero además no hay
justicia en impedir que un hombre deje á ^^n
hijo lo que puede dar á un extraño; es no sólo
su derecho, sino también su deber en muchos
casos.
Cada cual cría y educa á sus hijos con las
necesidades y las ideas de la posición social
que ocupa; la habitación, el vestido, el ali-
mento y las ideas del hijo del que gana 20.000
reales al año, son muy diferentes de las -me
tiene aq\iel cuyo padre gana 2.000. Sería,
pues, cruel é injusto que los padres no die-
sen á sus hijos una educación en armonía con
las ideas y necesidades, y hasta con los senti-
mientos de su posición, porque claro está que
ei hijo ha disfrutado durante su infancia y su
juventud de la misma comodidad del padre.
Puede decirse que le hereda en vida por valor
de toda la cantidad que su educación exige,
y esta herencia es de rigurosa, de rigurosísi-
ma justicia. Si el hijo, por falta de salud, por
falta de inteligencia, ó por dedicarse á esos
trabajos que, aunque muy iitiles, están mal
remunerados, no puede ganar para cubrir sus
necesidades, no sólo las naturales, sino las
que le creó la posición de su padre, deber
es de éste dejarle sus bienes y evitar el pe-
ligro y la desgracia de los grandes cambios
de fortuna. Digo peligro, porque es muy gran-
de el que corre l,a moralidad en los cambios
CARTAS Á UN OBRERO 369
bruscos de posición, y cuando la educación
no está en armonía con los medios pecu-
niarios, lo mismo el que tiene ideas y ne-
cesidades de una situación desahogada y
se ve reducido á la pobreza, que el que
como pobre vivió y se educó y de re-
pente se encuentra rico, corren peligro de
degradarse. Estos cambios se deben evitar
cuanto sea posible, y la sociedad en que
son frecuentes, tiene un gran elemento de
inmoralidad y perturbación.
Que hereden á los hijos los padres es en
muchos casos de evidente justicia, y en todos
natural consecuencia de los afectos más pu-
ros y respetables. ¿No sería una monstruosi-
dad que pasaran á un extraño los bienes del
que muere sin hijos y deja á sus ancianos pa-
dres en la pobreza, en la miseria, enfermos
tal vez, y de seguro achacosos, que son harto
achaque los muchos años? Y aunque no se
hallen necesitados, ¿qué cosa más natural que
el que sea para los padres una parte al me-
nos de los bienes del que muere sin hijos, y
todos si el propietario no dispone otra cosa?
La ley que debe fortificar los vínculos de fa-
milia y estrechar los santos lazos de los afec-
tos elevados y puros, ¿ha de intervenir para
aflojarlos, negando el derecho de heredar á
los que tenían tanto á ser queridos del que
deja la herencia? ¿Es, por ventura, la ley al-
gún avaro sin moralidad y sin conciencia, que
no ve más que valores y necesidades mate-
riales? Al dictar sus mandatos á los hombres,
370 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN AREN.\L
¿ha de prescindir de sus sentimientos? En ese
grupo de padres, hijos, abuelos, hermanos,
que han puesto en común sus dolores, sus ale-
grías y sus sacrificios; en que todo ha sido
común; en que difícilmente sabe cada uno lo
que ha dado ni recibido de otro; á la muerte
de cualquiera de ellos, ¿había de venir la ley
á ejercer un despojo, más aún, un atentado?
No; semejante mandato, injusto é irritante, se-
ría desobedecido; la naturaleza no se deja bur-
lar por leyes insensatas que huellan sus sa-
grados fueros. Como te he dicho, creo que pue-
de y debe modificarse la ley sobre herencias,
pero respetando siempre los afectos, los debe-
res y los derechos de padres, hijos, abuelos y
hermanos: de otro modo sería desobedecida en
su perjudicial tendencia á rebajar los lazos de
familia, harto flojos, por culpa y para desgra-
cia de todos.
En resumen: la donación es un derecho, con-
secuencia del de propiedad; y la herencia de
padres, hijos, abuelos y hermanos podría mo-
dificarse con ventaja; pero es cosa tan natura]
5'- justa, hay en su favor tan altas considera-
ciones de índole tan diversa, que la ley que la
anulase sería impracticable, y anulada ella mis-
ma por los más puros y arraigados afectos del
corazón humano.
Vengamos á la retribución del trabajo, que
tanto influye en la distribución de la riqueza:
poco tengo que añadirte á lo que te dije ha-
blando de los salarios. Cuando se trata de re-
tribuir el trabajo, se piden disposiciones que
CARTAS A UN OBRERO 37 I
•emanen del Estado, y se organizan huelgas,
y se agolpan motines, siendo así que en esto,
más que en nada, influyen la opinión, la in-
moralidad y la ignorancia. ¿Quién da gran-
des sueldos á los toreros? Tú y tus amigos,
^no sois los que principalmente contribuís á
su prosperidad? ¿Quién da grandes ganan-
\"ias á las modistas 3^ á los sastres en boga?
¿Quién paga pródigamente á las bailarinas?
¿Quién sostiene tantas tabernas y tantas casas
de juego y de prostitución? ¿Quién deja en
la pobreza, tal vez en la miseria, al trabaja-
dor honrado y asiduo que, con la obra de sus
manos ó de su inteligencia, no puede dar pan
á su familia? La inmoralidad y la ignorancia.
Estas son las grandes culpables, pródigas
■cuando se trata de pagar al que satisface sus
-caprichos, avaras cuando hay que remunerar
al que provee á sus necesidades materiales y
á las que debe tener todo espíritu, si no ha de
■depravarse en la abyección.
¿Por qué los banqueros y los hombres lla-
mados de negocios realizan á veces ganancias
tan superiores á su trabajo y á su mérito?
Porque hallan corrupción é ignorancia en tor-
no suyo; sin estos poderosos auxiliares, se-
guro es que no medrarían tanto. Y no es
sólo arriba donde se prospera á favor de la
■inmoralidad y el descuido, sino también en
medio y abajo.
Los que han explotado las Sociedades de
•crédito, lo han hecho á favor de la ignoran-
^cia y de la incuria de los asociados.
372 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
El dueño de un café gana cada día en la
cerveza que vende, el ico por loo, advirtien-
do que no suele poner capital, porque co-
brando al contado, paga en la fábrica por pla-
zos vencidos.
Un revendedor de billetes de teatro ó de los
toros, gana más que un honrado jornalero.
¿Quién tiene la culpa de estas y otras muchas
ganancias exorbitantes, y todavía de peor gé-
nero? El público que paga.
Y cuando en todas las esferas la opinión
extraviada ó pervertida y el descuido van re-
tribuyendo el trabajo sin equidad ni razón,
¿cómo pretender que la riqueza esté bien dis-
tribuida? Fíjate bien, Juan, en el resultado
que ha de dar esta infracción general y con-
tinua de las leyes de la equidad, y compren-
derás que el mal, al menos lo más grave del
mal, está aquí, y que no hay acuerdo de las
Cortes, ni decreto del Gobierno, ni medida re-
volucionaria, que puedan hacer que el traba-
jo se retribuya conforme á razón cuando no la
tienen los que le pagan.
Lejos estoy de pensar que la sociedad remu-
nera á cada uno según sus merecimientos;
pero no comprendo que este mal pueda dis-
minuir sino á medida que aumenten la ilustra-
ción y la moralidad. Desde el momento en
que tú, yo y todos paguemos las cosas, no
por el valor que deben tener, según el trabajo
y el mérito que representan, sino por el gus-
to que nos dan, establecemos una categoría
de obreros privilegiados, y contribuímos eñ-
CARTAS A UN OBRERO 373
cazmente á que la propiedad se reparta mal.
Desde el momento en que no nos negamos á
alternar con el que se enriquece por malos
medios; que no oponemos directa ó indirecta-
mente, según podamos, obstáculos á su injusta
prosperidad; que no somos activos para im-
pedirla; que pensamos, obrando en consecuen-
cia, que nada va con nosotros cuando inme-
diatamente no recibimos daño; que no quere-
mos comprometernos, ni arriesgar nada, ni to-
mar el más mínimo trabajo por hacer valer
los fueros de la justicia, la iniquidad saldrá
muchas veces triunfante en la distribución de
la riqueza, como en todo.
Se habla mucho de la tiranía del capital; no
te negaré que en muchos casos no sea una ver-
dad; pero, como todos los tiranos, el capital
necesita, para existir, esclavos, es decir, seres
sin inteligencia ni fuerza moral. Si el capital
saca más ganancia de la que debe, es porque
el trabajo no es bastante inteligente y bastan-
te digno para hacer que se dé la parte que
le corresponde. Puedes verlo palpablemente ob-
servando cómo el capital tiene menos poder de
abusar de los trabajadores, á medida que és-
tos saben más, y cómo es más equitativo cuan-
do trata con el maestro de obras, con el in-
geniero y el arquitecto, que en sus relaciones
con el peón de albañil. Te dirán que esto con-
siste en que hay muchos peones de albañil,
y que si uno se niega á trabajar en malas con-
diciones, otro las aceptará; pero la verdad es
que esas malas condiciones no serán acepta-
374 OBRAS DE DOXA CONCr.PCIOX ARliNAÍ-
das por ninguno, cuando todos tengan cierto-
grado de ilustración y de dignidad, y sean ca-
paces de asociarse entre sí ó con el capital, de
modo que éste no les imponga la ley.
El capital, lo mismo que el trabajo, quieren
sacar la mayor utilidad posible; ninguno es.
mejor ni peor que otro; y en el antagonismo
que entre los dos se establece, como en toda
lucha, lleva lo peor el más débil, que aquí lo^
es el menos inteligente.
Se acusa la tiranía del capital, y parece pa-
sar inadvertida la que el trabajo ejerce cuan-
do puede, A cualquiera parte que se vuelva
la vista, se ven trabajadores inteligentes ex-
plotando á los que son rudos, y distribuyén-
dose las ganancias en proporción nada equita-
tiva. Y no hay medio de evitarío; retribución.
ma3^or de trabajo supone más inteligencia y
más moralidad en el trabajador; sin esto po-
drá haber huelga, motín ó rebelión, pero ncv-
habrá aumento permanente de salario.
No hay más excepción de esto que los
obreros i lítele duales, que suelen ser explota-
dos por los que saben y valen menos que ellos;
esto es efecto de una situación suya especial,
de muchas causas que pueden resumirse di-
ciendo, que es un operario que se siente irre-
misiblemente impulsado á crear un producto
que no se aprecia, que no se aprecia lo bas-
tante, ó que no se aprecia en el momento; y
apremiándole la necesidad, y no siéndole posi-
ble dedicarse á otro trabajo, vende á menos,
precio las obras del suyo, y se deja explotar Á
CARTAS A UN OBRERO 375
sabiendas por quien vale menos que él. La ley
parece dura, pero no lo es tanto como lo oa-
rece; porque el obrero intelectual, cuando vaie
algo y á medida que vale, halla en su obra,
pueda venderla ó no, su mayor recompensa,
y aunque pobre, no se cambia por el que á su
costa se enriquece; diríase que su retribución
es como el producto de un orden más elevado.
Cuando esto se exagera, vive tal vez en la mi-
seria, y de ella es víctima el operario intelec-
tual, en cuya naturaleza hay algo de la del
mártir. Sus verdugos no lo son impunemente;
la sociedad que le tortura recibe en do-
lores el pago de su injusticia. En este tra-
bajador hay la circunstancia excepcional de
que no puede redimirse de la miseria por
su inteligencia, sino que tiene que ser res-
catado por el aprecio que de eUa haga la
multitud.
Habiéndonos hecho cargo, aunque breve-
mente, de las principales circunstancias que
influyen en el modo de adqurirse y distribuirse
la propiedad, réstanos decir algo sobre la ma-
nera de emplearla, problema enteramente mo-
ral, que se resolverá para bien ó para desdi-
cha de un pueblo, según que sus costumbres
sean puras ó depravadas. Dime cómo una fa-
milia ó un país (es igual) gasta lo que tiene,
y yo te diré lo que es.
Si impía, nada habrá para las obras pia-
dosas.
Si vana, subirán mucho los gastos de osten-
tación.
376 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
Si glotona, los de alimentos regalados.
Si sucia, será corta la partida dedicada al
aseo.
Si viciosa, cada vicio figurará en el presu-
puesto por una cantidad proporcionada á su
preponderancia.
vSi descuidada, subirá mucho la reposición
frecuente de aquellos objetos que necesitan
más cuidado para conservarse.
Si ignorante y despreciadora del saber, nada
empleará en medios de instruirse.
Si dura y egoísta, se verá que la desgracia
no tiene ninguna participación en su fortuna.
Aficiones, vicios, virtudes, locuras, extrava-
gancias, egoísmo, abnegación, todo se revela
en los gastos; el presupuesto que los detalla
retrata moralmente á la persona ó á la fami-
lia á que se refiere.
Recíprocamente, si conoces bien á una per-
sona, sabrás cómo gasta su fortuna.
La cuenta de los gastos, dada con exacti-
tud, pocas veces deja de ser un acusador ante
el tribunal de una buena conciencia; pero hay
tan pocas buenas, que los tenidos por mejo-
res se contentan con adquirir honradamente,
como si no fuera necesario también gastar hon-
radamente para merecer la calificación de hom-
bre honrado. Cuando la ley civil no sanciona
como absoluto el derecho de propiedad; cuan-
do le sujeta á disposiciones que le coartan, la
ley moral, mucho más severa, mucho más exi-
gente, ¿no le pondría limitación alguna? Y si
la autoridad ó el juez no lo impiden, ¿cada
CARTAS A UN OBRERO 377
cual ha de poder hacer de lo suyo lo que
quiera? Bien atrasado está el mundo, y bien
bajo el nivel moral, puesto que no se tienen
por acciones indignas y altamente culpables
ciertos gastos que prueban el desenfreno del
vicio, del egoísmo ó de la vanidad.
Todas las clases, en la medida de su for-
tuna, aprontan su contingente al vicio, á la
vanidad y al egoísmo; ninguna está exenta de
culpa; y como yo quiero demasiado á los po-
bres para adularlos, te diré que si gastan me-
nos mal, es más bien por impotencia que por
virtud. Las necesidades apremiantes, impres-
cindibles, de la vida, suelen servirles de fre-
no, pero esto no sucede siempre; y si con se-
veridad se juzga, es tan raro hallar un pobre
como un rico que se ajuste en sus gastos á lo
que la moral exige. El despilfarro del po-
bre no es tan ruidoso como el del rico, pero
no es menos culpable; que no es más digno de
vituperio el rico que fuma en pocos días mu-
chos puros, que el pobre que gasta un real
en una cajetilla y priva de una libreta á sus
hijos hambrientos. Lo superfino, lo excesivo,
lo inmoral de un gasto, puede ser algunas ve-
ces cosa absoluta; pero otras, muchas más, es
cosa relativa, y tal desembolso, que sin inmo-
ralidad puede hacerse en una posición, es
una grave falta en otra.
Por hoy, y hablando contigo, no insistiré
más sobre esto; pero sí te diré antes de con-
cluir, que el empleo que de los bienes se hace
es de tal importancia, que 43odría suscribirse
378 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
á que se distribiu'eran de cualquier modo, con
tal que se gastaran bien; y esta manera de
gastarse está fuera del alcance de las leyes,
dependiendo completamente de las costum-
bres. ¡ La moral, siempre la moral, lo mismo
para adquirir la riqueza, que para distribuirla
y gastarla!
Propiedad bien adquirida, bien distribuida,
bien gastada, significa honradez é instrucción
generalizada. Ni leyes escritas, ni rebeliones
armadas, harán que se nivelen en lo que es
posible 5^ justo las fortunas, donde esté desni-
velada la instrucción y depravadas las cos-
tumbres
4^ eio 4^ 4^ 4^^ ^v-^ ^"■^ •^'■'^ ^'^ ''■"■» --.•-' \?' ■-." '-1-/ "-^^'=' "v
CARTA TRIGÉSIMOpRi:MERA
Del coniiiiiisnio.
Apreciable Juan: Hay dos métodos para cer-
ciorarse de la certidumbre }' de la razón de
una cosa: uno consiste en probar su verdad^
y otro en poner de manifiesto la mentira de
la' contraria. Aplicando esto á la propiedad,
después de haber procurado convencerte de
que es necesaria, trataré de persuadirte de que
el comunismo es imposible.
En la confusión de palabras, inevitable cuan-
do es tanta la confusión de ideas, habrás oído
llamar, y llamado tal vez, comunismo á la
repartición. Se ha dicho que tal ó cual hom-
bre, ó grupo de hombres, es comunista por-
que quiere repartirse los bienes de tal ó cual
otro, en lo cual habrá despojo, violencia, ro-
bo, apropiación que pasa de unas manos á
otras, pero no comunismo, que consiste pre-
cisamente en no repartir las cosas, 3' que todas
sean de todos. Dejemos, pues, sentado que los
partidarios de la repartición no son comunis-
tas, sino apropiadores.
Espero, Juan, convencerte sin grande esfuer-
380 OBRVS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
zo de que el comunismo es tanto más fácil
cuanto un pueblo está más civilizado; que, á
medida que se moraliza y se ilustra, la pro-
piedad se arraiga, y que, por consiguiente,
los comunistas, que pretenden pasar por gen-
te avanzada, son verdaderos retrógrados.
Afianzar la propiedad, extenderla, ese es el
progreso; negarlo es retrogradar, desenterran-
do sistemas muertos, que se pretende galva-
nizar con el dolor y la cólera.
Para proceder con orden, grande amigo de
la claridad, fíjate bien en el doble carácter
del hombre, en que es productor y consumi-
dor, en que trabaja y provee á sus necesida-
des y á sus goces con el fruto de su trabajo.
El comunismo tiene que darle sus leyes en
ambos conceptos, ó no puede dictárselas en
ninguno, como lo veremos claramente. Siga-
mos el orden natural, según el que la produc-
ción precede al consumo.
El hombre como productor, es decir, como
trabajador. ¿El trabajo ha de ser libre, ó no?
Si lo primero, no hay comunismo. Si lo se-
gundo, no hay hombre; hay cosa, hay escla-
vo. Fácil es poner en evidencia esta verdad.
Quiere establecerse el comunismo respetan-
do la libertad de trabajo, que es la que tiene
cada cual de dedicarse á aquella labor para la
que tenga mayor disposición y gusto; esta la-
bor necesita un instrumento que precisamen-
te ha de ser propio, si el trabajo es libre. Su-
pon un grupo de trabajadores, de los cuales
tino quiere ser carpintero, otro marinero, otro
CARTAS Á UN OBRERO 38 1
carretero, otro músico, otro fundidor, otro
astrónomo, etc. ¿Les ha de dar el Estado,
respectivamente, barco, carro, piano, fábrica
de fundición y telescopio? ¿Ha de dar todos
los instrumentos porque los pide el trabaja-
dor, y para que haga de ellos lo que le pa-
rezca, sin CU}' a condición no será libre el tra-
bajo? Y cuando se gasten, se pierdan ó se
rompan en los ensayos desgraciados que tan-
tas veces ha menester el trabajador para lle-
gar á un resultado feliz, ¿el Estado repondrá
estos instrumentos? Ya comprendes, Juan, que
es absolutamente imposible; que el Estado no
puede tener instrumentos que cuesten cien-
tos, miles ó millones de reales, á disposición
de cada trabajador que venga á pedirlos, sin
que tenga nada con qué responder, y que, en
virtud de la libertad de trabajo, del derecho
de dedicarse al que mejor le parece, exige del
fondo común una fábrica, un capital para de-
dicarse al comercio ó seguir una larga carre-
ra, ó un violín. Si estos instrumentos de traba-
jo se daban á cualquiera que los pidiese, to-
dos pedirían de los más costosos. ¿Quién ha-
bía de contentarse con un azadón y una es-
puerta, sabiendo que podía obtener cosa de
mucho más valor? Si se negaban, el trabajo no
era libre, porque el operario, ni podía tener
instrumento suyo, ni se le daba el que indis-
pensablemente había menester.
Para que el trabajo sea libre, es condición
esencial tenga instrumento propio, ó le reciba
de alguno que le tiene en propiedad; sin esto
382 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
lio será dueño de dedicarse al oficio ó profe-
sión que mejor le parezca y es materialmente
imposible que del fondo común puedan salir
todos los instrumentos que pidan el capricho,
la vanidad, la locura, el error, todas las pasio-
nes y todos los desvarios humanos irresponsa-
bles; porque para tener algo con qué respon-
der, es preciso tener propiedad de alguna cosa,
y entonces no hay comunismo.
La responsabilidad en este caso no podía ser,
■en justicia, más que pecuniaria, la cual es im-
posible en el comunismo. No se podría llevar
á un hombre á la cárcel, ni imponerle ninguna
pena corporal, porque hubiera destruido, inuti-
lizado un instrumento de trabajo, por costoso
que fuese y por inhábil que fuera él para ma-
nejarle, porque no podría probarse que había
culpa de su parte, puesto que el error bast.i
para emprender una especulación desastrosa,
y el amor propio es suficiente para persuadir á
los hombres que son capaces de hacer lo que
es superior á sus facultades, como se ve todos
los días en la ruina de personas que pierden
su capital y su tiempo por haber calculado
mal ó no conocí dose bien.
El trabajador libre es el que se dedica á la
■obra que le parece mejor, y ha de tener ins-
trumento apropiado para ella; este instrumen-
to que, con evidencia, el Estado no puede
darle, ha de ser suyo, y, pequeña ó grande,
ha de haber propiedad, y no puede haber co-
viunismo. El instrumento podrá valer solo al-
gunos reales ó muchos miles de duros; es
CARTAS Á rx OBRERO 3S3
igual para la demostración del principio que
exige que sea propio del trabajador libre.
No pudiendo ser libre bajo la ley del co-
munismo, el trabajo estará sujeto á las reglas
que el Estado le imponga, valiéndose de uno
de estos tres medios:
Reclutar operarios en el número que fuera
necesario, haciendo pasar á un grupo los que
no quepan en otro.
Elegirlos.
Echarlos á la suerte.
Alistará zapateros, pintores, panaderos y
astrónomos, como alista soldados, y señalará
á cada uno su tarea y su sueldo, y el traba-
jador se convertirá en un siervo del Estado,
sin iniciativa, sin responsabilidad, sin facultad
de seguir su vocación ni dejar libre vuelo á
la inspiración de su ingenio. Cuando el cupo
de mecánicos ó el de pintores esté lleno, Vatt
y Murillo ingresarán en el grupo de albañi-
les ó mozos de cuerda. No habrá quien volun-
tariamente desempeñe los trabajos más peno-
sos, y se agolparán operarios para las tareas
que se reputan más descansadas.
Miles, millones de operarios llegarían á pe-
dir al Estado trabajo que no fuese manual;
habría médicos, abogados, farmacéuticos, co-
merciantes, etc., por cientos de miles, y se
hallaría con dificultad quien labrase la tierra,
forjara el hierro, ni barriera la calle. Se dirá
que, por una parte, el interés bien entendido,
por otra, las naturales tendencias armónicas, se-
rían bastantes para evitar estos inconvenientes.
384 OBR\S DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
Respondo que, sin anatematizar el interés,
y concediéndole su legítima participación en
las resoluciones humanas, estoy lejos de mi-
rarle como el regulador de ellas; lo primero,
porque debe subordinarse á la justicia, y lo
segundo, porque le veo casi siempre fuera de
la razón. Los que no miran más que su inte-
rés para obrar, obran contra él por regla ge-
neral; el interés es bueno como subordinado,
pero malo como jefe, y de ninguna manera
puede encomendársele la alta misión de con-
tener en sus justos límites ningún ímpetu vio-
lento, ninguna pasión subversiva.
En cuanto á las naturales tendencias armó-
nicas, más confianza merecen que el interés
para regularizar los movimientos de la máqui-
na social; pero no debe exagerarse su poder
hasta declararle omnipotente, ni olvidar dos
circunstancias. La primera, que el armónico
concurso de los miembros del cuerpo social,
como del cuerpo humano, exige condiciones
apropiadas á su manera de existencia; inútil
es la armónica organización de un pez para
que viva fuera del agua, y de un ave para que
viva sumergida en ella; del mismo modo, una
organización económica, tiránica y absurda
como la comunista, lejos de poder corregirse
por las armónicas tendencias naturales, las
esterilizaría completamente. La segunda cir-
cunstancia que debe tenerse en cuenta, es el
}nomento histórico en que vivimos, la propen-
sión á dejar los campos por las ciudades, y
en estas á abandonar el trabajo manual por
CAKTAS Á UN OBRERO 385
estudios fáciles y carreras que con desdichada
facilidad se concluyen. Las causas permanen-
tes y las transitorias, todo en el momento ac-
tual contribuiría á romper el equilibrio, una
vez falseada la le}^ económica.
El segundo medio, el de elegir operarios, es
también impracticable. ¿Cómo ha de saber el
Estado quién tiene disposición para las dife-
rentes artes, oficios y profesiones? Si un pa-
dre no suele acertar la carrera que debe dar
á sus hijos; si se equivoca con frecuencia, ¿no
es evidentemente imposible que el Estado eli-
ja, entre millones de ciudadanos, aquellos que
son más propios para cada arte, oficio ó pro-
fesión? ¿Cómo había de haber asomo de equi-
dad ni acierto en semejante elección, ni cómo
pueblo alguno había de resignarse á las injus-
tas arbitrariedades que de ella resultarían?
Dejar á la suerte la resolución del proble-
ma es el tercer medio, y no hay que encarecer
si es absurdo ó practicable. El arte, la ciencia
ó el oficio que exigen más inteligencia, serían
el lote de hombres nulos, estúpidos tal vez,
mientras á los de más disposición les tocaría
la tarea m.ás tosca; sobre tal base es imposi-
ble organizar el trabajo.
La organización del trabajo es lo que se pide
mu3^ alto por los reformadores modernos, y
con It) que se hace más ruido, siendo así que
el comunismo es absolutamente impotente pa-
ra organizar, no digo el trabajo de una nación,
pero ni aun el taller más reducido. Suprímase
la libertad y la responsabilidad, y sin ellas no
386 OBRAS DE DOÑA COXCEPCIÓX ARENAL
puede haber organización de nada, sino haci-
namiento de hombres que trabajan poco y mal,
bajo el látigo ó el aguijón del hambre.
Suponiendo lo imposible, que el comunismo
organizase el trabajo con obreros sin respon-
sabilidad, sin libertad, y elegidos al capricho
ó al acaso, ¿cómo los retribuiría? A todos
igualmente, y ateniéndose al mínimum nece-
sario, porque si daba á cada trabajador según
su obra, ganando los que trabajan mucho y
bien más que los que hacían poco y mal, po-
drían economizar y hacerse propietarios. Pa-
ra que no haya propiedad, es preciso que no
pueda haber economías, que el obrero gane
lo estrictamente necesario para su subsistencia.
Arreglándose la retribución á un mínimum
indispensable, d trabajo se nivelará al del ope-
rario peor; porque ¿cómo un obrero ha de es-
forzarse en trabajar mucho para que le paguen
lo mismo que al que hace poco? El trabajo
rebajado al del más holgazán ó más torpe,
se vería en una decadencia tan grande, que
llegaría en breve á ser infecundo, y la mise-
ria 3'- la vuelta á la barbarie serían una cosa
tan inevitable como pronta.
Toda buena organización social ha de pro-
curar que se eleve cuanto sea posible, en ca-
lidad y cantidad, el nivel del trabajo, ya sea
manual, ya intelectual, de modo que, procu-
rando todos hacer como los que mejor hacen,
ninguna aptitud se esterilice por falta de acti-
vidad del que la tiene. El comunismo, que, sin
suicidarse, no puede retribuir á cada opera-
CARTAS Á UX OBRERO 3S7
rio según su obra; que para evitar la acumu-
lación, ia propiedad, necesita igualarlos á to-
dos, para que ninguno pueda formar capital
con sus economías; el comunismo, por esta
sola circunstancia, es esencialmente incompa-
tible con todo trabajo fecundo y toda civili-
zación adelantada.
En cuanto á talleres, establecimientos agrí-
colas, industriales y mercantiles del Estado,
tratando del socialsimo, que no es más que
un comunismo vergonzante, te indiqué ya la
imposibilidad absoluta de que el Estado sea
fabricante, comerciante y labrador. No hay pa-
ra qué insistir mucho sobre esto; tu buen sen-
tido y la observación más superficial de los
hombres y de las cosas te harán comprender
que el Estado no puede dedicarse á cultivar
patatas y traer canela de Ceilán, á vender fós-
foros y construir telescopios. El interés y la
actividad individual, ayudados por cuantos es-
tímulos impulsan al hombre y por todas sus
facultades, bastan á penas á sostener una in-
dustria ó un comercio, y no evitan la ruina
de un gran número de comerciantes é indus-
triales. ¿Qué sucedería cuando todos estos tra-
bajadores fueran empleados, sin inteligencia,
sin interés inmediato, sin responsabilidad por
el éxto del negocio, manejando un capital que
no era suyo, para conseguir un resultado be-
neficioso que no había de ser para eUos? Digo
sin responsabilidad, y te recuerdo que no pue-
de tenerla ningún trabajador comunista: la pe-
cuniaria, como dijimos, no puede imponerse
388 OBRAS DE DOÑA CONCrPCIÜX ARENAL
al que nada posee, y la personal, ¿cómo había
de exigirse á un hombre por una especulación
que había salido mal, cuando salen mal tantas
sin que el especulador tenga culpa? A ningu-
no podría castigarse, y si se castigaba, nadie
emprendería nada, exponiéndose á un castigo
y sin esperar ganancia.
Es tarea bien enojosa y bien desdichada te-
ner que decir estas cosas que todo el mundo
sabe, que están repetidas hasta la saciedad,
que alcanza el buen sentido de la persona
más vulgar, y cuya verdad evidente niega,
no obstante, toda una escuela que, convir-
tiendo en argumentos el dolor y la pasión,
saca las conclusiones más absurdas y las en-
trega como axiomas á una multitud fanatiza-
da y ciega. ¿Cómo nadie que con calma haga
uso de su razón, ha de suponer que el Go-
bierno puede convertirse con buen éxito en
jefe de taller y director de fábrica, en labra-
dor y en comerciante? ¿Quién de los que lo
dicen y de los que lo repiten daría su fortuna,
pequeña ó grande, para establecer una indus-
tria dirigida por el Estado? Seguro es que na-
die, porque el interés haría comprender al
menos apto la inevitable ruina de semejante
especulación. Y esto que no se haría con los
fondos de cada uno, quiere hacerse con los
fondos de todos, como si el egoísmo más cie-
go y brutal que pretende eximir á los asocia-
dos de la responsabilidad que ha de caber á
la sociedad, pudiera variar la esencia de las
cosas, dar al Estado aptitudes que no tiene, y
CARIAS Á UX OBRERO 3S9
liacer que cuando fuera el único propietario,
su ruina no fuese la de la nación entera.
El pequeño ensayo hecho en París de taller
nacional, según te indiqué, salió mal, como
debía. Acumulación de operarios, producción
mala y cara, estancamiento de productos, pér-
dida, ruina, imposibilidad de continuar, des-
pedida de los trabajadores, conflicto horrible:
tal fué la marcha de los talleres nacionales es-
tablecidos en París, y tal será la de los de
igual clase donde quiera que se establezcan.
Digo que el ensayo fué en pequeño, y así es
la verdad, porque aunque se emplearon mu-
chos miles de obreros, ¿qué es esto para la
•organización de todos los trabajos de todo vni
país? Si desgraciadamente los hombres volvie-
ran á extraviarse por semejante camino, nun-
ca podría el Estado organizar por su cuenta
el trabajo en grande: la cosa es de tal manera
absurda é imposible, que á los primeros pa¿os
Si desplomaría el edificio por una ley menos
visible, pero no menos cierta, que la que
atrae los cuerpos graves hacia el centro de la
tierra.
Vemos, pues, que el comunismo es incompa-
tible con la libertad de trabajo, porque el
trabajador libre ha de tener instrumento pro-
pio ó concertarse con alguno que lo tenga
Que el comunismo no puede organizar sin
libertad de trabajo, porque no puede recibir
á los trabajadores en tropel para que se de-
dique cada cual á la labor (lue mejor le parez-
ca, auncpie para ello no tenga aptitud, ni pue-
390 ÜDRAS DE DOÑA COXCEPCIÓN ARENAL
de elegirlos ni dejar á la suerte le designación
del puesto que cada uno ha de ocupar.
Que no dando á cada operario más que uu
mínimo indispensable, porque desde el mo-
mento en que puede haber economías puede
haber propiedad, la falta de estímulo del tra-
bajador producirá inevitablemente la ruina del
trabajo.
Que no es posible que el Estado se haga
jefe de taller, agricultor y comerciante, sin
que se arruinen la agricultura, la industria y
el comercio.
Y si toda esta serie de problemas insolubles
resolviera, y si venciese todos estos invenci-
bles obstáculos, puesto que el trabajo libre
lleva consigo necesariamente la propiedad,
¿qué haría el comunismo del hombre cuando
el trabajador no fuera libre? Le convertiría
en esclavo. Sin iniciativa, sin actividad fe-
cunda, sin responsabilidad, sin estímulo, sin
libertad, en fin, para dar á su actividad la di-
rección que mejor le parezca, á sus facultades
el vuelo que puedan tomar, á su moralidad
una condición esencial, el hombre como ser
racional desaparece con el trabajador libre; no
hay persona, queda solamente una cosa unci-
da al yugo de la regla inflexible. Desde el mo-
mento en que tu inteligencia y tu responsabi-
lidad se suplen por la del Estado, y que tu
libre albedrío se estrella contra un poder om-
nipotente, podrán llamarte con este ó con el
otro nombre, pero en realidad eres un esclavo.
Probablemente no imaginas que cuando al
CARTAS A UX OBRERO 3yl
compás de himnos a la libertad, los que tú su-
pones sus apóstoles quieren plantear el comu-
nismo, de lo que tratan realmente es de orga-
nizar la esclavitud.
La producción en común sólo se concibe
en un pueblo sumamente atrasado; de modo
que lo que te dan como un adelanto, sería un
retroceso.
El salvaje tiene sus pieles, su albergue y sus
armas, etc.; pero prescindamos de esta pro-
piedad y considerémosle explotando el terre-
no común; con los de su tribu ó de su horda,
le defiende contra los vecinos extraños ó ene-
migos, que todo viene á ser lo mismo. En
aquel terreno todos cazan ó pescan, cogen fru-
ta, cortan leña y se construyen un albergue,
ó se apropian una guarida. El trabajo no se ha-
ce en común, pero lo es el terreno, en el cual
todos pueden desplegar su actividad.
Avanzando un poco más, la sociedad vive
un poco menos al acaso, y en vez de fiarlo to-
do al azar de la caza y de la pesca, domestica
ciertos animales y los cuida y los multiplica;
son los pueblos pastores. En ellos están apro-
piados los ganados, pero es común el terreno
en que pastan ó cuya hierba se recoge.
Adelantando más las sociedades, los hom-
bres empiezan á cultivar la tierra y apropiár-
sela; mientras el cultivo es muy inperfecto,
hay pueblos en que se hace en común; pero
á medida que se perfecciona, y como condi-
ción indispensable para perfeccionarse, el cul-
tivador se va haciendo propietario exclusivo,
392 OBRAS DE DOXA COXCEPCIÜX ARENAL
cuando menos de los productos de la tierra,
y esta exclusión ha de ser tanto ma5"or, cuan-
to el trabajo sea más extenso y más inteligen-
te, y la personalidad del trabajador esté más
determinada. Si, por ejemplo, se trata de se-
gar una pradera común, no hay gran dificul-
tad en que sea común el trabajo y en distri-
buir los productos por iguales partes á cada
uno de los individuos de la colectividad pro-
pietaria.
Lo mismo puede decirse si hay que coger
eJ fruto de los árboles. En estos casos la natu-
raleza lo hace casi todo, el hombre no hace
casi nada; los productos de la naturaleza son
gratuitos, y por esta razón y por lo sencillo
y poco importante del trabajo, hay posibilidad
de que éste sea común y de distribuir sus pro-
ductos por iguales partes. Pero si en vez de
coger la fruta de un árbol se trata de hacer
un instrvnnento quirúrgico delicado ó una lo-
comotora, la primera materia, es decir, lo que
la naturaleza ha puesto, no vale nada ó casi
nada, y todo el valor de estos productos de-
pende del trabajo del hombre. En estas obras
despliega el operario actividad, perseverancia,
inteligencia; emplea un capital y necesita edu-
cación. Xo es un hombre cualquiera que, co-
mo cualquier otro, hace un breve esfuerzo
muscular; es un operario previsor, inteligente,
perseverante, responsable, que ha menester
aprendizaje y anticipos y sacrificios de sus
padres durante todo el tiempo que necesita
para instruirse y ejercitarse en su oficio ó pro-
CARIAS A UX OBRERO 303
íesión. Aquí es ya absolutamente imposible
que el trabajo se haga en común, ni que los
productos se distribuyan por iguales partes.
Con estas condiciones no hay posibilidad de
liallar obreros hábiles, aplicados y perseveran-
tes, ni, por consiguiente, que haya cultivo
perfecto ni obra acabada.
Si de la industria pasamos á las artes y á
las ciencias, se pondrá aún más de manifies-
to que el trabajo en común solo es posible en
pueblos salvajes. Un médico, un escultor, un
arquitecto, un poeta, ¿es posible que manco-
munadamente con todos los de su profesión
curen al enfermo, levanten un edificio, hagan
la estatua ó el poema? ¿No es evidente que
han menester desplegar cualidades y hacer
esfuerzos y sacrificios suyos propios, que ne-
cesitan y revelan una muy determinada per-
sonalidad, y que no pueden hacerse, cuando
las cualidades todas del individuo se aplas-
tan bajo el rodillo que pasa el Estado, y van
á sepultarse en la sima del trabajo en común,
de la retribución idéntica y de la falta de
responsabilidad ?
A medida que la sociedad avanza, el opera-
rio tiene mayor habilidad y cultura; su yo se
determina, su personalidad se marca, aumen-
ta en dignidad, en exigencias, en derechos y
en deberes; domina mejor sus pasiones y las
cosas materiales; es más dueño de sí; merece
más respeto y tiene más poder. Para expresar
las altas cualidades de una persona se dice que
os distinguida, porque, en efecto, lo que realza
394 OERAS DE DOÑA COXCEPCIOX ARENAL
la dignidad del hombre es que su personalidad
no se confunda con ninguna otra, que sea li-
bre y responsable, con voluntad firme, cono-
cimiento claro y actividad perseverante.
El hombre trabajador no es todo el hombre,
pero es la mayor parte; sabiendo qué cosa ha-
ce, haj'- mucho adelantado para saber quién
es, y no es posible que el hombre gane en dig-
nidad, valga más, moral é intelectualmente,
sc distinga, cuando el trabajador se confunda
en la masa común y no sea inteligente ni res-
ponsable. Hay que elegir entre la civilización
y el estado salvaje; éste puede existir con al-
guna especie de comunismo aplicado á la ex-
plotación; aquélla necesita trabajadores libres
3' responsables, recibiendo una retribución pro-
porcionada á su mérito; de modo, Juan, que
al predicarte comunismo, te predican pura y
simplemente salvajismo.
Si ha de ser común el trabajo, sin libertad,,
responsabilidad ni retribución proporcionada
á su mérito, hay que renunciar á su división,
á su inteligencia, á su actividad; suprímanse,
pues, las cátedras, los museos, los talleres, los
caminos de hierro, el telégrafo y hasta el ara-
do: vuélvanse los hombres á vagar por los
bosques en busca de alimentos y á guarecerse
en las cuevas, y perezca la especie humana
casi en su totalidad, pues en la tierra que hoy
alimenta millones de seres racionales apenas
podrán vivir algunos miles de salvajes. Aquí
no hay suposición gratuita ni afirmación exa-
gerada; la ciencia económica demuestra que
CARTAS Á UX OBRERO 395
el trabajo comunista es incompatible con la.
civilización, y lo demuestra con tanta claridad
como las ciencais exactas patentizan sus más
incontrovertibles verdades.
Como hablando del socialismo te advertía,
que no le confundieses con la asociación, te
digo ahora que no equivoques el trabajo co-
munista con el trabajo asociado. Que los obre-
ros trabajen juntos y se esfuercen para conse-
guir por los mismos medios un mismo objeto
igualmente útil para todos, no es comunismo,
porque el obrero es libre, es responsable, tiene
la propiedad del instrumento ó de una parte
de él, y se le retribuye según el capital que
ha anticipado y el trabajo que hace. Si eres
carpintero y con otros compañeros establecéis-
un taller por vuestra cuenta, cada cual parti-
cipará de las ganancias, según lo que haya
puesto para plantear la industria y según la
parte de trabajo con que contribuya á su proá*-
peridad; seréis asociados, pero no coi-iiiinistas,
porque nadie suscribiría á la condición de que
su capital y su trabajo fuera de todos, y que
el despilfarrado holgazán que no lleva más que
su inútil persona, utilizase lo mismo las ga-
nancias que el económico y activo, que llevó-
á la empresa sus ahorros y su trabajo per-
severante.
Me parece haberte demostrado con evidencia:
Que el comunismo no puede organizar el
trabajo libre.
Que el trabajo, sin libertad, no puede orga-
nizarse tampoco.
396 OBRAS DE DONA COXCEPCIÓN AREXAL
Que cuando el obrero no es libre, el hom-
bre es esclavo.
Que la división de trabajo, el trabajo inte-
ligente y responsable, la civilización, en fin,
son incompatibles con el comunismo, que es
barbarie y esclavitud.
Esto considerando al hombre como pro-
ductor.
En la carta siguiente le consideraremos co-
mo consujuidor.
E,^ 1/^ e/A^ ^l¿-s ^¡^ s-w~^ 2,2\3 aA-o M.Va z/R^ i=y/,V9 a>^^ e-jM e-J^Vs eJ^ e-''^
€^J>3 eAV» aX-j z/^ ^{\s "As eÍS<> aÍKj (l.jJj «.*j e^'j^ e/jls eyM (¡y'JSí e^ e4V9
CARTA TRIGÉSBIOSEGUXDA
Contiiiiiación de la anterior.
Apreciable Juan: Nos sucede hoy con el co-
munismo una cosa análoga á la que nos pasaba
tratando de la familia, que como sin ella no.
puede haber hombres, no hay para qué enume-
rar los males que de suprimirla resultarían pa-
ra la sociedad. Si con el comunismo no puede
haber producción, no es necesario demostrar
las dificultades que ofrece para el consumo.
Nos haremos cargo de ellas con todo, aunque
sea brevemente, atendido á que nada sobra en.
materia de razones, cuando tan faltos de ella
andan nuestros adversarios.
La sociedad no puede existir sin la familia;
la familia es imposible con el comunismo, no
sólo por ser este incompatible con las leyes de
la producción, como hemos visto, sino porque
se opone también á las del consumo, como
vamos á ver.
El hombre que tiene mujer, hijos, padres,
familia en fin, necesita casa suya, al menos el
tiempo que la paga, y algún valor en propie-
39^ OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
dad para amueblarla. Xo hay familia sin ho-
gar, sin un albergue donde se acojan y se
reúnan los que hacen sacrificios ó se aprove-
chan de ellos; los que tienen los mismos inte-
reses, las mismas alegrías, los mismos dolores,
los mismos secretos; los que sienten la nece-
sidad imprescindible, al par que de comunicar
con sus semejantes, de aislarse con sus ínti-
mos. Kl hombre que dice mi hijo, mi padre,
necesita decir mi casa, mis muebles, mi traba-
jo, mi jornal.
Hemos comprendido que todo el que vive,
se apropia algo. Cualquiera que sea el modo
de producir y de destruir los valores, el acto
de utilizarlos es siempre un acto de apropia-
ción. Supongamos realizados todos los imposi-
bles de la teoría comunista; demos por hecho
que produce y distribuye, y veamos si al con-
sumir puede realizarse.
Cada cual recibe para su uso, ración, vesti-
do, calzado: aquello no es ya común; ha llega-
do el caso de usar de ello, de aprovecharlo,
de apropiárselo, y por consiguiente, aquellos
objetos son de su propiedad. La persona que
recibe una ración, puede cambiarla por otra
que le guste más ó le siente mejor; puede re-
galarla, venderla y hasta tirarla. Puede ayunar
por devoción, ó estar á dieta por higiene, ó
por el gusto ó la necesidad de economizar. Lo
mismo que se hace con la ración puede hacerse
•con el vestido y demás objetos que componen
su lote. ¡ Qué de privaciones no se impondrá
■el hombre estudioso para comprar un libro, el
CARTAS Á UX OBRICRO
aitista para poseer un pincel más delicado ó
un instrumento más perfecto ! ¡ Qué no hará
el que ama por mejorar la situación del objeto
amado ! El avaro no perdonará medio de for-
mar un pequeño tesoro; el que tiene horror al
hospital, hará grandes sacrificios para ser asis-
tido en su casa el día que caiga enfermo; y
habrá, en fin, infinita variedad de móviles pa-
ra^ hacer y acumular economías.
Tiénese por cosa cierta que el que llevó á
America el café, iba en un buque donde lleo-ó
a escasear el agua tanto, que se daba de efla
escasa ración. Aquel hombre tenía su idea la
de aclimatar en el Nuevo Mundo una planta
y porque no se secara la regaba con el agua
qne para sí recibía, sufriendo por espacio de
muchos días los horrores de la sed. Todo el
que tiene una idea ó un sentimiento, los pone
por encima de los objetos materiales. ¿La tira-
nía del Estado le ha reducido á no poseer más
que una ración? De ella economizará, y tanto
mas cuanto él sea mejor, para proveer á las ne-
cesidades de su cariño ó de su inteligencia Si
una fuerza brutal no le ha dejado libertad para
Producir, al consumir la tendrá al menos; po-
dra imponerse sacrificios y privaciones en
aqueUa esfera suya, propia, íntima, á donde
no llegara nunca el Estado. Por tiránico, por
minucioso que sea, no hay poder que le ten-a
para evitar que tú te impongas privaciones'^
realices economías y las acumules ó hagas de
ellas donación. Si la esfera del productor pu-
diera estar sujeta á la arbitrariedad del capri-
40O OBRAS DE DONA COXCEPCIOX ARENAL
cho Ó al yugo de la fuerza, la del consumidor
tendría siempre que ser más libre.
En las verdaderas leyes económicas hay ar-
monía, como en todas las leyes naturales. Así
como hemos visto que el comunismo para pro-
ducir era tanto más imposible cuanto el hom-
bre estaba más civilizado y su personalidad y
dignidad se señalaban más, sucede lo propio
bajo el punto de vista del consumo. En una
horda salvaje, en que varían poco las aptitudes
y facultades, no difieren mucho los gastos é
inclinaciones: donde no hay elementos de
diferencia, se siente la necesidad de diferen-
ciarse. Pero á medida que un pueblo se civi-
liza, se marcan las divergencias individuales:
á la infinita variedad de aptitudes para pro-
ducir, corresponde otra igual para consumir;
y no es menor atentado á la personalidad y
dignidad humana obligar al hombre á que
emplee de una manera que se le marque lo
que para su consumo se le asigne, que obligar-
le á que dirija su actividad inteligente contra
su inclinación, ó en privarle del producto de
su trabajo. Cuanto más varían los medios de
producir, se diferencian también más los mo-
dos de consumir, y esta diferencia lleva consi-
go la de las fortunas y la creación de la propie-
dad, porque da lugar, de una parte, al despil-
farro; de otra, á la economía. Estas economías
se harán por una ley natural y contra todas
las leyes humanas. En habiendo libertad, por
poca que sea, habrá económicos y pródigos,
astutos y candidos, ingeniosos y necios, acti\os
CARTAS A UN OBRERO 40 1
é indolentes; habrá impulsos nobles y pasiones
viles, apetitos groseros y abnegaciones subli-
mes. Todo esto, que en un pueblo atrasado ape-
nas se bosqueja, aparece en relieve y de más
bulto á medida que un pueblo se civiliza; el
consumidor tiene más tentaciones para despil-
farrar si es vicioso, y más estímulos para aho-
rrar si es económico: de este ahorro inevitable
resultará necesariamente, como te he dicho, la
propiedad. La ley podrá prohibirla, pero exis-
tirá como contrabando, con todas las conse-
cuencias de éste, encareciendo el producto con
el riesgo, y desmoralizando al productor. No
habrá propietarios de tierras ni de fábricas, pe-
ro los habrá de dinero, de alhajas y de toda
clase de bienes muebles. De esto puede dar
alguna idea lo que sucedía con los judíos ha-
ce algunos siglos, raza fuera de la ley común,
tolerada unas veces, perseguida otras, que vi-
vía preparada siempre al despojo de que con
tanta frecuencia era víctima, allegando rique-
zas de las que fácilmente pueden ocultarse, y
corrompiéndose en la usura, la mentira, la as-
tucia y la traición, como todo el que es víc-
tima de la iniquidad constante y de la fuerza
bruta. El judío de la Edad Media, aun no
puede dar idea de lo que serían los propieta-
rios del porvenir bajo la ley del comunismo, en
la suposición (imposible de realizar, no lo ol-
vides) de que en un pueblo adelantado pudie-
ra organizarse la producción comunista.
Esta es la naturaleza humana, y sólo des-
conociéndola, se pretende que, mientras el
26
402 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
hombre sea persona, mientras conserve algu-
na cosa que se parezca á dignidad y libertad,
renuncie á poseer, aunque para ello no tenga
otro medio que la economía al consumir. Esta
tendencia es tan fuerte, que á pesar de la exal-
tación del sentimiento religioso, que mira con
desdén los bienes de este mundo, las Ordenes
monásticas empezaron á poseer; eran como fa-
milias cuyos bienes estaban vinculados. En
los mendicantes la regla mandaba vivir de
limosna, ideal que supongo no lo será para los
reformadores, ni debe serlo para ti, porque lo
que en algún caso, y para un número corto
de personas, puede ser una virtud, es un im-
posible para la generalidad. Como productor,
el comunismo monacal existió mientras la fe
religiosa se mantuvo muy viva; mientras una
gran tensión de espíritu, enteramente excep-
cional, pudo contrarrestar las leyes de la na-
turaleza humana; apenas esta tensión dismi-
nu3^ó, las Ordenes monásticas produjeron me-
nos, concluyendo por no producir nada. Y
cuenta con que ese comunismo pudo vivir
porque estaba en una sociedad que no era co-
munista y le enviaba de continuo los elemen-
tos de vida que en sí no podía tener. ¿Cómo
pudo existir el tiempo que duró? Porque el
fraile no tenía familia ni personalidad. La cel-
da es posible para el célibe; el hombre casado
necesita casa. El que es solo, puede hacer vo-
to de pobreza; el que tiene familia, debe hacer
voto de riqueza, es decir, de ganar honrada-
mente y de economizar cuanto le sea posible,
CARTAS A UN OBRERO 403
á fin de que sus hijos pequeñuelos, sus padres
ancianos, su mujer, su hermano, imposibilita-
do tal vez, su familia, en fin, no carezcan de
lo necesario. En el monje, que quiere decir
solitario, puede ser ima virtud la pobreza; en
el hombre que tiene familia, sería una falta, y.
en ciertos casos hasta un delito, porque á los
que nos han dado la vida y á los que la han
recibido de nosotros, les debemos aquellos au-
xilios materiales y morales, sin los que la vi-
da es un imposible ó una desgracia; auxilios
que no podemos prestar si nada poseemos.
He dicho que el comunismo monacal pudo
existir, no sólo porque el religioso no tenía
familia, sino porque no tenía personalidad^ y
debemos fijarnos mucho en esta última cir-
cunstancia. ¿Por qué el monje, como consu-
midor y de lo que para su uso recibía, no eco-
nomizaba ni acimiulaba sus economías, de mo-
do que llegase á constituir propiedad? Esto
consistía, no sólo en que no era esposo, ni pa-
dre, ni hijo, sino en que no era hombre.
Muerto para el mundo, no tenía voluntad ni
libertad; la obediencia era su ley, y borrar to-
da individualidad, el colmo de la perfec-
ción. Insisto sobre esto para que veas si la
práctica comunista estará fuera de la naturale-
za humana, cuando á un comunismo enclava-
do en una sociedad que se fundaba en la aprcf-
piación, de la cual recibía vida, y sostenido
por la exaltación del sentimiento religioso, no
le bastó suprimir la familia, tuvo que supri-
mir también la persona, el hombre, cuya ten-
404 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
dencia irresistible le lleva á poseer. Todo ei
que es dueño de sí, aspira á ser dueño de algu-
na cosa; la propiedad de las cosas materiales,
es la consecuencia á la vez y la condición de
la libertad en el orden moral y en la esfera de
la inteligencia.
Debo hacer aquí una protesta, no sea que-
por acaso interpretes mal mis palabras. Lejos-
de mí la impía vulgaridad de dirigir calum-
nioso insulto á tantos sabios, á tantos gran-
des hombres, á tantos mártires y á tantos san-
tos como han producido las Ordenes monás-
ticas; esto, siempre injusto, sería hoy vil: si los
he citado, es para probar que no se puede 5tí-
priniir el propietario sin mutilar al hombre.
Me parece que de lo brevemente expuesto se
infiere con bastante claridad, que aunque pu-
diera existir la producción comunista, el con-
sumo haría propietarios.
También vo\^ á llamarte la atención sobre un
hecho que no deja de ser notable. Para la cons-
titución de un Estado, ó su administración, ó
sus leyes penales, se necesita que la opinión
sancione el cambio, si no lo hace un déspota;
pero cuando se trata de poner en común el
producto del trabajo, los ahorros del consumo,,
la vida económica, en fin, no hay ley que lo
prohiba, ni la opinión sería un obstáculo. ¿Co-
mo, pues, los comunistas, bastantes en número
para formar colonias, no ponen en práctica
sus teorías? Si á su parecer el no estar la so-
ciedad toda bajo la ley comunista, tendría al-
gunos inconvenientes para el ensaj^o, les ofre-
CARTAS A UX OBRERO 40 :
•cería en cambio la inmensa ventaja de poder
dejar en ella los elementos inútiles y los per-
turbadores, los imposibilitados y los crimina-
les; ventaja que, bien considerada, superaría
todos los inconvenientes. ¿Cómo, pues, los co-
munistas válidos y honrados no se reúnen para
poner en práctica la teoría? Ensayo de comu-
nismo verdadero, puro, no ha llegado á mí no-
ticia ninguna; los que se han hecho de comu-
nismo mixto y vergonzante, han salido mal.
No tengo yo por argumentos concluyentes los
hechos; pero éste que te cito no deja de ser
significativo.
Así como ya vimos que no debe confundirse
la ASOCIACIÓN con el sociai^ismo, debemos
notar que el que existan cosas comunes no
quiere decir que haya comunismo. Comunes
deben ser aquellas cosas que puedan serlo con
'ventaja de la comunidad. Paseos, caminos, bi-
bliotecas, museos, establecimientos de ense-
ñanza y de beneficencia, etc., deben perte-
necer á todos. Es de desear que estos bienes
■comunes sean más cuantiosos cada vez, aumen-
tando y mejorando las escuelas, estableciendo
gimnasios, baños públicos y hasta diversiones
honestas, que sean para la higiene del alma
lo que los paseos son para la del cuerpo. Estos
y otros objetos de propiedad común, lejos de
ser hostiles á la propiedad privada, la favore-
■cen, porque generalizando la instrucción, com-
batiendo la inmoralidad y las enfermedades,
se aumenta la facilidad de llegar á ser propie-
tario honradamente, y se disminuye la de ha-
4o6 (>BRAS DE DOÑA CON'CEPCIÜN ARENAL
cer forhma por medios reprobados. Los inúti-
les esfuerzos que se hagan para establecer el
comunismo, serían bien dirigirlos á que fueran
comunes todas aquellas cosas que pueden ser-
lo y que han de contribuir á que el hombre
se perfeccione y haga más apto para adquirir
propiedad. Es doloroso, Juan, para los que bien
te queremos, ver la vida que te hacen malgas-
tar en perseguir quimeras, á riesgo de que te
suceda lo que al desdichado que, por empeñar-
se en coger la luna, se cayó en un pozo.
Hace años se ha tomado una medida deplo-
rable, la de vender los bienes de Propios, en
tre los cuales se han incluido muchos de apro-
vechamiento connln, cuyo producto era de to-
dos los vecinos del pueblo á que pertenecían.
Y ¿sabes la razón que para esto se dio, y, sea-
mos sinceros, la razón que había? Que la co-
munidad era mala administradora, que des-
truía su hacienda, y había que ponerla en tute-
la como á un menor ó un pródigo. Siempre
lo mismo, Juan: se menoscaban los intereses-
del pobre porque no los entiende bien; el infe-
liz que hoy se duele de no poder cortar una
rama para calentarse, porque el árbol tiene
dueño, se olvida de que cuando el monte era
de propiedad común, lo talaba. Y vo creas que
en decir esto hay exageración; ahora mismo,
los que tienen ganados, queman los montes
para aumentar el pasto.
No apruebo, por regla general, la venta de
los bienes de Propios; tengo más simpatía con
el pobre desvalido que con el rico propietario,.
CARTAS A ÜN OBRERO 407
pero no dejo de ver en esta medida, como en
otras, el resultado de la ignorancia egoísta de
las masas, y de comprender que mientras no
suba el nivel de su inteligencia y de su mora-
lidad para comprender bien sus intereses, és-
tos saldrán perjudicados, ni más ni menos que
sucede á los individuos que las componen.
Si la razón condena el comunismo, no puede
absolverle la historia, porque sólo interpretan-
do mal una de las dos, puede decirse que la
ciencia y la experiencia se contradicen. Los
comunistas, como esas personas que, no muy
seguras del propio mérito, cifran en el de los
ascendientes su orgiillo, quieren escudarse con
una larga genealogía, que inventan al tiempo
de citarla; solo la falsa interpretación de los
hechos puede llevarles á autorizar su doctrina
con ejemplos del pueblo hebreo, de Esparta,
de Roma, de los primeros cristianos, y de los
protestantes y demás sectas religiosas que se
han separado de la Iglesia.
En el pueblo hebreo, lejos de que nada hu-
biera parecido á comunism.o, la propiedad tenía
un carácter religioso y una inmutabilidad que
la ponía á cubierto de todo ataque, no bastan-
do á destruirla, ni la voluntad del propietario,
que no podía vender sino cuando más por cin-
cuenta años, al cabo de los cuales llegaba el
del juhileo, y toda propiedad volvía á su se-
ñor. Cada propietario hebreo era una especie
de mayorazgo que sólo podía enagenar por un
tiempo dado sus haciendas. Los que, si no
comunidad de bienes, han visto allí al menos
4o8 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
igualdad, se han olvidado que los judíos, co-
mo todos los pueblos de la antigüedad, tenían
clases sociales diferentes, que jamás podían
llegar á confundirse. ¿En qué se parece esto
á igualdad ni á comunismo?
En la Judea hubo una especie de comunidad
religiosa, la de los esenianos, en la cual algu-
nos han creído ver un feliz ensayo de comu-
nismo: nada es menos exacto. Aquéllos eran
unos solitarios de costumbres puras, de vida
austera, célibes la mayor parte, sujetos á una
disciplina inflexible, sin esclavitud, pero con
una jerarquía graduada y clases que no se con-
fundían; despreciadores de las riquezas, eran
comunes el trabajo y los bienes; arrojaban de
su seno á todo el que cometía faltas graves; te-
nían tres años de noviciado, y cierta analogía
con los primeros cristianos, aparte del orguUo
de que se les acusa, y que les daba cierta seme-
janza con los estoicos.
No es cierto, aunque te lo afirmen los que
quieren convertir la historia en una especie
de testigo falso, que estos y otros grupos de
hombres que han vivido en común, hayan
sido los precursores del comunismo. Los pita-
góricos, los cenobitas, los anacoretas, eran
hombres dominados por una idea, que sentían
en sí un fuerte impulso de reacción contra el
vicio, la impiedad ó la ignorancia general; que
se agrupaban para consagrarse á la virtud, á
la religión ó á la ciencia; poniendo en común
sus esfuerzos y sus medios, medios que habían
recibido de sociedades fundadas en el derecho
CARTAS A UN OBRERO 409
áe propiedad, á las cuales no cedían la suya
colectiva, y que arrojaban á los infractores de
su severa disciplina. Toda comunidad, para no
perecer, necesita renovarse con los neófitos
que le da la familia, recibir la sabia de la pro^
piedad, y poder arrojar de su seno al criminal
ó al vicioso que la perturbaría; por donde
comprenderás el error de los que buscan en
las comunidades, con este ó el otro nombre,
precedentes y autoridades para el comunismo.
También suelen presentarte como ejemplo
práctico de él, un famoso pueblo de la anti-
güedad, Esparta. Componíase esta nación de
guerreros que abrumaban á una multitud de
míseros esclavos; era la ciudad como un gran
cuartel, frecuentado por mujeres deshonestas,
que, juntamente con los soldados, mantenía
un pueblo oprimido por la esclavitud más ho-
rrible y sangrienta. Éste debía ser muy traba-
jador y morigerado, porque á pesar del yugo
que le oprimía, de las vejaciones que soporta-
ba, de verse obligado á mantener en la ociosi-
dad un ejército relativamente numeroso, y de
no tener más industria que la agrícola, ni ar-
tes, que estaban proscritas, ni comercio exte-
rior ni casa interior; á pesar de todas estas
circunstancias, se multiplicaba. Los esclavos
-que le componían se llamaban ilotas: cuando
su número parecía excesivo é infundía temor
de que, envalentonados por él, tratasen de
rebelarse, los cazaban, 3^ la juventud de La-
■cedemonia preludiaba con esta hazaña una vi-
da de combates, de rapiñas, de sangre. Estos
410 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
soldados, señores de la tierra, se la distribuían
con cierta igualdad, comían el rancho en co-
mún, y contribuían á él con una cantidad
de alimentos, lo cual ha dado, sin duda, lugar
á que se diga que en Esparta se estableció el
comunismo. Aunque realmente no existía allí,
el aparente é imperfecto que hubo en aquel
ejército, llevó este acompañamiento inevitable:
Trabajo forzado y explotación tiránica.
Proscripción de las ciencias, las artes, la
industria y el comercio.
Perversión de costumbres.
Y ¿cómo se explica que un pueblo en que
había todo esto ha vivido fuerte y temible y
temido algunos siglos, y lo que es más, la
historia ha escrito su nombre con respeto,
poniendo sobre sus hijos la corona inmortal
del héroe? Yo creo, Juan, que el prestigio de
Esparta, donde había tantas cosas repugnan-
tes, inicuas, abominables, consiste en que sus
hijos, durante mucho tiempo, despreciaron la
muerte \' amaron la patria. El instinto de la
vida es una cosa tan general y tan poderosa,
que el hombre que la desprecia, sea el que sea,.
aun el mayor criminal, impone; y el amor á la
patria una cosa tan santa, que purifica y eleva
al que le siente, é inspira respeto y admiración
al que le contempla. Esta virtud y aquélla cua-
lidad motivan el juicio que se ha formado de
Esparta, así como el error de que allí existió
el comunismo, se explica por el olvido del ver-
dadero pueblo, 3^ algunos actos de la vida
hechos en común por el ejército opresor, que
CARTAS A UN OBRERO 411
se tenía y era tenido sola y exclusivamente
como nación.
En cuanto á Roma, sas luchas entre plebe-
yos y patricios, entre esclavos y señores, sus
proscripciones, sus matanzas, jamás tuvieron
tendencias comunistas, enteramente contrarias
al modo de ser de aquel pueblo, sino que se
proponían cambiar la distribución de la pro-
piedad, evitar su acumulación monstruosa^
efecto de la conquista y de la rapiña, impe-
dir que el hombre formase parte de ella, ó
arrancarla por fuerza á los que por fuerza la
habían adquirido.
Ha llegado á decirse ¡ que no se dice ! que el
Divino Maestro ha enseñado el comunismo.
Jesús no enseñó ni el comunismo ni el socia-
lismo, ni la propiedad, ni sistema alguno so-
cial ni político, sino el amor, la abnegación,
la justicia, la perfección, en fin. ((Buscad el
reino de Dios y su justicia, 3- todas las demás
cosas se os darán por añadidura». Jesús no
formó escuelas ni gobiernos, sino individuos
virtuosos dirigiéndose á lo íntimo, á lointerno,
á lo profundo del corazón, del sentimiento,
del juicio, que es de donde arrancan las ver-
daderas reformas, en vez de pretender hacer-
las sin modificar á los hombres.
Pero si el Salvador no condenó ni aplaudió
sistema económico, su moral y su vida y los
preceptos del Decálogo, que no destruyó, sino
completó, ponen bien de manifiesto su doctri-
na respecto de la propiedad y la familia. No
hurtar, honrar padre y madre, son condena-
412 OBRAS DE DONA CONCEPCIÓN ARENAL
ciones contra el comunismo. Lo que ha indu-
cido á error son las duras palabras que ha
dirigido á los ricos. Nota lo primero, que las
empleó contra los ricos, no contra los propie-
tarios, y después que las riquezas fueron seña-
ladas como obstáculo á la salvación, obstácu-
los que debían superarse con la pureza y la
pobreza de espíritu. Lo que Jesús predicó fué
la moral que veda adquirir por malos medios;
el amor que no permite gozar con el fruto de
los dolores; la abnegación y el sacrificio que
impulsan á privarse de un bien porque otro
le disfrute, y á inmolarse por salvar á nues-
tros hermanos: y en fin, la pureza y la perfec-
ción más sublime. ¿Hay en esto algo que se
parezca á constituir la propiedad de este ó
del otro modo?
También han creido algunos visionarios ver
comunistas en los primeros siglos de la Igle-
sia, equivocando el comunismo con la comu-
nidad y la comunión, es decir, suponiendo una
constitución de la propiedad distinta, ó su
negación, en lo que era desprenderse de ella
por la limosna, ó llevarla al fondo común de
una congregación de fieles que era como una
extensa familia. Y así y todo, esto debió ser
raro aun en las primeras iglesias, porque los
apóstoles en sus epístolas se quejan de lo re-
ducido de las ofrendas, y se ven en la necesi-
dad de estimular á los fieles para que sean
mayores, hablando siempre de"^deber moral y
religioso, y nunca de sistema económico ni
constitución distinta de la propiedad.
CARTAS Á UN OBRERO 413
Viniendo á siglos posteriores, ni Pelagio,
ni Wiclcff, ni Juan Huss, ni Lutero, ni Cal-
vino, ni otros muchos herejes y protestantes
de quienes se ha dicho que habían atacado el
derecho de propiedad, se pronunciaron con-
tra él; por el contrario, muchos de ellos hi-
cieron alianzas con grandes propietarios, prín-
cipes y reyes que seguramente no los hubie-
ran auxiliado á ser comunistas. Los únicos
que con algún viso de razón pueden ser llama-
dos así son los anabaptistas. Aunque no crea-
mos todo el mal que se ha dicho de esta secta,
porque debe leerse con desconfianza la historia
escrita por enemigos triunfantes, aparece bas-
tante claro:
i.° Que su negación de la propiedad fué
apasionada, iracunda, salvaje, puesto que se
redujo, en teoría, á declamaciones niveladoras;
en la práctica, á la expoliación, sin sistema
económico que sustituyese al que pretendían
destruir, ni organización del trabajo, de la
producción, de la distribución y consumo, que
diese idea de que ellos tenían alguna de la ra-
dical reforma que predicaban.
2.° Incapacidad esencial para formar una
sociedad civilizada, por la negación de aque-
llos principios sin los cuales toda racional y
progresiva agrupación es imposible.
3.° Arbitrariedad y tiranía sin límites en
los inspirados, legisladores de las conciencias
y jefes administrativos y militares, que hacían
las distribuciones, imponían penas y manda-
ban ejércitos.
414 OBRAS DE ÜOXA CONCEPCIÓN' AREXAL
4.° Disminución de trabajo, y por consi-
guiente, de la producción.
5.° Relajación de las costumbres.
Por más benevolencia que se lleve al juicio
de los comunistas que fueron arrojados de
Suiza, que invadieron los Países Bajos y Ale-
mania, y dominaron muy poco tiempo en Mul-
hausen y en Munster, no se les puede defen-
der de los cargos que te dejo enumerados, y
que los convierten, no en un precedente hon-
roso, sino en un deplorable ejemplo.
La dominación de la Compañía de Jesús en
el Paraguaj' ha sido confundida por algunos
con el comunismo, del cual, ciertamente, no
podía estar más distante. Lejos de que los
bienes fuesen comunes, el único propietario
era la Compañía, que distribuía á cada colono
su tarea y su ración, y era como el tutor de un
pueblo de menores. Si ejerció bien ó mal la tu-
tela, cuestión es muy controvertida y no para
tratada en este lugar: sólo si, te apuntaré que
la gestión económica del Gobierno, que lo era
todo, no pudo plantearse sino con estas con-
diciones:
i.'^ Preponderancia del sentimiento religio-
so, que permitió formar un gobierno teocrático.
2.^ Inferioridad de los gobernados por su
ignorancia, y probablemente por su raza, res-
pecto de los gobernantes.
3.* Una autoridad sin límites en el jefe
del Estado, y una obediencia ciega en los sub-
ditos, que moralmente se constituían en ^'o-
luntaria servidumbre.
CARTAS Á UN OBRERO 415
Dime con tu buen sentido si de aquí pueden
sacarse consecuencias favorables al comunis-
mo, ni hacerse aplicaciones á pueblos descreí-
dos, celosos de su libertad y de su autonomía,
de la misma raza y no inferiores á sus gober-
nantes. La única lección provechosa que pue-
des sacar de estos ejemplos por lo tocante al
asunto que tratamos, es que la gestión econó-
mica del Estado exige siempre en todas par-
tes, y cualesquiera que sean las circunstancias
que la acompañen, una autoridad arbitraria y
sin límitcb.
Por esta rápida reseña podrás comprender el
valor de los hechos que te citan á veces en
favor del comunismo los que acuden á la his-
toria, no como á experimentada consejera,
sino para utilizarla como arma de combate.
Las cosas imposibles en teoría no pueden ser
hacederas en la práctica.
íAs £^¿-e ay¿V9 a/¿V9 -^^^-^ s-^^Vs e^^Vs riy/;-i> s- í^ í^2.^ eVífS a^_^-í) a^};^ aA^s e/frj-' i-;^^
eAs e^V-j a^Xs e/)va e/,-s ^(Ns e>/\í> e--"^ VM í^^va e4^ e4--9 «As aXs •-^T-' '^^»
CARTA TRIGESBIOTERCERA
De la autoridad.
Apreciable Juan: Hoy debemos ocu])arnos en
la autoridad, que suelen personificar en uno ó
muchos hombres que mandan.
Si la humanidad anduviera, aunque despa-
cio, sin volver atrás, estaría ya mu}' adelan-
te; pero es el caso que por avanzar sin pru-
dencia, retrocede sin tino, como viajero que
no tiene guía ó navegante que carece de brú-
jula. Acciones y reacciones; saltos en direc-
ciones opuestas; en prueba de que dos y dos
no son seis, sostener que son cinco, es lo que
se ha observado en todos tiempos y puede ob-
servarse en el nuestro. Combatir un extravío
con otro y un error con el opuesto, no es el
camino que enseña la lógica, pero suele ser el
dfe la pasión, y por eso se tarda tanto en com-
prender la verdad y en realizar la justicia.
Hay épocas en la historia, (y la nuestra es
una de ellas) en qiie todo raciocinio parece en-
gendrado por una reacción, y en que todo mal
quiere cortarse de raíz. En esto de desarraigar
modos de ser de la sociedad, es necesario, Juan,
2?
41 S OBRAS DE 0OXA COX'Cl.PCIÓX ARENAZ
reflexionar un poco para no extraviarse mucho.
En primer lugar, ten muy en cuenta que una
cosa absolutamente mala, es decir, sin mezcla
ninguna de bien, es difícil que sea institución
social, y más que se perpetúe; tan difícil, que
solamente como excepción rara puede citarse
en la historia.
Alguna vez se apodera de 'los hombres una
especie de vértigo, ó se sienten acometidos de
epidemia moral; pero esto, como te digo, es ra-
ro; lo que comúnmente sucede es que todas las
cosas que han sido, tuvieron, no sólo su motivo,
sino su razón de ser, y que han producido una
suma mayor ó menor de bienes.
La primera consecuencia de esta sencilla ver-
dad comprobada por la historia, es hacernos
justos con las cosas y con las personas, no des-
preciarlas, aunque procuremos suprimir insti-
tuciones que tuvieron su utilidad y su justicia,
ni mirar como malvados ó como locos á los que
pretenden sostenerlas. Con esto nos colocaría-
mos en una región serena para juzgar y ser
juzgados con imparcialidad; purificaríamos la
atmósfera de las emanaciones de la ira, que cc-
mo el humo de la pólvora no permite ver cla-
ro á los combatientes, y seríamos razonables,
precisamente porque no creíamos tener toda la
razón. Cuando negamos á otro la suya, él nos
niega la nuestra, y de este encadenamiento de
negaciones resultan las luchas tenebrosas, en
que se apaga la antorcha de la verdad.
La segunda consecuencia de no creer que
los hombres han carecido de inteligencia v
CARTAS A UX OBRERO 419
de sentido moral hasta ahora, es tener esta du-
da. Tal institución que fué buena en su tiem-
po, ¿conservará todavía algo bueno aplicable
al nuestro? Puesto que el bien en la esencia es
uno mismo y sólo varía en la forma y condi-
ciones, variando éstas, ¿no podemos continuar-
le, como se hallan después de un incendio los
metales preciosos que el fuego ha podido hacer
cambiar de forma, pero no destruir? K^ta razo-
nable duda daría l:;gar á la reflexión y serv'
ría de freno á los impacientes que creen, ó se
conducen al menos como r crt;veran, que el
modo de llegar primero á an punto es arrojar-
se por un precipicio que está en la línea más
corta.
Y aunque se trate de cosas absolutamente
perjudiciales, al extirparlas, es locura prescin-
dir de los que las tienen por útiles. El árbol del
mal da peligrosa sombra, y ¡ ay del que pre-
tenda desarraigarle sin podarle primero.
Antes de querer variar una institución en
la realidad, es necesario cerciorarse bien de
que está desacreditada en la opinión. No bas-
ta que sea errónea para que la tentativa se
justifique: el error se encastilla; los que suben
al asalto sin estar practicable la brecha, que-
dan en el foso; y los que lo mandan, respon-
sables son ante Dios y la historia de aquéllas
vidas.
Pero supongamos que una institución es ya
absolutamente mala; que está suficientemente
desacreditada; que ha llegado el momento de
suprnnirla. ¿Crees que porque debe destruirse
420 OBRAS DF, DONA CONCEPCIÓN ARENAL
sin demora, puede derribarse sin precaución'^
Ya sabes lo que se hace con una casa vieja.
Aunque esté denunciada, no deja de estar en
pie; sus materiales no desaparecen desde el
momento en que se declara que allí son inúti-
les; cohesión mayor ó menor tienen unos con
otros, y fuerza tendrán al caer, que aplastará
al que sin las debidas precauciones quiera
echarla por tierra. Yo he visto ruinas de anti-
guos castillos que eran un verdadero peligro
para la población sobre la cual amenazaban
desplomarse, pero que no se podían derriliar
sin gastar bastante dinero 3^ encomendar la
obra á persona muy entendida. Lo mismo que
con las ruinas de las obras materiales del
hombre, sucede con las del orden social: si
son grandes y antiguas, para que no se des-
plomen con daño, hay que apearlas con inte-
ligencia. Detrás, de la almena no está el hom-
bre de armas, cierto, pero la piedra, al caer,
es una fuerza y mata. En lo mental y en lo
físico, tenlo presente, Juan, aunque de de-
rribar se trate, es preciso hacerlo con regla,
orden y medida; si no ¡ pobres operarios !
Derribada una institución, hay que sustituir-
la con otra: la sociedad, como el hombre, ne-
cesita albergue, y el albergue suyo, su con-
dición de existencia es la justicia, que ha de
reinar en todas las esferas de la vida y for-
mularse en las leyes que lui poder, llámese
como se quiera, debe hacer cumplir. ¡ Contra-
dicción singular ! Al mismo tiempo que se quie-
re investir al Estado de una monstruosa dic-
CARTAS A UX OBRERO 421
tadura ecünómica, haciéndole gerente único de
la producción, se le niega la autoridad indis-
pensable, no ya para que sea fuerte y pode-
roso, sino para que exista ni aun débil y mise-
rable. Parece como una burla, Juan, que te di-,
gan al mismo tiempo que el Estado va á darte
derecho al trabajo y ser el único capitalista \-
el único juez del mérito y distribuidor de los
productos, con todas aquellas cosas más que
quiere el socialismo que haga el Estado, para
lo cual no le bastaría la omnipotencia, y que
á la vez te inciten á revelarte contra toda auto-
ridad y á combatir todo gobierno. Esto no
se explica por las leyes del raciocinio, sino
por los cálculos culpables de intereses egoís-
tas, por los impulsos de la ira ó por los re-
trocesos de la reacción.
¿El capital no ha hecho todo lo que debía?
Suprimir al capital.
¿La organización de la familia es defectuo-
sa? Suprimir la familia.
¿Se han cometido abusos invocando la reli-
gión? Suprimir la religión.
¿Los gobiernos no cumplen bien? Suprimir
el gobierno.
A un cúmulo de males, una serie de nega-
ciones: á esto se quiere dar el nombre de re-
forma y de progreso, como si el organismo so-
cial no fuera una grande, á veces una terri-
ble afirmación, á la que no es posible sustraer-
se suprimiendo los elementos de la realidad.
Estos elementos, fatales para el que nada cree,
providenciales para el que tiene alguna creen-
422 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
cia, pesan sobre todos como el sol brilla
igualmente sobre los ciegos que sobre los que
ven la luz.
El gobierno es una necesidad absoluta de la
sociedad; la forma puede variar, la esencia es
de ley natural, y, por consiguiente, indes-
tructible. Pero ¿qué es el gobierno? Obligado
á responder, tal vez darías una definición en
el fondo como la siguiente: Gobierno, unos
cuantos hombres de fama equívoca, desacredi-
tados tal vez, que sacan contribuciones, alis-
tan soldados, prohiben algunas cosas malo.<
que se hacen, y matidan algunas biie^ias que
se dejan de hacer. Sin que yo niegue que en
alguna circunstancia la definición pueda tener
mucho de verdad, ni sostenga que nunca sea
en todo mentira, te advertiré que las cosas han
de juzgarse por su esencia y no por la for-
ma que en determinadas circunstancias pue-
dan tener. Ahora reflexionemos un momento
en el por qué el gobierno es una necesidad.
Todo lo que tiene vida tiene organización, y
tanto más complicada, cuando el ser es más-
perfecto. Un montón de tierra, si el viento no
la lleva, si el agua no la arrastra, si la mano
del hombre no la traslada ó transforma, inmó-
vil é idéntica permanece. Que pongas la que
está dentro afuera, ó la de arriba abajo, es
igual; el montón queda el miismo, sus partes
son iguales, y para formar un todo sin vida
no tienen necesidad de ser diferentes ni de
agruparse de este ó del otro modo; todas pue-
den ocupar el lugar de cada una, sin "que el to-
CARTAS A UX OBRERO 423
co varíe: como el montón no tiene vida, no
necesita ninguna especie de organización.
Si en vez de una porción de tierra coges
un árbol y haces una operación análoga á la
anterior, y le vuelves lo de arriba abajo y lo
de fuera adentro, y le trituras y confundes sus
partes, el árbol muere: como tenía vida, tenía
organización; las hojas, las raíces, el tronco,
tenían cada cual su forma y su destino, no
eran iguales; contribuían igualmente á la vida
de la planta, pero desempeñando funciones di-
ferentes.
Si de la planta pasas á un animal, cuanto
iTiás perfecto, menos homogéneo; es decir,
más desiguales son las partes que le compo-
nen, menos puedes sustituir unas con otras y
alterar á tu arbitrio su modo de ser sin que
perezca.
Nota la graduación. El montón de tierra sin
organización ni vida tiene sus elementos agre-
gados, superpuestos: pueden cambiar de posi-
ción á tu voluntad; la posición de las partes,
absolutamente iguales, no altera la esencia del
todo. El árbol puedes todavía podarlo, serrar-
lo; aún retoñará; con precauciones puedes in-
troducir en tierra las ramas, que echarán raí-
ces, y poner al sol las raíces, que echarán ho-
jas; puedes variar mucho de su forma sin des-
truirle. El animal, cuanto más perfecto, es me-
nos modificable á tu voluntad; y al hombre, por
ejemplo, no puedes reformarle á tu capricho,
ni mutilarle sin que perezca.
Vemos, pues, que á medida que la vida se
424 OBRAS DE DONA CONCEPCIÓN ARENAL
eleva, la organización se complica, necesita
más condiciones invariables y se presta menos
á ser moditicada por la voluntad del hombre.
El conjunto de las condiciones sin las cuak-s
muere el animal ó la planta, es la ley necesa-
ria de la -vida; la sociedad la tiene también, y
es locura querer prescindir de ella.
El niño, el adulto, el anciano, la mujer, el
temerario, el prudente, el débil, el fuerte, el
cruel, el compasivo, el pródigo, el económi-
co, el veleidoso, el perseverante, el holgazán,
el trabajador, el inteligente, el estúpido, ele-
mentos son bien distintos que no pueden sus-
tituirse unos por otros; la variedad infinita de
inclinaciones y aptitudes de los miembros que
componen el cuerpo social, que llenan fun-
ciones diversas, prueban con evidencia que la
sociedad es un ser organizado como el animal,
y no un agregado de moléculas como el mon-
tón de tierra. Prueba en el cuerpo social á
sustituir la acción de agentes diversos; á que
el hombre llene las funciones de la mujer, el
ignorante las del sabio, el criminal las del ciu-
dadano probo, y la sociedad perece, ni más ni
menos que un hombre á quien se quisiera ha-
cer respirar con el estómago y digerir con el
pulmón. Esto quiere decir que la sociedad, co-
mo todo organismo, tiene condiciones y leyes
orgánicas. Las condiciones de vida de la so-
ciedad son las mismas que las de los indi-
viduos que la componen, y pueden dividirse
en tres grupos:
Condiciones materiales.
CARTAS A UN OBRERO 425
Condiciones morales.
Condiciones intelectuales.
Albergue, vestido y alimento, afectos, recti-
tud, conocimiento, saber en mayor ó menor
escala, son necesidades del hombre. Pero que
vayas al trabajo ó al templo; que estreches
amorosamente á tu hijo contra tu corazón, ó
sostengas el vacilante paso de tu anciana ma-
dre; que medites sobre alguna verdad ó sien-
tas la inspiración de alguna cosa grande y be-
lla; donde quiera que vas y lo que quiera que
hagas, va contigo tu derecho, y toda acción
y obra tuya ha de ser respetada mientras sea
justa. Sin este respeto, tu vida es imposible en
todo orden de ideas y de acciones; si te tur-
ban, si te acometen, necesitas para defender-
te emplear en la lucha la fuerza que habías
de aplicar al trabajo. Así como el hombre
material, que coma ó que beba, que trabaje ó
descanse, que vele ó que duerma, necesita res-
pirar siempre, por ser el aire una condición
de su vida, del mismo modo el hombre social
necesita justicia, porque sin ella no puede
existir. Se vive mejor ó peor con más ó me-
nos justicia, pero hay un mínimo sin el cual
las sociedades perecen, como los hombres
que se asfixian en los pozos inmundos. En
Oriente hubo imperios de que no queda más
que el nombre; ciudades de portentosa magni-
ficencia, que no se revelan al viajero sino por
columnas rotas ó sepulcros subterráneos. Poco
significan los nombres de los pueblos y de los
reyes que los destruyeron, ni qué armas usa-
426 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
ban: lo que importa investigar y ver claro, y
se comprueba y se ve mirando con un poco de
atención, es que esas sociedades han perecido
porque llegó á faltarles aquella cantidad de
justicia sin la cual los pueblos mueren.
La sociedad hemos visto que no es un agre-
gado, sino un organismo, que no es un mon-
tón, sino una vida; pero esta vida no obedece
en todo, como la de las plantas y los anima-
les, á leyes fatales. El grupo de árboles ex-
tiende sus raíces y sus ramas de igual modo,
siempre que sean iguales la clase de terreno y
la humedad y el calor. Una sociedad de insec-
tos no se aparta de la regla que su instinto le
revela; las abejas y las hormigas de hoy viven
absolutamente lo mismo que hace veinte si-
glos, y como vivirán cuarenta después. Obe-
decen á una ley fatal como los astros, y se
pueden calcular sus movimientos en el aguje-
ro ó la colmena, com.o los de la luna en
el espacio: la ley de su existencia se cumple
fatalmente; no hay necesidad de que nadie se
encargue de hacerla ejecutar, porque no hay
ninguno que pretenda infringirla.
En la sociedad humana entran nuevos ele-
mentos: los seres que la componen, no sólo
tienen vida, sino que tienen además voluntad
justa ó injusta; y esta circunstancia, que de vi-
viente eleva al hombre á la categoría de per-
sona, hace necesario un poder que sujete las
voluntades injustas á la ley de la vida social.
La hormiga nada hará que no esté conforme
al bien del hormiguero; pero el hombre pue-
CARTAS A UX OBRERO 427
de hacer y ejecuta muchos actos perjudiciales
a la sociedad, y á veces destructores de ella.
El que con voluntad perseverante se apodera
de lo que te pertenece, calumnia tu buen pro-
ceder ó atenta contra tu vida, necesita una
fuerza que le contenga, y una ley que deter-
mine hasta dónde y cómo esta fuerza ha de
obrar, para que ella misma no cometa injus-
ticia al querer evitarla. Siendo el hombre due-
ño de sus acciones, teniendo libertad moral,
con sólo que hubiese uno dispuesto á abusar de
ella, haría necesarios el poder y la ley que de-
be aplicarla. La voluntad injusta de un ladrón,
de un incendiario, de lui lascivo, de im asesi-
no, si no encontraba freno, bastaría para tur-
bar la existencia de un pueblo entero y hacer-
la imposible. Cuando este freno no le pone la
sociedad, le pone el ofendido; donde quiera
que no hay justicia, hay venganza; es preci-
so que la haya, porque es indispensable que
halle obstáculo la intención criminal y pertur-
badora.
Épocas ha habido en que la justicia se toma-
ha por la mano; pero esto, en vez de ser un
ideal del porvenir, es una desdicha de lo pasa-
do. La tiranía del más fuerte y la guerra con-
tinua, son la inevitable consecuencia de un po-
der social impotente para realizar la justicia.
Cuando los pueblos han salido del laberinto
ensangrentado que se llama satisfacción de la
ofensa tomada por el ofendido, vestigios que-
daron de su aciago reinado en la arbitrarie-
dad con que se clasiñcaban los delitos, en la
42S OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN AREXAI-
crueldad con que eran castigados, y hasta en
la satisfacción que se concedía á la concien-
cia general, dando á la justicia el horrible
nombre de venganza piiblica. Limitar la auto-
ridad }'■ el poder en todo aquello que puede ser
beneficioso, es volver á los tiempos bárbaros;
el progreso consiste en disminuir la fuerza del
crimen y del vicio, y no la del gobierno.
Apenas hay necesidad de indicar la desven-
taja de que sea el inmediatamente perjudica-
do, y no la sociedad, quien ponga coto á los
desmanes del perverso. Figúrate un ladrón,
que mientras trabajas te roba tu única chaque-
ta. Natural es que te indignes contra el pica-
ro que, mientras ganas penosa y honrada-
mente el pan de tu familia, te priva de tu
abrigo para venderle por un vaso de aguar-
diente. Huye: hechas tras él; á la indignación
que su mal hecho te ha causado, se añade la
de la resistencia que opone á que le castigues;
le das alcance al fin, y como suele decirse, te
ciegas, le maltratas duramente; sino ha}' quien
se interponga entre ambos, tal vez le das un
golpe mortal. ¿Te parece que el robo de una
chaqueta es razón para matar á un hombre?
Seguramente que no, ni tú lo harías á sangre
fría; pero acalorado, es inevitable aquel abu-
so de la fuerza con el que no respetó el de-
recho. Si te contienes y no tocas al ladrón,
entonces éste se irá riendo de tí, y muy ani-
mado á repetir una acción lucrativa sin tra-
bajo ni peligro. El ofendido no puede ser
justo:
CARIAS Á UX OBRERO 4-9
I." Porque la cólera no le deja apreciar la
criminalidad del hecho.
2." Porque no tiene medios de investigar-
ías causas que pueden disminuir ó agravar
esta criminalidad; ya comprendes la diferen-
cia que va de robarte la chaqueta para em-
briagarse, ó para ponérsela al enfermo que ca-
rece de abrigo.
2,." Porque no tiene medio de sujetar al
malhechor, de lo cual resulta que la alterna-
tiva es un castigo brutal y excesivo, ó la im-
punidad; además, este castigo pervertirá, en
vez de corregir al criminal, como debe inten-
tarlo toda persona.
4." Porque puede no ser una cosa clara, 6
ignorarse absolutamente la persona que ha co-
metido el delito; tú no tienes medios de ave-
riguarlo, y hay probabilidad de que quede im-
pune ó de que castigues á un inocente.
De todo lo expuesto, aunque brevemente,
resulta:
I.'' Que la sociedad no es una agregación
inerte, sino un cuerpo con vida.
2.'* Que la vida de la sociedad, como la de
todo ser viviente, tiene condiciones que for-
man la ley de su existencia.
3.° Que esta ley de existencia social es la
justicia en mayor ó menor dosis, pero siem-
pre con un mínimum indispensable.
4.'^ Que la realización de esta justicia nO'
puede hacerse por el ofendido ni aun por el
que no lo sea y esté atenido á sus medios in-
dividuales.
430 OBRA3 DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
5." Que se necesita una ley que evite á la
vez la arbitrariedad y la impunidad, la cruel-
dad y la mayor perversión del culpable, y un
poder que tenga fuerza para ejecutar la ley.
6.° Que este poder es el Estado, cuyo ór-
gano es el gobierno.
7.° Que el gobierno, con una ú otra forma.
no es un error ni un abuso, sino una necesi-
dad.
Pero el Estado, el gobierno, que es su ór-
gano, considerado solamente de la manera
que acabamos de hacerlo, parece tener por
único objeto la represión, y quedar reducido á
mandar la Guardia civil, nombrar jueces y
construir cárceles y presidios. No ha faltado
quien así lo considere; sólo en enfrenar la ínala
voluntad, sino en auxiliar la voluntad buena,
de tal modo, que el perverso encuentre obs-
táculos á su criminal intento, y el hombre hon-
rado facilidades para ser mejor y más dichoso:
la perfección del hombre y sn bienestar son el
■objeto final de todas las instituciones humabas.
Aunque sea de paso, te haré notar que dicha
y perfección, son, ó dos fases de una misma
cosa, ó dos cosas tan íntim.amente enlazadas,
que pueden comprobarse una con otra. La fe-
licidad que no perfecciona, es mentira; la per-
fección que hace desgraciados, no es verdad.
La razón del poder del Estado, y por consi-
guiente del gobierno, si la analizamos, da idea
de su índole. Esta razón es la libertad moral
del hombre, su voluntad, que puede ser justa
•ó injusta. Cuando el hombre hace mal uso de
CARTAS A UX OBRERO 431
SU libertad y es culpable, en el concepto de tal,
es inferior á los animales y hace necesaria la
fuerza que le obligue al cumplimiento de la ley
.de existencia de su especie; de aquí la necesi-
dad de la represión.
Pero cuando el hombre hace buen uso de su
Aoluntad, se eleva muy por encima de los otros
vivientes. Esta voluntad recta, además de jus-
ta, puede ser y es á veces elevada, sublime, de
tal modo, que no solo produce ciudadanos hon-
rados, sino genios de altas aspiraciones, propa-
gadores de grandes ideas y mártires de causas
santas; de aquí la justicia del auxilio, de la
protección, en algunos casos, de la iniciativa
del Estado para realizar nobles y fecundos pen-
samientos en todo aquello que no pueden llevar
á buen término los medios de que dispone el
individuo. Así como el poder debe reprimir
toda tendencia al mal, está obligado á favore-
cer todo impulso hacia el bien; debe aspirar
toda emanación benéfica, recoger todo rayo lu-
minoso de verdad, para formar un foco pode-
roso que lleve á donde quiera los resplandores
de su luz; debe escuchar toda voz que formule
un pensamiento fecundo, 5^ responder á toda
razonable interrogación, de tal manera que
contenga, aisle y debilite las actividades perju-
diciales, y acumule, condense y fortifique las
útiles. Podemos definir el Estado, la fuerza de
todos para contener lo que hay de víalo y for-
tificar lo que tiene de bueno cada uno.
Tan errónea es la opinión que quiere que el
Estado lo haga todo, como la que pretende que
432 OBRAS DE DOÑA CON'CKPCIOX ARENAL
no haga nada; error que viene de no formarse
idea exacta de lo que es el Estado y de lo que
es el gobierno.
No escuches á los predicadores de anarquía,
ni acudas á los llamamientos que te hacen para
combatir todo poder y negar toda autoridad.
Purificar el poder, perfeccionarle, es alta mi-
sión de hombres racionales; destruirle, es im-
posible empresa de insensatos. Persuádete,
Juan, de esta verdad, y tenia siempre muy
presente: El medio más seguro de tener
EL PEOR GOBIERNO POSIBLE, ES EL EMPEÑO
DE NO TENER NINGUNO.
eAí) eAg ¿As S/^Va éy^Va elte ¿Á^ eyAis
1^ e/|^ e|a e|s e|^ e^^ ^^ ^}s ^^ ^|^ e|3 e^s e|j
CARTA TRIGESIMOCUARTA
lia patria.
¡La patria! ¿Qué es la patria? Al procurar
responder á esta pregunta, se me viene á la me-
moria una sentida composición del señor don
Ventura Ruiz Aguilera, y pareciéndome que
saldrías perdiendo mucho si yo te dijera en vul-
gar prosa lo que él tan bellamente ha dicho en
buenos versos, te los copio:
LA PATRIA
Queriendo yo un día
Saber qué es la patria,
Me dijo un anciano
Que mucho la amaba :
«La patria se siente ;
No tienen palabras
Que claro la expliquen,
Las lenguas humanas.
Allí, donde todas
Las cosas nos hablan
Con vo/ que hasta el fondo
434 -OBRAS DE DONA CONCKPCION ARKNAI,
Penetra del nhna ;
Allí, donde empieza
La breve jornada
Que al hombre en el mundo
Ivos cielos señalan;
Allí, donde el canto
Materno arrullaba
La cuna que el Antjel
Veló de la Guarda ;
Allí, donde en tierra
Bendita }• sagrada,
De abuelos y padres
Los restos descansan ;
Allí, donde eleva
Su techo la casa
De nuestros mayores. .
Allí está la patria.
II
»K1 valle i^rüfuíido
Y enhiesta montaña.
Que vieron alegres
Correr nuestra infancia ;
Las viejas ruinas
De tumbas y de aras.
Que mantos hoy visten.
De hiedra 3- de zarzas ;
ííl árbol que frutos
Y sombra nos daba
Al son armonioso
Del ave y del aura ;
Recuerdos, am<~-rcs.
Tristeza, esperanzas,
Que fuentes han sido
De gozo y de lágrimas ;
La imagen del templo,
La roca y la playa.
Que ni años ni ausencias
Del ánimo arrancan ;
CARTAS A UN OBRKKü 435
La VOZ conocida,
La joven que pasa,
La ílor que has regado
Y el campo que labras,
Ya en dulce concierto,
Ya en notas aisladas,
Oirás que te dicen :
Aquí está l-a patria.
III
»E1 sucio cjuc pi<ns
Y ostenta las galas
Del arte y la industria
De toda tu raza,
No es obra de un día
Que el viento quebranta
Labor es de siglos
Que el cielo consagra.
En él tuvo origen
La fe que te inflama ;
En él tus afectos
Más nobles se arraigan ;
En él han escrito
Buriles y hazañas,
Pinceles }• plumas,
Arados y espadas,
Anales sombríos,
Historias que encantan,
\' en rasgo indeleble
Tu pueblo retratan.
Y tanto á sú vida
La tuya se enlaza.
Cual se une en árbol
Al tronco la rama.
Por eso, presente
O en zonas lejanas.
Doquiera contigo
Prt siciiipic la patria.
436 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
IV
))No importa que al hombre
Su tierra sea ingrata ;
Que peste y miseria
Jamás de ella salgan ;
Que viles verdugos
La postren esclava,
Rompiendo las leyes
Más justas y santas;
Que noches eternas
Las brumas le traigan.
Y nunca los astros
La luz deseada.
Pregunta al proscrito.
Pregunta al que vaga
Sin pan y sin techo
Por tierras extrañas,
Pregunta si pueden
Jamás olvidarla.
Si en sueño ó vigilia
Por ella no claman.
No existe, á sus ojos,
Más bella morada ;
Ni en campo, ni en cielo,
Ninguna lo iguala.
Quizá, unidos todos,
Se digan mañana :
/ Mi Dios es el tuyo ;
Mi patria, tu patria!
Esto es la patria para el corazón; al que no
le tiene, es inútil hablarle de ella; es un ser
moralmente imperfecto y mutilado. Pero si la
patria se siente; si el patriotismo, más bien que
un raciocinio, es un sentimiento, no quiere
decir esto que sea un absurdo; muy por el con-
trario, la razón le sanciona. Sucede con el amor
CARTAS A UN OBRERO 43^
de la patria lo que con el amor de los hijos: se
siente primero, se motiva después. Siempre
que hay una necesidad imperiosa para la socie-
dad ó para el individuo, la Providencia ha co-
locado un sentimiento ó un instinto, es decir,
un impulso fuerte é instantáneo que obra sin
discutir, y tanto más independiente del racio-
cinio, cuanto es más indispensable.
El hombre respira aun contra su voluntad,
digiere sin saberlo, y cierra los ojos antes de
hacerse cargo de que podría dañarles el obje-
to que á ellos se acerca. Los cuidados que se
dan á los hijos pequeñuelos, y sin los cuales
la especie no podría perpetuarse, no son calcu-
lados tampoco: los padres, y las madres sobre
todo, hacen por amor lo que por cálculo no
harían nunca. La razón del hombre, su noble
compañera, su divino atributo, está sujeta á
los desvarios del error y á las flaquezas de la
voluntad, y por eso no se le encomienda exclu-
sivamente ninguna función esencial á la vida
de los individuos ni de las naciones. El patrio-
tismo, ¿es una de estas cosas esenciales de los
pueblos? Nos será fácil probarlo.
No estaría poblada la tierra sin el amor ins-
tintivo que tiene el hombre al lugar donde na-
ce. Sólo aquellos favorecidos por la naturaleza
tendrían pobladores; y en vez de que hoy un
sentimiento, el amor de la patria, establece la
armonía, y el lapón vive dichoso entre sus
eternos hielos, y el árabe en el abrasado desier-
to, habría sangrienta lucha para apoderarse de
las comarcas fértiles y templadas, quedándose
438 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
el resto para mansión de animales feroces. Es-
ta despoblación de las tierras estériles y des-
templados climas, llevaría consigo probable-
mente la extinción de la especie, y de seguro
su falta de cultura y de progreso. Las razas di-
versas, con sus diferencias de nacionalidad, son
para el género humano lo que los diferentes
individuos para un pueblo. Si todos quisieran
ser albañiles, sastres, abogados ó arquitectos,
la obra social sería imposible, porque exige di-
visión de trabajo, y tanto mayor, cuanto la ci-
vilización está más adelantada. De igual modo,
si no hubiera más que un pueblo en la zona
más favorecida, le faltaría la división del traba-
jo humano, no menos necesaria que la del tra-
bajo social; una nacionalidad única produciría
una especie de estancamiento inteleq,tual y mo-
ral; todo progreso sería imposible é inevitable,
por consiguiente, la decadencia, porque la ra-
zón y la historia prueban de un modo eviden-
te, que todo el que no avanza hacia el bien,
retrocede al mal, que permanecer estacionario
es imposible, y que los pueblos necesitan co-
municarse é influirse mutuamente, llevar al
fondo común los elementos de vida que ca-
da cual posee, de modo que se aumente su ca-
pital y se levante el nivel de la moralidad y
de la inteligencia.
Y esto sucede, no solo porque los pueblos
son diferentes, sino porque no están en el mis-
mo período de su vida. La marcha es armónica,
l)ero no simétrica, y el esfuerzo intermiterite,
cuando la labor debe sei e(mtínua. Figúrate
CARTAS Á UN OBRERO 439
una de esas obras que empezadas no pueden
interrumpirse sin perder lo hecho, y en las que
se emplean diferentes cuadrillas para que des-
cansen unas mientras trabajan las otras: tal es
la humanidad. Las cuadrillas son los pueblos;
si á la hora en que se necesita no acude el rele-
vo, la obra no se hace; si no hay diferentes na-
cionalidades, el relevo no puede acudir; y si
no ha}' patriotismo, no puede haber nacionali-
dades diferentes.
Ya ves la razón de ese sentimiento que se
llama amor de la patria, que, como todos se
eleva y se purifica á medida que se ilustra y
se moraliza el hombre. El amor á la patria
en los pueblos de la antigüedad llevaba consi-
go el odio á los que no pertenecían á ella: ex-
tranjero, tanto quería decir como enemigo, y
aun había idiomas en que con una sola palabra
se nombraba á entrambos. El amor de la patria
era también más ó menos hostil de la familia:
.el ciudadano de Roma ó de Esparta absorbía
al hombre; antes que padre de sus hijos era
hijo de la repiiblica.
Esta especie de incompatibilidad entre los
deberes, prueba una gran inmoralidad y una
grande ignorancia; el amor de la familia, de
la patria y del género humano, son armónicos,
y en vez de hostilizarse, se prestarán mutuo
apoyo cuando los hombres sean un poco menos
imperfectos. Si se han podido poner en pugna
las virtudes cívicas y las virtudes privadas, es
porque no se han analizado, es porque no se
ha comprendido que el hombre piíblico nece-
440 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAI,
sita amor, y el hombre privado energía. ¿Basta,
por ventura, para ser hombre de Estado, no
venderse y tener cierta instrucción ? Menguado
poh'tico sería con estas dos solas condiciones, y
desdichado pueblo el gobernado por él. El que
es mal hombre en la familia, no puede ser buen
ciudadano; el padre, el esposo, el hermano, el
hijo perverso, no pueden tener criterio moral,
ni conciencia clara, ni noble impulso, ni perse-
verante esfuerzo, ni aquel resorte poderoso del
espíritu que vence los grandes obstáculos é ins-
pira los grandes hechos.
¿En qué consiste que muchos hombres de
quienes se espera mucho hacen tan poco? En
que no son honrados. No hay más que una
moral; las virtudes y los deberes son armó-
nicos, son rayos de luz que salen del mismo
foco. No creas que será buen diputado ó buen
ministro el que es mal hijo ó mal padre; no
imagines que el empleado concusionario ó el
juez venal sean rectos y probos en la sociedad
y en la familia; ni te figures tampoco que el
hombre que es malo en su familia y malo en
su patria, pueda ser bueno para la humanidad .
El amor de la patria, armónico con el de
la fam.ilia y de la humanidad, es una necesi-
dad humana, como hemos visto, porque sin
él quedaría despoblada la tierra; es una ne-
cesidad social, porque sin él toda obra de
progreso y de perfección sería imposible.
¡ Ay de la humanidad si no hubiera patria !
¡ Ay de la patria si no hubiera familia !
Patria, familia, humanidad, cosas son que
CARTAvS Á i;.\ OBRERO 44 1
no pueden destruir las teorías de ninguna
escuela, pero que pueden ensangrentar y ha-
cer desdichadas la obcecación y las iras de los
partidos. Te predican que fraternices con los
obreros .de todas las naciones: bien está; her-
manos tuyos son y debes amarlos. Pero como
si tu corazón fuera tan pequeño que no pu-
diera ensanchar la esfera de su amor, y como
si en él hubiera un foco de odio inextingui-
ble que fuese necesario lanzar sobre alguno,
la fraternidad para una clase de extranjeros
lleva consigo la hostilidad con otra clase de
compatriotas, y para que tengas humanidad,
te dicen que no tengas patria. Todo esto es
absurdo, Juan; no creas en el amor que no
es más que una sustitución de odio, ni imagi-
nes que ha de ser compasivo con los extraños
el que es cruel con los propios: el hombre es
uno, idéntico así mismo, bueno ó malo para
todos.
Debe aceptarse la verdad donde quiera que
esté, y rechazarse el error en cualquier parte
que se halle. Aplica á La Internacional esta
verdad sencilla; toma de ella el amor á los
extranjeros y no el odio á los compatriotas;
recibe la humanidad, pero no le des en cam-
bio la patria.
Hace pocos años acudías, como de costum-
bre, el día 2 de Mayo, á honrar la memoria
de los que en igual día habían muerto á ma-
nos de los soldados de Murat. Algunos indi-
viduos de La Internacional quisieron hacer
una manifestación contra tu patriotismo; tú
442 OBRAS DE DONA CONCEPCIÓN ARENAL
lo impediste violentaiiieiitc, en lo cual hiciste
mal. Los manifestantes estaban en un error,
pero también en su derecho, que debieras ha-
ber respetado, sin ceder por eso nada de tu
razón. Esta razón era entonces, y hoy, y
siempre, que porque ames á los franceses de
hoy, porque perdones á los de 1808, no por
eso has de menospreciar ni olvidar siquiera
la memoria de los mártires del patriotismo y
del deber. Cuanto más se eleve tu alma, cuan-
to más se dilate la esfera de tus simpatías,
cuanto más cierres tu pecho al odio, cuanto
mejor seas, en fin, de más valor será el ho-
menaje que rindas á los que murieron por el
santo amor de la patria. Si ellos te ven desde
un mundo donde no se aborrece, sólo recibi-
rán gratos la corona que les ofrece tu mano
cuando al tributo de tu amor no vaya unido
ningún impulso de ira.
No hay más segura señal de decadencia en
un pueblo que el menosprecio ó el olvido de
los valerosos que le han honrado. Y ten, Juan,
muy en cuenta que su memoria ha de respe-
tarse, aunque la razón porque murieron no lo
parezca hoy en día. Los hombres han de juz-
garse en la época en que han vivido. Si en
ella fueron probos y desinteresados; si ante-
pusieron el bien público al suyo; si tuvieron
en poco la vida y en mucho la honra, grandes
fueron, y como grandes deben ser tenidos y
ensalzados. Negar el título de bueno al que
no entendió el bien como le entendemos, es
tener un criterio tan mezquino como injusto.
CARTAS A UX ORRERO 443
No pidamos á los lioiubres cualidades que
no pudieron tener en sii época; no tengamos
la fatuidad de tener por caudal propio el fon-
do común de nuestro siglo, que han contri-
buido á formar los mismos que desdeña-
mos. ; Si supieras cuánto debes á los que te
han precedido ! j Si supieras cuántos mártires
se han necesitado para proporcionarte la me-
nor de las ventajas que disfrutas ! Si supieras
cuántas víctimas ha hecho la fuerza para que
puedas hacer valer tu derecho, no olvidarías,
ingrato á los que se inmolaron por ti, no calum-
niarías á los que, muriendo, esperaron en la
justicia de la posteridad; no romperías los la-
zos que deben unir á los hombres buenos de
todos los siglos; y en vez de rechazar con es-
carnio una herencia de gloria, te acercarías,
w?scubierta la cabeza, á las sagradas turabas,
y ellas te dirán: ¡ Hay patria !
IWfffffWffffW
CARTA TRIGESIMOQUIXTA
Conclusión.
Apreciable Juan: Por modestas que sean las
aspiraciones del que para la prensa escribe,
siempre imagina que siquiera ha de tener un
lector. Yo rae lo he figurado también, y he
hablado contigo como un ser real que sufre
y que goza, que teme y que espera, como con
una racional criatura expuesta á caer en el
error y susceptible de penetrarse de la verdad.
Al llegar al término de esta conversación que
contigo he tenido por espacio de dos largos
años, parece como que te había cobrado cier-
ta especie de afecto, pues aunque no seas mr.s
que una idea, con las ideas se encariña uiio
también; por eso al decirte adiós, hub era
querido que fuese como el de dos amigoF que,
después de una discusión razonada, se retiran
sosegadamente al tranquilo hogar, con la se-
guridad que humanamente puede haber de
(lue no les sucederá mal ninguno.
¡ Cuan distinta es la realidad de este mi de-
seo! Donde quiera que te retires v á cual-
440 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARIÍNAI,
quier lugar que yo vaya, hallaremos la inquie-
tud, el desasosiego, la destrucción, la violen-
cia, lágrimas y sangre y muerte; la guerra, en
fin, la más impía de las guerras que se hacen
entre sí los que son dos veces hermanos ( i ) .
Ni nombres propios hemos de pronunciar,
ni traer al debate persona ni cosa que pudie-
ra darle apariencia de parcialidad ó de pasión;
pero si no hemos de acusar, ni dirigir cargos,
ni lanzar anatemas, deber nuestro es consig-
nar las lecciones que con lágrimas y sangre
está escribiendo la historia.
Las circunstancias han venido á favorecer
la lealización de aquellas teorías, que como
panacea de tus males te daban y como erro-
res he combatido. Los hombres de esas teorías
han podido ponerlas en práctica; gobernantes
y legisladores han sido, y se desploman y van
cayendo y caerán bajo el peso de la imposibi-
lidad de realizar lo imposible. ¿Dónde están
esas reformas radicales, esos males cortados de
raíz, esas transfiguraciones sociales, para las
que no se necesitaba, al decir de sus apósto-
les, sino que fuesen poder los que amaban
al pueblo y poseían la verdadera ciencia so-
cial? ¿Cómo no estamos ya constituidos según
las teorías socialistas? Comprendo que en la
práctica pudieran surgir graves dificultades,
como acontece siempre en las transcendenta-
les reformas: esto, ni era cosa de extrañar, ni
(1) Ensangretaban á la sazón á España tres í:::crras civi
es: la de Cuba, la carlisla y ]a llamada cantonal.
CARTAS A T \ OBRERO 447
arguiiiento que de bena fe y con conocimien-
to de causa pudiera hacerse; no se trata, pU2S,
de este ó del otro obstáculo, de aquella infa-
mia ó del crimen de más allá, no: aunque el
llanto enturbie los ojos y cubra el rostro el
color de la vergüenza, es necesario cnju;^ar
las lágrimas y alzar la frente é imponer silen-
cio á las voces del dolor y de la ira, y levanrar
con espíritu imparcial y mano firme el acta
de este terrible debate.
Lo grave para el crédito de los socialistas,
fantásticos creadores del Cuarto Estado, no es
que se haya hecho poco en el sentido de sus
ideas; es que no se ha intentado nada. Fíjate
bien en esto, Juan, porque la gran lección está
aquí; no te hablo de crímenes, ni de horrores,
ni de infamias; te hablo de impotencia absolu-
ta, de no haber adoptado una medida, toma-
do una resolución, formulado un acuerdo, que
realice, que intente realizar siquiera aquellas
teorías de organización del trabajo, conversión
de la i)ropiedad individual en colectiva, etc.
Ni un \uelo atrevido, ni un surco profundo,
ni una prueba de esa sinceridad en el error,
(lue se llama fanatismo y que extravía, pero al
menos no degrada. Los hombres del Cuarto
Estado parece que han perdido la fe en sus
sistemas en el momento mismo en que han esta-
do en situación de '-ealizarlos, como ciegos que
de repente reciben la luz, ó niños que echa-
ran de ver que las pompas de jabón no tie-
nen dentro más que aire. Jamás poder anun-
ciado como revolucionario conservó tan com-
448 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
pleto staiu quo; jamás hombres de sistema,
puestos en el caso de realizarlos dieron tan
claras muestras de no tener fe en él; jamás se
dio tan solemne escarmiento á la credulidad
fascinada. Suprime la orgía política, eso que
escandaliza, que indigna y que da horror, y
el socialismo en el poder y en el santuario de
las leyes, es un cadáver al que no se concederán
los honores de la sepultura.
Aparte de la falta de arranque y de energía
que en tal grado no podía preveerse, todo lo
demás era de esperar. Por abatir una bandera
y levantar otra y hacer unas cuantas afirma-
ciones osadas y negaciones impías, no se con-
vierte en hacedero lo que es esencialmente
irrealizable. Hace meses lo vimos hablando
del supuesto Cuarto Estado. La revolución po-
lítica estaba hecha; la económica no podía ha-
cerse, porque en esa esfera, los cambios, ni
pueden ser repentinos, ni se hacen por medio
de hombres que se amotinan en las calles, que
tiran tiros en los campos ó votan en los comi-
cios ó en las Cortes. Los creadores de estados
sociales imposibles han dicho: (cque el Cuarto
Estado sean, y el Cuarto Estado no fué; y
en la hora más propicia para mostrarle ^al
mundo, cuando desde las cumbres del poder
se podía ostentar victorioso y preponderante;
ha desaparecido como esas sombras que cre-
cen para desvanecerse. La prueba se podía
intentar; ningún obstáculo material lo impe-
día; pero la cosa es tan absurda, que ni aun
le es dado aspirar á los honores del ensayo;
CARTAS A UN OBRERO 449
es un campeón, no derrotado, sino corrido, a
la sola amenaza del contacto con la realidad.
En vez de hacerte un resumen de cuanto te
llevo dicho, voy á presentarte un abreviada
enumeración de las pruebas que la práctica de
los últimos tiempos ha traído á mis afirmacio-
nes. Observemos los sucesos enfrente de las
grandes cuestiones, de aquellas cuestiones ca-
pitales y palpitantes, con que se han fas-
cinado las inteligencias y exasperado los
ánimos, convirtiéndolas en fulminantes de esos
á que se pone fuego, no para abrir una vía,
sino para volar un edificio (i).
Propiedad. — La propiedad no cambia de
constitución, sino tal cual vez de mano.
El maestro había dicho (ó repetido) : aLa
propiedad es el rohon; algunos discípulos di-
cen: ((El robo es la propiedad)), lo cual es su-
mamente lógico. No se da un paso, ni el más
mínimo, para variar la índole de la propiedad;
hay sustitución de propietario, despojo, hechos
violentos que en nada invalidan el derecho,
prácticas que no corresponden á ninguna teo-
ría. Nótalo bien, Juan, porque es de notar.
Mandan los adversarios más ó menos francos
de la propiedad individual, se arman las ma-
sas que poco ó nada poseen; el principio de
autoridad es nulo; no hay más que dar la señal
del despojo, y el despojo se hará impunemen-
te. Los propietarios tienen miedo, carecen de
(1) Esto se escribía en Agosto de 1873, y las Cartas al
obrero habían empezado á publicarse en Mayo de 1871
450 OBRAS DE DOÑA CONCEPCIÓN ARENAL
hábitos militantes, y son los menos; los pobres
son los más; parece que se han contado; no
les repugna la apelación á la fuerza; la ley de
los hombres calla; la de Dios no se escucha:
la tentación atruena con voz que repiten los
mil ecos del escándalo. ¿Cómo hay en Espa-
ña una sola casa donde pueda hallarse^ algún
valor, que no haya sido saqueada? ¿Quién con-
tiene á la multitud? Quién pone diques á ese
'torrente? El mismo que señala un límite que
no traspasa el mar tempestuoso. Del propio
modo que el mundo físico, tiene sus leyes el
mundo moral, y. por ellas, aun en medio de las
borrascas políticas y de los cataclismos socia-
les, una mano invisible pone coto á su acción
perturbadora; y los adversarios, los detracto-
res, los que niegan la propiedad en principio
y no tiene, á su parecer, ninguna" razón para
respetarla, de hecho la respetan, y, lo que es
todavía más, la defienden. Tú y tus compa-
ñeros más de una vez habéis amparado al pro-
pietario y perseguido al ladrón.
Acá y halla hay robos y despojos, cierto;
pero son violencias hechas al propietario más
bien que ataques á la propiedad; el número
de éstos es relativamente muy corto, y si se
han castigado flojamente, no consiste en que
esté en la opinión la impunidad para esta cla-
se de delito, sino que hoy está en la práctica
para todos. Se roba y se despoja, pero sin ata-
car al principio de propiedad, sino dando ai
atentado un alto fin, diciendo que es necesario
para defender la religión ó la república. Es
CAUTAS A U.\ (niUI'.KO 451
grande el número de los ladiones; muy corto
el de los que se atreven á serlo sin esta ó la
otra máscara. Tales hechos, repetidos en tales
circunstancias, prueban hasta la c videncia que
la propiedad no es una institucicu de las que
pasan, ni un error de los que se desvanecen,
sino una condición esencial de vida en las so-
ciedades humanas. La lección que los sucesos
están dando, es solemne; insensatos serán los
hombres si no la toman.
La. familia. — Tan reciamente combatida
por algunos reformadores radicales, ¿qué ata-
ques ha sufrido desde que han podido conver-
tir en hechos las amenazas (]ue contra ella ful-
minaban? ¿Dónde están las resoluciones pro-
pias para que la familia se constit'.iya sobre
diferentes bases ó para suprimirla? Todo el da-
ño que ha recibido viene de las malas cos-
tumbres, de la corrupción, de los vicios, en
cuya práctica tienen una desdichada con-
formidad los hombres de las teorías más
opuestas.
Eiy TRABAJO. — ¿Dónde está la organización
del trabajo, ese famoso sofis nn, ese talismán
poderoso, ese admirable instruir uto de pros-
peridad y de justicia, esa banJe; 1 de guerra
bajo la cual se alistan tantos obcecados cam-
peones? ¿Por ventura se ha hecho, íe ha inten-
tado nada para esa organización, 1 cdra angu-
lar del edificio socialista? Por más que cuida-
dosamente cbs rv >, no veo que se trate de la
realización del derecho al trabajo, sino del de-
rocho á holgar; únicamente de la práctica de
452
OBRAS DE DOÑA CONXEPCIÓN ARENAL
este último veo ejemplos y varias disposicio-
nes que tienden á asegurarlo.
Igualuad. — Busco en vano los decretos, las
leyes y aun las violencias niveladoras. Las je-
rarquías sociales ninguna alteración han sufri-
do, y hasta las vanidades continúan ostentando
el oropel de sus distintivos.
Patria. — Los que la desgarran ponen en
relieve el absurdo de ios que quieren suprimir-
la. Estos no levantan bandera; es una anar-
quía vergonzante y práctica, que no se afir-
ma ni quiere generalizarse por medio de nin-
guna teoría. No es una escuela, es un motín;
no es un principio, es un atentado. Se ve la
mezcla de cinismo é hipocresía que tiene
siempre el que obra contra el buen sentido y
la conciencia. El hombre es capaz de hacer
más daño del que se atreve á confesar; es tan
poderosa su propensión á justificar sus he-
chos, que lo intentan hasta los criminales más
endurecidos, hasta los locos mientras conser-
van una ráfaga de razón. La falta de conse-
cuencia y de lógica del grupo que niega la pa-
tria, pone en relieve lo absurdo de semejan-
te negación. Los que se apartan de la patria
común, hacen y dicen en la pequeña patria
lo mismo que condenaban en la grande.
Ninguna supresión ni creación esencial; to-
do se reduce á limitar el lugar de la escena,
que ocupa dos leguas en lugar de doscientas
ó de dos mil. Contradicción, hipocresía, impo-
tencia, nada más se ve en los que niegan la
patria; y cuando digo nada más, es porque
CARTAS ». VN OBRERO 453
hago abstracción y caso omiso de toda cul-
pa y de todo crinien, limitándome á señalar la
falta de razón y de lógica, las imposibilidades
esenciales, invencibles, los errores en la esfe-
ra de la inteligencia, á los que han de corres-
ponder y coi esponden, por desgracia, malda-
des y dolores en la esfera moral.
Aunque ' i tierra que fué España deje de
obedecer á unas mismas leyes; aunque sus hi-
jí-> dejen de amarse, y en vez de intereses ar-
mónicos, tengan intereses encontrados; aunque
' a lugar de vivir en dichosa paz, se hagan en-
< aruizada guerra, ¿probarán algo contra la
idea de la patria? El ensayo hecho por los que
esa idea combaten, la acredita, haciendo una
cosa parecida á esa prueba que se llama por
el absurdo y que aquí podría llamarse por eí
desastre. ¿Qué mejor razonamiento en favor
de la bondad de una cosa que los males .que
resultan de suprimirla? Todo lo que has visto
prácticamente y en el terreno de los hechos de
algunos meses á esta parte, debe ser para tí
Juan, la más concluyente prueba de que se
puede constituir de este ó del otro modo, pero
de que no se puede suprimir la patria. Mira
lo que son y lo que hacen los que la comba-
ten, y verás que parece que los han elegido pa-
ra desacreditar lo que sostienen, como los es-
partanos embriagaban á los esclavos para ha-
cer odiosa é infame la embriaguez.
Autoridad. — La negación del principio de
autoridad es otro artículo de la fe ortodoxa
de los transformadores sociales. La voluntad del
454 OBRAS DK DOÑA CONCIÍl'CION ARKNAT,
individuo, sus derechos absolutos é ilcgisla-
bles, son su ley, que él es el encargado de ha-
cer y ejecutar. Y ¿qué ha sucedido al poner
en práctica semejante teoría? Que la nega-
ción de todo principio de autoridad es la ne-
gación de toda práctica de derecho y de to-
da realización de la justicia. Ese individua-
lismo exagerado, se hace inevitablemente
egoísta, caprichoso, insensato, loco, y las vo-
luntades sin regla son indómitas y destructo-
ras como fieras, y como tales es preciso per-
seguirlas. Mira esos pueblos: fíjate en aquél
que más tiempo lleva rebelado contra el
principio de autoridad, y verás sucederse las
tiranías, convirtiendo toda fuerza en violen-
cia y todo mandato en atentado. No puede ha-
ber reunión de hombres sin autoridad; cuan-
do se admite en principio, hay que acep-
tarla de hecho, y en la persona de un hombre,
por regla general, el más indigno de ejercerla.
Esto es tan cierto, que los que van á comba-
tir violentamente la autoridad, empiezan por
admitir una, llevan un jefe, sin el cual ni aun
se podría intentar la empresa. Ahora has podi-
do y puedes observar con qué violencia man-
dan los que se niegan á obedecer, y cómo se
multiplican las autoridades para combatir el
principio de autoridad. Creo que nunca los
partidarios de una teoría habrán hecho más
para desacreditarla en la práctica y para pro-
bar la necesidad y la justicia de aquello que
como innecesario é injusto rechazan.
Rkijgión. — Lo.? ataques á la religión no
¿ARTAS Á UN OBRERO 455
han tullido esc carácter que revela un coii-
venciiniento, aunque errado, firme, ni un odio
implacable, ni un impulso fuerte; y así debía
suceder: de una acción débil, no podía resul-
tar una reacción poderosa. ¿Cuáles han sido
las manifestaciones del ateísmo sofístico de los
semifilósofos, y del ateísmo brutal de los ig-
norantes? Algunas tropelías, la profanación y
el despojo de algunos templos, con apariencia
de tener más codicia del oro en que están en-
gastadas reliquias, que deseo de ultrajarlas;
hechos aislados; en medio de la violencia, cier-
ta timidez, revelación de la debilidad, es to-
do lo que contra la religión se hace durante la
dominación de los que no la tienen, á lo cual
pueden añadirse algunos escritos sin lógica,
sin ciencia, sin elevación, ó no pocas veces
sin aquella dignidad, no ya la que correspon-
de, al asunto, sino la que debe tener el escritor,
cualquiera que sea el que trate. Estos no son
medios para desacreditar la religión, sino pa-
ra encender el fanatismo, y así sucede. A las
impiedades del Mediodía responden las descar-
gas del Norte. Cada blasfemia, una rebeldía;
cada profanación, una batalla ganada por los
que ofenden ellos también apelando á la violen-
cia, ¿quién lo duda? pero no lo niegan, y es-
to basta para hacerlos menos odiosos que los
ateos, en torno de los cuales la humanidad, co-
mo espantada, hará siempre el vacío. La pre-
ponderancia material de los que en nada
creen ni otra vida esperan, ha dado tal espec-
táculo de escándalo impotente y violenta de-
456 OBRAS Dli DONA CONCEPCIÓN ARENAI,
bilidad, que si no abona el fanatismo, lo ro-
bustece y lo explica. Ahora puedes notar la
culpable ligereza y crasa ignorancia de los
que tratan la religión como cosa fútil y bala-
di. Pasan las generaciones que cierran los
templos, y los templos se abren de nuevo,
porque la eternidad no pasa, porque las tem-
pestades no marcan el nivel de las aguas, ni
son los hombres de la humanidad los que di-
cen: Después de la muerte, la nada.
Puedes notarlo, Juan: el triunfo material
de los que sostienen cierto género de errores,
es su derrota en el orden de las ideas, por-
que pone en relieve su radical impotencia.
Soberbios al negar, tímidos en la afirmación,
nulos en la práctica, tales han sido, son y se-
rán, los que de cualquier modo, y enarbolando
esta ó la otra bandera, dicen al hombre que
puede vivir sin propiedad, sin familia, sin
trabajo rudo, sin dolor, sin resignación, sin
virtud, sin ley, sin Dios.
Al despedirme de tí, me salta la triste duda
de si no habré conseguido convencerte de nin-
guna verdad, ni desvanecido en tu ánimo nin-
gún error. Si así fuere, que Aquel que ve las
voluntades reciba la mía, que era buena para tí.
No me han cabido en suerte, ni los medios ma-
teriales con que podía darte auxilio, ni la ele-
vada posición, que dicta los mandatos ó da au-
toridad á los ejemplos. Un buen consejo es to-
do lo que podía darte, y recíbasle ó no, te lo he
dado para descargo de mi conciencia.
Adiós, amigo mío. ¿Quién sabe á dónde nos
CARTAS Á UN OBRERO 457
arrojarán las olas de la tempestad que ruge?
¿Quién sabe si en un día de horror te darán
á beber una de esas copas de maldad que en-
loquece, y, falto de razón, levantarás la ma-
no, me herirás en las tinieblas de tu error,
y caeré, como han caído tantos otros que, co-
mo yo, te amaban y más que yo valían? Si
así fuese, de ahora para entonces te perdono,
dejándote, como testamento de mi amor, el
deseo de que tu corazón no aborrezca, de que
tu espíritu se eleve, de que en tus ojos pene-
tre la luz de la verdad, y que antes de cerrar-
se para siempre se vuelvan una vez al cielo.
FIN DEIv VOIvUMEN PRIMERO
e/\V9 e>J\s eyAVs e/AVs ey¿J^9 e/livs a^vs «//xa e^^Vs ey¿o e/^lfo e>¿\5 eVAVa e >^ .9 eAa e>2^s
eJvj cXa eAs e.'Fj jylVs eAs eyjVs eAs e/^j ci/f^ e^vj t*s aMa a ,^3 e^ o^
. índice DEI. volumen PRIMERO
Páginas
Dedicatoria 5
Advertencia 9
Carta 1.' Peligros de recurrir á la fuerza
— No se resuelven por medio de
ella las cuestiones, y menos las
económicas 13
» 2/' Toda cuestión social grave es en
parte religiosa. — Necesidad de
la resignación. —Distinción de
la pobreza y de la miseria.- — Ma-
nera equivocada de juzgar de la
felicidad por la riqueza 21
» 3." Ninguna cuestión social puede ser
puramente material : aun redu-
cida á la de subsistencias tiene
elementos intelectuales v mora-
les ■ 31
» 4." Da pobreza, ley de la humani-
dad 41
)) 5." Oue la llaga que conviene curar
es el pauperismo el cual no
es cosa nueva, ni calamidad cre-
ciente 51
» 6.' Causas de la miseria. — Falta de
trabajo 65
» 7.' Continuación de la anterior 75
460 i N D 1 C K
El capital y el trabajo 89
De los que no pueden trabajar ó
malgastan el fruto de su trabajo 101
Insuficiente remuneración del tra-
bajo 115
De las huelgas 127
Que el derecho no es una cosa ab-
soluta 139
Del socialismo 149
De la asociación 163
Del Progreso 175
Que mientras el obrero no eleve
su nivel moral é intelectual no
se elevará para él el social 189
Continuación de la anterior 199
De la asociación 207
Sot iedades cooperativas : necesidad
de la previsión y del sacrificio... 219
De los impuestos 231
De La Internacional 243
De la igualdad 255
Continuación de la anterior 267
Dificultad : la retribución justa no
puede existir con opinión extra-
viada. — La desigualdad debe
estar limitada por la justicia,
pero la justicia se define con di-
ficultad y no se entiende por to-
dos del mismo modo 277
25 Del Cuarto Estado. — No existe
realmente. — Error de equiparar
las revoluciones políticas con las
transformaciones económicas.—
Males del retraimiento político,
y error de que las formas polí-
ticas son indiferentes para las
sociales 289
26 De la familia. — El género humano
no puede existir sin ella 303
27 Influencia de la familia en la re-
ligión, en la moral, en la cien-
Carta 8.'
»
9.'
»
10
»
11
»
12
»
13
»
14
1)
15
M
16
»
17
»
18
»
19
il
20
»
21
»
22
»
23
»
24
índice 461
cia, en el arte, en la economía 315
Carta 28 De la propiedad 333
29 Continuación de la anterior 347
» 30 Continuación de la anterior. — Do-
nación. — Herencia. — Modo de
adquirir la propiedad y de gas-
tarla '. 359
» 31 Del comunismo 377
» 32 Continuación de la anterior 397
» 33 De la autoridad 417
» 34 La patria 433
» 35 Conclusión 445
EDICIÓN HECHA EXPRESAMENTE PAKA REPARTIRLA
GRATIS, POR VÍA DE PROPAGANDA, Y CON
EXPRESA PROHIBICIÓN DE QUE NINGÚN EJEMPLAR
SE PONGA Á LA VENTA
HN Arenal de García Carrasco,
17 Concepción
A7 Cartas á un obrero
v.l
PLEASE DO NOT REMOVE
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UNIVERSITY OF TORONJO LIBRARY
I